miércoles, 4 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 38

 


La boda tuvo lugar menos de una semana después de que Pedro se lo pidiera a Paula.


Al contrario que la de Sonia y Miguel, se trató de una ceremonia civil discreta, en un juzgado impersonal. Después, acompañados del hermano de Pedro y de Ana, que habían actuado de testigos, fueron a un encantador restaurante en el parque de Auckland. Sentados en una mesa en la terraza, desde la que se divisaba un estanque surcado por cisnes y rodeado de sauces llorones, Paula miró de reojo a Dante, que estaba sentado en una sillita alta, atendido por Ana, y finalmente se relajó.


Estaba casada. Había conseguido asegurarse un lugar en la vida del niño.


—Enhorabuena —dijo Brian, alzando una copa de champán—. Bienvenida a la familia.


Paula sonrió y alzó su copa en respuesta. La personalidad de Brian le había sorprendido. Era más joven que Pedro y tenía un estilo coqueto de relacionarse que le resultaba divertido.


Pedro necesita estar casado —añadió Brian, mientras Pedro organizaba el menú con el dueño del restaurante.


—¿Cómo que necesita estar casado? —preguntó ella con una sonrisa de escepticismo.


—Desde luego. Le encanta la vida doméstica.


—¿A Pedro? —Paula miró hacia el hombre que con un solo gesto había atraído la atención del dueño y de tres camareros. Su hermano pequeño debía de estar equivocado. A Pedro le gustaba la vida doméstica tanto como a un tigre de Bengala.


Brian asintió enfáticamente.


—Sufre el síndrome del nido vacío —Paula lo miró desconcertada, así que Brian explicó—: Desde que me fui de casa. ¿No te ha dicho que me crió?


—No.


Paula se dio cuenta de que no sabía nada del hombre con el que se había casado.


—Hasta hace unos días ni siquiera sabía que tuviera un hermano.


—¿Qué maldades le estás contando a la novia? —preguntó Pedro nada más acabar la conversación con el dueño.


—Ninguna… todavía. Por ahora quiero darle una buena impresión. Ya llegaremos a los detalles escabrosos.


Pedro sonrió con malicia.


—Esos sólo te corresponden a ti, hermano.


El almuerzo se desarrolló en un ambiente divertido y ruidoso al que Dante contribuyó con sus gorjeos. La comida era exquisita y la luz dorada del atardecer contribuyó a la relajada atmósfera. Las bromas entre los hermanos hicieron reír a carcajadas a Ana y a Paula.


En cierto momento Dante pareció cansarse de estar sentado.


—Le llevaré a ver a los cisnes —dijo Ana, poniéndose en pie y tomando al niño—. Probablemente necesite que le cambie los pañales.


—Voy a por una manta al coche para que puedas echarlo —sugirió Pedro.


—Habrás notado que Pedro apenas habla de sí mismo —comentó Brian a Paula cuando su hermano se fue. Paula le sonrió con complicidad—. ¿Sabías que nuestros padres fallecieron? —preguntó él.


—Sí, pero no sé nada de los detalles.


—Murieron en un accidente de tren —tras una pausa, Brian siguió—. Por eso la muerte de Miguel resultó aún más dolorosa. Creo que le hizo revivir el pasado.


Paula comprendió que Pedro hubiera intentado ocultar su dolor bajo una forzada frialdad.


Brian se inclinó hacia ella con aire conspiratorio.


—¿Te ha hablado de Dana?


—¿Su ex?


—La víbora.


—¡Brian! —dijo Paula sin poder contener la risa.


—Tengo que reconocer que fue un alivio. Estaba aterrorizado de que se casara con ella.


—¿Crees que su nueva mujer debe tener ese tipo de información?


—Es esencial que lo sepas —bajó la voz—. Dana era puro veneno. Le dijo a Pedro que quería tener un hijo, pero él no la creyó.


Paula no pudo reprimir la curiosidad.


—¿Por qué?


—Pensaba que su trabajo era demasiado importante para ella como para que le dedicara tiempo a un hijo.


Eso explicaba sus suspicacias respecto a ella y Dante.


—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Paula.


Brian se reclinó en el respaldo de la silla y tomó un palillo.


—Soy muy observador. Además, cuando rompieron, Pedro vino a Londres y lo llevé a tomar unas copas —al ver que Paula fruncía el ceño, añadió—: Fue terapéutico. Sólo así conseguí que me lo contara.


—Eres astuto.


—Mucho —dijo Brian con satisfacción—. Y será mejor que no lo olvides, porque cuento contigo para hacer feliz a mi hermano.


Paula rió, pero su risa quedó congelada cuando sintió una mano en la cintura y la grave voz de Pedro susurrándole al oído:

—Ten cuidado con mi hermano pequeño.


—Me estaba advirtiendo que podía ser muy peligroso —bromeó ella, mirándolo de reojo.


Pedro apoyó el brazo en el respaldo de su silla e, inclinándose aún más sobre ella, añadió:

—Lo peor es que no miente.


Paula se estremeció al sentirse envuelta en el calor y la fragancia de su cuerpo.


—¿Ves? Quedas advertida —dijo Brian con expresión inocente—. Ahora me voy a contarle unas cuantas cosas a Dante.


—Mejor dirás, a flirtear con Ana —dijo Pedro. Y ocupó el asiento que su hermano dejó vacío.


Paula sintió que el nudo que tenía en el estómago se apretaba y la sonrisa abandonó sus labios.


—Brian me ha dicho que lo criaste.


—Exagera un poco.


—¿Cuántos años tenía cuando vuestros padres murieron?


—Veo que te lo ha contado todo —dijo él con expresión distante.


—No ha tenido suficiente tiempo. Pero creía que era su obligación. Recuerda que ahora soy tu mujer.


—Sólo en teoría.


La fría respuesta fue como una bofetada para Paula. Bajó la mirada para ocultar su dolor.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 37

 


Durante los días que siguieron, Pedro se dio cuenta de que no se casaba con Paula sólo por Dante. Aquella mujer le volvía loco. Tanto, que no recordaba haber cometido un mayor error en su vida que prohibir el sexo en su relación. Más tarde o más temprano, tendría que romper ese acuerdo, y confiaba en conseguir convencerla.


Entre tanto, tendría que conformarse con mirar, lo cual era una tortura.


Con la excusa de hablar de Dante la llamaba al trabajo varias veces al día y contaba los minutos para oír su voz ronca y, a ser posible, arrancarle una carcajada.


El deseo lo había convertido en una marioneta.


La demostración de que su vida se había transformado se la proporcionó Iris al entrar en el despacho y anunciarle que Jeremias y Dana iban a casarse. Pedro ni siquiera se inmutó.


—¿Estás bien? —preguntó Iris.


—Perfectamente —dijo él, sonriendo de oreja a oreja—. Mucho mejor de lo que jamás hubiera pensado.


De hecho, se sentía inmensamente aliviado de haber dejado de sentir rencor y de haberse librado del deseo de venganza. Su nueva vida era mucho mejor.


Iris ordenó unos papeles sobre el escritorio.


—Se dice que Dana está embarazada.


Tampoco eso lo alteró lo más mínimo. Volvió a sonreír.


—Debería haberlo imaginado. Pobre Jeremias.


—Te has librado de una buena.


Pedro miró a Iris con curiosidad.


—No sabía que Dana le cayera tan mal.


—No pediste mi opinión, y parecías contento con ella —dijo ella, frunciendo los labios.

—A Michael tampoco le gustaba. Ni a Brett —su hermano había

expresado abiertamente sus reservas desde el primer momento.

Tampoco a ella le gustaba Brett. Por eso le alegró saber que vivía en

Londres.

Iris rompió un sobre.

—Dana hacía bien su trabajo y sabía quedar bien con quien le

interesaba. Pero habría pisado a cualquiera con tal de conseguir lo que

quería.

Nº Páginas 64—99

Tessa Radley – Una negociación millonaria

Connor cruzó las manos por detrás de su cabeza.

—No lo tenía fácil. La gente es muy dura con las mujeres de éxito —

pensó en Victoria—. Yo mismo las juzgo con severidad —se preguntó qué

pensaría Iris de ella.

—No es un problema de éxito, sino de cómo se consigue —dijo Iris sin

disimular su animadversión hacia Dana—. No sé por qué la defiendes —

concluyó, antes de dirigirse a la puerta. Al llegar se volvió—. Recuerda que

tienes una cita a las doce.

Connor asintió. Luego hizo girar su silla para mirar por el ventanal. Su

maternal ayudante pensaba que Dana lo había utilizado, pero lo cierto era

que también se había dado la situación inversa. Empezaba a darse cuenta

de que Dana le había ido bien porque no llegaba a importarle lo suficiente.

Podía estar con ella sin entregar su corazón y sin dejar de dedicarse en

cuerpo y alma al trabajo. No pensaba en ella a lo largo del día, ni ansiaba

hablar con ella como le sucedía con Victoria.

No podía negar que se trataba de un entretenimiento hermoso y que

le enorgullecía las miradas de admiración que recibía de otros hombres,

así como que sexualmente fuera muy activa.

Pero Michael había dado en el clavo al decirle que su traición le había

herido el orgullo y no el corazón.

Por otra parte, encontraba a Victoria todavía más sexy, de una

belleza más sutil… Y sospechaba que podía ser igualmente apasionada en

la cama. De lo que no cabía duda era de que era aún más inteligente que

Dana. De hecho, ésta habría utilizado el sexo para convencerle de

cualquier cosa, mientras que Victoria, después de besarlo hasta hacerle

perder el juicio, le había arrancado la promesa de un matrimonio casto.

La consecuencia era que no recordaba haber deseado nunca tanto a

nadie.

Por respeto a Suzy y Michael, habían decidido celebrar una boda

discreta. Aquella noche, después de que Dylan se durmiera, Connor fue a

la salita de Victoria. Se quedó en el umbral en silencio, observando el

cuadro y las plantas que Victoria había añadido a la decoración. Ella

estaba sentada en el sofá, bebiendo una copa de vino.

—No quiero molestar —dijo él, finalmente.

Victoria se preguntó si era tan inocente como para no saber que,

hiciera lo que hiciera, la perturbaba.

—¿Quieres una copa? —preguntó, dejando la suya sobre una mesa

junto al brazo del sofá y tomando una limpia—. Me lo ha regalado un

cliente y está muy bueno —además de servirle para relajarse y tratar de

olvidar que iba a casarse con él.

Connor pareció desconcertado. Luego asintió.

—Media copa, por favor. Me quedaré poco tiempo.

Cuando Victoria la sirvió, Connor entró y se acercó para tomarla de su

mano.

Nº Páginas 65—99

Tessa Radley – Una negociación millonaria

—Huele bien —dijo, llevándosela a la nariz. A continuación miró a

Victoria—. Venía a preguntarte si hay alguien a quien quieras invitar a la

boda. Mi secretaria puede ocuparse de mandar las invitaciones.

—No.

—¿No estás demasiado ocupada para hacerlo tú misma?

—No quiero invitar a nadie —Victoria dio un sorbo al vino—. Pruébalo.

Está delicioso.

Connor se apoyó en un escritorio clásico que quedaba frente a

Victoria y bebió.

—Muy delicado. ¿Seguro que no quieres que venga ningún amigo?

Victoria negó con la cabeza, consciente de la intensidad con la que

Connor la miraba. Aparte de Suzy, durante los últimos años de su vida

había estado demasiado ocupada como para hacer amigos. A veces salía

con sus compañeros de trabajo, pero nunca había intimado con ellos.

—¿Y tu familia? —Connor cruzó una pierna delante de la otra—. Mi

hermano va a venir.

—Yo no tengo ningún hermano —Victoria desvió la mirada—. Mi

madre está muerta y hace años que no hablo con mi padre.

—Podrías aprovechar la oportunidad para reconciliarte con él. Yo no

tengo padre ni madre. Tú, en cambio, podrías tener a tu padre a tu lado.

Victoria hizo girar la copa en la mano.

—Pensaba que nos casábamos por Dylan —dijo finalmente.

—No tiene nada de malo aprovechar la oportunidad para

reconciliarse, Victoria.

Que Connor tuviera la arrogancia de asumir que la asistencia de su

padre a la boda podía compensarla por años de abandono e

irresponsabilidad, consiguió irritarla.

—¿Quieres decir que tú piensas invitar a Dana y a Paul?

Tras un tenso silencio, Connor se limitó a decir:

—Está bien, será mejor que nos concentremos en la boda.

—Muy bien —en un esfuerzo por reconciliarse, Victoria comentó en

tono animado—: No sabía que tuvieras un hermano.

Connor acabó el vino y dejó la copa sobre el escritorio.

—Brett vive desde hace años en Londres.

—¿Y va a venir hasta Nueva Zelanda para la boda?

Connor se incorporó y sonrió con sorna.

—¿Cómo no va a venir si sabe que será la única que celebre en mi

vida?

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 36

 


Irresistible.


Y el vacío sería ocupado por Pedro y por Dante. Una familia. La oportunidad de tener lo que Sonia había tenido. Lo que jamás había soñado alcanzar.


Sin pensárselo, se inclinó hacia delante y besó a Pedro en los labios.


Él se quedó paralizado.


Paula entreabrió los labios y recorrió los de Pedro delicadamente con la punta de la lengua.


Él apretó su torso contra los senos de ella y su respiración se aceleró.


Paula le mordisqueó los labios, saboreó su boca; él la abrazó por la cintura, estrechándola contra sí, haciéndole sentir la dureza de su sexo contra su vientre. Luego la asió con firmeza por las nalgas y la presionó con fuerza. Ella dejó escapar un gemido. Pedro deslizó la lengua en su boca y ella aceptó la invasión con un escalofrío. Pedro exploró su boca, los lados de sus mejillas, la piel sensible del paladar. Ella dejó escapar un gemido profundo, entrecortado y anhelante.


Perdiendo la noción de dónde estaba o del transcurso del tiempo, Paula sólo era capaz de pensar en el deseo que estallaba en su interior.


Pedro metió un muslo entre sus piernas y ella se restregó contra él.


Hasta que oyeron protestar a Dante y Paula se separó de Pedro de un salto, como si se hubiera quemado.


Pedro se quedó inmóvil, con los ojos desencajados, y Paula reconoció en su mirada la misma expresión de estupor que había visto la noche que había acudido a anunciarle la muerte de Miguel y Sonia.


Paula apretó las manos para evitar alzarlas hacia su rostro y dijo:

—¿Ves lo que me haces hacer? Ha sido un error monumental.


Vio que Pedro enfurecía.


—Me he dejado llevar, eso es todo. Y tú me has provocado —dijo él.


—No quiero hacer el amor con alguien por quien no siento nada —dijo ella tras una pausa.


—No es eso lo que te he pedido —replicó él, recuperando la paciencia —. Sólo que te cases conmigo.


Paula se sintió desilusionada.


—¿Me propones un matrimonio en papel? ¿Sin sexo? —alzó la mirada hacia él con precaución. Su rostro era impenetrable.


—¿Quieres decir que, si eliminamos el sexo, estás dispuesta a considerar la oferta? —preguntó él, suspirando con fuerza.


—Puede que sí —respondió Paula, mientras su cuerpo gritaba: «Más, más».


—«Puede» no es una respuesta, Victoria. ¿Sí o no?


Aunque no se estaban tocando, Paula podía sentir el calor y la fuerza que irradiaba el cuerpo de Pedro. Se estremeció. Habría dicho cualquier cosa por romper la tensión.


—Sí —concluyó con un suspiro.