jueves, 15 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 6

 


Paula respiró hondo mientras el coche se acercaba a los increíbles escalones de mármol de la entrada principal, flanqueada por columnas. Con más de veinte mil metros cuadrados, el palacio era más grande que la Casa Blanca.


Pedro salió de la limusina en cuanto se abrió la puerta y fue el chófer el que ayudó a Paula, que salió con la niña dormida en brazos y siguió a Pedro. Él la esperaba junto a las enormes puertas dobles del palacio, tras las cuales pudo descubrir que el interior era tan impresionante como el exterior, con un vestíbulo circular de resplandecientes suelos de mármol. Del techo pendía una gigantesca araña cuyos cristales parecían diamantes en los que se reflejaba el sol. A cada lado y siguiendo el trazado curvo de las paredes, había una escalera con barandilla de hierro forjado que ascendía al segundo piso. En el centro del vestíbulo había una mesa de mármol tallado con un enorme centro de flores exóticas que inundaban el aire con su dulce fragancia. El conjunto era una mezcla de tradición y modernidad, elegante y algo excesivo.


Fue entonces, mientras observaba el entorno maravillada, cuando Paula se dio cuenta de verdad de la situación en la que se encontraba. Empezó a darle vueltas la cabeza y se le aceleró el corazón. Aquel lugar tan impresionante podría convertirse en su casa, Mia podría crecer allí y tener lo mejor de lo mejor y, lo que era más importante, un hombre que la aceptaría como si fuera su hija. Solo eso era como un sueño hecho realidad.


Del pasillo que había al fondo del vestíbulo comenzaron a salir casi una docena de empleados que Pedro fue presentándole. Celia, el ama de llaves, le presentó a las empleadas:

–Esta es Camila –le dijo Celia con un tono de voz gris que encajaba a la perfección con su adusta expresión–. Será su doncella personal durante el tiempo que dure su estancia.


–Encantada de conocerte, Camila –le dijo con una sonrisa en los labios y tendiéndole la mano a la muchacha.


La joven la aceptó con gesto nervioso y la mirada clavada en el suelo.


–Señora –murmuró.


El mayordomo, Jorge, llevaba frac y camisa blanca de cuello rígido. Era muy flaco, con la espalda algo encorvada y parecía estar a punto de alcanzar los cien años, si no lo había hecho ya.


Pedro se volvió hacia jorge y le señaló el equipaje que había llevado el chófer hasta allí. Sin decir una palabra, otros dos empleados más jóvenes se pusieron en acción.


Una mujer de mediana edad y aspecto elegante dio un paso al frente y se presentó como Tatiana, secretaria personal del rey.


–Si necesita cualquier cosa, no dude en decírmelo –le dijo con absoluta corrección y luego señaló a la joven que había a su lado, ataviada con un uniforme parecido al de las doncellas–. Esta es Karina, la niñera. Ella cuidará de su hija.


A Paula le incomodaba un poco la idea de dejar a Mia con una completa desconocida, pero sabía que Gabriel jamás habría elegido a alguien en quien no confiara plenamente.


–Es un placer conocerla –dijo Paula, conteniéndose para no pedirle que le enumerara todos y cada uno de los méritos que la hacían merecedora del puesto.


–Señora –la saludó la joven.


–Llámame Paula, por favor. Lo cierto es que nunca he sido muy dada a la formalidad, así que les pediría a todos que me tutearan.


Sus palabras no obtuvieron respuesta ni reacción alguna por parte de los empleados. Ninguno de ellos esbozó siquiera una sonrisa. ¿Serían siempre tan inexpresivos o sería porque ella no era de su agrado? ¿Habrían decidido ya, igual que Pedro, que no era de fiar?


–La llevaré a sus habitaciones –le anunció Pedro.


Sin esperar una respuesta, se dio media vuelta y comenzó a subir por la escalera de la izquierda a una velocidad que casi la obligó a echar a correr para no perderlo.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 5

 


La visita a Varieo iba de mal en peor.


Mia dormía en el coche y Paula estaba sentada a su lado con el estómago atenazado por el temor. Parecía que Pedro ya se había formado una opinión sobre ella y no pensaba darle la menor oportunidad. La idea de estar sola con él hasta que regresase Gabriel la tensaba aún más.


Con un poco más de perspectiva, seguramente no había estado muy acertada al enfrentarse a él de manera tan directa. Siempre había sido una mujer de fuertes convicciones, pero, la mayoría de las veces, se las arreglaba para controlarse. Sin embargo la mirada de arrogancia que le había dedicado Pedro, el engreimiento que parecía supurarle por todos los poros, habían hecho que perdiera los nervios y, antes de que pudiera pararse a pensarlo, había abierto la boca y había soltado aquellas palabras.


Lo miró apenas un instante y comprobó que seguía concentrado en el teléfono. En una escala de uno a diez, tenía por lo menos un quince en lo que se refería al aspecto. Lástima que no tuviera una personalidad acorde a tanta belleza.


Hacía apenas diez minutos que lo conocía. ¿Acaso no estaba llegando a conclusiones apresuradas, y eso hacía que no fuera mejor que él.


Era cierto que se comportaba como un cretino, pero quizá tuviera una buena razón para hacerlo. Si su padre le comunicase que tenía intención de casarse con una mujer mucho más joven a la que ella ni siquiera conocía, probablemente ella también se mostraría desconfiada. Y si su padre fuese un rey millonario, sin duda cuestionaría los motivos que impulsaban a dicha mujer a querer casarse con él. Probablemente Pedro solo estaba preocupado por su padre, como lo estaría cualquier hijo. Y Paula no debía olvidar que además hacía menos de un año que había perdido a su madre y, por lo que le había dado a entender Gabriel, Pedro se había tomado muy mal su muerte. Era lógico que aún le doliera y que temiera que ella pretendiera ocupar el lugar de la reina, lo que no podía estar más lejos de la verdad.


Pero, ¿y si el rechazo que sentía hacia ella impulsaba a Pedro a intentar interponerse entre Gabriel y ella? Tendría que plantearse si quería vivir sintiéndose siempre como una intrusa en su propia casa.


El corazón empezó a latirle con tal fuerza que tuvo que obligarse a respirar hondo e intentar relajarse. Estaba adelantándose a los acontecimientos. Ni siquiera estaba segura de querer casarse con Gabriel. ¿Acaso no era ese el objetivo del viaje? Seis semanas era mucho tiempo, durante el que podrían pasar muchas cosas. Por el momento trataría de no preocuparse.


Esbozó una ligera sonrisa y sintió cierta paz interior mientras miraba por la ventanilla. La limusina estaba atravesando el precioso pueblo costero de Bocas, de calles empedradas y llenas de turistas. Según le había contado Gabriel, gran parte de la economía nacional dependía del turismo, que había aumentado exponencialmente en los últimos años.


Se aproximaron a unas puertas que se abrieron de inmediato y, al aparecer el palacio ante ellos, Paula se quedó sin aliento. Parecía un oasis, enormes fuentes, grandes praderas de césped y jardines frondosos.


Las cosas empezaban a mejorar.


Se volvió hacia Pedro; parecía impaciente por salir del coche y librarse de ella.


–Tienen una residencia preciosa –le dijo.


–¿Acaso esperaba que no fuera así? –respondió él.


Eso sí que era estar a la defensiva.


–Lo que quería decir es que las fotos que he visto del palacio no le hacen justicia. Es muy emocionante verlo en persona.


–Ya me imagino –respondió sin ocultar su sarcasmo.


Parecía que no estaba dispuesto a darle ni un respiro.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 4

 


No tenía pelos en la lengua. Quizá no fuera la mejor característica para una futura reina, aunque no podía negar que su madre siempre había sido famosa por no tener el menor reparo en decir su opinión, algo de lo que habían aprendido muchas mujeres jóvenes del país. Sin embargo había una clara diferencia entre tener principios y ser irresponsable. Además, se le revolvía el estómago solo de pensar que aquella mujer pudiera pensar que estaría a la altura de la difunta reina o que albergara la esperanza de sustituirla.


Solo esperaba que su padre recuperara la cordura antes de que fuera demasiado tarde, antes de que hiciera la ridiculez de casarse con ella. Por mucho que deseara lavarse las manos y desentenderse de todo, le había prometido a su padre que se encargaría de recibirla y de ayudarla a instalarse. Y él era un hombre de palabra. Para él el honor no era solo una virtud, era una obligación. Era lo que le había enseñado su madre. Aunque todo tenía un límite.


–Su pasado –comenzó a decirle–, es algo que les concierne a mi padre y a usted.


–Pero es evidente que usted ya se ha formado una opinión al respecto. Quizá debería intentar conocerme mejor antes de juzgarme.


Pedro se inclinó hacia delante y la miró a los ojos, para que no hubiera la menor duda sobre su sinceridad.


–No tengo intención de perder el tiempo.


Ella ni siquiera se inmutó. Le mantuvo la mirada con un fuego en los ojos que daba a entender que no iba a dejarse intimidar, y él sintió… algo. Una emoción a medio camino entre el odio y el deseo. Lo que le horrorizó fue el deseo, que fue como una bofetada en la cara.


Y entonces Paula tuvo la audacia de sonreír, algo que le enfureció y le fascinó al mismo tiempo.


–Muy bien –dijo ella encogiéndose de hombros.


El gesto hacía pensar que o no le creía, o no le importaba lo que dijera.


A él le daba igual cuál de las cosas fuera. Toleraría su presencia por respeto a su padre, pero jamás la aceptaría.


Con una incomodidad que no estaba acostumbrado a sentir, sacó el teléfono móvil como si ella no estuviera allí. Por primera vez desde la muerte de su madre, su padre parecía feliz de verdad y eso era algo que Pedro nunca querría negarle. Pero solo porque pensaba que no iba a durar.


Con un poco de suerte su padre abriría los ojos y la enviaría de regreso al lugar del que había venido antes de que fuera demasiado tarde