sábado, 2 de noviembre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 37




Celina la miró con las manos en las caderas, en mitad de la entrega de mercancía que acababa de llegar de Seattle.


-Es la cuarta vez que tienes que subir corriendo a contestar al teléfono del apartamento -le dijo a su sobrina-. ¿Por qué no les das a tus clientes el número de la tienda? Si quieres hacer ejercicio, apúntate a un gimnasio.


-Es que no quería usar este teléfono sin pedirte permiso antes.


-Muy bien, pues ya lo tienes. Verás, Paula, no espero que trabajes aquí toda tu vida, ni todo tu tiempo. Te quiero como a una hija, pero cuando llegue el momento te echaré de una patada para que hagas lo que tengas que hacer.


-¡Pero, tía! -exclamó sabiendo que lo decía con buena intención.


-Entiéndeme, ahí fuera hay todo un mundo que te has estado perdiendo y que ahora tienes que descubrir.


-Lo sé. Últimamente tengo la sensación de estar recuperándome de una terrible amnesia. Y creo que empiezo a recordar quién soy -entonces volvió a sonar el teléfono y tuvo que marcharse corriendo a contestar.


Después de fijar dos citas más, volvió a bajar y siguió ayudando a Celina a desempaquetar cosas.


-Aquí hay de todo. ¿Es que no podías dejar nada atrás?


-Nunca se sabe dónde va a estar el tesoro que nadie espera. Además, cuanto más tiempo llevo en este negocio, más cuenta me doy de que no hay que limitarlo. No me gusta vender solo muebles o solo cuadros, prefiero que haya de todo.


Paula sintió aquello como una segunda oportunidad y esa vez decidió que no iba a dejarla escapar.


-Tía…, ¿qué te parecería si yo utilizara un pequeño espacio de la tienda? Me encantaría poner aquí algunas de mis cosas; ya sabes, un par de vestidos de fiesta y algún bolso. No ocuparé mucho y tú darás tu aprobado a todo el material que esté expuesto, por supuesto. Si no te parece bien, lo entenderé…


-También podrías dejar de hablar un segundo y dejarme que diga que sí.



****


Paula entró en la galería de Pedro como una exhalación.


-¡Me ha pasado algo maravilloso! ¡Adivina!


Él la miró sonriendo con gesto burlón.


-Por fin te has dado cuenta de que soy perfecto.


Se acercó a darle un beso en esa sonrisa tan sexy y luego continuó hablando:
-¡Qué arrogancia, señor Alfonso, qué arrogancia! La tía Celina va a cederme parte del espacio de la tienda.


-¡Estupendo! Sabía que lo conseguirías -tiró de ella hasta estrecharla entre sus brazos y empezar a besarla.


Unos segundos después, se apartó un poco de él sin soltarlo del todo y lo miró muy seria. Como todo en la vida, esa oportunidad también iba a tener un lado negativo.


-Esto va a poner las cosas un poco peor para nosotros. Me va a resultar muy difícil tener veinte minutos libres durante el próximo mes.


-Lo sé, preciosa -aseguró acariciándole la cara-. No te preocupes. Cuando encuentres esos veinte minutos, yo estaré aquí esperándote.


Tenía la sensación de que tanta alegría no podía caberle en el corazón.


-Hablando de tiempo libre… ¿Tienes un poco ahora para dedicármelo? -le preguntó ella en tono travieso.


-¿No irás a regañarme?


-No, te lo prometo. Solo quiero que estemos un rato juntos… solos.


Pedro lo comprendió inmediatamente.


-Pues ahora que lo dices…. Llevo unos cuantos días soñando contigo y ese sillón que hay en mi dormitorio…


Paula sintió cómo se le sonrojaba la cara, pero no era de vergüenza, sino del más puro y salvaje deseo. Nunca habría pensado que hacer el amor podía ser tan divertido. Quizá se hubiera dado cuenta un poco tarde, pero pensaba recuperar el tiempo perdido.


-Pues yo también he estado soñando algunas cosas, ¿sabes? -le dijo agarrándole la mano.





UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 36




Paula no sabía si era a causa de su sangre escocesa, o simplemente el efecto acumulativo de observar la tensión en el rostro de Pedro cada vez que estaba con los gemelos; el caso era que tenía un mal presentimiento.


El había propuesto que fueran todos juntos a cenar a Papá Pizza y, aunque ella sabía que aquel era un lugar solo apto para expertos en niños, también pensó que era un buen gesto por su parte querer llevar a los gemelos a un sitio que les gustaba tanto…


-¿Alguna vez has estado allí?


-Vamos, tan malo no puede ser.


-Será mejor que no lo sepas -respondió ella.


-Sí que quiero saberlo. ¿Crees que no puedo enfrentarme a unos cuantos niños jugando y corriendo de un lado a otro?


-Está bien, pero recuerda que fuiste tú el que lo propuso.


Sí, lo había propuesto él, Pedro no podía quitarse de la cabeza que él solo se había metido en aquella tremenda pesadilla. Paula se había levantado a pedir pizza y hacía un buen rato que no veía a Abril y a Marcos; tampoco habría sido capaz de distinguirlos entre las hordas de niños gritones que abarrotaban el local. Comparado con aquello, un concierto heavy era un remanso de paz.


-La pizza estará en un par de minutos -le dijo Paula al llegar a la mesa.


-Creo que me habría venido mejor una aspirina -respondió él masajeándose las sienes.


-No exageres, no ha sido tan malo. Creo que hasta vamos a conseguir salir de aquí de una sola pieza.


-Imposible, yo ya he dejado aquí gran parte de mi capacidad auditiva.


Paula se echó a reír.


-Tengo una noticia que te compensará. Mañana tenemos la tarde para nosotros… solos, Male se lleva a los niños al cine.


Eso sí era algo por lo que merecía la pena vivir. 


Entre los niños y las horas que Paula se pasaba en la tienda o cosiendo, apenas podían verse y mucho menos en privado.


-¿Y no tienes que trabajar? -le preguntó para asegurarse.


-Nada que no pueda hacer en otro momento. No sé tú, pero yo estoy harta de esperar.


En lugar de hablar, respondió dándole un rápido beso en los labios.


Y con un solo beso se sintió lo bastante fuerte para ir a buscar a los gemelos mientras ella iba a recoger la pizza a la barra. Pero se arrepintió de haberse ofrecido a hacerlo en cuanto se encontró a los pies del enorme castillo-laberinto-tobogán plagado de niños que aullaban como lobos.


PedroPedro! -dijo una vocecilla al tiempo que una manita se agarraba a sus pantalones-. ¡Abril se ha subido arriba del todo y ahora le da miedo bajar!


-Voy a buscar a tu madre.


-¡No! Eso tardaría demasiado, tienes que subir tú -le pidió con ojos angustiados-. Vamos, Pedro, por favor.


-Está bien, dime dónde está.


Estupendo. Estaba justo en medio de todos los niños y en lo más alto de aquel extraño armatoste. Se fue acercando sin pensarlo dos veces.


-Abril, ¿puedes bajar hasta donde estoy?


- ¡Noooooo!


Estupendo.


-¿Y el tobogán? ¿Por qué no bajas por el tobogán?


-¡Noooooo!


Bueno, estaba claro que iba a tener que subir. 


Se mordió la lengua para no decir todo lo que se le pasaba la cabeza y se dispuso a trepar por aquel estrechísimo agujero.


-No te muevas de ahí, Abril, ahora mismo estoy contigo.


Por si el número de niños que le gritaban y empujaban mientras iba subiendo no fuera suficiente, a eso había que unirle su terrible pánico a los espacios pequeños como aquel. No obstante, continuó sin detenerse y tratando de no pensar en el sudor frío que le cubría la frente. 


Un tramo más y ya estaría con la pequeña, un tramo más y…


Ni rastro de ella.


-¡Abril! -todos los niños de alrededor lo miraron riéndose. Estupendo, acababan de volver a tomarle el pelo.


Ahora tendría que bajar por el tobogán que seguramente había utilizado también Abril.


Mientras se dirigía de vuelta a la mesa, ensayó su primer discurso paternal. Esos pequeños tramposos se iban a enterar. Pero cuando se asomó al comedor, vio que Paula estaba sola. 


¿Cómo iba a decirle que había perdido a sus hijos? El enfado fue dejando paso al terror a medida que iba mirando por todos los rincones y no los encontraba.


-¿Estás bien, Pedro? -le preguntó Paula agarrándolo por detrás al tiempo que se preguntaba si estaría tan asustado como su aspecto parecía indicar-. Les he dicho a Abril y a Marcos que te esperaran para empezara comer.


-¿Están…?


-Muertos de hambre -completó ella tomándolo de la mano y dirigiéndose hacia la mesa-. Estás muy raro, ¿quieres contarme qué ha pasado?


-Creí que los había perdido. Subí a rescatar a Abril, pero cuando llegué ella ya no estaba, habían desaparecido los dos.


-Sí, Abril me ha dicho que los niños que la estaban molestando se fueron y ya se atrevió a bajar. Una vez la perdí en unos grandes almacenes; se había escondido entre unas perchas y apareció justo cuando estaba a punto de llamar a la policía y al cuerpo de seguridad de la tienda. No es un bonito recuerdo, la verdad.


Pedro empezaba a darse cuenta de que aquello iba a ser más difícil incluso de lo que había previsto. No llegaba a entender cómo una persona sola podía hacerse cargo de dos niños y aun así dormir por las noches y conservar la cordura. Tenía que admitir que aquella era una tarea para la que no estaba capacitado. Se sentía como un verdadero cobarde preguntándose en qué demonios se había metido.




UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 35





Eso hizo y salió más que recompensada. Fue maravilloso.


Paula se acurrucó contra Pedro cubriéndole el pecho con su melena como si fuera una red que lo atrapara, pero eso no le importó; atrapado y feliz. Aquello era algo realmente nuevo.


-Nunca antes había sido así -dijo ella con voz lánguida.


Pedro tuvo que admitir ante sí mismo que no lo agradaba la idea de que para ella hubiera habido un «antes». Era absurdo siendo madre de dos niños. Atrapado, feliz y estúpido.


Como respuesta, le dio un beso porque no se sentía capaz de expresar con palabras lo que había sentido perdiéndose dentro de ella. Al menos no podía explicárselo a ella porque eso habría significado poner nombre a lo sentía por ella y a lo que había entre ellos.


La palabra «amor» le flotaba en el subconsciente, pero luchó por no dejarla salir. 


Todavía lo asustaba demasiado pensar en algo así porque nunca, jamás había utilizado esa palabra para designar lo que sentía por una mujer. Y no podía utilizarla tampoco con Paula hasta estar completamente seguro de que encajaba. Ella merecía que fuese sincero. Eso le recordó que, hasta el momento, no había sido del todo honesto con ella.


No podía olvidar la cara con que lo había mirado al verlo aparecer con las guairas para los niños; se había comportado como un ruin manipulador. 


Aquel regalo no había sido más que una oferta de paz. Pedro cerró los ojos consciente de que, si no esa última mentira, sí debía contarle todo lo demás. Y aquel era justo el momento.


-Nunca hemos hablado de este tema -empezó a decirle muy deprisa para no poder cambiar de opinión-, pero creo que debes saber que tengo dinero. Y mucho.


Paula se incorporó y se quedó mirándolo apoyada en un hombro.


-¿Eres rico?


-Sí -respondió sin más dilación.


-¿En serio? -esa vez se sentó del todo-. ¿Y hay algún motivo por el que no me lo hayas dicho hasta ahora?


-Pues… no -hasta para sus propios oídos, aquella era la respuesta de un sucio mentiroso.


Paula encendió la luz y lo miró pensativa.


-Así que eres rico…


-Prefiero decir acomodado.


-Puedes denominar tu situación económica como te dé la gana, pero eso no cambia el hecho de que hayas estado ocultándomelo -dijo negando con la cabeza-. Supongo que eso explica que llevaras un traje hecho a medida… pero, ¿sabes lo que más me molesta? Lo que realmente me pone frenética es que creyeras que iba a importarme si tenías dos dólares o dos millones. ¿Qué demonios te hizo pensar que yo podía ser una cazafortunas? ¿Acaso he hecho algo sin darme cuenta… como pedirte diamantes con el desayuno? A lo mejor es por ese sábado que fuimos al cine en lugar de esperar al día del espectador.


-Paula…


Se puso en pie llevándose la sábana con ella y dejándolo completamente desnudo y destapado.


-Todavía no he terminado contigo -dijo envolviéndose en la sábana como si fuera una toga-. No se te ocurra pensar jamás, jamás, que quiero ni un solo dólar tuyo. Aldo siempre utilizó su dinero como un arma contra mí y yo lo odiaba, ¡lo odiaba con todas mis fuerzas! Solía hacer cosas como olvidar ingresar dinero en la cuenta de la casa si decía algo que no le gustaba delante de sus amigos, y luego me lo daba si era «buena chica». Nunca volveré a ser «buena chica» para nadie. Me valgo por mí misma y solo acepto el amor si me lo dan de manera sincera y desinteresada… Lo que más me duele es que se te hubiera pasado por la cabeza que estaba intentando utilizarte.


Pedro se había puesto en pie y se había sentado en la cama, viéndola andar de un lado a otro de la habitación como un león enjaulado. 


Cuando se quedó callada, él suspiró y le hizo un gesto para que se sentara a su lado; ella le hizo caso, pero guardó cierta distancia.


-Nunca pensé que estuvieras intentando utilizarme. Lo que voy a decirte no es excusa para lo que he hecho…


-Me alegro.


-… más bien una explicación -se tomó unos segundos para ordenar sus ideas antes de comenzar a hablar. Nunca se le había dado bien ser humilde, pero ahora sentía que debía hacerlo-. Tuve una novia durante mucho tiempo. Era una ejecutiva sofisticada… Creo que al principio le atrajo la idea de estar con alguien que no había terminado sus estudios, ni tenía los modales refinados de todas sus demás amistades. Después de un tiempo me acostumbré a jugar con sus reglas, pero siempre tuve la sensación de no pertenecer a todo aquello… era como si me hubiera colado en la vida de otro.


-Sé a qué te refieres -aquella breve sonrisa le dio esperanzas para continuar. Quizá llegara a perdonarlo.


-El caso es que mi negoció empezó a ir viento en popa y comencé a ganar mucho dinero… De pronto me di cuenta de que toda nuestra vida era una especie de escaparate; gastábamos sin parar y acabamos teniendo facturas más altas de lo que había sido en otro tiempo mi sueldo de un año -solo hablar de aquello le devolvió el dolor de cabeza que lo había martirizado durante la pesadilla que estaba describiendo-. Aguantamos juntos un año más, hasta que me di cuenta de que aquella vida me estaba matando y le dije a Victoria que iba a vender el negocio. Intenté explicárselo, pero se puso como una fiera y me abandonó.


Paula se acercó a él y le estrechó la mano.


-No tienes por qué seguir contándomelo si no quieres -le sugirió llenándolo de consuelo.


-Sí, quiero hacerlo. Me di cuenta de que lo único que quería de mí era mi dinero. En el tiempo que estuvimos juntos, yo no fui más que su juguete y la chequera que lo pagaba todo. Cuando por fin vendí el negocio, decidí que no volvería a mirar atrás.


Pedro se quedó mirando las manos unidas en su regazo.


-Y resulta que llevaba todo el tiempo mirando atrás. Solo quería encontrar a alguien que estuviera interesada en mí y no en mi dinero.


-A mí me interesas tú -le susurró ella-. Te lo prometo.


Y él empezaba a sentir por ella algo que jamás había sentido por nadie. Quizá debería habérselo dicho, pero todavía le daba demasiado miedo. Así que lo que hizo fue abrazarla fuertemente.


-¿Crees que puedo convencerte para que te deshagas de esa sábana?


Una hora después, tras haber hecho el amor de nuevo, Pedro observaba a Paula mientras esta dormía y pensaba que haría todo lo que fuera necesario. Cambiaría e intentaría adaptarse a los niños y a todas las obligaciones que traían consigo. No tenía la menor idea de cómo iba a enfrentarse a las responsabilidades paternales sin desearlas en absoluto, pero iba a intentarlo. Iba a convertirse en su hombre, o si no moriría en el intento.




UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 34





Pedro se quedó paralizado en la puerta del salón. Todas las fantasías y sueños que había tenido no se acercaban siquiera a lo que tenía ahora frente a sus ojos. Intuía que, bajo la ropa, Paula escondía un cuerpo delicioso, pero era mucho más; la expresión que había en su rostro, una mezcla de duda, deseo y sentido del humor, era la culminación de tanta belleza. No parpadeó, no quería perderse ni un segundo aquella maravillosa visión. No podría calcular cuánto tiempo estuvieron allí parados mirándose el uno al otro.


-¿Qué?


-¿Qué… qué?


-Habías empezado a decirme algo.


-¿Ah, sí? -ni siquiera lo recordaba.


Paula se tapó con el vestido, que había dejado apoyado en el sofá, pero era demasiado tarde; la imagen de su desnudez ya se había quedado grabada en la memoria de Pedro para siempre.


-Vale -dijo ella-. Estás empezando a ponerme nerviosa. Sé que me sobran unos kilos y que tengo estrías, pero deberías probar a quedarte embarazada de gemelos…


-No -respondió él después de quitarse la chaqueta y la corbata y empezando a desabrocharse la camisa al tiempo que se acercaba a ella, impaciente por sentirla cerca de él.


-¿No qué?


-Que no te sobra ni un gramo. Eres perfecta -le quitó el vestido de las manos y lo dejó caer al suelo-. Y no, no quiero quedarme embarazado de gemelos.


Con un solo dedo tembloroso, acarició la curva que formaba su pecho cubierto por aquel diminuto sostén. No podía aguantar las ganas de inclinarse y hacer con la boca lo que ahora estaba haciendo su mano. No podía parar, jamás había sentido algo como aquello.


Nada podría pararlo. Tenía que hacerla suya, pero no quería asustarla con tanto ímpetu. Le bajó los tirantes del sujetador y comenzó a besarle el escote. Sabía tan dulce, toda ella era tan dulce, que podría alimentarse de ella el resto de su vida.


Paula cerró los ojos, dando rienda suelta a las sensaciones que le provocaban los labios de Pedro paseándose por su cuerpo. Todo era tan nuevo, nadie la había tocado de esa manera. La acarició siguiendo el borde de las bragas y luego metiendo la mano por debajo de la tela.


Le bajó las medias hasta los tobillos entreteniéndose en cada centímetro de piel que quedaba al descubierto; allí podía sentir sus músculos poniéndose en tensión.


-Por favor -imploró ella, incapaz de soportar aquello por más tiempo, pero no sabía muy bien qué era lo que le estaba pidiendo.


Pedro volvió a ponerse de pie y la condujo hasta el dormitorio, iluminado por decenas de velas. 


También había una sola rosa color lavanda en la cómoda, y una botella de vino con dos copas. 


Aquellos dulces detalles la llenaron de emoción y ternura. Dos lágrimas rodaron por su rostro y ella no hizo nada por detenerlas.


-No llores, preciosa -la voz de Pedro también estaba entrecortada por la emoción y eso hizo que más lágrimas se agolparan en sus ojos-. ¿Necesitas sentarte?


-No -respondió ella y después se echó a reír-. Lo que necesito es que me hagas el amor.


-¿Ni siquiera un «por favor»?


Paula sonrió acordándose de la otra vez que habían mantenido esa misma conversación.


-¿Ayudaría en algo?


-Una mamá como tú debería saber que los modales son siempre importantes -respondió él con una sexy sonrisa.


Ella deslizó las manos hasta la abertura de su camisa y le acarició delicadamente el pecho cubierto de vello. Podía notarle el corazón latiendo como si fuera a explotar. Le gustaba la idea de que estuviera conteniéndose solo por ella. Acercó la boca a su oído para decirle con un susurro:
-Por favor.


Pedro la besó con una pasión que hizo que ambos se olvidaran al instante de las velas, la rosa y el vino. La suavidad dio pasó al deseo desatado. De alguna manera que ninguno de los dos podría recordar después, acabaron en la cama completamente desnudos. Las manos ásperas eran una delicia para la piel suave de Paula, que sonreía disfrutando de sus caricias. 


También ella pudo admirar su desnudez, el sabor de su piel contra la que apretaba su propio cuerpo sin ninguna inhibición. Con él nada le resultaba extraño, no se sonrojaba cuando le preguntaba si le gustaba que la acariciara donde o como lo estaba haciendo. Le encantaba todo lo que él le hacía, y le pedía más… hasta que finalmente le suplicó que la hiciera suya.


-Todavía no -susurró él-. He imaginado esto demasiadas veces.


Siguió acariciándola de un modo que ella jamás había soñado con llegar a experimentar y desencadenó en su interior una tormenta de placer tan intensa, que casi se parecía al dolor. 


Dentro de ella había un vacío que tenía que ser llenado urgentemente.


Al ver que él sacaba una cajita de la mesilla de noche, Paula pensó en los amiguitos que tenía guardados en el bolso; pronto llegaría su turno. Muy pronto.


Cuando por fin entró en ella, Paula se puso en tensión muy a su pesar.


-Hacía mucho tiempo -le explicó abrazándolo con fuerza.


-Lo sé. No te preocupes -le susurró él-. Yo haré que lo disfrutes. Confía en mí.




UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 33




Le resultó imposible comer nada, no podía dejar de pensar en los amiguitos que tenía escondidos en el bolso y que parecían hablarle desde allí.


«Queremos salir de aquí. Hace mucho calor». Pedro, por supuesto, acabó por darse cuenta de que ni siquiera había probado la comida.


-¿Por qué no me dices qué es lo que te tiene tan… distraída?


-No es nada, no te preocupes.


-¿Es por los niños? -no sin cierta culpabilidad, se dio cuenta de que apenas había pensado en los gemelos; seguramente porque sabía que con la tía Celina estaban perfectamente.


-No, no es eso. Se lo estarán pasando genial con Celina.


-¿Y tú? ¿Te lo estás pasando bien?


«Aún no, amigo», le pareció que decían desde el bolso.


-Estás tardando demasiado en contestar -dijo Pedro-. Voy a tener que esforzarme un poco más. ¿Por qué no bailamos?


-¿Bailar?


«Pues sí que estás desentrenada. Solo tienes que pegarte mucho a él y…»


-Venga, no le des más vueltas, vamos a bailar.


Lo miró mientras él le tendía la mano; aquel traje, hecho a medida a menos que su vista la engañara, lo hacía parecer aún más alto y fuerte.


Ya en la pista de baile, Pedro la estrechó entre sus brazos y ella se pegó mucho a él… Solo aquel contacto hizo que la mente de Paula se llenara de otras imágenes que quizá presagiaran lo que iban a compartir esa misma noche.


-Estás temblando. ¿Tienes frío?


-No -respondió tajantemente mirando hacia el suelo. Nunca había sentido un deseo tan arrollador y primario.


-Paula, mírame -le pidió con dulzura pero al mismo tiempo con fuerza-. ¿Tienes miedo de mí? - esa vez su pregunta era más bien temerosa, en sus ojos no había ni rastro de su habitual gesto burlón-. Esta noche no tiene por qué pasar nada más aparte de esto. Podemos ir todo lo despacio que quieras.


-No es eso -respondió con un susurro casi imperceptible.


-¿Entonces?


-No es nada malo, pero no puedo dejar de temblar -intentó reírse, pero los nervios se lo impedían.


-¿Por qué?


Se agarró a él más fuerte y sosteniéndole la mirada le contestó:
-No puedo dejar de imaginarme cómo será cuando tú y yo…


Le fue imposible terminar porque el mero hecho de intentar expresarlo con palabras la hizo acalorarse más de lo que podía soportar en mitad de tanta gente.


-Espera un segundo -dijo entendiéndolo todo de pronto-. Vámonos de aquí ahora mismo -no había terminado de decir la última palabra cuando la agarró de la mano y la sacó de la pista de baile y del restaurante tan rápido como le fue posible.


Ninguno de los dos dijo ni una palabra durante el camino a casa; Pedro condujo a través del denso tráfico sin soltar la mano de Paula ni un instante. Por su parte, ella trató de respirar hondo y de pensar en algo que no fuera lo ansiosa que estaba por sentir aquel fuerte cuerpo desnudo pegado a su piel.



-Vamos a mi casa -le dijo al llegar al aparcamiento.


Subieron las escaleras casi corriendo y Paula pudo comprobar que al menos no estaba sola en aquel torrente de pasión. Una vez en el apartamento, Pedro desapareció en lo que ella intuía era el dormitorio y le pidió que lo esperara un segundo en el salón. Ella recordó todas las noches que, desde su cama, había imaginado estar junto a él al otro lado de la pared, justamente en la habitación en la que iba a estar en tan solo unos segundos. Ahora ya estaba allí… asustada y llena de deseo.


Observó el salón cuyo único mobiliario eran un sofá y muchos, muchísimos libros. Sin perder la concentración para seguir relajada, se bajó la cremallera del vestido, se fue despojando de toda su ropa hasta quedarse con un conjunto de ropa interior que jamás se habría atrevido a llevar con Aldo. Por algún motivo, intuía que Pedro iba a tener una opinión más liberal al respecto.


Justo en ese momento, oyó que su voz se acercaba al salón:
-Oye, Paula…