domingo, 23 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 31

 


Cuando llegaron a la habitación de la posada, Pedro le dijo que tenía que hacer algunas llamadas de negocios, y que iba a utilizar el teléfono del salón para no molestarla.


Realmente tenía algo que hacer, pero no tenía nada que ver con sus negocios. Casi inmediatamente estaba de vuelta en el colegio, frente al sorprendido tutor.


—¡Señor Alfonso! ¿Ha olvidado algo?


—Algo así. Me gustaría hablar con Mateo.


El tutor miró por encima del hombro de Pedro, como si buscase a Paula.


—La señora Alfonso…


—No, sólo yo.


—Sígame. Estaba muy afectado cuando volvió a su habitación. Veré si quiere hablar con usted. Podrá encontrarse con él en la misma habitación.


—Está bien.


Pedro se dirigió a la habitación y se sentó, no muy seguro de lo que le podía decir al muchacho, pero decidido a hablar con él.


Después de unos minutos que le parecieron una eternidad, Mateo apareció en la puerta. Pedro se aclaró la garganta y se le acercó con la mano extendida.


—Hola, Mateo. Yo soy Pedro Alfonso. No nos conocemos, pero tu padre y el mío eran buenos amigos.


El saludo de Mateo fue firme y Pedro se dio cuenta de que la simple mención de J.C. había sido suficiente como para conseguir que el chico se interesara.


—Sí —le contestó Mateo—. Sé quién es usted. Es el nuevo marido de Paula. ¿Lo ha enviado ella?


—No. En realidad, ni siquiera sabe que estoy aquí. Pensé que tú y yo debíamos de hablar un poco, conocernos.


Mateo lo miró a los ojos, pero no le contestó.


—Le hiciste mucho daño hoy.


Mateo se dio la vuelta.


—¿Por qué no me dejáis los dos en paz? De todas formas, eso es lo que realmente queréis.


—Eso no es cierto, Paula te quiere y te dijo la verdad acerca de nuestro matrimonio. Es un trato comercial, nada más.


Mateo volvió a mirarlo.


—No lo creo.


—Es cierto. Pregúntaselo a Patricio Bradly. Todo lo que ella ha hecho ha sido por ti. No planeó esto, pero era la mejor forma de salir de una mala situación. Puedes ver esto ¿no?


—¿Y por qué no me lo dijo? ¿Por qué tuvo que intentar hacerme ver que todo iba bien?


—No quería preocuparte más de lo que ya estabas. Pensó que el dinero, o mejor, la falta de dinero, sería demasiado para ti después de la muerte de tu padre. Puede que estuviera equivocada, pero lo hizo de corazón. Paula te quiere.


—¿Y a usted? ¿Lo quiere a usted también?


La pregunta le tomó por sorpresa y se encogió de hombros.


—No lo sé. Es un poco pronto para eso ¿No crees? —le dijo sonriendo.


—A usted le gusta. ¿No es así?


—Sí, me gusta. ¿Alguna objeción?


Mateo se le quedó mirando un momento, luego se encogió también de hombros.


—No me importa.


Pedro casi se rió ante ese farol, pero logró controlarse.


—Mateo, sé que estás herido. Sé también que has pasado mucho durante los últimos años. Ha habido cosas que no podías controlar, que te han hecho mucho daño. Pero ahora puedes controlar lo que estás sintiendo hacia Paula. Dale el beneficio de la duda. Habla con ella; cuéntale lo que sientes.


—Lo que usted quiere es que la perdone ¿no? Que perdone y olvide. Pero eso no es tan fácil como parece.


—No te estoy diciendo que sea fácil. Ni siquiera estoy diciendo que estés equivocado. Todo esto ha sido llevado muy mal. Pero ha sido un trato de negocios y, desafortunadamente, en esos tratos no se tienen en cuenta los sentimientos.


Pedro se le acercó y se puso justo delante. Le sorprendió ver que era solamente un poco más alto que el muchacho. Mateo estaba haciéndose un hombre.


—Lo que ahora necesitas tener en tu vida es a alguien en quién apoyarte, alguien a quién amar. Esa es Paula. No tires todo por la ventana; nunca encontrarás a nadie como ella.


Pedro le puso una mano sobre el hombro y se dispuso a marchar, sin saber qué más decirle, sintiendo que podía haber hecho más daño que bien con ese acto impulsivo de volver para hablar con él.


—Parece como si estuviera hablando más acerca de usted mismo que de mí —dijo Mateo.


Pedro se volvió, impresionado por la intuición del chico.


—Tal vez lo estaba haciendo.


Salió de la habitación, resistiendo la tentación de volverse para ver la reacción de Mateo.





EL TRATO: CAPÍTULO 30

 


Paula observó a Mateo cuando entró en la habitación y se dirigió directamente a la ventana, tan lejos de ella como le resultaba materialmente posible. Ni siquiera la saludó.


Había dejado a Pedro con el tutor y, por un momento, deseó que estuviera allí con ella para apoyarla moralmente o de cualquier otra forma.


Notó las diferencias en el chico nada más verlo. Llevaba el pelo más largo y sus habitualmente cálidos ojos castaños parecían reflejar su preocupación. También había un leve vello en su barbilla y sobre el labio superior. Había cambiado durante esos meses, más que eso, se había hecho mayor… no sólo en estatura como suele ocurrir con los chicos de esa edad, sino que realmente se había hecho mayor. El rostro mostraba una tristeza que parecía permanente y le rompía el corazón saber que ella era la causante de ese aspecto.


—Mateo —le imploró—. Por favor, mírame.


Mateo se dio la vuelta lentamente y se quedó mirándola con frialdad.


—¿Estás aquí por ti misma?


—Sí, por supuesto.


—¿Dónde está tu marido?


Paula dudó un momento.


—¿Es que no estáis de luna de miel? —continuó Mateo.


—Mateo… por favor, deja que te explique.


—¿Que me expliques qué, Paula? Papá murió sólo hace dos meses y tú ya te has vuelto a casar. ¿Desde hace cuánto tiempo estabas saliendo con tu nuevo marido antes de que él muriera?


—¡Mateo! Yo nunca…


—¿Sabes lo que dicen de ti los chicos? ¿Lo sabes?


—No es así. No nos conocíamos. No hasta el mismo día de la boda. Por favor, siéntate y deja que te explique todo lo que sucedió. Deja que te diga lo que tenía que haberte dicho hace ya meses. Por favor.


El rostro de Mateo se quedó como de piedra, pero ella se dio cuenta de que se le movía la nuez como si estuviera a punto de llorar de emoción. Él se acercó al sofá y se sentó.


Paula se aclaró la garganta y trató de explicarle lo mejor que pudo todo lo que le había dicho Patricio acerca de sus problemas económicos. Le contó todo. Le dijo que el matrimonio sería algo temporal y que muy pronto volverían a ser ellos dos solos de nuevo.


—Así que ya ves que nada ha cambiado en realidad. Yo no te he abandonado y empezado una nueva vida. Es un trato comercial.


—¿Y por qué no me lo has dicho antes? Podríamos haberlo arreglado. Siempre hemos hablado de todo… Papá, tú y yo.


—Lo sé y lo siento. Ahora sé que debía de habértelo dicho, pero quería protegerte…


Él se levantó.


—Ya no soy un niño, Paula. ¡Tenías que haberme dicho lo que estaba pasando! ¡Yo puedo cuidarme de mí mismo!


—Mateo, por favor. Habrías tenido que dejar este colegio. ¿Es que no lo entiendes? No hubiera podido permitirme que siguieras aquí.


—¡Yo podría haberlo dejado… habría podido ponerme a trabajar!


—¡No seas ridículo! Tienes sólo catorce años. Y ya sabes lo que pensaba tu padre de este colegio.


Mateo estaba casi llorando.


—Lo sé, y también lo que pensaba de la casa, Paula. ¡Y tú la vendiste! No me preguntaste lo que yo quería. Ahora estás viviendo con él. Tienes una nueva familia. ¡No me necesitas!


Cuando él pasó a su lado hacia la puerta, ella lo agarró del brazo.


—No digas eso, Mateo, no es verdad. Tú eres mi única familia y te quiero. Por favor, escúchame.


Las lágrimas le corrían libremente por el rostro mientras trataba de librarse de ella.


—¡No! —le gritó—. ¡Vuelve con él! ¡No te necesito! ¡No necesito a nadie! ¡Déjame solo!


Salió corriendo hacia la puerta, cerrándola de un portazo, luego salió corriendo hacia el salón, donde casi se dio de bruces con el tutor y Pedro al mismo tiempo.


Pedro entró rápidamente en la habitación y se encontró a Paula llorando.


—¿Qué ha pasado?


Paula lo miró y las lágrimas le corrieron por el rostro. Se levantó luego y se acercó a la mesa para sacar un pañuelo del bolso.


—No quiere olvidarlo, Pedro, y está tan sólo. Le dije lo que no debía. Mis explicaciones parecían tan adecuadas antes de verlo… y, cuando lo vi, incluso a mí me parecieron fútiles, así que imagínate cómo le han debido parecer a él. Yo creía que estaba haciendo lo correcto, pero él ya no es un niño y ahora no sé cómo llegar a él.


Pedro la abrazó. En su interior luchaba la compasión por ella y el resentimiento contra el chico. Paula amaba a Mateo y él le había hecho mucho daño, rehusando el amor que ella le había ofrecido tan libremente. Se dio cuenta de que estaba celoso y se lo recriminó a sí mismo, pero lo que acababa de suceder le hacía hervir la sangre y supo que tenía que hacer algo.


—¿Te importa si volvemos ahora a la posada? Tengo un pequeño dolor de cabeza —le dijo ella. 


Por supuesto. Vámonos.


Se encontraron con el tutor cuando salían.


—Denle tiempo. Los chicos a su edad son muy volubles.


Ella asintió y se dejó conducir al coche por Pedro.




EL TRATO: CAPÍTULO 29

 


Paula estaba completamente vestida y casi lista para marcharse cuando Pedro abrió los ojos a la mañana siguiente. La observó mientras se maquillaba, dándose cuenta de cómo le temblaban las manos. Estaba nerviosa, tensa… y preocupada. Se estrujó el cerebro entonces para encontrar algo qué decir que la aliviara un poco.


—Buenos días —dijo sentándose en la cama.


—Hola —le contestó Paula sonriendo rápidamente—. Siento haberte despertado. Traté de hacer el menor ruido posible. Tengo que estar allí antes de que Mateo empiece sus clases.


—No, no me has despertado, pero deberías haberlo hecho —le contestó él saliendo de la cama—. Dame diez minutos y te llevaré.


Paula se volvió a mirarlo.


—No tienes que…


—Quiero hacerlo. Me quedaré fuera; lo único que quiero es estar allí por si me necesitas. ¿De acuerdo?


—De acuerdo.


Pedro se metió entonces en el cuarto de baño. Paula se quedó mirando la cama vacía y deshecha. Le podría haber resultado tan fácil el olvidarse de todo y volverse a meter en la cama con él. Se podía perder en él, pretender que no eran más que otra pareja feliz pasando la noche en una posada campestre. El pensamiento era tentador, tanto que agitó la cabeza para apartarlo de la mente.


Satisfecha por fin con el maquillaje, se dirigió al cuarto de baño. A través de la puerta cerrada, pudo oír el ruido de la ducha. Abrió un poco la puerta y le dijo:

—¿Pedro? Te espero abajo.


Él tardó un poco en contestarle. Escuchó atentamente y oyó el ruido de la puerta de la habitación al cerrarse. Los pensamientos le pasaban por la cabeza a la misma velocidad que los chorros del agua de la ducha.


Tan pronto como había abierto los ojos, le resultó evidente que el largo beso con el que había soñado y la mañana pasada en la cama estaba fuera de lugar. Esta Paula era todo negocios. Le maravillaba la capacidad camaleónica que tenía para transformarse tanto en suave y vulnerable como en una persona fría y decidida en un abrir y cerrar de ojos.


Cerró los grifos y salió de la ducha. A la vez que aceptaba la necesidad que tenía ella de hacer eso sola, también aceptaba su propia necesidad de que lo incluyera a él. Estaba demasiado atento a sus propias emociones como para no darse cuenta de que esa sensación, esa necesidad era algo distinto. El deseo le resultaba familiar, pero eso era algo totalmente nuevo.


Quitó el vapor del espejo con la toalla y se preparó para afeitarse. No estaba muy seguro de cómo iba a marchar esa relación, pero no se sentía incómodo por la forma en que le estaba afectando. Le daba la bienvenida de muchas formas al reto, ya que nada le gustaba más que eso. Sentía cómo la excitación le burbujeaba en el interior, como si algo importante estuviera a punto de suceder. La sensación era similar a la que experimentaba cuando estaba a punto de culminar un negocio importante. No podía decir lo que era, pero definitivamente, no quería detenerla.


Sonrió. Tal vez se estaba enamorando.