sábado, 3 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 5





-Parece que éste va a ser otro domingo ardiente, queridos radioyentes. Pongan en marcha sus viejos aparatos de aire acondicionado y metan otra lata de cerveza en la nevera para mí –decía la voz del locutor por el aparato de radio.


Paula bostezó mientras se servía otra taza de café. Después se levantó para ajustar el ventilador, que hacía un ruido metálico. Por un lado, la noche anterior le había parecido interminable, y por otro, parecía que nada hubiese sucedido antes de que los primeros rayos de otro sofocante y húmedo amanecer se colasen a través de su ventana.


-Las predicciones meteóricas para el día de hoy hablan de un noventa y siete, casi un noventa y ocho por ciento de humedad ambiental –continuó el locutor.


Cerrando los ojos, Paula apagó el aparato de radio. Nunca se dedicaba a escuchar programas tan aburridos por la mañana, pero en aquella ocasión quería oír las noticias. No le sorprendió que no se hiciese ninguna mención al arresto de los dos hombres que habían sorprendido en el apartamento de Pedro. Aparte de la puerta hecha astillas, todo había transcurrido de forma tan discreta que la noticia no ofrecía ningún interés para los medios de comunicación. 


Ya lo había predicho Pedro al irse por la mañana, hacía ya cinco horas.



Paula escogió un sillón cómodo y mullido para colocarse delante del ventilador. Dejó la taza en la mesa de la cocina y se relajó. Si no fuese por las señales que seguía teniendo en la espalda, que le recordaban que había rodado por el suelo con Pedro encima, sería difícil creer que todo lo de la noche anterior había sucedido en realidad y no pertenecía a su imaginación. Aquéllas eran las cosas que sucedían en algunas novelas, pero que nunca podrían suceder a Paula Chaves. Nunca había pasado nada extraordinario en su rutina diaria, a excepción del día que ardieron las cortinas de la casa del señor Stead.


Aquel encargo de la empresa de catering le había dado problemas desde el primer momento. Con su madre y tres de sus sobrinos enfermos con gripe y Jeronimo y Geraldine de viaje, Paula advirtió a su padre que no podían llevar adelante el trabajo y que habría que contratar a alguien más de forma provisional hasta que los demás pudiesen reincorporarse al trabajo. Pero su padre insistía en que no iba a contratar a nadie que no fuera de su familia. Así, Catering Chaves vio reducida su plantilla para la fiesta del señor Stead.


De repente, durante la fiesta, un fuerte viento abrió las ventanas. Unido al exceso de coñac que acompañaba las cerezas y a una colilla descuidada, originó un pequeño incendio que en pocos instantes envolvió las cortinas del salón. Actuando rápidamente, Paula se las arregló para arrancar las cortinas y sacarlas por una puerta lateral hasta la piscina, antes de que el desastre pasara a mayores. La rapidez de su intervención salvó la fiesta y la bonificación que les habían prometido.


Paula se preguntaba qué había sucedido con su capacidad de reacción la noche anterior. Si las circunstancias hubiesen sido diferentes, si no hubiese sido Pedro quien había irrumpido aquella noche por la ventana de su habitación, podría haber ocurrido algo terrible. Prefirió no seguir pensando en ello. Ahora estaba bien. Al menos, parecía que todo había terminado ya. Tenía muchas cosas que hacer aquel día, como planificar el próximo trabajo de catering, probar la última salsa para postres y ponerse en contacto con los proveedores. Los detalles que ocupaban sus horas cada día. Debería dejar de preocuparse por lo que podría haber sucedido si el hombre que entró en su habitación hubiese sido otro en vez de Pedro.


Si su familia estuviese al tanto de lo que había sucedido allí la noche anterior, insistirían en que volviese a casa con ellos. 


No considerarían que en parte ella había sido culpable, pues, de haber actuado como una persona normal y prudente, nunca habría dejado abierta la ventana de su piso.


No, la familia Chaves no le reprocharía que no hubiese pensado antes en lo que podría suceder si alguien, desplazándose sobre el alféizar, entrase en su habitación por la ventana en mitad de la noche. Sólo le dirían que no era normal que una mujer quisiera vivir sola, sin la protección de un hombre fuerte a su lado. No darían ninguna importancia al hecho de que ya se las arreglaba perfectamente sola desde hacía más de cinco años.


Paula levantó la vista hacia el ventilador. Era demasiado temprano y hacía ya demasiado calor para seguir pensando en lo ocurrido. Lo único que le importaba era que, a pesar de lo que los demás pensasen, a ella le gustaba vivir así, luchando por conseguir lo que quería. Sus ahorros aumentaban en el banco y, en cuanto cobrase el cheque por su último trabajo, estaría muy cerca de poder cumplir su sueño de abrir su propio restaurante.


Aquello no significaba que no quisiese a su familia. A pesar de su actitud excesivamente protectora, eran buenas personas. El problema era que no podían entender sus deseos de independencia, de conseguir una vida distinta de la que habían planeado para ella. Su padre quería que continuase con el negocio familiar. Su madre prefería que hiciese lo mismo que ella había hecho: conseguir un buen hombre que la cuidase, casarse con él y pasar los siguientes veinte años descalza, embarazada y en la cocina.


Paula disfrutaba cocinando, pero el resto no le interesaba en absoluto. Una vez, hacía tiempo, cuando estaba enamorada de Ruben, podía haberse decidido por aquel tipo de vida, pero aquello habría sucedido cuando aún no había descubierto la terrible fragilidad que provocaba el amor.


Su familia insistía ahora en que ya era hora de que lo intentara de nuevo. Todos parecían tan satisfechos con la estabilidad de sus matrimonios que no podían comprender su deseo de independencia. Pero, si Paula había aprendido algo de sus años junto a Ruben, era que no necesitaba ningún hombre que la cuidara para llevar una vida completa. 


Estaba muy feliz sin nadie. Además, a pesar de la insistencia de su madre y de su cuñada en presentarle gente nueva, no había vuelto a encontrar ningún otro hombre que despertase algún interés en ella.


De repente, la imagen de Pedro Alfonso pasó por su mente. 


Recordó en concreto la figura de Pedro cuando de pie junto a la ventana, con la piel iluminada por la luz de la luna. 


Paula dejó la taza de café en la mesa con un ruido sordo. 


Era cierto que, desde el momento en que fue consciente de que Pedro no iba a hacerle ningún daño, se había despertado en ella un creciente interés por él. Todo ello no tenía tampoco nada de extraño, considerando su aspecto físico. Sus anchos hombros y sus extremidades musculosas resultarían atractivas para cualquier mujer. Por otro lado, tampoco Pedro tenía nada nuevo que ella no hubiese vista ya antes. Había crecido junto a seis hermanos, y las formas masculinas habían perdido para ella todo el misterio hacía mucho tiempo. Aunque era evidente que existía una gran diferencia entre un niño y un adulto.


Paula se mordió el labio superior, reviviendo las imágenes. 


Nunca habría sospechado lo que realmente había bajo el aspecto externo de aquel aburrido contable al que conocía, o al menos creía conocer, desde hacía dos meses. Estaba segura de que, si Pedro se cansase alguna vez de su trabajo en la policía, podría ganarse la vida como bailarín de striptis, después de lo que había podido ver aquella noche. Paula se reprendió a sí misma por encontrarse de nuevo pensando en la desnudez de Pedro como si fuese una tímida virgen.


Por tal y como le había explicado Pedro que se habían desarrollado los hechos la noche anterior, su desnudez era inevitable. En ningún momento parecía preocupado por el hecho de encontrarse desnudo, aunque luego le había pedido algo de ropa para cubrirse ante la llegada de la patrulla. Incluso en aquel momento había definido su falta de ropa como un inconveniente sin demasiada importancia y, por supuesto, nada de lo que tuviera que avergonzarse. Se diría que para Pedro el irrumpir desnudo por la ventana en la habitación de una mujer fuese algo habitual.


Aquélla era otra razón por la que no debería profundizar en sus relaciones con Pedro. La experiencia le decía que eran demasiado diferentes. Un hombre como Pedro, un policía que estaba en contacto cada día con el peligro y la muerte, seguramente buscaría para sus relaciones personales una mujer también muy activa y valiente. Por otro lado, si ella suspiraba con el simple hecho de verlo hablar por teléfono, trataba de imaginar qué sería teniéndolo como amante.


Se puso de pie, exasperada, y oyó el sonido de unos nudillos que llamaban a la puerta de su piso. Miró el reloj. Su madre había dicho que se pasaría a verla por la mañana para planificar juntas el próximo trabajo de catering, pero sólo eran las siete. Suspirando, Paula se recompuso la bata y se dirigió a la puerta.


-Buenos días –dijo deslizando la cadena y abriendo la puerta-. Llegas demasiado… Oh, pero si eres tú.


-Buenos días, Paula. ¿Esperabas a alguien?


Paula se recompuso instintivamente. Era obvio que Pedro no había podido dormir mucho más que ella. Aún llevaba puestos los pantalones cortos, las zapatillas de tenis y la camiseta hawaiana de su sobrino. La sombra de su creciente barba oscurecía su rostro, y sus ojos reflejaban la fatiga acumulada durante toda la noche. Pero, con todo ello, resultaba un hombre desconcertante y muy atractivo. 


Aunque estuviera vestido.


-Sí, estoy esperando a mi madre –respondió.


Él dirigió una mirada a la bata y luego al pasillo que se abría delante de él.


-Deberías comprobar quién llama a la puerta antes de abrir.


El gesto irritado de Paula ante el comentario fue automático.


-Esperaba a mi madre, pero parece que ha venido uno de mis hermanos, con el mismo afán protector –espetó.


-Por mi tipo de trabajo, considero que la precaución es un buen hábito –dijo Pedro, dejando escapar una sonrisa irónica-. Por otra parte, me estremezco al pensar que podrías ser una persona cautelosa como la mayoría y dormir con la ventana cerrada. Me habría visto en un gran compromiso ante esos dos tipos que entraron en mi casa.


-¿Se ha resuelto ya todo respecto a esos hombres que te perseguían?


-Sí, ya está todo bajo control. Simplemente venía para darte las gracias de nuevo por tu ayuda –aclaró.


-De nada.


La irritación producida en Paula por la sonrisa irónica de Pedro se desvaneció. De repente, tenía la impresión de que Pedro se comportaba como un muchacho tímido, y por otro lado, su amplia sonrisa y sus ojos brillantes lo hacían parecer mucho más interesante que la noche anterior. 


Aunque la pasada noche había visto ya todo lo que él tenía por ver.


-Me figuro entonces que ya no queda nada más que hacer por mi parte, salvo que me citen a declarar como testigo.


-No te preocupes. No será necesario. Quiero disculparme otra vez por haberte asustado anoche.


-No pasa nada, de verdad.


-Aunque creo que no será necesario que vayas a declarar como testigo, hay algunos detalles del caso que me gustaría poder aclarar contigo. ¿Tienes unos minutos para hablar ahora sobre ello? –preguntó Pedro.


-Sí, supongo que sí.


-Si no te importa, preferiría que hablásemos dentro.


Tras una breve vacilación, Paula abrió la puerta y lo invitó a pasar.




EN LA NOCHE: CAPITULO 4




-Estas pruebas rayan el límite entre lo aceptable y lo inaceptable, pero son más o menos lo que esperaba de ti –dijo Javier mientras tecleaba en el ordenador-. En cualquier caso, le daré el disquete al fiscal en cuanto llegue. Buen trabajo –añadió con además brusco.


Sorprendido por la felicitación, Pedro se apoyó en el quicio de la puerta y observó a su superior. javier Jones no tenía el aspecto de alguien que llevase toda la noche despierto. El nudo de su corbata permanecía intacto. Tenía la espalda erguida, casi en actitud militar bajo su camisa blanca. Y ni uno sólo de sus cabellos grises como el acero se había movido de su sitio, aunque nada de ello sorprendió a Pedro.


Desde que lo conocía, hacía diecisiete años, incluyendo los cuatro años que había trabajado con él en una fuerza especial contra el crimen organizado, nunca había visto a Javier perder la compostura. Aquel hombre era el prototipo de policía entregado a su deber: sus decisiones eran rápidas, su instinto era certero y su energía parecía inagotable.


El ser destinado a una fuerza especial era algo que no todo el mundo podía aguantar. Varios de sus compañeros habían terminado quemados o habían abandonado. No pudieron soportar los estragos que el trabajo de incógnito puede originar en la vida privada de un agente. A Epstein y a O’Hara los destinaron a la brigada de homicidios, y Prentice desapareció sin dejar rastro en algún pueblecito de Maine. 


Pero aquel tipo de trabajo se ajustaba perfectamente a Pedro. A él le gustaba correr riesgos y tomar decisiones importantes en fracciones de segundo. Aunque en muchas ocasiones, como en aquélla, una llamada de teléfono le bastaba para conseguir ayuda, por lo general trabajaba solo.


Aquélla era otra razón por la que le gustaba su trabajo. Le gustaba vivir solo. En teoría había vivido solo desde que tenía dieciséis años, aunque realmente ya estaba solo varios años antes. No tenía a nadie a quien responder, a quien preocupar o a quien dejar en la cuneta. Así era como hacía su trabajo y sabía que aquélla era la forma en que quería vivir su vida.


Paula también vivía sola. Durante los dos meses que Pedro llevaba viviendo en la casa contigua a la suya, nunca había visto que recibiera visitas. Ni siquiera últimamente, con la ola de calor que hacía que todas las ventanas estuvieran siempre abiertas, había oído ningún sonido procedente de su piso. Sin embargo, a veces sabía que Paula estaba en casa por los aromas que llegaban de su cocina, a veces caseros como de pastel recién hecho y otras más exóticos, que lo transportaban a lejanos lugares.


El reclamo de su estómago le hizo recordar que no tenía a mano más que el espeso café de la máquina de la comisaría. Necesitaba una ducha y un buen afeitado, pero antes se echaría una profunda cabezada durante una hora. 


Esperaba que así mejorase su concentración y sus pensamientos no girasen en torno a Paula Chaves y al aroma de su cocina, a su suave cabello, sus enormes ojos azules y la sensación imborrable de haberla sentido junto a sí.


Tenía la sensación de que también Paula parecía encontrarse bien junto a él. Todo aquello lo había impresionado tan profundamente que le hacía olvidar todos los acontecimientos tan importantes que habían sucedido en las últimas horas.


Sería difícil que una situación como aquélla se repitiera. Él estaba en medio de una investigación. Tenía que conseguir pruebas suficientes para atrapar a Fitzpatrick. No tenía tiempo para distracciones. Además, Paula tampoco le había propuesto otro encuentro y, aunque lo hubiese hecho, seguro que no habría sido para una cita personal.


A pesar del impresionante cuerpo que había visto la noche anterior a través del camisón, a juzgar por su apariencia y su comportamiento, Paula disfrutaba con la soledad tanto como él.


-¿Qué vamos a hacer ahora? –preguntó, volviendo a concentrarse en la conversación.


-Cerraremos el almacén hoy mismo –respondió Javier con la mirada fija en el ordenador.


-¿Y luego?


Javier Jones hizo una pausa mientras leía la relación de direcciones que tenía delante.


-Llevas sesenta y un días dedicado a fondo a esta investigación. Espero tu informe mañana a primera hora.


Pedro frunció el ceño, pensando en las horas que le llevaría hacer el informe. Aquélla era la parte de su trabajo que menos le gustaba. Por mucho que costase reconocerlo, tal y como estaban las cosas, lo mejor que podía hacer sería intentar sacar el mejor provecho de la pruebas sobre Fitzpatrick que tenían en sus manos y esperar que la próxima vez hubiese más suerte.


Se cruzó de brazos y se instaló en su mesa, junto a la puerta. Echó un vistazo a la foto de Fitzpatrick que se encontraba sujeta a la pared del pequeño despacho de Javier. El rostro redondo del hombre de negocios, de mediana edad que sonreía desde el tablón parecía el de un bondadoso y pelirrojo Papá Noel.



-Tiene que haber un método mejor para sorprender a Fitzpatrick. Aún no tenemos ninguna prueba que lo implique directamente para poder llevarlo a los tribunales.


-Soy consciente de ello.


-Está actuando de manera muy inteligente al mantenerse al margen del lado oscuro de sus negocios. Necesitamos investigar más, recoger más datos.


-Ya tenemos datos –dijo javier, aproximándose al monitor.


-Tendríamos más si ese tipo del montacargas no me hubiese visto meterme el disquete en el bolsillo.


-Te habrían descubierto antes o después. Tu tapadera no era lo suficientemente sólida.


-La próxima vez me aseguraré de que sea hermética.


La silla de Javier chirrió cuando se giró hacia Pedro.


-¿Qué tienes en mente?


“Buena pregunta”, pensó Pedro. La razón por la que estaban investigando una sucursal del almacén era porque Fitzpatrick era increíblemente cauteloso a la hora de elegir al personal y había que dar muchos rodeos para poder aproximarse a él. Podía llegar a la paranoia en lo concerniente a su seguridad personal.


-Tiene que haber algún detalle que se nos escapa.


-Hacia finales de mes incrementaremos la vigilancia –añadió Javier.


-Eso será dos semanas antes de la boda de su hija. ¿No es así?


-Cierto.


-¿Crees que va a descuidar su seguridad precisamente entonces? –preguntó Pedro.


-A juzgar por su trayectoria, no creo que eso suceda. Pero estaremos vigilándolo de todas formas. Si se presenta una oportunidad, la aprovecharemos.


Pedro ahogó un juramento. La primera vez que habían oído hablar de la inminente boda de Marion, la hija única de Fitzpatrick, pensaron que sería una oportunidad para intentar atravesar su cordón de seguridad, pero hasta el momento no habían tenido ningún éxito. Fitzpatrick podría dar lecciones de seguridad al Servicio Secreto.


-¡Lo que daría por poder echar un vistazo a la lista de invitados!


Javier apretó los labios con gesto de frustración antes de regresar a su ordenador.


-Tenemos que trabajar dentro de la ley, Alfonso. Sabremos quiénes son los invitados cuando estén allí.


-Ya lo sé, pero sospecho que la mayoría de los invitados no asistirá precisamente para ver la boda de esa chica. Muchos negocios se harán allí. No hay nada como las bodas y los funerales para reunir al clan –observó Pedro.



-Es evidente que, si pudiésemos tener un hombre dentro, sería una enorme ventaja pero, de momento, es imposible.


-¿No has podido infiltrar ninguno? –preguntó Pedro.


-Aún no lo he conseguido. Dudo que alguien pueda llevar la furgoneta de la floristería sin que se le exija ninguna acreditación para pasar.


-Pero con el tráfico que habrá debido a la boda y alguna ayuda externa podríamos tener alguna posibilidad.


-En estos momentos estamos investigando a todas las personas que se están contratando para la boda, pero hasta ahora no hemos encontrado ningún dato interesante. Fitzpatrick actúa de forma tan cautelosa como siempre. No firma ningún contrato hasta la víspera. No sabíamos aún quiénes serían los encargados del banquete hasta hace dos días –se detuvo un momento, pensativo-. ¡Un momento! Ya está. Tu vecina.


-¿Qué pasa con ella?


-Me dijiste que se apellida Chaves, ¿verdad?


Pedro no respondió. No era necesario contestar a las preguntas de Javier. Aquel hombre tenía tan buena memoria para los detalles como su ordenador.


-¿Qué pasa con ella? –insistió Pedro.


Javier estaba sentado delante de su ordenador, hasta que vio aparecer en la pantalla la siguiente lista.


-¡Aquí está! –exclamó.


Sabía que había visto aquel nombre recientemente en algún sitio. Catering Chaves era la empresa que habían contratado para servir el banquete en la boda de Fitzpatrick. Su propietario era un individuo llamado Joel Chaves.


-Debe de haber centenares de Chaves en la ciudad. Las posibilidades de que Paula tenga relación con él son muy remotas –afirmó Pedro.


-Como ya te he dicho, el contrato se firmó hace tan sólo dos días y no hemos tenido aún mucho tiempo para investigarlos. Te informaré si descubro que existe alguna conexión con tu vecina.


Pedro se frotó el mentón mientras obligaba a su cerebro a pensar sobre ello. Paula parecía demasiado inocente para estar involucrada en algún asunto de Fitzpatrick. Por otra parte, uno de los motivos por los que Fitzpatrick conseguía siempre escapar a la justicia era que se aseguraba de que las empresas que trataban directamente con él fuesen intachables.


Siempre se mantenía alejado de los aspectos turbios de sus negocios. Y cuando se trataba, como en aquella ocasión, de algo tan importante como la boda de su hija, estaba seguro de que sería más cuidadoso que nunca para elegir a una empresa de catering cuya reputación estuviese fuera de toda duda.



Poniéndose de pie, Pedro se dirigió hacia la puerta. No tenía mucho sentido dar más vueltas al asunto en aquel momento. 


Por supuesto que sería muy interesante tener ya algún contacto establecido con alguien relacionado con la boda de Fitzpatrick, pero el hecho de que Paula se apellidase Chaves no pasaba de ser una casualidad. Teniendo en cuenta la poca suerte que estaban teniendo con aquel caso hasta el momento, sería absurdo hacerse ilusiones.


-De acuerdo –respondió Pedro-. Voy a ver si Bergstrom ha hecho algún progreso.


-Déjalo en paz –ordenó Javier-. Los dos sabemos de sobra que se asegurará bien de no dejar ningún cabo suelto.  Tienes que hacerme el informe.


-Sí, ya lo sé –respondió Pedro, quejumbroso.


-Y una última cosa, Alfonso.


-¿Sí? –respondió Pedro, deteniéndose ante la puerta.


Javier alisó una arruga imaginaria en su corbata y se inclinó de nuevo hacia el ordenador.


-Ya sé que estamos padeciendo una ola de calor, pero la próxima vez que vengas, preséntate correctamente vestido. Esto es una comisaría, no una playa.


EN LA NOCHE: CAPITULO 3




Pedro se levantó de la cama y se dirigió hacia la ventana concentrado en los ruidos que llegaban del piso contiguo. A juzgar por el sonido, parecía que estaban registrando todo el piso, probablemente en busca de la prueba. Entonces se agachó sobre el suelo, tanteando en la oscuridad. Extendió la palma de la mano a lo largo del rodapié y sonrió aliviado cuando sus dedos tocaron la esquina dura y plana del disquete que se le había caído al saltar por la ventana de Paula.


A pesar de que habían descubierto su tapadera y de que tendría que pensar en otra forma de conseguir las pruebas contra Fitzpatrick, a menos se las había arreglado para copiar los datos en un disquete. Nombres, fechas, cifras y más detalles que esperaba pudiesen constituir una prueba suficiente para poder cerrar aquella sucursal por blanqueo de dinero.


Había tardado varios meses en crear al personaje de Tindale e infiltrarse en el almacén, un asunto de poca importancia el caso Fitzpatrick. Lo que necesitaban era encontrar la manera de llegar hasta el jefe a través de las sucursales del almacén.


-Pedro… -susurró Paula.


-¿Qué?


-Tengo muchas preguntas que hacerte –dudó-. No sé por dónde empezar. ¿De verdad eres policía?


-Sí, pero ahora no llevo la placa encima –dijo levantando un poco la cortina para ver si había signos de movimiento en la calle.


-¿Así que no eres contable?


-No. Ésa era la tapadera que estaba utilizando para el caso en el que estoy trabajando ahora.


-Y te llamas Pedro Alfonso, y no Pedro Tindale, ¿verdad?


-Efectivamente. Tindale es sólo mi tapadera.


-Pero esto es increíble. Nunca habría pensado que no fueses quien decías ser.


-Pues otros se han dado cuenta.


-Dime una cosa. ¿Cómo has llegado hasta aquí?


-Por el alféizar.


-¿El alféizar? Pero si no tiene más de seis u ocho centímetros de ancho.


-Mide más, unos quince.


Pero no quería recordar los momentos de nervios que había pasado mientras caminaba por el saliente de ladrillos de la fachada, a unos doce metros de la acera de cemento.


-Afortunadamente estaba descalzo –continuó- y he podido utilizar los dedos de los pies para sujetarme mejor.


El silencio se hizo entre ellos durante unos instantes, hasta que Paula se aclaró la garganta con una suave tos.


-Sí, ya me he dado cuenta de que vas descalzo.



Pedro bajó la vista e hizo una mueca. En fin; los refuerzos estaban en camino y Paula parecía más calmada. No quedaba por tanto nada más por hacer que esperar. Tal vez pudiera dedicar aquellos momentos a ocuparse de un pequeño detalle. Aunque quizás no fuese tan pequeño.


Tenía la costumbre de dormir desnudo. Pero en aquel momento tenía demasiado calor para poder dormir. Había ido a la cocina a buscar una cerveza fría cuando oyó que alguien subía las escaleras hasta su puerta. Una ojeada por la mirilla le bastó para advertir el peligro en que estaba. No tuvo tiempo para vestirse. Había sido una suerte, porque no habría conseguido andar por el alféizar vestido y calzado.


Pero el caso era que ahora estaba desnudo en casa de su vecina. Si se enteraban, los chicos de la comisaría se lo iban a recordar toda la vida.


-Paula, ¿te importaría prestarme una toalla o algo así para taparme un poco? –preguntó.


-¿Una toalla? Por supuesto. Vuelvo enseguida.


Pedro se volvió a tiempo para observar la ágil figura de Paula que se dirigía hacia la entrada. Si aquel piso era igual que el suyo, debería haber un armario justo enfrente de la puerta. Cruzó la habitación, pero la entrada estaba vacía. De repente, oyó unos ruidos que procedían del salón. Era como si alguien estuviese arrastrando algo por el suelo. Intentó tranquilizarse, pensando que se trataba de su imaginación.


-Paula –llamó suavemente.


De repente, pudo oír un golpe, seguido de una exclamación ahogada y el sonido de un interruptor eléctrico. El salón estaba iluminado por la luz del interior de un armario. Pudo ver que Paula estaba subida sobre un taburete, esforzándose por alcanzar una caja de cartón situada en el estante superior del armario. Pedro parpadeó varias veces. 


No era debido al repentino brillo de la luz en medio de la oscuridad. Hasta aquel momento no había podido observar el atuendo de su vecina. Sabía que llevaba algo encima porque había visto unos tirantes sobre los hombros cuando la tuvo que sujetar entre las sábanas para evitar que hiciese ruido.


Si no la hubiera vuelto a mirar, habría seguido pensando que su ropa de dormir era tan voluminosa como la que utilizaba durante el día. Su camisón era claro y brillante como la luz de la luna que entraba por la ventana. Cuando Paula se puso de puntillas, estirando los brazos por encima de la cabeza, la transparencia del camisón le permitió ver las escasas partes de su cuerpo que cubría la prenda. Intentó no mirarla y lo consiguió durante unos breves segundos. 


Pero la visión de la hermosa mujer penetró en su cerebro. 


Era tan atractiva como siempre había presentido.


Todo aquello era increíble, una locura. No comprendía qué le estaba sucediendo. Reflexionó durante un momento y se preguntó cómo podía desaprovechar un segundo en observar el cuerpo de Paula en un momento como aquél. 


Pedro atravesó la habitación hasta llegar junto a ella.



Paula se esforzaba por sacar una caja de cartón del estante superior del armario. Cuando vio a Pedro contuvo la respiración y evitó mirarlo a los ojos.


-¿Qué haces? –preguntó Pedro, dejando el disquete y extendiendo los brazos para ayudarla a bajar la caja.


-Mi sobrino se dejó unas cosas cuando vino a ayudarme a pintar. Jimmy tiene sólo quince años, pero es muy largo para su edad. Bueno, no tanto como tú, pero… -su mirada se detuvo al fin sobre la de Pedro-. Puede haber algo mejor que una toalla que te puedas poner encima.


Antes de que tuviese tiempo de pensar en una respuesta, Pedro pudo oír el sonido de las alarmas de los coches de policía en la calle, junto al edificio. Parecía que la pesadilla tocaba a su fin. Sin perder un solo instante, Pedro depositó la caja en el suelo y la abrió con impaciencia. En su interior encontró un par de zapatillas de tenis que parecían al menos cuatro números más pequeñas, una gorra de béisbol morada y una camiseta con dibujos hawaianos. Sacó de la caja unos vaqueros, pero, en cuanto los estiró pudo ver que eran demasiado pequeños y que nunca conseguiría meterse dentro de ellos.


Creo que aquí hay algo que te puede servir –dijo Paula sacando unos viejos pantalones cortos con flecos.


Sin dudarlo, Pedro los aceptó, dándole las gracias y sujetándose sobre un pie mientras introducía el otro en el pantalón.


-Es la segunda vez que me salvas la vida esta noche.


Se oyeron pasos en la escalera. Pedro contuvo la respiración y se ajustó los pantalones. A pesar de ser viejos y estar cedidos, le estaban bastante estrechos. No podía ni agacharse pero, con todo, eran mejor que nada. 


Seguidamente se dirigió hacia la puerta sin hacer ruido, y ordenó a Paula que se mantuviese detrás de él. Pedro sentía el calor de su respiración en la nuca.


-Creo que será mejor que te quedes junto a la puerta –le dijo-. Podría resultar peligroso.


Un golpe seco procedente de su piso le hizo girar la cabeza. 


Parecía como si estuviesen haciendo astillas con algún mueble. Seguro que habían enviado a un joven agente lleno de energía, que estaba destrozando la puerta del piso. Era precisamente lo que quería evitar. El motivo por el que había salido por la ventana era precisamente que no quería provocar un tiroteo. Podría haber ciudadanos inocentes alrededor, por lo que había que evitar el riesgo de una confrontación. La munición de la policía no atravesaba las paredes, pero no sabía qué armas llevarían los otros.


Murmurando en voz baja, rodeó a Paula con los brazos y se tumbó en el suelo. Antes de que pudiera emitir ninguna protesta, Paula se encontraba tumbada de espaldas en el suelo y Pedro estaba encima de ella. Otra vez.