lunes, 27 de septiembre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 20

 


La palabra tortura ni siquiera empezaba a definirlo. Paula lo comprendió cuando se metió en el probador por centésima vez. Era como si ella no existiera como persona. Se quitó el vestido de cóctel azul oscuro que tanto el señor Alfonso como Patricia habían acordado que no era la mejor elección del día y tomó el vestido negro para metérselo por la cabeza con un cierto aire de frustración. Se sentía como si fuera tan sólo un maniquí.


Sin embargo, todo cambió cuando se puso los zapatos negros que Patricia había elegido y salió del probador.


Sus dos torturadores estaban sentados en el sofá de terciopelo que había frente a los probadores con las cabezas juntas. Parecían compenetrarse perfectamente… hasta que fueron conscientes de que ella estaba esperando que opinaran sobre ella.


–Oh –dijo Patricia. Aparentemente se había quedado sin palabras.


Paula miró a Pedro y sintió que la respiración se le aceleraba al ver la expresión de su rostro. Sus ojos brillaban con evidente apreciación.


–Ese por supuesto –dijo.


–Así es –afirmó Patricia.


Pedro se levantó y se acercó a Paula, que estaba de pie muy nerviosa.


–¿Por qué no probamos así, para suavizar las cosas un poco?


Le quitó las gafas y se las guardó en el bolsillo de su chaqueta. Entonces, extendió las manos y soltó el cabello de Paula y se lo alborotó.


–Sí, mucho mejor…





MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 19

 

Iba vestida con un traje a medida que transmitía la elegancia que a Paula siempre le habría gustado lucir, un par de zapatos de altísimo tacón que no estarían fuera de lugar en Sexo en Nueva York y transmitía un aire de seguridad sin esfuerzo alguno. Iba muy bien peinada con un elegante recogido. Por su aspecto, parecía que no había tenido que preocuparse por su apariencia ni un solo día de su vida.


–Señorita Adams, soy Paula Chaves–dijo, decidida a llevar la delantera y a no permitir que la presentaran como la víctima de un sacrificio.


–Paula, te ruego que me llames Patricia. Encantada de conocerte. ¿Me permites? –preguntó antes de dirigir inmediatamente las manos a los botones de la chaqueta de Paula–. Me gusta ver con lo que estoy trabajando desde el principio.


Paula se tensó mientras los hábiles dedos de Patricia volaban por los botones. Tan sólo llevaba una fina blusa bajo la chaqueta, una blusa que se había puesto porque nunca, nunca, se quitaba la chaqueta. Eso lo había aprendido a muy temprana edad, cundo había decidido que era mejor ocultar lo que la convertía en un imán para la atención no deseada de hombres de todas las edades, empezando con sus compañeros de clase cuando pasó de ser un insecto palo para adquirir la forma de un reloj de arena en muy pocos meses.


Miró a Pedro cuando Patricia le entregó la chaqueta con aire distraído. ¿Sería él igual que los demás? ¿Se olvidaría de que ella era una persona y no simplemente un cuerpo?


Sus ojos castaños se cruzaron con los de ella mientras Patricia la examinaba con ojo crítico. Paula esperaba el momento en el que él bajaría la mirada, como lo hacían todos los hombres, para mirarle los pechos. Sin embargo, no lo hizo. Ni siquiera un instante. Cuando Patricia le quitó la chaqueta y ayudó a Paula a ponérsela de nuevo, ella se sintió aliviada. Tal vez no le iba a resultar tan difícil estar con él.


–Esto va a ser maravilloso –dijo Patricia con entusiasmo–. ¿Cuánto tiempo dijiste que teníamos?


–Tenemos una reserva para cenar a las siete y media –respondió Pedro.


–Vaya, es menos tiempo del que había pensado. No importa. Puedo hacerlo –comentó mientras apretaba la mano de Paula para darle ánimos–. Podemos hacerlo. Eres excelente. Cuando haya terminado, no te reconocerás. Confía en mí.


Lo más extraño de todo era que Paula confiaba en ella. Patricia tenía una cálida manera de ser que la atrajo inmediatamente.


Patricia se volvió a Pedro y le dijo: –¿Nos vamos?


–Por supuesto –dijo Pedro inclinando suavemente la cabeza. Tenía una sonrisa en los labios que dejaba al descubierto un ligero hoyuelo en la mejilla derecha–. Estoy a vuestra disposición durante las siguientes horas. Luego tengo algunas reuniones, por lo que os dejaré solas.


Paula se sintió muy inquieta por el hecho de que él fuera a acompañarlas. Ya se lo había dicho y, dado que él iba a pagar todo, tenía sentido que tuviera voz y voto en lo que se adquiría con su dinero. Sin embargo, pensar que tendría que exhibirse delante de él la ponía muy nerviosa. Ella, que siempre trataba de no atraer la atención de nadie sobre sí misma, sería el centro de atención de un hombre al que encontraba casi irresistiblemente atractivo.


Se le aceleró el pulso cuando él le colocó la mano en la espalda y la animó a salir de la suite. Si se sentía tan desconcertada por algo tan sencillo como un gesto caballeroso, las horas que la aguardaban iban a ser una tortura.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 18

 


Había una ligera inflexión en su voz, como si, bajo tanta timidez, ella tuviera de verdad una voluntad de acero. Por alguna razón, a Pedro le resultó una cualidad tremendamente atractiva. Se preguntó si sería así en el dormitorio. ¿Se mostraría dulce y sumisa para luego hacerse con el control? Una inesperada oleada de calor se apoderó de él y le provocó que la sangre se le acumulara en la entrepierna.


–Oh, sí. Claro que tienes opción –dijo. Dudó y vio el modo en el que los hombros de Paula se relajaban y cómo sus generosos pechos se movía bajo la chaqueta antes de proseguir–, hasta cierto punto.


–No voy a permitir que me vista para que yo parezca una ramera.


Ahí estaba de nuevo. Aquella fuerza. Pedro se contuvo para refrenar la necesidad de cruzar la distancia que los separaba y mostrarle lo bien que estaría que dejara que él llevara el control de la situación. Se recordó que era demasiado pronto.


–No te preocupes. Nada más lejos de mi intención –dijo.


Un golpe en la puerta interrumpió el silencio que se extendió entre ellos.


–Esa debe de ser la señorita Adams.


Paula permaneció completamente inmóvil. Aquello iba a ser mucho más difícil de lo que había anticipado. El día anterior todo había parecido muy sencillo. Trabajar como su asistente personal. Fingir que era su prometida. Evitar que Facundo fuera a la cárcel.


Pensar que Pedro Alfonso iba a elegir su ropa, que él iba a fabricarle una imagen para el papel que ella había accedido a interpretar, le provocó un escalofrío. ¿Cómo iba a soportarlo? Ella siempre elegía sus prendas para ir a trabajar en una tienda de segunda mano de su barrio, que recibía las prendas de las zonas más ricas de la ciudad. Todo lo que compraba era de buena calidad, aunque algo pasado de moda. ¿De verdad importaba tanto?


Se lo imaginó esperando al otro lado del probador mientras ella se probaba las prendas que él había elegido para que le diera su aprobación y se sintió muy incómoda. Incómoda y algo más. Algo que le provocaba un escalofrío de anhelo en su interior, en un lugar que ella controlaba sin piedad y que llevaba sometiendo férreamente desde el día en el que asumió la custodia de Facundo.


Tenía responsabilidades. Por supuesto, había tenido algún que otro novio, incluso amantes, pero jamás se había permitido dar un paso más allá. Jamás se había permitido sentir. En aquellos momentos, le daba la sensación de iba a ser más difícil de lo esperado mantener las distancias con Pedro Alfonso.


–Te presento a Patricia Adams.


La voz de Pedro la sacó de sus pensamientos y la obligó a concentrarse en el momento. Había esperado sentir una profunda e inmediata antipatía por Patricia Adams, tan sólo porque Pedro le había ordenado que se dejara aconsejar por ella, pero resultaba difícil sentir antipatía por la joven que estaba frente a ella. Tenía la piel fresca y suave. Una simpática sonrisa le adornaba el rostro mientras que unos poco habituales ojos color violeta brillaban con alegría