jueves, 18 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 29

 


Sin el pequeño animal acurrucado contra su pecho, Paula se sentía extrañamente fría.


Habían interrumpido a la cuidadora, que estaba sentada a la mesa con su familia, pero, al ver al animal huérfano, todos se habían puesto en movimiento, aparentemente acostumbrados a ese tipo de situaciones.


Antes de que Paula y Pedro se marcharan, el marido de la cuidadora les presentó a otros jóvenes canguros, todos criados por la familia y supervivientes a accidentes de carretera. Verlos a todos tan sanos fue la única razón por la que Paula estuvo dispuesta a separarse del cachorro.


No había más que pudieran hacer, pero se había mostrado extrañamente reticente a marcharse. Era estúpido, pero sentía como si fuera su canguro; de Pedro y de ella.


Razón de más para dejarlo atrás, pensó mientras conducían en la oscuridad del bosque. Lo último que necesitaba era razones adicionales para sentirse conectada con un ermitaño confeso. Y además un exmilitar.


—La gente da asco —dado que eran las primeras palabras reales que pronunciaba en todo el trayecto, contenían mucho peso.


—Estoy de acuerdo con eso —dijo Pedro—. ¿Por qué en particular?


—Ese canguro iba tranquilamente a llevar a su bebé a un lugar seguro por la noche, y de pronto, ¡bam!


—Hemos salvado una vida esta noche. Eso es algo.


—A mí no me parece suficiente.


—Eres muy sensible, Paula Chaves.


—Sí.


—Tal vez tengas que haber visto la pérdida de la vida para apreciar el hecho de salvar una.


—Tal vez —reconoció ella—. Nunca ha muerto nadie cercano a mí. No que yo recuerde.


—¿Tus abuelos?


—No. Murieron antes que yo naciera.


—¿Tus padres?


—Mi madre murió en el parto. Mi padre sigue por ahí —«en alguna parte».


—Entonces considérate afortunada.


—Tú has visto muchas muertes —dijo ella.


—Yo he sido la muerte.


Ella se carcajeó.


—Ahora te imagino con una capucha y una guadaña.


—A veces me sentía así.


—Haría falta salvar a muchos canguros para compensar eso, imagino.


Pedro pensó sobre ello.


—No tantos. La muerte es un proceso. La vida es un milagro. Salvar incluso una significa algo.


CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 28

 

Pedro estaba agachado sobre el cuerpo del canguro cuando ella regresó y le entregó la sudadera. Cuando se quedó con las manos libres, Paula regresó junto a las huellas de los neumáticos y tomó una fotografía de las marcas con el móvil, decidida a descubrir quién había estado allí antes que ellos. Alguien con neumáticos caros había estado en el parque esa noche.


Alguien a toda velocidad, a juzgar por la distancia entre el impacto y donde yacía el canguro.


Gente desconsiderada.


—¿Paula, puedes ayudarme?


Paula se guardó el teléfono y se volvió hacia él sin saber bien lo que estaba pidiéndole. Lo que vio le resultó abrumador. Pedro había sacado un pequeño cachorro de la bolsa del canguro muerto. Lo colocó inmediatamente al calor de la sudadera y utilizó las mangas para atarla alrededor del cuello de Paula como un cabestrillo.


—Entra en el coche —le dijo Pedro—. Hay una cuidadora a una hora de camino. La llevaremos allí.


—¿La?


—Mírale los ojos. Son enormes como los tuyos.


Mientras Pedro arrastraba al canguro muerto a un lado de la carretera, ella se subió al coche y aseguró al cachorro cómodamente contra su cuerpo.


No le preocupaba que no pudiera respirar. En una sudadera de lana tenía que ser más fácil que en la bolsa húmeda y gruesa de la madre.


Palpó el teléfono móvil en su bolsillo para asegurarse de que seguía allí y se volvió hacia Pedro.


—Arranca.


CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 27

 


Ya estaba corriendo hacia el animal herido antes de que Pedro fuera plenamente consciente de lo que ocurría, pero aun así él consiguió adelantarse. Cuando llegó al animal, unos brazos fuertes la rodearon y tiraron de ella hacia atrás.


—Paula, no. ¡Espera!


—¿A qué? Necesita ayuda.


—Podría matarte con esas patas. Mírale las patas.


Paula jamás se había fijado en las garras tan salvajes de un canguro.


Pero el resto del animal…


—No creo que ni siquiera pueda moverse.


Pedro se fijó en el animal, en estado crítico, y soltó a Paula, que se acercó al canguro con más cautela. Le salía sangre por la nariz, y giró los ojos al sentir la presencia de los humanos. Pero sus lesiones eran extensas y la rigidez del resto de su cuerpo resultaba delatora.


Pedro también lo vio.


—Tiene la columna rota.


Paula se arrodilló junto al animal y le acarició la piel intentando contener las lágrimas. El canguro giró los ojos para ver lo que estaba haciendo, aunque probablemente no pudiera sentir nada.


—Vuelve al coche —le dijo Pedro con firmeza.


—No. Debe de haber algo que podamos…


—Déjala conmigo. Será más fácil así.


De pronto Paula se dio cuenta de lo que pensaba hacer y el corazón le dio un vuelco.


—No. No puedes…


—Estoy entrenado en matar, Paula. Es lo que mejor hago. ¿Ahora, por favor, quieres volver al coche?


Dividida entre quedarse con él mientras hacía lo impensable y saber que no sería capaz de mirar, se arrastró hacia él.


—Paula —insistió Pedro—, cada segundo que emplees siendo testaruda será un segundo más que este animal esté sufriendo.


Paula agachó la cabeza y apartó la mirada, avergonzada. Al hacerlo, oyó un trágico silbido tras ella. Ambos miraron al canguro y vieron que la naturaleza finalmente se había hecho cargo.


—Paula, en la parte trasera del coche está mi vieja sudadera de entrenamiento. ¿Puedes traérmela, por favor?


Pedro se arrodilló frente al animal muerto y ella corrió al coche a buscar lo que le había pedido. Mientras se acercaba al vehículo, advirtió unas huellas en el camino. Se trataba de un coche que había frenado al chocarse con el canguro y después lo había bordeado para seguir su camino. Agarró su teléfono móvil al mismo tiempo que buscaba la sudadera de Pedro.