sábado, 12 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO FINAL


Se miraron a los ojos comunicándose con los colores de su iris. Paula le acarició los cabellos y Pedro le pasó los dedos por los labios.

—Dime que vas a casarte conmigo —dijo él.

—Me casaré contigo.

—¿Cuántos niños vamos a tener?

—¿Tú cuántos quieres?

—Dos, mejor tres. No sé. Quizá cuatro.

—Ya tengo treinta y tres años. Será mejor que nos demos prisa. Casi no puedo esperar —dijo ella.

—Yo tampoco.

A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas.

—No, por favor —dijo él secándoselas con sus besos.

—Hemos perdido demasiado tiempo.

—No, hemos aprendido, madurado. Lo he estado pensando mucho, Paula. Nunca hubiera funcionado bien. Tú no habrías acabado de estudiar y yo me hubiera convertido en el inútil que tu padre decía que era. Quizá habríamos acabado odiándonos. No ha sido tiempo perdido. Estamos juntos y somos lo bastante mayores como para apreciar lo que tenemos.

—¿Dónde aprendiste a ser tan listo? —preguntó ella sonriendo.

—Lo aprendí de ti. Quizá acabe pegándoseme.

Ella le dio un puñetazo cariñoso y Pedro le respondió con un beso.

—Antes hay una cosa que debemos poner en claro.

—¿Qué es?

—¿A que no adivinas quién estaba en mi ventana aquel día?

—Lorena.

—¿Cómo lo sabías?

—No hace falta ser un genio para imaginar que si no eras tú tenía que ser ella. Pablo y Lorena estaban en su apogeo. Lo sabía todo el mundo.

—¿Pablo y Lorena? ¡Dios! ¿Dónde tenía yo la cabeza? Siempre tan señora, siempre tan buenecita. Nunca hubiera imaginado que…

—¿Sabes una cosa? Para ser alcaldesa eres una ingenua. Quizá acabe metiéndome en política. Al fin y al cabo, necesito un empleo.

Paula le mordió el nombro.

—Ya puedes olvidarlo. Tienes un cargo oficial que desempeñar, el de demonio del pueblo.

—¿Demonio? ¿Después de todo lo que he hecho? Más bien creo que soy un ángel disfrazado de diablo —dijo empezando a moverse dentro de ella—. ¿Tú qué crees?

Paula se acopló a su ritmo sin esfuerzo.

—¡Hum! Quizá, y sólo quizá, seas una mezcla de los dos.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 66

 


Pedro la empujó al centro de la habitación, al punto exacto donde habían hecho el amor por vez primera. Sólo quedaba un demonio que exorcizar.

—Aquí es.

—¿Estás seguro? —preguntó ella con sorna—. A mí me parece que era un poco más a la izquierda.

—No. Me acuerdo de todo perfectamente. Era aquí.

Se inclinó para besarla pero ella le puso la mano en el pecho.

—¿De verdad? No quisiera fallar por un solo centímetro.

—Cierra el pico. Paula.

La besó y, esa vez, ella respondió con toda su alma. Se tumbaron en el suelo conforme se desnudaban.

—¡Eres tan hermosa! ¿Qué quieres que hagamos?

—De todo. Todo lo que te apetezca. Ámame, Pedro.

—¡Cómo te quiero! —exclamó él besándole los párpados.

Paula entreabrió los labios y él no tardó en aceptar su invitación. Las lenguas iniciaron su batalla dulce y húmeda. Pedro ardía de deseo y necesidad sabiendo que no habría otra ocasión como aquella.

Aquella vez era libre.

Aquella vez tenía un futuro.

Le besó los pezones, humedeciéndolos, pellizcándolos hasta que despertaron. Paula tenía las manos en sus cabellos, controlando el movimiento de su cabeza. Pedro siguió bajando, besando su vientre hasta alcanzar el nido de rizos castaños que era el centro de su placer.

Se colocó entre sus piernas y la abrió con los pulgares, apenas rozándola con la punta de la lengua. Paula gimió y arqueó el cuerpo al sentirlo, pero él no abandonó. La besó, saboreó su esencia femenina, levantándole las nalgas con ambas manos mientras la devoraba.

Paula se opuso al asalto de su boca. Quería que se detuviera… No, quería que no se detuviera nunca, la explosión fue repentina, más intensa que nada de lo que hubiera sentido antes. Gritó su nombre una y otra vez mientras que los espasmos la arrastraban al éxtasis.

Pedro se sentía como un animal salvaje. Su olor, su sabor, su cuerpo ondulante le excitaban hasta el dolor. Antes de que Paula hubiera cesado de sacudirse, se puso encima de ella. Entró en sus humedades tórridas a tiempo de absorber los últimos temblores de su orgasmo. La sensación era tan exquisita, tan puramente hermosa, que tuvo que detenerse un momento para paladearla.

—Te quiero —susurró.

Paula abrió los ojos y le rodeó con sus piernas, afianzándole en su interior, con la intención firme de no dejarle salir nunca.

—Demuéstramelo.

Pedro se lo demostró. Cada movimiento de su cuerpo, cada vaivén que los unía y luego casi los separaba para volver a unirlos más plenamente. Todo estaba impregnado de una vida de amor. El mismo amor con el que habían soñado durante años sin llegar a alcanzarlo. Un amor hermoso, agudo, que ahora duraría para siempre.

Paula le arañó la espalda y sonrió satisfecha al comprobar los resultados. Pedro estaba perdido en una nube de pasión tan espesa e intensa que no sabía dónde se encontraba. Se sentía latir dentro de ella, cada vez más duro, más hinchado, hasta que creyó que ya no era posible estarlo más. Intentó prolongarlo, pero era una batalla perdida de antemano. Con un gemido que surgió del fondo de su alma, se abandonó al profundo placer de compartir su cuerpo y su corazón con Paula.



ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 65

 



—¿Lo hago yo o te encargas tú?

—¿De qué? —preguntó ella.

—De forzar la cerradura.

—¡No podemos! Alguien la ha arreglado.

—A mí me parece que esta vacía.

—Son veraneantes.

—Pichones ¿eh? No cuentan —dijo él aplicándose a la cerradura.

Pedro, soy la alcaldesa. No puedo ir por ahí forzando cerraduras.

—¿Ganas mucho con ese trabajo?

—Pues no. Pero, ¿eso qué tiene que ver?

—Porque imagino que vas a tener que mantenerme hasta que Lenape Bay despegue.

—¡Qué!

La cerradura se abrió. Pedro se incorporó con una sonrisa triunfante en los labios.

—¡Vaya! Tengo que reconocer que soy muy bueno haciendo esto. Si la urbanización falla, siempre puedo hacerme profesional.

—¿Ladrón?

—Mujer de poca fe. Me refería a cerrajero. Pasa.

—Eres un lunático.

—No. Sólo soy libre —dijo él cerrando la puerta a sus espaldas—. Ya no tengo nada que perder. Sólo a ti.

—Imposible. Yo te amo.



ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 64

 


Pedro dejó el coche en la cuneta y cruzó a pie las dunas camino de la cabaña. Se detuvo cuando la tuvo a la vista. Era la primera vez que la veía en quince años. No había tenido valor para ir antes temiendo que las viejas heridas volvieran a abrirse. Ya no importaba. Como su sed de venganza, la cabaña ya no tenía ningún poder sobre él.

Paula estaba sentada al borde del embarcadero con las piernas colgando. Tiraba piedras al agua opaca. Pedro se sintió inundado de paz al verla. ¿Cuántas veces habían estado en aquel mismo lugar tirando piedras? ¿Cuántos sueños? ¿Cuántos besos? ¿Cuántas promesas de futuro?

—Este sitio ya no parece el mismo, ¿no te parece?

Paula se sobresaltó al oír su voz.

—¡Pedro! ¿Cuándo has vuelto?

Paula se levantó y echó a andar hacia él con el corazón en un puño.

—Esta mañana. Ya no está tan ruinosa. ¿Te acuerdas de las grietas del techo?

Pedro. No quiero hablar de la cabaña.

—¿No?

—No.

Pedro la contempló un momento

—Estás horrible.

—Muchas gracias.

—De nada. Pablo me ha dicho que no comes. Pensé que estaba exagerando.

—¿Cuándo le has visto?

—Hace un rato.

—¿Para qué?

—¿Es que todo el mundo se ha vuelto loco en este pueblo? Hoy había que hacer efectivo el dinero por los avales de Maiden Point. ¿Tú también lo has olvidado?

—No. Pero desapareciste.

Pedro la rodeó con sus brazos y la atrajo hacia sí.

—¿Me has echado de menos?

—¡Sí! ¡Te he echado de menos, idiota! —exclamó ella—. ¿Dónde te has metido?

—En California. Tenía que solucionar unos asuntos.

—¿No hay teléfonos en California?

—No supe si podía conseguirlo hasta ayer a última hora. No habría tenido sentido hacer promesas que no podía cumplir.

—¿Qué promesas?

—Cubrir los avales y préstamos del proyecto. A cabo de dejar a Pablo en su despacho. Babeaba contemplando el cheque que le he dejado.

Pablo le rodeó el cuello con los brazos.

—¡Lo has hecho! Le dije a todo el mundo que cumplirías con nosotros.

De repente, se quedó callada y le echó una mirada suspicaz.

—¿De dónde has sacado el dinero?

—No lo he robado, si es lo que piensas. Es mío. Todo lo que tenía y algo más. Estoy en la ruina, pequeña.

La sonrisa de Paula tenía algo de beatífico.

—No creo que sea muy correcto alegrarse de eso.

—Soy feliz. Feliz hasta el delirio. Nunca he sido más feliz —dijo poniéndose de puntillas y rozándole la boca con los labios.

Pedro la besó con fuerza. No había soñado con otra cosa en toda su vida. Ella se amoldaba perfectamente a su cuerpo, dándole la bienvenida, despertando el deseo de poseerla allí mismo.

—Vamos a casa —dijo ella viendo su urgencia.

—Demasiado tarde, nena.

La cogió de la mano y la arrastró a la cabina restaurada.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 63

 



Paula se apartó el pelo de la cara y contempló el mar gris de noviembre. El viento helado traía una promesa de invierno prematuro que hacía juego con su estado de ánimo. Aquel era su Día D particular, el día en que Pedro volvería o desaparecería de su vida para siempre. Había luchado con todas sus fuerzas, pero aquel amanecer nublado le había hecho reconocer la realidad. Pedro no volvería. Era un demonio con un aspecto encantador, lo que le hacía más mortífero porque nadie podía evitar quererle.

Y ella le amaba tanto que su dolor de estómago se había convertido en una parte integrante de su anatomía. Se levantaba con él, comía con él, dormía con él. Tan inevitable como la sombra, se alimentaba de ella y crecía con cada día que pasaba sin tener noticias de Pedro.

Era mucho peor que la otra vez. Había sobrevalorado sus fuerzas al pensar que podía resistirlo. No podría sobrevivir al derrumbe del sueño de vivir juntos en la casona con un par de niños alborotando su serenidad victoriana.

Se rodeó el vientre con los brazos doblándose sobre sí misma. Ahí estaba otra vez. No podía más. Había perdido peso, se estaba consumiendo. A partir de aquel día dejaba atrás el pasado y buscaría otras razones para vivir. Había mucha gente que la necesitaba.

Aquel día era un comienzo. Podía sentirlo en la médula de los huesos. No era una casualidad que tomara el solemne compromiso de vivir en el mismo lugar donde todo había empezado…


ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 62

 


El guardia de seguridad del banco le abrió la puerta y Pedro le saludó con una sonrisa. Simuló no darse cuenta de la conmoción que causaba su presencia entre los empleados y se dirigió sin dilaciones al despacho de Pablo.

—¿Está Pablo? —le preguntó a la recepcionista. Cuando la mujer se quedó con la boca abierta, siguió su camino—. No se moleste en levantarse. Yo mismo me anunciaré.

Pedro se aguantó la risa mientras llamaba y abría la puerta sin esperar contestación.

—¿Pero qué…? ¡Pedro! —exclamó Paula poniéndose en pie.

Pedro echó un vistazo a su alrededor.

—¿Dónde se ha metido todo el mundo?

—¿Qué?

—Hoy es el día del pago, Pablo. ¿No te acuerdas? ¿Llego demasiado temprano? —preguntó mientras consultaba su reloj.

—El pago —repitió Pablo como un autómata.

—Sí, El proyecto Maiden Point.

—¿Maiden Point? balbució Pablo poniéndose pálido.

—Pablo, ¿te encuentras bien? te veo un poco demacrado.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—¿Cómo? Hoy es día doce. Habíamos acordado que hoy se haría efectivo el pago de los préstamos.

—Sí… pero, ¿No te habías ido?

—Tuve que ir a California para solucionar algunos asuntos.

Pablo se dejó caer en el sillón.

—Creo que va a darme un infarto.

—Parece que no esperabas verme —rió —. ¿Creías que te iba a dejar colgado?

—Paula me dijo que…

—¿Y qué sabrá ella? Ya sabes que le ha tenido manía al proyecto desde el principio.

—Me dijo que no pensabas efectuar el pago. ¿Es verdad, Pedro?

Pedro sacó el cheque del sobre y lo puso en la mesa delante de Pablo.

—¿A ti qué te parece?

Pablo se quedó mirándolo sin poder apartar los ojos de aquel trozo de papel. Pedro sonrió al ver que el color volvía poco a poco a su rostro.

—Me parece que es la cosa más bonita que he visto nunca —dijo Pablo mirándole a los ojos—. Acabas de salvarme la vida.

—Los Chaves siempre habéis tenido una vena muy melodramática. A propósito, ¿dónde está tu hermana?

—Supongo que en su oficina.

—No, ya he ido. En su casa tampoco está.

—Pues entonces no lo sé. Esta vez se ha tomado muy mal que te fueras. Mucho peor que la otra. Ha perdido peso y se pasa el día llorando. No parece la misma.

—Sin embargo, ha tenido la energía suficiente como para desconvocar la reunión.

—No ha sido ella sino yo. Paula no ha dejado de insistir en que volverías a tiempo. Tendrías que haber visto la que montó con el concejo cuando empezaron a hablar mal de ti. Una verdadera tigresa. Es la única que ha conservado la fe. Y tenía toda la razón.

Pedro se sentía incómodo con el cariz que estaba tomando la conversación. Ser un héroe estaba bien. Un santo ya era excesivo.

—Ya que no me necesitas, voy a ver si la encuentro. 

Pablo se levantó y se le acercó.

—La quieres, ¿verdad?

Pedro sonrió a su manera.

—Sí.

Pablo le tendió la mano y Pedro se la estrechó con fuerza. Se miraron a los ojos.

—Gracias, Pedro —dijo el otro en voz baja.

—Nunca pensé que diría esto, pero no las merece, Pablo.

Pablo se echó a reír. Una carcajada en la que puso todo el alivio que sentía.

—Se ha acabado, ¿no?

—No. Yo creo que acaba de comenzar.

En Main Street volvió sobre sus pasos. Sólo que no prestó atención a las miradas de curiosidad y asombro que le lanzaban. ¿Dónde podría encontrar a Paula? La respuesta le golpeó en el plexo solar con la fuerza de un puñetazo. ¿Dónde habría ido él? A donde todo había comenzado. ¿Dónde si no?