viernes, 10 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 26

 


Él la miró, le acarició la mejilla y la atrajo hacia sí para darle un beso apasionado antes de empujarla suavemente para que se tumbara y besarla de nuevo por todo el cuerpo. Paula estaba a punto de perder el control; lo tomó por los hombros y se abrazó a él para que se tumbara sobre ella, e introdujera su magnífico pene donde debía estar. Respiraba entrecortadamente, entre jadeos y gemidos, sin importarle lo desesperada que sonara. No había hueco para el sarcasmo, lo único que había en su cerebro era deseo. Y Pedro se movió para satisfacerlo.


Paula separó las piernas y se preparó a acogerlo. Le mordió el labio y susurró:

–Ni se te ocurra parar ahora.


–No –contestó él, apoderándose de su boca.


Paula se quedó paralizada, esperando el instante, y Pedro la observó mientras se adentraba en ella. Paula gritó y echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos por la intensidad, incapaz de enfrentarse a la sensación de tenerlo dentro y verlo al mismo tiempo, temiendo que las sensaciones la arrollaran.


Bastó que Pedro se meciera en su interior un par de veces para que estallara la espiral de deseo que Paula había ido acumulando durante la semana. Sus piernas y sus brazos se tensaron con fuerza, sus dedos se clavaron en la cabeza de Pedro, tiraron de su cabello, doblando los dedos de los pies por las sacudidas del placer.


Sus gritos fueron primarios, una respuesta animal a la experiencia del puro éxtasis que la atravesaba.


Pedro se detuvo mientras su cuerpo se sacudía, se retorcía, temblaba. Cuando finalmente ella abrió los ojos, vio que la miraba con una expresión de pura satisfacción masculina. Y eso hizo aflorar a la luchadora que había en ella.


Así que Pedro disfrutaba. También ella quería disfrutar viéndole perder el control. Tomó aire y sonrió al tiempo que empezaba a contraer los músculos. Vio que Pedro abría los ojos y siguió contrayendo y relajando, al tiempo que su sonrisa se ampliaba a medida que él respiraba con mayor dificultad. Alzando la cabeza para mordisquearle un pezón, Paula le apretó las nalgas, y sintió su sexo crecer un poco más en su interior. Entonces lo besó sensualmente al tiempo que acariciaba cada milímetro de su cuerpo, primero con delicadeza y cada vez con más fuerza, más exigente, obligándole a mantener el ritmo de sus movimientos.


Pedro la sujetó por las nalgas y la apretó contra sí al tiempo que empujaba con fuerza. Ella se asió a él, sin poder ya pensar en nada, sin capacidad de raciocinio, arrastrada por sensaciones indescifrables que finalmente se concentraron en puro placer cuando oyó gemir a Pedro al perder todo control.





NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 25

 

Relajó las caderas y las alzó para exponerlas a su boca y dejar que le quitara las bragas centímetro a centímetro. Cuando su lengua la lamió, todo su cuerpo se puso en tensión. Él incrementó el ritmo y cuando ya se acercaba al clímax, ella gritó:

–Sí, sí.


Pero él desaceleró súbitamente. Y aunque le resultó irritante, también le produjo una intensidad de sensaciones desconocida. Entonces él volvió a acelerar y ella sonrió pesando «esta vez sí». Pero de nuevo, cuando estaba a punto de llegar, Pedro frenó. Era una tortura.


Pedro.


Él la miró:

–¿Te estoy aburriendo? –preguntó con sorna. Ella le lanzó una mirada de odio y él estalló en una carcajada. Luego sonrió con malicia y volvió a acariciarla con la boca.


Paula encontraba muy excitante el cambio que se había operado en su personalidad, la actitud juguetona, provocativa y apasionada que mostraba. Pero le tocaba a ella hacerse con el mando. Incorporándose, se sentó y alejó su pubis de él.


–Ven aquí –ordenó. Él se echó a su lado–. No creas que vas a aprovecharte de mí, Pedro.


–¿No? ¿Qué vas a hacer para evitarlo?.


Sin mediar palabra. Paula se sentó a horcajadas sobre él evitando sentarse sobre su sexo en erección para no llegar al orgasmo antes de tiempo. Se inclinó sobre él y le ofreció sus senos, frotándolos contra sus labios. Pedro los tomó entre sus dientes alternativamente y ella le dejó jugar un poco antes de apartarlos. Luego empezó a besarle el cuello y descendió por su torso para explorar cada milímetro de su cuerpo. Pero Pedro la tomó por la cabeza y la hizo subir, antes de tumbarse sobre ella y atraparla con la mirada.


–¿Qué quieres de mí?


–Todo lo que me ofrezcas.


–¿Y qué me ofreces a cambio?


–Lo mismo –Paula le acarició el abdomen–. Tienes un cuerpo maravilloso.


–Así que quieres mi cuerpo, no mi mente.


Paula frunció el ceño.


–Es mejor que dejemos nuestras mentes fuera de esto –alargó de nuevo la mano hacia él y aspiró su aroma–. Mejor no pensar ni analizar…


–Ni arrepentirse –Pedro la beso–. Sólo por esta noche. Sólo por esta vez.


En la agencia de colocación le había dicho que no le interesaba comprometerse. Tampoco a ella.


Paula le beso a modo de confirmación. Una vez le bastaba, siempre que fuera en aquel mismo instante.


Pedro alzó la cabeza y masculló:

–¿Dónde está el condón?


Paula lo encontró, lo tomó y al volver a mirar a Pedro vio que se había quitado los calzoncillos, relajado pero listo para entrar en acción. Las manos le temblaron.


–¿Estás bien? –preguntó él.


–Perfectamente –dijo ella, intentando abrir el paquete con torpeza.


Quería tener a Pedro en su interior. Explorarlo.


Él rió.


–Deja que lo haga yo.


Lo abrió en cuestión de segundos y se lo colocó con destreza bajo la atenta mirada de Paula


NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 24

 


Estaba lo bastante cerca como para sentir su aliento y ver su barba, tan cerca que si sacaba la lengua podría lamerlo. Se tocó el labio con la punta de la lengua y Pedro dejó caer la manguera y la estrechó contra sí, pecho contra pecho, cadera contra cadera y labios pegados en un beso lento inicialmente, pero que bastó para que Paula supiera que aquello no acabaría hasta que lo poseyera plenamente.


Pedro alzó la cabeza y Paula sintió que le palpitaban los labios. Él volvió a besarla con lentitud, como si quisiera tomarse tiempo para decidir, pero ella no quería pensar. Lo quería a él y no estaba dispuesta a esperar.


Intentó desabrocharle la camisa, pero como estaba pegajosa y no pudo, tiró de ella hasta rasgarla y poder tocarle el pecho. Su gemido de aprobación hizo que Pedro la apretara contra sí y hundiera los dedos en su cabello a la vez que le hacía retroceder hasta que tocó la barra con la espalda. Con una de las manos le sujetó la barbilla y su besó se hizo más profundo. Paula no había imaginado que don Control pudiera dejarse llevar de aquella manera y sintió que su cuerpo se preparaba para él. Pedro pareció intuirlo, deslizó las manos hacia su cintura y, alzándola en el aire, la sentó sobre la barra y le abrió las piernas para acomodarse entre ellas. Luego posó las manos en su trasero y la deslizó hacia el borde. Paula le rodeó la cintura con las piernas.


Los besos continuaron. Paula le acarició los hombros y acabó de quitarle la camisa, pero antes de que pudiera inclinarse para mordisquearle los pezones, Pedro le levantó la falda, le soltó la cremallera y se la quitó por la cabeza a la vez que la camiseta. Quizá era un aburrido, pero don Perfecto sabía cómo desnudar a una mujer. Y para Paula, cuanto antes estuvieran desnudos, mejor.


Se quedó con las bragas, el sujetador y las botas y Pedro le acarició los muslos al tiempo que se inclinaba para besarle el cuello, la clavícula y los pezones. Paula dejó escapar el aliento. Su cuerpo se derretía y su cerebro con él.


–Sabes que no eres mi tipo –dijo.


–Ni tú el mío, pero vamos a seguir adelante. 


Paula no protestó. Tenía las bragas húmedas por un deseo acuciante. Pedro contempló sus senos con admiración.


–¿Condones? –dijo él.


–En el cuarto de baño hay una máquina –contestó ella, jadeante.


Pedro la alzó y ella apretó las piernas en su cintura mientras caminaba hacia el cuarto de baño. Delante de la máquina, sacó una moneda del bolsillo trasero, pero para meterla en la ranura tenía que soltar a Paula.


–No pienso bajarte al suelo –dijo, impulsándola hacia arriba y mordisqueándole los pezones–. Siento el calor y la humedad de tus bragas contra el estómago y no quiero perderme esa sensación.


Paula le tomó la moneda de la mano y la metió.


–¿Alguna preferencia?


En lugar de contestar, Pedro siguió succionando y mordisqueando sus senos. Paula apretó el primer botón, sacó el paquete y lo levantó en el aire con gesto triunfal y él la premió con un tórrido beso.


Él volvió hacia la sala y la recorrió hasta posar a Paula sobre la mesa de billar. Después se quitó los zapatos y dejó caer los pantalones antes de inclinarse sobre ella, que se irguió sobre los codos y observó con placer el deseo con el que él la contemplaba. Cuando se inclinó y puso su boca en la entrepierna, Paula sacudió las caderas y dio un grito sofocado. Él la miró con una sonrisa retadora y dijo:

–Espero no estar yendo demasiado deprisa.


Paula miró su hermoso rostro, enmarcado entre sus muslos, y sonrió:

–No creo que me vaya a quedar atrás.


De hecho, no iba lo bastante deprisa para su gusto. Y puesto que no le quitaba las bragas lo haría ella. Pero cuando fue a hacerlo, Pedro la detuvo.


–Me gusta abrir los regalos poco a poco.


–Yo prefiero destrozar los paquetes y sacar el juguete.


–Paula, esto no va a durar unos segundos. No es un juguete del que te vas a olvidar en cinco minutos.


–¿Eso crees? –preguntó ella, mirándolo fijamente.


–No lo creo. Lo sé.


Su seguridad en sí mismo irritó y excitó a Paula.


–Demuéstramelo.


Pedro soltó una carcajada.


–No necesito demostrarlo, entrometida. Basta con tocarte para saberlo –metió la mano por debajo del elástico de las bragas y la acarició. Paula apretó los dientes para no gemir–. ¿Lo ves?


Luego acarició con la lengua su cintura y con las manos sus senos. Fue entonces cuando Paula pensó que quizá pretendía torturarla, y eso le sirvió para dejarse llevar. Le dejaría hacer a él y luego le tocaría a ella. Y eso hizo.