martes, 5 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 9







Pedro miró su reloj por tercera vez en quince minutos. La gente todavía estaba entrando, pero aún no había visto llegar a la única mujer que buscaban sus ojos. Tal vez había cambiado de opinión.


Se volvió para ofrecerle a uno de los invitados que pasaba, los mini quiches que llevaba en una bandeja, interpretando su papel de camarero. Con algunas excepciones, la mayoría de los invitados a la fiesta no tenía ni idea de quién era. La mayor parte de los administrativos del hotel, que sí lo conocían, también estaban vestidos como camareros, lo que ayudaba a mantener en secreto su disfraz.


Varios miembros del personal que se ocupaba del servicio de las habitaciones estaban parados en un círculo, conversando. Dos de los hombres tenían bebidas en sus manos, mientras que las mujeres no dejaban de mirar nerviosamente para todos lados. Pedro vio a Sam, que se asomaba por el bar, con la mirada clavada en una bandeja de copas de champán llenas. Pedro se acercó a él.


—Hola, Sam.


—Hola, señor…


Pedro —lo interrumpió rápidamente.


Ese tipo de deslices lo dejarían al descubierto si Paula finalmente aparecía.


—Hola, Pedro.


Hizo un gesto hacia las mujeres nerviosas.


—¿Esas no son Louisa y Shelley de limpieza?


Sam asintió con la cabeza.


—Así es.


—Se ve que tienen sed. Podrías ayudar a romper el hielo ofreciéndoles una bebida de verdad.


Sam trató de ocultar su fastidio, pero no lo consiguió. Sacó varios vasos de la bandeja antes de intentar levantarla. Pedro observó la angosta corbata negra y el chaleco sobre la camisa de lino blanco, el mismo uniforme que llevaba Pedro, y pensó que aunque se vistiera como un camarero, no podía desenvolverse como tal.


La bandeja se tambaleó cuando la levantó. Caminó hacia los empleados a un ritmo tan lento que Pedro pensó que se demoraría una hora en cruzar el salón. E incluso si se las arreglaba para hacerlo, la mitad del líquido se habría derramado, si es que no acababa por tirarlo todo.


Se rio entre dientes. Entonces, sintió su presencia. Pedro se giró hacia la entrada, vio a Paula, y dejó escapar un suspiro. 


Todo su cuerpo se puso en acción. El corazón le latía con fuerza en el pecho, había calor en sus ojos y la protuberancia en sus pantalones le recordó cuánto tiempo hacía que no estaba con una mujer.


No había una única palabra para describir la refrescante belleza que descubrió al mirarla. Su sonrisa tímida bailaba detrás de sus ojos, al tiempo que examinaba la sala. El vestido acariciaba sus curvas como las hábiles manos de un amante. Sus largas piernas asomaban debajo de la tela que revelaba lo suficiente como para hacerle desear acariciar la parte de atrás de sus pantorrillas. Paula era como un arco iris con unicornios y Pedro supo que tenía que ser suya de cualquier manera.


Paula debió de haber sentido el peso de su mirada, porque sus ojos se posaron en los de él y una sonrisa con un dejo de timidez iluminó su rostro al instante.


Pedro trató de no parecer demasiado ansioso mientras caminaba hacia ella. Se detuvo junto a un grupo de personas, les ofreció el aperitivo, y luego se reunió con Paula.


—Estás espectacular —le dijo.


Sus mejillas se enrojecieron y sonrió nuevamente.


—Tú tampoco estás nada mal, Pedro. Casi no te he reconocido sin el sombrero.


Mientras hablaba, le ajustó la corbata y le dio una palmadita en el pecho, luego bajó la mano.


—El sombrero no va bien con el uniforme.


—Haría que te destacaras de los demás.


Justo en ese momento, Sam se acercó a ellos. Pedro contuvo el aliento, con la esperanza de que el hombre no dijera nada que pudiera alertar a Paula.


—Es mucho más fácil sostener esta bandeja cuando no está muy cargada —reconoció Sam.


—Te dije que no era tan difícil. —Pedro retiró el último vaso de la bandeja y se lo entregó a Paula.


—Sam, te presento a Paula, una amiga.


—Un placer conocerte, Paula.


Pedro le hizo un gesto con la cabeza a Sam.


—Tal vez desees llenar esa bandeja antes de que el nuevo jefe piense que estás haciendo el vago —le dijo.


—Por suerte solo es algo temporal —añadió Sam—. No creo que pudiera hacerlo a tiempo completo.


—Es bueno para fortalecer el carácter —dijo Pedro.


Sam indicó que estaba de acuerdo, luego se dio la vuelta y se alejó hacia la cocina.


—¿Temporal? —preguntó Paula.


—El hotel refuerza el personal para las fiestas. Sam es nuevo en este trabajo. ¡Muy nuevo!


Paula inclinó la copa de champán hacia sus labios carnosos y bebió un sorbo.


—Es muy amable de tu parte ayudarle.


Al observar cómo la lengua de Paula lamía una gota de champán de sus labios sintió un calor en el estómago. Dios, estaba perdido. Pedro hizo un esfuerzo por cruzar su mirada.


—Sam es un buen tipo. Ven por aquí.


La condujo hacia una pared al fondo del salón para que pudieran observar el panorama.


—El punto perfecto para observar a la gente, ¿no te parece?


—Sí. Este lugar es muy bonito. La decoración es increíble, elegante.


Pedro le echó un vistazo a la enorme sala que estaba completamente decorada con luces de Navidad, flores de pascua, guirnaldas y árboles de Navidad con adornos brillantes.


—Los encargados de la decoración hacen un gran trabajo. Nunca sospecharías que este mismo lugar era la viva imagen de Acción de Gracias hace tan solo dos días.


—¿El hotel cuenta con encargados de decoración?


—Sí.


—Seguro que es un trabajo divertido.


—El coordinador es muy exigente, pero la misma gente regresa año tras año.


—Mi hermana, Mónica, está terminando sus estudios este año. Yo planeo retomarlos el año que viene. Me gustaría hacer un par de cursos de diseño.


Pedro notó la mirada soñadora en sus ojos. Esas palabras eran lo primero que había oído sobre sus sueños.


—¿Qué quieres hacer?


—Cualquier cosa menos lo que estoy haciendo. Me gustaría ser coordinadora de actos sociales, tal vez incluso organizadora de bodas. Quiero un trabajo del que no necesite olvidarme al final del día.


—Emily es la coordinadora de aquí, trabaja muy duro.


Paula resopló.


—Apuesto a que ella no vuelve a casa con olor a grasa de frituras y sirope pegajoso.


Pedro negó con la cabeza.


—Probablemente no.


Ella inclinó el vaso y Pedro vio su lengua asomarse para lamer el borde. No lo hizo para parecer sexy, pero Pedro no podía dejar de mirar.


—Así que, ¿dónde están todos esos solteros? —preguntó.


Pedro volvió a la realidad y repasó nuevamente la habitación.


—Todavía no veo a muchos por aquí.


—¿De verdad?


No era cierto, pero no quería señalar a nadie con quien realmente pudiera interesarle salir.


—Espera aquí, tengo que servir esto y apaciguar a mi jefe. Vuelvo en un instante. Ten, toma un par —le ofreció dos tartaletas de hojaldre de su bandeja.


—¿Quiche?


—Sí.


—¿Los vaqueros comen quiche?


Él se rio y luego se metió uno en la boca.


—No está mal.


Paula miró hacia atrás y le dio un manotazo en el brazo.


—Ojo con eso. Son para los invitados.


Él respondió a su preocupación con un guiño, puso un par de quiches sobre una servilleta y luego se la entregó.


—Vuelvo enseguida.




NO EXACTAMENTE: CAPITULO 8




—Estás dando demasiadas vueltas —dijo Mónica, riendo.


—Para nada.


—Oh, sí.


Paula miró a su hermana con cara de pocos amigos y se volvió hacia el espejo por última vez. El vestido le quedaba perfecto. El corte acentuaba su delgada cintura y los zapatos realzaban sus pantorrillas.


Tenía el cabello recogido y algunos mechones le caían elegantemente sobre los hombros. Pedro había puesto hasta un par de pendientes en la caja. O tal vez el hombre que originalmente compró el vestido los había dejado allí y Pedro no tenía idea de su existencia.


—Estás preciosa —dijo Mónica, que estaba tumbada en la cama, mirando a Paula y comiendo palomitas de maíz.


Paula pasó las manos por encima de su vientre, que era un manojo de nervios, y se puso de lado.


—No está mal, ¿eh?


—Entonces, cuéntame más acerca de este tipo…, Pedro.


Quizá fuera hora de marcharse.


—Ya te lo he dicho. Es solo un chico que conocí en el restaurante que quiere ayudarme a encontrar un hombre agradable y con recursos que me ayude a salir del pozo. Y así también yo podré terminar mi carrera.


—¿Es guapo?


—¿Quién? ¿Pedro?


Mónica la miró con sorna.


—No, el tipo con recursos que aún no has conocido… Por supuesto que me refiero a Pedro.


Responder a la pregunta de Mónica sinceramente daría lugar a un acoso constante.


—Está bien, supongo.


La respuesta era sí. Le gustan los hombres sexis, guapísimos, y absolutamente seguros de ellos mismos. 


Paula recordó su sonrisa con hoyuelos y no pudo evitar una expresión de felicidad en su propio rostro.


—¿Es de Texas?


—Sí.


—¿Y su acento?


—Coincide con el sombrero de cowboy que lleva siempre.


—¿Cuándo lo conoceremos?


Paula se volvió hacia su hermana y se puso las manos en la cintura.


—No es lo que estás pensando, Mo. Pedro es un amigo. Nada más. He rechazado su invitación a salir.


—Entonces, ¿él se siente atraído por ti?


—¿Para qué me sirve eso? Es camarero en el hotel. Por lo que he oído, no suele quedarse en un mismo lugar mucho tiempo y se aprovecha de sus amigos cuando necesita un lugar donde dormir. Necesito un hombre que realmente pueda ayudarme, no alguien a quien le guste que lo mantengan.


Mónica apretó los labios, pensativa.


—¿Es un vago?


—No —le espetó Paula. Luego respondió más honestamente—: No lo sé. Creo que se las arregla bastante bien. Escucha, me tengo que ir.


Su hermana se levantó de la cama y le entregó el chal que venía con el vestido.


—Tengo todo bajo control, así que no te preocupes por volver a casa pronto. Te mereces una noche de diversión.


—Gracias.


Paula abrazó a su hermana y salió del dormitorio. Damy estaba acurrucado en el sofá con su propio tazón de palomitas de maíz.


—Estás muy guapa, mamá.


—Gracias, cariño. Pórtate bien con la tía Mónica.


Damy siempre se portaba bien con su hermana.


—Vamos a ver un DVD —le dijo.


—Está bien, pero quiero que te vayas a la cama a las nueve.


—Lo sé.


Paula tomó su bolso y se dirigió a la puerta.


—Gracias de nuevo, Mo. Te debo una.


—Vete ya. Que lo pases genial.





NO EXACTAMENTE: CAPITULO 7




Paula se limpió las manos con un paño antes de conducir a Pedro hacia la sala de descanso en la parte trasera del restaurante.


—Tengo mis dudas sobre este asunto —le dijo mirando fijamente la enorme caja que tenía en sus manos.


—¿Qué es lo que te preocupa? Ya te lo dije, el tipo compró el vestido para alguien y luego no lo fue a retirar.


—¿Por qué motivo compraría un vestido y lo dejaría en la tienda?


Era impensable. Con solo mirarla, se notaba que estaba tremendamente ansiosa por abrir la caja. ¿Cuánto tiempo hacía que no se ponía un vestido elegante? ¡Mil años!


—No lo sé, tal vez su novia lo dejó.


—Entonces, ¿por qué no pidió que le devolvieran su dinero?


Pedro se encogió de hombros.


—Tal vez le dio vergüenza. Los ricos gastan el dinero como si creciese en los árboles. No tires piedras contra tu propio tejado.


Esos dichos que Pedro usaba todo el tiempo la hicieron sonreír. Debía de ser algo típico de Texas.


—¿Ni siquiera tienes curiosidad por saber qué hay en la caja?


¿Curiosidad? Por Dios, hasta le sudaban las manos. Pedro agitó la caja delante de ella y dijo con voz cantarina:
—Vamos, Paula…, abre la caja.


—Oh, dame eso.


Le quitó el paquete de las manos y lo puso sobre la mesa que estaba en medio de la sala. Tiró de la tapa hasta que se abrió. Entonces, se quedó sin aliento. Allí, sobre el delicado papel de seda dorado, había un hermoso vestido negro que debía de haber costado una fortuna.


—Oh…, Dios… mío… No puedo usarlo. Es demasiado.


Al tiempo que esas palabras salían de su boca, sus codiciosas manos tomaron el vestido. Lo levantó para verlo mejor.


La tela se deslizó entre sus dedos. Seda, pensó. Jamás había poseído o usado nada remotamente similar. El corazón se le agitaba en el pecho ante la idea de deslizarlo por encima de su cuerpo.


—Es hermoso, Pedro. ¿Por qué iba alguien a dejar esto en una tienda?


—¿Te gusta?


—¿Gustarme? Me fascina.


Pasó por delante de él para mirarse en el espejo grande que colgaba fuera del armario de los empleados. Se imaginó con el pelo recogido, o tal vez suelto…, un poco más de sombra en los párpados. No era un simple vestido negro y elegante, era el vestido negro y elegante que toda mujer quería, pero rara vez poseía. El vestido requeriría un sujetador sin tirantes, pero ella tenía uno de esos. Pero ¿en qué estaba pensando? No podía llevar un vestido que alguien había comprado para otra chica. ¿O sí? No podía dejar de sonreír ante su reflejo… con el vestido.


—¿Estás seguro de que no te meterás en problemas por esto?


Pedro apoyó un hombro contra el marco de la puerta y le ofreció una sonrisa sexy.


—Estoy seguro.


Como si hubiera una posibilidad de que dijera lo contrario… 


Lo miró a través del espejo y lo interrogó con la mirada.


—¿Has visto los zapatos? —dijo inclinando la cabeza hacia la caja.


Paula miró por encima de su hombro y vio dos zapatos de tacón con tiras y pequeñas piedras brillantes en los bordes, perfectos para el vestido.


—¿Son de mi número?


—Dijiste que eras un treinta y siete, ¿no?


—Sí.


Se acercó nuevamente hacia la caja y colocó el vestido en su interior, con delicadeza.


—No lo sé, Pedro. Estas cosas son muy caras. No me gustaría que descubrieran que las has tomado prestadas y te despidieran por mi culpa.


—No te preocupes, nadie se dará cuenta. Este vestido ha estado allí durante meses. Me sorprende que no esté lleno de polvo. Es una pena que haya estado guardado en una caja en lugar de que una mujer lo usara.


Paula frunció el ceño.


—Eres incorregible.


—Me han dicho cosas peores.


—Lo eres, de todos modos.


Pedro le ayudó a volver a poner la tapa a la caja.


—La fiesta es el sábado a partir de las ocho de la tarde. —Sacó un pedazo de papel de su bolsillo—. Aquí tienes la invitación.


Ella miró el papel que marcaba la hora, fecha y lugar estampados en relieve y una ramita de acebo en una esquina. Elegante.


Pamela, otra de las camareras del turno de la noche, asomó la cabeza por la puerta de la sala.


—Hay bastante trabajo que hacer ahí fuera —dijo.


—Me voy, así puedes volver a tu trabajo —dijo Pedro.


—Nos vemos el sábado.


—Siempre y cuando estés seguro de que no te meterás en problemas.


Pedro puso los ojos en blanco.


—Eso no ocurrirá. Lo prometo.


Paula puso la caja encima del armario y se volvió hacia la puerta.


—Eh, Pedro —lo llamó antes de que pudiera marcharse.


Se dio la vuelta y le ofreció su típica sonrisa, con hoyuelos y todo.


—¿Sí?


—Gracias.


—A las ocho —dijo guiñándole un ojo.


—Entendido.


Inclinó el ala de su sombrero a modo de saludo y se llevó su trasero enfundado en unos Levi’s hacia el otro lado de la puerta.


—¿Quién era? —preguntó Pamela.


—Un a-amigo.


—Claro. ¿Ahora los llaman así?


Paula se apartó de ella.


—Oh, déjalo. No empieces con eso tú también.


—Si está buscando hacer más amigos, dale mi número.


—Tú ya tienes novio —le recordó Paula.


—¡Ja! Exacto. —Pamela caminó alrededor de ella y murmuró para sí misma—: Amigo…, sí, claro.