lunes, 23 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 29




El domingo, cuando Paula fue a visitar a sus abuelos a Sacramento, hacía un calor de justicia. Además, el aire acondicionado del coche no funcionaba. Por eso, cuando llegó a casa, se alegró mucho al escuchar las palabras de Sol.


—¡Estamos en la piscina, Paula! Ven con nosotros.


Dos minutos después, se zambullía en la piscina con ellos. Los dos niños eran buenos nadadores, pero Octavio prefería cruzar la piscina a espaldas de Pedro. A Paula le impresionó lo paciente y solícito que él se mostraba con los niños. También se dio cuenta de lo atractivo que estaba en bañador, lo esbeltas y fuertes que eran sus piernas… ¡Por el amor de Dios! Tendría que estar vigilando a los niños, no a Pedro!


—Vamos a jugar al baloncesto —sugirió ella, tirando la pelota hacia el aro que había sobre uno de los lados de la piscina—. ¡Las chicas contra los chicos!


Empezaron a jugar y, de repente, sonó el timbre.


—Yo iré a contestar —dijo Paula, tomando una toalla—. Probablemente sea el chico de los periódicos.


Al abrir la puerta, vio que se había equivocado. 


Era una mujer rubia, elegantísima, con una piel perfecta y unos hermosos ojos verdes.


—¿Es esta…? —Preguntó, tan sorprendida como Paula—. ¿Es la residencia del señor Alfonso?


—Sí —dijo Paula—. Entre. Está… bueno, iré a por él —añadió, tras acompañarla al salón. 
Luego, sin darse cuenta de que la mujer la había seguido, salió al patio—. ¡Pedro! Ha venido alguien que desea verte.


—¡Buen disparo, Octavio! —Gritó Pedro, al ver cómo el niño lanzaba un balón a la canasta—. ¡Ha sido genial! Está mejorando mucho, ¿verdad Paula? —añadió, volviéndose a mirarla.


—Sí. ¡Oh! —exclamó Paula, al chocarse con la recién llegada—. Pedro, ha venido alguien a…


—¡Catalina! —dijo Pedro, al ver a la recién llegada. Luego, salió de la piscina y sacó también a los niños—. Recoged las toallas y secaos. —añadió, tomando él una también—. Me alegro de verte, Catalina. ¿Cuándo has llegado? No te esperaba hoy.


—Ya lo veo.


—Dijiste que vendrías esta semana y había pensado reunirme contigo, pero…


—Quería sorprenderte. Y veo que lo he hecho.


—Claro que lo has hecho. Y venir hasta aquí. ¿Cómo…?


—En taxi, por supuesto. Pensé que podrías encontrar tiempo luego para llevarme a mi hotel.


—Por supuesto. Me alegro de que estés aquí. Paula, me gustaría que conocieras a Catalina Lawson. Catalina, esta es Paula Chaves.


—¡Ah! El ama de llaves —dijo la mujer, recalcando la palabra.


—Y estos son Sol y Octavio —añadió Pedro—. Decidle hola a la señorita Lawson, chicos.


—Hola —dijo Sol. Octavio se aferró a la pierna de Pedro.


—Hola —respondió Catalina, inclinándose sobre ellos—. Me alegro de conoceros. Pedro me ha hablado mucho de vosotros y he venido a ocuparme de vosotros.


—Paula ya se ocupa de nosotros —respondió Sol—. Ya no necesitamos niñeras.


—¡Yo no soy una niñera! Pero he estado buscando una casa para…


Paula y Pedro hablaron al mismo tiempo, interrumpiéndola.


—Vamos, niños. Es mejor que nos duchemos y que nos vistamos —dijo Paula, llevándose a los niños.


—¿Te apetece algo de beber? —le sugirió Pedro, al mismo tiempo.


—Sí. Un té helado —respondió ella, dirigiéndose a Paula—. Con limón y menta, si es posible, y mucho hielo. Siéntate, Pedro. Tenemos que hablar.


—Claro —replicó él—, en cuanto te prepare el té.


Arriba, en cuanto terminó de vestir a los niños, Paula sacó uno de sus libros favoritos para que no se acercaran a la recién llegada. En cuanto empezó a leer, los dos niños se quedaron dormidos. Era algo tarde para una siesta, pero cuando se despertaran, Pedro y aquella mujer ya se habrían marchado. No quería que ella se acercara a los niños.


Tras escuchar cómo se había dirigido a ellos, Paula tenía miedo. ¿De verdad iba Pedro a ser capaz de abandonarlos? Efectivamente, había dicho muchas veces que aquello era solo temporal, que estaba buscando un hogar permanente para ellos.


Aquello no era asunto suyo, pero no lograba conciliar aquellas palabras con el comportamiento atento que tenía con los pequeños. Sin embargo, había estado esperando a aquella mujer, cuya voz Paula había oído tantas veces cuando había respondido el teléfono. ¿Tendrían planes de casarse cuando él se deshiciera de los niños?


Paula se recriminó por tener aquellos pensamientos. Su imaginación se había desbocado pero… Parecía haber cierta intimidad entre ellos. Además, ella era muy hermosa. No se había fijado si ella llevaba anillo de compromiso.


Entonces, oyó que Pedro subía las escaleras. Paula se tumbó en la cama, pretendiendo estar dormida. El tocó ligeramente en la puerta.


—¿Si? —preguntó ella, bostezando como si hubiera estado dormida.


—Voy a llevar a la señorita Lawson a la ciudad. No me esperes a cenar. Probablemente comeré algo con ella.


—De acuerdo —dijo ella, poniendo una voz completamente indiferente.


Y así era. Solo le preocupaba el bienestar de los niños. Sin embargo, mientras observaba cómo se marchaban, sintió una rabia que no tenía nada que ver con Sol y Octavio.



CONVIVENCIA: CAPITULO 28



Julieta dio un mordisco a su bocadillo y miró a su alrededor.


—Es una cocina muy bonita.


—Sí. La casa es muy bonita, ¿verdad? —dijo Paula.


—Yo no estaba hablando de la casa. Estoy hablando de lo acogedora que la has puesto.


—¿Acogedora?


—¡Venga ya, Paula! Tus platos, tus tazas… De hecho, todas tus cosas… El sofá, los cuadros, todos tus adornos… Como cuando estabas en tu casa. Me estaba preguntando cómo lo habías conseguido.


—¡Ya te lo he dicho! Él… el señor Alfonso tenía un montón de personas trabajando para él, así que le sugerí que… pero eso ya lo sabes. Tú me ayudaste a deshacerme de algunos de mis otros trabajos para poder venir a este. Y te lo agradezco.


—Háblame de ese Alfonso. ¿Es joven? ¿Guapo? ¿Rico?


—¡Por el amor de Dios, Julieta! —exclamó Paula, asegurándose de que los niños seguían jugando en el suelo y de que no estaban escuchando—. ¡Qué tendrá eso que ver! Me alegré mucho cuando él me dijo que podía buscar a alguien para que me ayudara. Sé que no te gusta venir en el coche hasta aquí, así que tenía miedo de que no lo aceptaras. Te he echado tanto de menos, Julieta… Así que, crucé los dedos y marqué. ¡Y aquí estás!


—Sentí curiosidad. Cuéntame, ¿cómo lo conseguiste?


—Si ya lo sabes, te lo dije…


—Sí, sí. Sé cómo llegaste aquí. Lo que quiero saber es cómo has conseguido pasar de señora de la limpieza a… ¡la señora de la casa!


—¡Yo no soy la señora de la casa!


—Me has contratado, ¿no? Y, hablando de ese tema, es mejor que pongamos las cosas claras. No limpio las ventanas y no…


—¡Cállate! ¿Has terminado ya? Entonces, lo pondré todo en el lavavajillas y podremos empezar arriba.


—No, no he terminado. No has satisfecho mi curiosidad. ¡Sírveme otra taza de café y dime cómo has conseguido ser tan poderosa como para contratarme para hacer el trabajo para el que te contrataron a ti!


—No es lo que tú te imaginas. Solo me dijo… Bueno, que ya tenía bastantes cosas de las que ocuparme… Deja de mirarme de ese modo. No sé por qué…


Aquello era cierto. Paula no entendía por qué se había enfadado tanto cuando la había visto fregando el suelo.


—Ja, ja.


—Tal vez quiere que pase más tiempo con los niños.


—Ja, ja.


—Y, bueno, no le gusta ver a nadie sobre cargado.


—Ja, ja.


—Deja de decir eso y de mirarme con una sonrisa en los labios —dijo Paula, sin querer imaginarse lo que Julieta pensaría si supiera lo del beso en la frente.


—Solo estaba preguntándome cosas.


—¡Estás intentando sacar conclusiones de donde no las hay! Además, no estás aquí para elucubrar. Vamos. Venga niños, vamos a ayudar a Julieta.


—De acuerdo —dijo Sol, poniéndose de pie para tomar a Julieta de la mano—. Yo te ayudaré a hacer las camas. Sé cómo dejar muy estiradas las sábanas.


—¡De verdad! —Exclamó Julieta, sonriendo, mientras subían las escaleras—. ¡Vaya, vaya! Vas a ayudarme mucho.


—También te diré dónde se ponen las cosas de Octavio. Solo tiene cuatro años y…


La continua charla de Sol era una distracción. 


Las insinuaciones de Julieta habían turbado a Paula bastante. Aquel beso. Tal vez había sido solo un gesto de amistad. Al menos, para él. De hecho parecía evitar quedarse a solas con ella desde aquel día. No se había vuelto a quedar después de que los niños se hubieran ido a la cama para hablar o jugar a las cartas o… ¡nada!


¿Nada? ¿Qué demonios era lo que le pasaba? ¿Se estaría volviendo loca o se estaba convirtiendo en una mujer llena de lascivia? El rostro se le sonrojó. No era eso. Era solo que echaba de menos la compañía de los adultos. 


Por eso echaba tanto de menos a Julieta. Cuando terminaron las habitaciones, Julieta se dispuso a fregar el cuarto de baño.


—¿Te vas a poner guantes de goma? —le preguntó Sol.


—Claro —respondió Julieta—. No me gusta lo que la lejía le hace a mis manos.


—Eso es lo que Paula dice. Antes no se los ponía por que tenía mucha prisa y los guantes le hacían que fuera más lenta. Pero ahora se los pone.


—¿Que se pone guantes?


—Sí y también se echa crema en las manos para tenerlas bonitas y suaves.


—Vaya, vaya…


Aquellas palabras llegaron hasta el dormitorio donde Paula, que estaba doblando la ropa, había escuchado toda la conversación.


Entonces, sacudió los pantalones de Octavio, indignada. La compañía de Julieta era una cosa. 


Sus estúpidas insinuaciones, otra muy distinta.




CONVIVENCIA: CAPITULO 27




—Vas a venir con nosotros, Pedro? —preguntó Sam Fraser, cuando se iba a comer.


—No. Creo que tengo todo bastante terminado aquí y tengo unos datos en casa que me gustaría repasar —mintió. Efectivamente tenía unos datos en casa, pero no eran nada importantes.


Entonces, ¿por qué se veía obligado a ir a su casa en medio de su jornada laboral? En realidad, no tenía nada importante que hacer en su despacho y le apetecía relajarse durante aquel día. Y el mejor lugar para relajarse era su casa.


¿Su casa? Pedro se echó a reír. Había vivido en muchos lugares y nunca había considerado ninguno de ellos como su casa. Sin embargo, había algo sobre la casa de Pine Grove… Tal vez por los niños. Un par de veces se había encontrado otros niños del vecindario jugando en el patio y chapoteando en la piscina… A pesar de todo, estaba seguro de que había sido Paula la que había logrado que aquella casa fuera un hogar para Sol y Octavio. Era Paula la que había convertido una casa fría y vacía en un lugar alegre, lleno de risas y de felicidad y de tentadores olores procedentes del horno. Era como la casa que su madre había creado y que él había disfrutado cuando era un niño. Hasta ese momento, había dado aquel hogar de entonces por sentado. Sin embargo, Kathy había sabido verlo muy bien por eso le había pedido un hogar como el que él había tenido para Sol y Octavio.


Aquel pensamiento le provocó un sentimiento de culpa. En aquel momento eran felices, pero aquello era solo temporal. No es que él hubiera estado haciendo algo para encontrarles un hogar permanente. Catalina, más preparada que él, estaba buscando. Había llamado el día anterior para decir que había encontrado algo y que volvería a llamarlo muy pronto.


Al aparcar delante de la casa, pensó en Paula y se sintió de nuevo muy culpable. El tenía contactos en compañías muy importantes en la zona. Con una palabra suya, Paula encontraría un trabajo más adecuado para ella. Aquello sí que estaba retrasándolo, por razones puramente egoístas. La necesitaba. Con ella, todo era tan cómodo, tan agradable. Mientras él fuera responsable de los niños…


Sin embargo, no la dejaría abandonada. En cuanto Sol y Octavio estuvieran con una familia, le encontraría un trabajo fijo y bien pagado en la zona. Se encargaría de eso personalmente.


Al entrar en la casa, se dio cuenta de que era la hora de la siesta. ¿Estaría Paula también dormida? No. Estaba de rodillas, fregando el suelo de la cocina.


—¡Levántate! —exclamó Pedro, tirando de ella.


—¿Qué… qué pasa?


Pedro no estaba seguro. Tal vez era algo sobre aquellos viejos pantalones vaqueros recortados, de rodillas sobre el suelo con un trapo en la mano lo que le había irritado tanto.


—No tienes por qué hacer eso…


—Pero… pero el suelo se pone muy pegajoso…


—Pero tú…


Pedro no pudo seguir. Dejó de apretarla el brazo, pero no pudo soltarla. No pudo moverse. 


Aquellos enormes ojos azules, la suave curva de esa boca…


—Ya tienes demasiado entre manos, Paula. Yo me encargaré del suelo. Dame un minuto para cambiarme —dijo. Incapaz de evitarlo, le besó suavemente la frente—. No puedo consentir que trabajes tan duro —añadió, antes de marcharse precipitadamente.