lunes, 8 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 66

 

Paula sintió los intensos latidos de su corazón. Se negaba a creer que aquello pudiera ser lo que quería, de manera que trató de bromear.


–¿Me estás diciendo que has disfrutado con el ballet?


–Bueno, he visto algunos paralelismos.


–Yo no estoy a punto de morir de pena –protestó Paula, repentinamente indignada. No le gustaba que Pedro pensara que era débil.


–Ya lo sé –Pedro sonrió–. No era a eso a lo que me refería. Te pareces a Giselle en tu capacidad de amar tan profundamente.


–¿Qué te hace pensar eso? –murmuró Paula, sintiéndose muy vulnerable.


–Tú lo das todo –inclinó su rostro hacia ella hasta que casi se tocaron–. ¿No vas a preguntarme qué hago aquí?


–¿Debería preguntártelo? ¿No quieres decírmelo?


–No debería haberte dejado en la estacada –dijo Pedro, repentinamente serio.


–Tú nunca me has dejado en la estacada –replicó Paula sinceramente.


–Sí lo he hecho.


–Tenías derecho a decirme que no.


–Te decepcioné y me decepcioné a mí mismo al dejarte ir sin decirte lo que sentía. Debería haberlo hecho, pero el orgullo me lo impidió. Y el dolor. Ahora me siento tan mal que estoy dispuesto a pedir perdón de rodillas tantas veces como haga falta. Me preguntaste si alguna vez había tenido que luchar de verdad por algo –continuó Pedro–. Dijiste que si lo hubiera hecho habría sabido cuando una lucha merecía el esfuerzo. Ahora estoy luchando, ¿y sabes por qué?


Paula negó con la cabeza.


–Estoy luchando por ti. No quería que te fueras. Debí decírtelo, pero no quería impedir que te fueras. No quería interponerme en tu camino y pensaba que tú no querías… –Pedro se interrumpió al ver que Paula lo seguía mirando como si fuera una aparición. Apoyó las manos en su cintura para atraerla hacia sí, pero Paula apoyó las manos contra su pecho para impedírselo.


–Te conozco, Pedro –dijo con aspereza–. Eres un sanador, no alguien que hace daño a otras personas. Odias la idea de hacer daño a alguien. Pero yo soy fuerte. No soy como Diana. No me voy a desmoronar.


–La verdad es que me gustaría que lo hicieras –Pedro la atrajo hacía sí–. Ojalá te hubieras abierto a mí y me hubieras dicho lo que sentías. No pasa nada por reconocer que uno está disgustado. No pasa nada por pedir ayuda. No tiene nada de malo necesitar algo de alguien. Sé lo fuerte que eres. Eres la persona más fuerte que he conocido, de manera que no siento ninguna lástima por ti. En todo caso la siento por mí, por tener que igualar el nivel de tu coraje. No creo que seas alguien a quien haya que rescatar. Más bien al contrario. Eres muy valiente, y muy independiente. No pretendo que dejes de hacer lo que deseas, pero quiero un lugar en tu vida y pienso luchar por conseguirlo, Paula. Creo que te estás perdiendo la mayor aventura de todas, conmigo. Quiero que seas así para mí –Pedro apoyó una mano en la mejilla de Paula y miró sus preciosos ojos azules, cargados de un dolor que estaba deseando aliviar–. Sabes que no quería ningún compromiso. Creía tener mi vida perfectamente planeada, pero entonces te conocí, y ahora sería capaz de hacer cualquier cosa por ti. Así que permanece conmigo. Apóyate en mí. Eso es lo que hacen las personas que se quieren. Siento que perdieras a tu familia, pero no puedes huir de volver a amar. Eso no sería vivir. Necesitas tus conexiones, tu historia. Necesitas tu hogar, y siento si al haber estado allí conmigo ha estropeado el lugar para ti. ¿Fue eso lo que pasó? –añadió, casi con temor.


–Oh, no, claro que no –dijo Paula con expresión angustiada–. Simplemente no podía aguantar más… había perdido en esa casa a todos los que amaba –se mordió el labio antes de añadir–: Incluyéndote a ti.


–Nunca me has perdido –dijo Pedro a la vez que le hacía alzar el rostro con delicadeza–. Pero no me dejes ahora en el desierto, Paula. Te quiero. Lo quiero todo contigo.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 65

 

El vuelo duró una eternidad. Una eternidad durante la cual Paula fue incapaz de dejar de pensar en Pedro. Si se lo hubiera pedido, se habría quedado. Habría caído literalmente en sus brazos. Pero Pedro se había limitado a decirle que se fuera.


De manera que había llegado a Londres y había acudido a todas las atracciones turísticas: el palacio de Buckingham, la Torre de Londres, el museo de cera… Al final de la primera y triste semana, enfadada consigo misma por seguir sintiéndose tan mal, sacó una entrada para acudir a ver el Royal Ballet en Covent Garden, algo que llevaba soñando hacer dos décadas.


El teatro era maravilloso, los bailarines eran maravillosos… pero su corazón no estaba allí. Contempló a los magníficos bailarines… y odió cada segundo. En el intermedio decidió salir del teatro. Y entonces fue cuando se detuvo en seco, sin saber qué diablos estaba haciendo, qué debería hacer, o qué quería hacer. Estaba totalmente sola en medio de una ciudad desconocida. Justo como creía que quería estar.


Pero lo cierto era que había cometido un grave error.


–Paula.


Se volvió. Nadie en aquella ciudad sabía quién era. Nadie sabía dónde se hallaba en aquellos momentos, de manera que, ¿quién podía estar llamándola?


Debía estar viendo fantasmas, porque había un tipo junto a la entrada del teatro que era igual que Pedro.


Parpadeó, pero la visión se encaminó hacia ella con paso firme.


–¿No te gusta el ballet? –dijo cuando estuvo más cerca–. ¿Por qué has salido antes de que acabara la función.


–No me ha parecido lo suficientemente realista.


Pedro alzó las cejas.


–Una chica es abandonada por un tipo y muere de pesar. Luego regresa como un fantasma y protege al tipo de otras mujeres desdeñadas. ¿Qué parte no te parece realista? –preguntó con una sonrisa.


Paula creía estar soñando.



–Odias el ballet, así que, ¿cómo es que conoces la historia de Giselle?


–Porque ya he visto el ballet tres veces –replicó Pedro con una sonrisa.


–¿Tres veces?


–Estoy seguro de que la mujer de la ventanilla piensa que soy un acechador, cosa que más o menos soy –al ver que Paula se quedaba mirándolo con expresión de total perplejidad, añadió–. Así que, ¿cuál es la parte que te ha parecido menos realista?


–No me ha gustado que la chica muriera de tristeza porque el chico la deja –murmuró Paula.


–¿Y qué crees que debería haber hecho? ¿Qué habrías hecho tú? –Pedro esperó un momento a que respondiera. Al ver que no lo hacía, respondió él mismo–. ¿Debería haber hecho el equipaje y haberse marchado a vivir una aventura?


–No, debería haberse enfrentado a él y haberle dicho lo que pensaba –contestó finalmente Paula, pensando que eso era lo que debería haber hecho ella.


–Me parece justo –dijo Pedro–. Pero creo que te gusta más la segunda parte. Porque en esa parte Giselle demuestra su fuerza. Hace lo posible por proteger al tipo porque lo ama de verdad. Y ser capaz de amar tan profunda y apasionadamente es maravilloso. Es poco común y es un regalo.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 64

 

Desde el ventanal de su habitación a oscuras, Pedro vio a Paula metiendo el teléfono en la nevera. No era lo que esperaba, pero, ¿de qué se extrañaba? Paula lo había puesto a congelar, como sus sentimientos.


Demasiadas horas después, esperó al pie de sus escaleras. Apareció a media mañana, preciosa pero con un aspecto terrible, ocultando la falta de sueño bajo una buena capa de maquillaje.


–Voy a llevarte al aeropuerto –Pedro se levantó para dejarla pasar.


–Estupendo –Paula forzó una sonrisa a través de sus pinturas de guerra.


–¿Llevas tu teléfono? –preguntó Pedro en el tono más desenfadado que pudo mientras entraban en el coche.


Paula no dejó de sonreír mientras asentía, pero Pedro vio cómo se frotaba nerviosamente las manos. Simuló ir a poner en marcha el coche y a continuación se dio una palmada en la frente.


Era obvio que no tenía intención de permanecer en contacto con él. Reprimió la rabia que le produjo comprobarlo. Debía conservar la calma. Paula era la primera mujer que lo dejaba plantado, y probablemente ese era el motivo de que se sintiera tan irritado.


Paula permaneció en silencio durante todo el trayecto al aeropuerto. Habría querido que Pedro se limitara a dejarla en la entrada, pero aparcó e insistió en acompañarla.


Quería perderlo de vista cuanto antes, pues temía perder la compostura en cualquier momento. Le dolía verlo tan cómodo respecto a su marcha, y eso era una prueba más de que había tomado la decisión correcta. Apenas pudo creerlo cuando Pedro la tomó por la barbilla y la miró con una expresión ligeramente burlona.


Menos mal que le había dicho que no la noche anterior. De lo contrario, no habría sido capaz de pasar una noche de mera pasión carnal. Se habría aferrado a él y le habría rogado que le diera todo lo que sabía que no quería darle.


Lo del teléfono había sido un gesto amistoso. Pero ella no quería su amistad. Se suponía que era su amante. Y se suponía que solo tendría que haberlo sido una vez. Pero no habían parado desde que se habían conocido, y su relación se había convertido en algo más…


Pero Pedro estaba redefiniendo su relación de un modo aún peor. Se mostraba preocupado y cariñoso, y quería que permanecieran en contacto como «amigos». Resultaba humillante cuando lo que realmente quería ella era…


¡No!


Sabía que no podía permanecer en contacto con él. Iba a dejar atrás aquella parte de su vida. Si realmente quería ser libre, tenía que cercenar todo contacto.


–Ya sé que tu abogado va a ocuparse de la venta de la casa y sus objetos –dijo Pedro–, pero yo también estaré al tanto.


Paula asintió y trató de sonreír para mostrar su gratitud. Miró por última vez los preciosos ojos negros de Pedro. Tenía la garganta tan atenazada por las ganas de llorar que fue incapaz de hablar.


–Espero que todo sea como lo has soñado –susurró Pedro.


Paula apenas asintió, porque de pronto supo que lo que realmente quería lo tenía ante sí. Quería que Pedro la amara, la deseara, que la abrazara y la retuviera a su lado… Pero él no quería hacerlo.


Parpadeó, tratando de reaccionar, pero se sentía paralizada.


Oyó que Pedro suspiraba profundamente antes de apoyar una mano en su hombro para hacerle darse la vuelta.


–Ve –murmuró a la vez que la empujaba con suavidad–. Vete ya.


Paula no se volvió mientras se alejaba de él con pasos de autómata