jueves, 9 de marzo de 2017

HASTA EL FIN DEL MUNDO: CAPITULO 15






¡Lo había estropeado todo! ¡Maldición!


Conocía a Paula y sabía que había que manejarla con extremo cuidado, hacer que se sintiera en un entorno cálido y seguro.


¿Qué acababa de hacer?


La había tomado en sus brazos y la había besado de un modo apasionado, en absoluto tierno. Había sido un beso hambriento, descontrolado, casi desesperado. Y así era como se sentía él exactamente.


Se pasó la mano por el rostro.


Encima, le había soltado todo aquello sobre buscarse un tipo de Elmer como esposo y le había confesado, sin pensar, que para eso estaba allí.


Claro que si ella hubiera dicho:
—¿Un tipo de Elmer? ¿Quién? ¿Tú?


Quizás entonces no le habría importado haber hecho el comentario.


Sin embargo, había nombrado a Spence y a Logan, pero a él ni siquiera los había considerado como posibles candidatos.


Y, mientras la besaba, le había dado la impresión de que, durante un momento, se rendía a él, se dejaba llevar. La felicidad, no obstante, no había durado mucho.


Pronto se había apartado de él y había salido del camarote como alma que llevara el diablo.


Él había querido seguirla con la intención de pedirle disculpas, pero corría tan desesperadamente por el pasillo que había sido imposible.


Al oír la voz de una mujer que la llamaba y que decía «Mademoiselle Chaves», se había detenido de golpe.


Su jefa la había mirado atónita hasta que había desaparecido por la primera esquina del corredor. Luego se había vuelto hacia él, fijando los ojos durante unos largos segundos sobre su torso desnudo. Acto seguido, había alzado la mirada hasta su rostro.


—Vaya —había dicho en un tono helador—. Su «amigo».


Era increíble cuánta duda y desconfianza podía expresarse con una sola palabra.


Pedro hizo acopio de todo su valor y se obligó a sí mismo a calmarse. No hacía falta un psicólogo para darse cuenta de que la mujer estaba dispuesta a despedir a Paula. Y no necesitaba un especialista para deducir que, si se convertía en la causa de ese despido, además de ser el tipo que le había dicho que Mateo no se casaría con ella, tendría razones más que sobradas para que lo odiara de por vida.


Pedro inspiró lentamente.


—Sí, soy su amigo —dijo—. Desde hace mucho tiempo. Crecimos juntos y la he invitado a que pasara a ver unas fotos de allí de Elmer.


La información salió firme y determinada. Esperaba que la mujer se lo creyera.


—¿Fotos? —dijo ella y le miró, una vez más, el torso desnudo.


—Sí —afirmó él—. Echa de menos su casa. Se lo dijo a su hermana y esta se lo dijo al hombre para el que trabajo. Paula es una buena chica, pero un poco inocente. Se ha pasado toda su vida en Elmer. Pero decía que quería ver mundo y, al final, lo ha hecho. Estamos realmente orgullosos de ella.


En realidad era cierto, a pesar de lo que le molestaban las cosas que hacía a veces. Pero Paula estaba demostrando que tenía mucho valor.


—¿Así que ha venido a ver cómo estaba? —preguntó la mujer.


—Sí. Su hermana pensó que estaría bien que alguien comprobara si las cosas le iban bien. Yo consideré entonces que era un buen momento para unas vacaciones y decidí venir para que nos sintiera a todos un poco más próximos a ella. Y ha funcionado. Ya no se siente tan sola. Ni siquiera se ha quedado a ver todas las fotos. Al darse cuenta de la hora que era, ha salido a toda prisa diciendo que tenía que irse a trabajar. Así es ella, tremendamente responsable.


—Ya…


No sabía si la mujer se había creído o no la historia. Durante unos segundos se limitó a asentir mientras él solo podía rogar porque la mujer no le causara a Paula problemas.


—Ciertamente es una muchacha muy responsable —dijo, finalmente, con una inesperada sonrisa—. Muy trabajadora. Pero sí es, efectivamente, un tanto inocente y no ha sido buena idea que se metiera en el camarote de un caballero.


—Somos amigos —dijo él una vez más—. Solo he venido a darle un cierto apoyo moral.


—Ahora ya la ha visto y ha cumplido con su labor. Así que Paula se concentrará en su trabajo —afirmó la mujer.


Pedro asintió.


—Por supuesto.


—Me alegro de que estemos de acuerdo —sonrió de nuevo.


Pedro sabía lo que la mujer quería oír.


—Comprendido.


—Buenas noches, monsieur —dijo finalmente y se alejó por el pasillo con la cabeza alta y sus andares sofisticados, del brazo de su acompañante.


Pedro se metió en su habitación, cerró la puerta y se apoyó en ella.


¿Qué demonios había hecho? ¡Había besado a Paula Chaves y casi le había confesado que había ido hasta allí para casarse con ella!


Y su respuesta había sido salir corriendo.


El teléfono sonó y él respondió.


—¿Y bien? —dijo Arturo—. ¿Qué tal va la cosa?





HASTA EL FIN DEL MUNDO: CAPITULO 14





Si Simone la pillaba allí, Paula sabía que su carrera como estilista en el barco habría terminado.


Allison le había dicho que no se metiera en los asuntos ajenos. Stevie y Troy le decían que no había nada de malo en que los pasajeros se lo pasaran bien. Eran todos adultos y sabían lo que les convenía.


Y, seguramente, tuvieran razón, pero a Paula le daba igual. 


No sabía por qué le importaba tanto lo que hiciera, pero le importaba. Quizás era por que todo el mundo sabía que Pedro era de Elmer y él estaba enturbiando el buen nombre de su ciudad.


—¿Cómo? —Stevie la miró incrédulo al oírle decir aquello.


—¡Es verdad! —exclamó ella. Pedro Alfonso estaba destrozando la reputación de Elmer y ella tenía que hacer algo al respecto.


Y eso era, precisamente, lo que se disponía a hacer. Solo esperaba que la feroz supervisora no la sorprendiera llamando a la puerta del camarote de uno de los pasajeros.


Golpeó enérgicamente con los nudillos y esperó. Pasaron un par de segundos.


«No está», pensó Paula. De pronto, la puerta se abrió.


Y allí apareció Pedro, a pecho descubierto.


—Estoy demasiado cansado y… ¡Paula! —abrió los ojos con genuina sorpresa.


—Todas esas mujeres pueden acabar destrozando a un hombre.


Él se quedó boquiabierto.


—Mujeres. Las rubias, las pelirrojas, las castañas. Por cierto, a una acabo de teñirla de platino, te lo digo por si no la reconoces por la mañana.


—¿De qué demonios estás hablando?


—Ya sé para qué has venido —le dijo ella en un tono helador.


Pedro parpadeó y pareció repentinamente nervioso. Se movió inquieto y eso llamó la atención de Paula, que no pudo evitar mirar su torso. Involuntariamente, se imaginó ese cuerpo en el jacuzzi. Furiosa con la dirección que estaban tomando sus pensamientos, cerró los ojos.


—Quiero que pares.


Él se puso rígido y tragó saliva.


—¿Que pare el qué?


—Sabes muy bien qué. Quiero que dejes de perseguir mujeres, de seducirlas, de engañarlas.


Pedro la miró fijamente.


—Ya… —él sonrió ligeramente.


—Lo digo en serio —dijo Paula, negándose a dejarse embriagar por aquella sonrisa letal—. Quiero que dejes de hacerlo.


—De acuerdo.


—¿Qué quieres decir con ese «de acuerdo»?


Él se encogió de hombros.


—Que no lo haré más.


—Bueno, pues bien. Me encargaré… —pero antes de que pudiera terminar su frase, oyó que alguien se aproximaba. Eran un hombre y una mujer y ella tenía un reconocible acento francés.


Paula se metió rápidamente en el camarote de Pedro.


—Cierra la puerta.


—¿Qué?


—¡Cierra la puerta!


Pedro así lo hizo. Luego se volvió, se apoyó en la puerta y se cruzó de brazos.


—¡Qué buena idea! —dijo él.


—No, no lo es. Pero era Simone, mi jefa, la que venía por el pasillo —le explicó.


Él levanto una ceja.


—¿La mujer francesa?


Paula hizo una mueca y asintió.


—Es un poco «especial».


—Ya —Pedro la miraba fijamente con una expresión indescifrable.


Nerviosamente, Paula se encaminó al otro extremo del camarote. Pronto se dio cuenta de que había sido un gran error, pues los dos estaban allí, de pie, mirándose el uno al otro.


—¡Déjalo ya!


—¿Dejar qué?


—De mirarme de ese modo.


—¿Qué modo?


—Como si… como si… —pero no pudo decir «me desearas». Era ridículo pensar algo así. Era el modo en que Pedro miraba a todas las mujeres, menos a ella—. ¿Qué te pasa? ¿Es que te has quedado sin mujeres?


—Algo así.


Ella protestó.


—Lo que me había imaginado. Pues no pienses que aquí vas a obtener lo que necesitas.


—¿No?


—No —respondió Paula con dureza—. ¡No eres adecuado para un lugar como este!


—¿Y tú? —preguntó él en un tono de reto.


—¿Qué quieres decir?


—Que este no es nuestro lugar adecuado.


—Yo trabajo aquí.


—Has venido huyendo.


—¡No!


—Sí. Tenías un trabajo en Elmer y una vida estupenda.


—Sí, claro —dijo Paula—. ¿Viviendo con mi madre y su nuevo marido o con Patricia y su nuevo esposo?


—¡Podrías haberte buscado un marido! —dijo Pedro.


Herida, Paula le respondió.


—¿Y qué crees que trato de hacer aquí?


Pedro comenzó a moverse de un lado a otro del camarote.


—¡No hacía falta que te vinieras hasta aquí para eso!


—¿No? ¿Qué podía encontrar en Elmer? —preguntó ella irónica—. ¿Debería haber puesto un cartel en la puerta pidiendo marido, o mejor un anuncio en el periódico?


—Podrías haber mirado a tu alrededor, haber encontrado a alguien de la zona —le dijo él sin apartar la mirada de ella.


—¿Quién? ¿Logan Rees o Spence Adkins, un ex convicto y un policía corrupto? Menuda tentación. No son mi tipo, lo siento.


—Gracias a Dios —dijo Pedro.


—¿Quién más había?


—Piensa —le dijo, y sus ojos se encendieron de deseo.


Antes de que ella pudiera responder, la tomó en sus brazos y la besó apasionadamente.


Por supuesto que a Paula la habían besado más de una vez en su vida. Había experimentado el fervor de la pasión adolescente de Mateo y sabía lo que era el deseo masculino.


Pero jamás había sentido la intensidad que la revolvía en aquel instante.


Tampoco había sido objeto de una mirada tan sinceramente hambrienta. Estaba notando el poder de aquel deseo de hombre dirigido exclusivamente hacia ella. ¿Y procedía de Pedro Alfonso?


Justo antes de derretirse en sus brazos, Paula recobró el sentido, apretó las manos contra su pecho y lo empujó.


—¿Qué demonios…?


Paula no pudo terminar la frase.


—Para esto estoy aquí, Paula —dijo él con la voz aún llena de deseo.


Paula gimió desconcertada.


Luego, en un gesto desesperado, se encaminó hacia la puerta. La abrió con tal fuerza que casi golpea a la pareja que estaba en el pasillo.


—!Mademoiselle Chaves! —gritó Simone.


Pero Paula no se detuvo.





HASTA EL FIN DEL MUNDO: CAPITULO 13





—¿Has visto al vaquero? —le preguntó a Paula su primera clienta a la mañana siguiente.


Era el segundo día de crucero y habían atracado en el puerto de Nassau. En el salón de belleza estaban solo ella y Stevie, pues el resto del personal había bajado a tierra.


Cuando el barco estaba en el puerto el personal se alternaba para trabajar.


Como Paula había visitado varias veces Nassau, había preferido quedarse trabajando.


Prefería estar allí y evitar la posibilidad de encontrarse con Pedro Alfonso en la playa.


No lo había visto desde el día de su llegada y empezaba a tener el convencimiento de que todo había sido una alucinación.


Pero el comentario de la pelirroja le hizo pensar que quizás Pedro estuviera allí, después de todo.


—¿Vaquero?


—Sí —dijo la mujer en uno tono de apreciación—. ¡Vaya ejemplar! Yo soy una chica de ciudad, pero te aseguro que no importaría que este pusiera sus botas debajo de mi cama cuando quisiera.


—¿Se ha ofrecido? —preguntó Paula sin pensar—. Quiero decir…


La mujer respondió sin problemas.


—Ojala —dijo con un suspiro.


Media hora más tarde su siguiente clienta le hizo prácticamente la misma pregunta.


—¿Has visto al vaquero?


No podían referirse al mismo.


—¿El vaquero?


—Sí. Lo conocí ayer en la piscina. Me pareció la cosa más mona en vaqueros y botas que había visto en mi vida. Y es tan amable y educado… Podría darle a cualquiera clases de cortesía.


¿Clases de cortesía? No podía tratarse de Pedro.


La siguiente mujer que entró en la peluquería también habló de él.


—Es tan educado y tan guapo, con ese pelo oscuro y esos ojos claros. Dice que conoce a Santiago Gallagher.


—¿De verdad? —dijo Paula desconcertada.


La mujer asintió.


—Dice que le rompió la nariz cuando eran pequeños y que Santiago le devolvió el golpe y también le rompió la suya.


—Y… —a Paula le empezaron a temblar las manos—. ¿Dijo algo más?


—Sí. Dijo que quería sentar la cabeza.


—¿Qué? —las tijeras se le cayeron al suelo con gran estruendo—. ¡Oh, lo siento!


Paula se agachó a recogerlas mientras trataba de cuadrar toda aquella información.


Después de todo, no era una novedad. El mismo Pedro se lo había dado a entender. Se estaba construyendo una casa en el rancho de su hermana y su cuñado.


Pero, por lo que veía, no pensaba sentar la cabeza con una sola mujer, sino con todo un harén.


—Lo siento —se disculpó ante la mujer. Lo último que necesitaba era que Simone recibiera una queja.


—No me importaría que sentara la cabeza conmigo —dijo la mujer con una sonrisa—. Pero dice que tiene a alguien en mente.


Paula no se lo podía creer. Si Pedro Alfonso hubiera tenido alguien en mente, ella lo habría sabido. ¡La conocería, incluso! No había tantas mujeres disponibles en Elmer o alrededores.


Si estaba cortejando a alguien en serio, no lo habría podido mantener en secreto.


Seguro que lo que Pedro estaba haciendo era contarles que había alguien en su vida para que no abrigaran falsas esperanzas y no trataran de atraparlo.


Asegurar que tenía una novia era el mejor modo de jugar sin riesgos.


Aquel hombre era peligroso y debería haber llevado en la frente una etiqueta con el lema: «Las autoridades sanitarias advierten que relacionarse con Pedro Alfonso puede ser dañino para la salud emocional».


Durante todo el día tuvo que oír hablar de las maravillas de Pedro Alfonso: era guapo, dulce y encantador.


Incluso Kelly, la que llevaba el gimnasio, apareció cantando sus excelencias.


—¿Has conocido al vaquero? —le preguntó a Paula con la mirada brillante—. Vino anoche a usar el jacuzzi porque tiene una pierna mal. Al parecer tuvo un accidente en un rodeo.


Paula maldijo en silencio. No quería hablar de Pedro.


Pero la mujer a la que le estaba tiñendo el pelo también había estado en el jacuzzi con él.


Era «adorable», según dijo la mujer.


Y Paula tampoco quería pensar en él, pero terminó haciéndolo. Y acabó concluyendo cuáles eran sus motivos para estar en el crucero.


Aquel tipo de viaje atraía a montones de mujeres. Solía haber algunas parejas de casados, unos pocos hombres solteros y muchas mujeres buscando un poco de diversión.


Puesto que ya no podía cazar a sus nenas en los rodeos, había buscado un entorno fértil en posibles presas.


Paula había oído a muchas mujeres a lo largo de las semanas que llevaba trabajando cuyos corazones habían sido partidos por hombres como él.


Aquello la indignaba profundamente y hacía que se sintiera responsable de lo que un hombre como Pedro pudiera llegar a hacerles.