miércoles, 29 de agosto de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 3




Paula abrió muy grandes los ojos. ¡El hombre era un demente! ¡De veras estaba loco! Era la única explicación que podía encontrar para sus acciones. Sólo que no parecía chiflado. Su mirada sostenía firmemente la de ella y reflejaba diversión a la vez que una fina determinación.


El corazón de Paula empezó a acelerarse. El hablaba en serio. Quería salir con ella y no aceptaría un no por respuesta. ¿Qué iba ella a hacer? ¡Nunca se había visto antes en una situación como esta! Entonces, muy de repente, le vino una idea y lentamente, Paula levantó los ojos hacia los de él.


—Quieres salir conmigo —afirmó sin necesidad, pues ya conocía la respuesta de él.


El hombre asintió y sus ojos marrones se entrecerraron para apreciar mejor las delicadas facciones de Paula.


—Y si yo accedo, ¿me dejarás tranquila?


Nuevamente el hombre asintió, pero esta vez añadió, en un tono ronco y bajo que estuvo lleno de cálidas promesas:
—Si tú todavía lo deseas...


Paula no se permitió responder a esa seductora voz. En cambio, se apresuró antes de perder el coraje.


—¿Entonces por qué no ahora? —dijo.


Si el hombre se sorprendió no lo demostró.


—Nada que yo sepa —dijo, con una sonrisa asomando a sus labios.


—¿Iremos a cenar? —dijo Paula y suspiró hondamente.


—¿Tienes apetito?


—Sí.


—Entonces cenaremos.


Nuevamente los dedos de acero tomaron posesión del brazo de Paula cuando él la hizo volverse y empezaron a caminar por la acera en sentido contrario a un flujo no muy denso de peatones que salían de sus oficinas.


—He estado un tiempo ausente —comentó quedamente él mientras volvían sobre sus pasos—. ¿Cero todavía sigue abierto para los clientes?


—Hum... sí, creo que sí.


Cero era un restaurante exclusivo ubicado en el área céntrica y frecuentado por los paladares más acaudalados de la ciudad.


—¿O preferirías ir a otro lado? —preguntó él y se volvió para mirarla de perfil.


Paula pensaba a toda velocidad.


—No, Cero está bien —respondió—. ¿Pero y qué hay de reservar una mesa? ¿No tendríamos que haberlo hecho?


—No tendremos problema alguno —le aseguró él en tono indiferente.


Paula no dijo nada al oír eso, pero pensó mucho. Siempre lleno de confianza, ¿eh? ¡Debía de ser difícil tener semejante opinión de uno mismo y de las propias habilidades!


El restaurante, que era su destino, se hallaba en una calle lateral y su entrada era clásicamente discreta: letras doradas en relieve sobre fondo negro y una puerta doble muy grande y pesada con plantas verdes a cada lado.


Adentro las luces eran tenues, con oscuros paneles de madera en las paredes y plantas de interior por todas partes. Por lo que Paula pudo ver, estaba diseñado con la intimidad como primer objetivo. Una pareja podía estar en el gran salón lleno de gente y no saberlo. Era perfecto para el propósito de ella.


Su compañero consultó con el maître y le respondieron que, por supuesto, encontraría una mesa para ellos. Después, se volvió hacia ella y le preguntó suavemente, señalando un bar cercano:
—¿Quieres una copa? Tenemos unos pocos minutos de espera.


—Hum... sí. Pero si no te molesta, me gustaría refrescarme un poco. —Trató de hablar en tono displicente.— Debo de estar hecha un desastre.


Intentó reír, pero la risa no sonó tan segura como ella quería. La mirada color canela la recorrió de arriba a abajo.


—Para mí luces perfecta, pero adelante, si lo deseas. Yo pediré las bebidas. ¿Qué prefieres?


—Oh, un vino blanco, supongo. Voy... —miró discretamente a su alrededor hasta que encontró las indicaciones disimuladas para llegar al cuarto de señoras.— Volveré en seguida.


Estaba mintiendo. Lo sabía, pero no le dio importancia. Todo lo que quería era marcharse. 


Por cierto, no tenía intención de comer con él; en ningún momento la había tenido.


Paula caminó lentamente sobre el piso alfombrado, haciendo lo posible por dominar el nervioso impulso de echarse a correr. Varias miradas siguieron con interés sus movimientos, pero ella era receptiva a una sola. La serena impronta de los ojos de él era como una marca sobre su espalda. Con no poco alivio, por fin pudo doblar en un pasillo y apoyarse débilmente en la pared, para esperar, mientras el corazón le martillaba los oídos.


Pronto pasaron caminando dos mujeres, absortas en su conversación. Paula las miró hasta que desaparecieron por una puerta en ese mismo pasillo. Aspiró profundamente, trató de regularizar su respiración. Las cosas no habrían resultado mejor si ella hubiese tenido todo el día para planearlas y coreografiarlas. Ahora, todo lo que tenía que hacer era esperar que volvieran las mujeres, y entonces podría usarlas como pantalla y separarse de ellas cuando llegaran cerca de las dos grandes puertas de la entrada.


Los nervios de Paula estaban tensos casi hasta el punto de ruptura cuando por fin reaparecieron las dos mujeres. Siguieron hablando cuando se acercaron, pero una de ellas se interrumpió el tiempo suficiente para enarcar una ceja y lanzarle una mirada indagadora. Paula trató de sonreír de un modo casual, amistoso, pero por el ceño adusto de la desconocida supo que su sonrisa había salido un poco forzada. Entonces, la segunda mujer cooperó tocando el brazo de su amiga y preguntándole si había oído lo que acababa de decirle; Paula fue olvidada en seguida como una mera curiosa.


Cuando las dos pasaron, ella se les puso rápidamente detrás y en seguida al lado, como si fuera una de ellas. Cuando el trío entró en el área a un costado del bar, Paula lanzó una rápida mirada, pero la multitud de gente le impidió ver y también impidió que la viera él. Un estremecimiento de complacida excitación onduló a través de su pecho. ¡Mejor que mejor! ¡Era como si los dioses estuviesen ayudándola en su huida! Rápidamente se volvió hacia las grandes puertas con un resplandor de triunfo en sus ojos violetas y una pequeña sonrisa divertida en sus labios. Se preguntó cuánto esperaría él para ir a buscarla. ¿Diez minutos? ¿Quince? Probablemente, pensaría que ella había emprendido una restauración completa... ¡de pies a cabeza!


Paula tuvo que reprimir una risita malvada. El se lo tenía merecido. Era tan apuesto que probablemente las mujeres venían haciendo lo que él quería desde su nacimiento. La seguridad en sí mismo que él demostraba tener no dejaba duda alguna de eso. Pero ella no tenía intención de imitarlas. Ella no. Paula Chaves, no. ¡El tendría que ponerla en la categoría de la que escapó!


Parte del calor oprimente del día había pasado cuando Paula salió a la calle, y el contraste entre la frescura del aire acondicionado del restaurante y la temperatura de la calle, además de la luminosidad, le exigió un momento para adaptarse. A las seis de una tarde de julio el sol todavía estaba alto y Paula tuvo que cerrar los ojos al punzante resplandor que la asaltó.


Pronto advirtió que alguien estaba detenido frente a ella, como esperando entrar al restaurante.


—Permiso —murmuró ella, parpadeando como un búho pequeño recién arrancado de su sueño—. Lo siento. —Trató de apartarse para dejarlo entrar. Sus ojos estaban adaptándose, pero el proceso era lento.


La persona se movió junto con ella. Finalmente, Paula se movió otra vez, pensando que debía de estar bloqueando la entrada de alguna manera.


—¿No has olvidado algo? —preguntó una voz ronca que la dejó paralizada.


¡El hombre! ¡El hombre insufrible, horrible! ¿De dónde había venido? ¡No era posible! ¡No podía estar aquí! ¡El todavía estaba en el restaurante!


Paula parpadeó en dirección a esa cara intensamente bronceada y esos duros ojos marrones.


—¿Quizá olvidaste tu copa? —insistió él—. ¿O extravió su camino?


—Yo... yo... —tartamudeó ella.


—Ya sé, saliste a tomar un poco de aire fresco.


En ese momento, un autobús que se alejaba de la acera, a corta distancia calle abajo, despidió una nube tóxica por el tubo de escape y el humo se difundió lentamente hasta envolverlos a ella y a él.


Paula tragó con dificultad y tosió. No se le ocurrió nada que decir. ¡Su plan había venido desarrollándose tan bien!


La mano que le aferró el brazo no hubiera podido ser clasificada como nada que no fuese firme.


—Vamos —ordenó él—. Hiciste un trato y vas a cumplirlo, aunque te vaya en ello la vida.


La pesada puerta se abrió y una vez más entraron en la penumbra del restaurante. La visión de Paula, ya maltratada, le falló y tuvo que ser conducida a ciegas a través del salón.


—Nuestra mesa —anunció Brian, casi obligándola a tomar asiento.


Parte de la parálisis de Paula empezó a desaparecer cuando él se sentó frente a ella.


—¡No puede hacer esto! —protestó.


Pedro se reclinó hacia atrás en su silla, aparentemente muy a gusto.


—Ya lo hice —dijo.


Paula tomó su bolso.


—¡Puedo marcharme si quiero!


Pedro la miró fijamente y la algo dura belleza masculina de su rostro se vio algo oscurecida por la iluminación indirecta.


—Podrías —admitió.


Ahora le tocó a Paula mirarlo fijamente. Nunca había conocido alguien así en su vida. 


Obstinado, terco.... esos eran solamente dos adjetivos que podían aplicarse, junto con una lista entera de términos mucho más insultantes. 


Y sin embargo, él tenía algo especial. Era difícil de negar, pero a ella no le gustaba hacerlo.


Por fin Paula suspiró profundamente y dejó que su cuerpo se relajara. El era un hombre decidido, por lo menos. Y después de las últimas dos semanas, se sentía demasiado cansada para continuar la discusión. Que le pagara la cena si eso lo ponía contento. Ello no quería decir que estuviera aceptando algo más de él. 


Después podría desaparecer y no volver a verlo más.


—Está bien, usted gana —dijo con voz cansada—. Me quedaré.


—¿Y no tendrás necesidad de hacer más viajes al tocador de señoras?


Paula se permitió una pequeña sonrisa.


—No —dijo.


Las líneas a cada lado de la boca de él se acentuaron.


—Bien. Porque no me importa dejar un Bloody Mary, pero me importa, y mucho, dejar un buen bistec.


—Lo prometo. —El entrecerró los ojos.


—Tus promesas no valen mucho.


La espalda de Paula se puso rígida.


—Cuando las hago en serio, valen.


—¿Y cómo tiene que hacer una persona para saber cuándo hablas en serio?


Chispitas de fuego púrpura saltaron de los ojos de ella.


—Mire, si va a ponerse desagradable...


El levantó una mano de dedos finos y largos.


—Tú no digas más nada y yo haré lo mismo. Tengamos una cena agradable y tranquila. Conozcámonos mejor uno al otro y dejemos que lo demás se acomode solo. ¿Estás de acuerdo?


Paula asintió rápidamente. Ella no tenía ningún interés en conocerlo mejor y no iba a dejar que él se enterase de más cosas sobre su propia vida, pero decírselo sólo serviría para prolongar la ordalía. Y mientras más rápido se libraba de esta situación, sería tanto mejor.


Sorprendentemente, la comida fue un éxito. 


Cuando él no trataba abiertamente de provocarla, sabía ser encantador. En realidad, Paula apenas tuvo conciencia de lo que sucedía; todo lo que sabía era que cuando pusieron ante ella un postre de fresas y crema batida, estaba sonriendo de algo que había dicho él y se sentía totalmente a gusto... hasta el punto de responderle con un comentario gracioso.


Pero de pronto se recobró. Santo Dios, ¿qué había hecho? Ahora él pensaría que la había conquistado y se volvería aún más fastidioso.


La temperatura alrededor de la mesa debió de descender unos diez grados cuando Paula borró de su cara su relajada sonrisa y se irguió rígidamente hacia adelante.


—Ahora tengo que marcharme —anunció.


Pedro arrugó la frente.


—¿No quieres comer tu postre?


—No. Yo... cómelo tú. Tengo que irme.


El la estudió pensativo un momento.


—Está bien —dijo—. Nos iremos.


—Tú no tienes que hacerlo —protestó ella apresuradamente, demasiado apresuradamente.


—No hay problema —respondió él de inmediato, y con un leve movimiento de la mano pidió la cuenta.


PERSUASIÓN : CAPITULO 2




Los diez minutos siguientes fueron los más largos que Paula había pasado en las dos semanas que llevaba en ese empleo en particular. El hombre se comportó de manera atroz. Tan seguro estaba de que la conquistaría con su atractivo físico, que ella tuvo dificultad para no perder el control. Parecía no aceptar que la palabra no era una expresión válida en idioma inglés. Pero como era su último día de trabajo con el señor Sawyer, y ella cuidaba mucho su reputación de secretaria eficiente, se cuidó mucho de ofenderlo. Fue muy difícil, algo así como caminar en puntas de pie con gruesas botas de escalar montañas. Y todo para encontrarlo aguardándola fuera del edificio cuando terminó de trabajar... ¡y para que después, él se atreviera a seguirla! ¡Era demasiado!


Paula aspiró profundamente preparándose para lanzar un grito que destrozara los tímpanos. 


Ahora era dueña de su tiempo y no temía las posibles repercusiones. Y él no creía que ella fuera a hacerlo. Todo eso junto eran tres buenas razones para borrar esa expresión riente, confiada, de esa cara hermosa pero arrogante.


Pero justamente cuando el comienzo del grito estaba formándose en sus labios, el hombre bajó la cabeza y con sus labios estranguló el sonido sin darle tiempo de nacer, y sus brazos la estrecharon hasta dejarla sin aliento.


A lo largo de sus veinticuatro años de edad, Paula hacía tiempo que se había acostumbrado al hecho de que los hombres quisieran besarla... desde cuando tenía diez y empezaron a aparecer los primeros indicios de su atractivo sexual. Su boca era suave y llena con una acentuada sensualidad en la línea curva del labio inferior. Su nariz era pequeña y recta, y sus ojos violetas estaban separados y tenían forma de almendra, bajo unas cejas delicadas que se elevaban para desaparecer bajo mechones de pelo negro como el carbón.


Pero además, en el curso de esos mismos años, Paula había aprendido a cuidarse. Había aprendido dolorosamente que los hombres y sus deseos traían penas además de placer, y había jurado que nunca más permitiría que la usaran. 


En esa decisión había tenido éxito. Ella era una mujer nueva que existía en una nueva y orgullosa era. Se abría camino sin necesidad de nadie para tener una vida completa. A veces salía con hombres, le gustaba tanto como a cualquiera pasar buenos momentos. Pero si un hombre llegaba a tratar de acercársele demasiado, Paula inmediatamente lo despedía. 


Había que aceptarla dentro de sus propios términos... o nada. Ella fijaba los límites, trazaba las líneas de separación.


Pero, aquí y ahora, este ladrón, este asaltante, estaba atacando las murallas que ella había creído que eran invencibles, y se puso rígida. 


Porque el ataque a su boca redujo su determinación a silencio y se convirtió, en cambio, en una seducción dulce y experta de sus sentidos... los brazos de él sostenían más que apretaban, sus labios firmes se movían contra la suavidad de los de ella con hipnótica intensidad, sus alientos se mezclaban con erótica intimidad... Paula sintió que él estaba triunfando. Una chispa, a la que creía muerta y sepultada hacía tiempo, se encendió y el choque la hizo apartar la boca bruscamente. 


Levantó la vista hacia él y lo miró con atónitos ojos color violeta.


Lentamente, el hombre levantó la cabeza y le sonrió.


—¿Lo ves? —murmuró él—. ¿No era esta una forma mejor de hacer una escena que ponerse a gritar?


Paula alzó la mirada hacía esos ojos color canela, vivaces y llenos de malicia, la piel bronceada y tensa contra los altos pómulos, la nariz recta, la mandíbula firme, y finalmente, la boca tan seductora que recientemente la había besado. Entonces, gradualmente empezó a darse cuenta de la gente que los rodeaba: algunos sonreían, otros se mostraban incómodos por la exhibición, y unos cuantos sólo parecían sentir curiosidad. De un automóvil que pasaba lanzaron un fuerte silbido.


Las mejillas de Paula estaban de un color rosado intenso cuando se liberó de los brazos del hombre, y casi antes de tener tiempo para pensarlo, su mano voló en una reacción puramente instintiva. Cuando oyó el golpe de la palma de su mano contra la carne del joven, quedó casi tan sorprendida como él.


Paula miró desorientada su mano ardiente y después la mejilla del hombre donde la impronta de sus dedos resaltaba con vivido relieve. Interiormente quedó apabullada por su acción, pero en lo exterior mantuvo su actitud agresiva, o por lo menos, todo lo agresiva que pudo conseguir. Sus ojos lo miraron sin parpadear.


Una llama de cólera momentánea apareció en los ojos marrones, pero pronto quedó sepultada bajo la expresión divertida y burlona con que el hombre examinó el cuerpo pequeño y desafiante de Paula.


—La próxima vez me acordaré de agacharme —dijo él en tono burlón.


—No habrá próxima vez —repuso rápidamente Paula, en tono glacial.


—¿No lo crees?


Estaba tan seguro de sí mismo, tan confiado. Paula se irguió.


—¡Estoy segura!


—¿Por qué no me llamas Pedro? —sugirió descaradamente él, sin amilanarse por la continua hostilidad de ella—. Sería un comienzo.


Paula apoyó furiosa ambas manos en sus caderas.


—¡Dentro de un minuto lo llamaré otra cosa si no me deja tranquila!


Rápidamente, el simple disgusto de Paula se estaba convirtiendo en una furia absoluta. Había desaparecido la turbadora inquietud de hacía un momento. ¡Estaba contenta de haberle pegado! ¡Él se lo merecía! Y si se atrevía a flexionar un músculo hacia ella, volvería a hacerlo. ¡Sólo que esta vez no se detendría en una bofetada!


El hombre tuvo el descaro de reír tontamente, un sonido agradable que salió de lo profundo de su pecho.


Paula cerró con fuerza los puños. Casi deseaba que él intentara volver a tocarla. Si algo le había enseñado el vivir un año con David, era la necesidad de aprender a defenderse sola. Ya no era una muchacha confiada y al borde de la madurez. Ahora era una mujer crecida, tanto mental como físicamente, y ningún hombre, ¡ningún hombre volvería a aprovecharse de ella!


Su atención se centraba en esa hermosa cara, indiferente a la multitud que llenaba la acera y corría hacia sus automóviles en el calor y la humedad de una tarde de verano en Houston, tratando de ganar unos pocos segundos de tiempo en la monumental congestión de tráfico que frustraría sus esfuerzos de regresar a sus hogares por las autopistas que salían de la ciudad.


—Y después que me arriesgué para salvarte la vida... —murmuró el hombre llamado Pedro con un fulgor perverso en la mirada.


A Paula la disgustó recordar ese hecho, pero era un hecho que no podía ignorar totalmente. Si él no la hubiese arrancado de la senda del peligro, probablemente se encontraría en este mismo momento en una ambulancia, camino a la guardia de emergencia de un hospital, sabía Dios en qué estado. Pero, por otra parte, si él no hubiese venido molestándola ¡ella no habría bajado de la acera sin mirar a los lados! Abrió la boca para decirle eso pero en seguida volvió a cerrarla, todo en el espacio de un segundo. ¿De qué serviría? se preguntó impaciente. Sería gastar saliva. Porque él no había escuchado una sola palabra de las que ella dijo. ¿Qué la hacía pensar que esta vez sería diferente?


—Piense lo que quiera que a mí no me importa —replicó secamente.


El enarcó una ceja.


—¿Ni siquiera las gracias...?


Paula volvió a su infancia y dio una patada en el suelo.


—¡No! —exclamó.


El hombre sacudió la cabeza con su pelo castaño y largo que se rizaba ligeramente sobre el cuello de su camisa celeste. Suspiró con pena.


—Por alguna razón, esto no está saliendo como yo lo había planeado —dijo.


Paula permitió que una pequeña sonrisa de triunfo asomara» a sus labios. ¡Por fin! ¡Por fin él estaba recibiendo el mensaje!


—No, supongo que no —admitió ella—. Ahora, si me disculpa...


Se volvió con determinación. Su tono había sido perfecto: frío, preciso, despectivo. Miró cuidadosamente a los lados antes de bajar de la acera. La gente pasó apresuradamente a su lado, todos corrieron en un camino conocido.


Paula se alejó moviéndose graciosamente entre ellos, con la cabeza en alto, su esbelta figura favorecida por una falda blanca de lino y una chaqueta de la misma tela sobre una blusa de seda colorada que acentuaba la tersura de su piel desusadamente clara, felicitándose de lo bien que había manejado la situación... excepto ese pequeño desliz cuando él la besó. Pero eso podía ser atribuido al shock. ¡No todos los días una estaba a punto de ser aplastada por un camión!


Llegó a la acera de enfrente y estaba empezando a caminar cuando su curiosidad se impuso a su buen juicio y la hizo detenerse y lanzar una rápida mirada hacia atrás.


En seguida deseó fervientemente no haberlo hecho, porque la silueta atlética de él, ahora familiar, todavía la venía siguiendo. Unos cuantos pasos más atrás, cierto, pero lo mismo muy presente. Paula lo miró con furia y después fingió que él no estaba allí. En esto fracasó lastimosamente. Apuró el paso, pero de nada sirvió. Por fin se detuvo, con los ojos relampagueando con fulgores purpúreos, y sus pechos pequeños y redondos subiendo y bajando rápidamente por la agitación.


—¿Qué tengo que hacer? —preguntó, fieramente ceñuda—. ¿Escribírselo en la cabeza?


Una vez más, la reacción del hombre fue de diversión.


—Te he dicho lo que tienes que hacer... venir conmigo.


—¡Usted está loco! —gritó Paula, exasperada por la terquedad del sujeto.


—Sólo moderadamente —repuso él sonriendo.


Paula se quedó mirándolo boquiabierta. 


Inconscientemente, empezó a sacudir la cabeza, haciendo que el cabello oscuro que caía de una parte del centro se moviese contra sus hombros.


—Encontraré una manera —advirtió él al ver la negativa de ella—. Cuando deseo algo, habitualmente lo consigo.


—¡Bueno, pues a mí no me conseguirá! —replicó ella con vehemencia, aunque empezaba a apoderarse de ella una sensación de irrealidad. ¡Esto no estaba ocurriendo! ¡Ella no se encontraba detenida en una acera del centro de Houston prácticamente arañando al hombre que había conocido esa misma tarde!


Las líneas de la sonrisa en las bronceadas mejillas de él se hicieron más profundas.


—Bueno, eso tendremos que verlo —dijo en tono levemente burlón y provocativo—. Ahora... ¿vamos?



PERSUASIÓN : CAPITULO 1




La bocacalle estaba repleta de gente que aguardaba con impaciencia que cambiaran las luces de tráfico. Entre ellos había una mujer, de estatura ligeramente menor que mediana, que tenía más motivos que la mayoría para estar impaciente. Esperaba inmóvil, rígida, con su bolso de colgar firmemente apretado contra su costado, las delicadas facciones dirigidas hacia arriba, los ojos fijos en la señal luminosa, y llena de ansias de alejarse corriendo de ese lugar.


Pero como el terco mecanismo parecía demorar una eternidad para dar el paso a los que aguardaban, la mujer sintió el impulso de mirar rápidamente hacia atrás. Lo que vio la hizo ponerse todavía más rígida e instantáneamente evaporó la pequeña dosis de control que le quedaba. Furiosa, giró en redondo para enfrentar al hombre que tenía directamente detrás.


—¡Mire! Se lo he dicho una vez y no volveré a repetírselo.... si no deja de seguirme ¡voy a llamar a un agente de policía!


El hombre era alto, de más de un metro ochenta, innegablemente atractivo, con facciones regulares y armoniosas y una constitución delgada y masculina que su traje de calle oscuro acentuaba más que ocultaba. El hombre sonrió. 


Fue un relámpago blanco en la piel bronceada por el sol.


—Y yo le he dicho a usted —respondió con una voz ronca, profunda, y matizada con más de una pizca de humor divertido— que acceda a salir conmigo y yo dejaré de seguirla.


Paula apretó los dientes, mientras sus pensamientos se dirigían, no muy generosamente, a los antecedentes familiares de él.


—¡Váyase! ¡Lárguese! ¡Fuera! —casi gritó, elevando la voz por la intensa frustración que la enfurecía—. ¿Es que no oye lo que yo le digo?


El hombre inclinó su cabeza y el sol se reflejó en los mechones de color castaño rojizo de su cabello. No pareció afectado en lo más mínimo por la vehemencia de ella. En cambio, el admirativo humor de sus cálidos ojos marrones se acentuó.


—Claro que la oigo, lo mismo que media ciudad.


Paula parpadeó ante lo inesperado de la respuesta y en seguida un seductor rubor
rosado le subió a las mejillas cuando comprendió que lo que él había dicho era verdad. La gente comenzaba a mirarlos. 


Frunciendo furiosamente la nariz, Paula se
volvió, bufando de rabia.


Cuando la luz de tráfico cambió ella fue la primera en dejar el bordillo de la acera
llevando en alto su pequeño mentón y con la indignación marcada en cada línea de su esbelto cuerpo. Pero sólo tuvo tiempo de dar un paso cuando una súbita exclamación de la gente que había quedado atrás se combinó con un ensordecedor rechinar de neumáticos.


En circunstancias normales Paula era una persona cautelosa. Viviendo y trabajando en una ciudad del tamaño de Houston, había tenido que aprender a conducirse así.


Pero esta vez fue una estúpida, su mente estaba llena de furiosos pensamientos sobre el hombre que la seguía, y no había mirado de dónde venía el tráfico. Una vez podía ser la última. Esperó el impacto del duro metal contra su carne frágil mientras su mente gritaba una protesta.


Pero el golpe esperado no llegó. En cambio, unos dedos a los que sintió como una tenaza la aferraron del brazo y le dieron un fuerte sacudón, devolviéndola a la acera y apretándola contra la seguridad de unos músculos de acero.


Paula quedó un momento bastante largo apoyada en la dura calidez, profundamente
conmovida. Nunca había estado antes tan cerca de ser atropellada... ¡y para colmo por un camión! La nube vaporosa de su cabello de ébano descansaba sobre la chaqueta que olía sugestivamente a una cara colonia masculina 


Entonces, lentamente, sus sentidos empezaron a recobrar cierta semblanza de normalidad y
ella empezó a apartarse del desconocido, dispuesta a dar unas sentidas gracias. 


Sin embargo, cuando miró hacia arriba, de sus labios escapó solamente una palabra ahogada.


—¡Usted! —dijo sorprendida.


—Sí, yo —dijo él, y una lenta sonrisa se insinuó en los ángulos de su atractiva boca cuando la ironía de la situación de ella empezó a sobreponerse al susto de hacía un momento. El hombre mantuvo firmemente sus brazos alrededor de Paula.


Inmediatamente, ella empezó a luchar por liberarse, pero su fuerza resultó inútil contra la determinación de él. Por fin, con los dientes apretados, siseó, furiosa:
—¡Suélteme!


—No, creo que no lo haré —dijo suavemente él, sacudiendo la cabeza. 


Paula se retorció nuevamente, pero fue inútil. Enfurecida, lo amenazó: —¡Gritaré!


Usar esa vieja amenaza femenina parecía tan inefectivo... tan inadecuado... pero por el momento, fue lo único que se le ocurrió.


Su intento de intimidación a él no lo perturbó en lo más mínimo.


—Adelante —dijo alegremente el hombre.


Los ojos color violeta de Paula empezaron a oscurecerse de furia. Desde que lo había visto por primera vez, a primeras horas de la tarde, Paula había tenido la certeza de que habría problemas. Y sus sospechas resultaron ciertas. 


El había entrado en la oficina donde ella trabajaba como secretaria temporaria, y con un atrevido guiño ignoró la advertencia que ella le hizo en el sentido de que el jefe no quería que lo molestaran. El, entonces, fue directamente a la oficina privada de uno de los más importantes consejeros de inversiones de Houston, y lo sorprendente fue que no volvió a salir inmediatamente y que el señor Sawyer, sumamente avaro de su tiempo, permitió que el visitante le tomara una media hora de su atestada agenda. Pero cuando los dos hombres aparecieron en la puerta, con el rostro normalmente serio del señor Sawyer iluminado por una amplia sonrisa y su brazo jovialmente apoyado en los hombros del joven, Paula empezó a comprender. Comprendió todavía más cuando el jefe le dijo que el visitante era un amigo de la familia y le pidió que consiguiera un taxi para él. En seguida, el señor Sawyer volvió a retirarse a su oficina expresando que sentía mucho tener que prepararse para una cita importante, y dejó que Paula se ocupara del hombre.