lunes, 6 de agosto de 2018

¿PRÍNCIPE AZUL? : EPILOGO




-¡Feliz día de San Valentín! Soy Paula Chaves y nos encontramos en el hospital Park Wood, de Texas, donde mi compañera, Georgina Flowers, ¡acaba de dar a luz gemelas! —Paula se acercó a la cámara—. Las niñas nacieron esta mañana y hemos pensado que unas imágenes de la madre con sus hijas serían el final más adecuado para nuestro especial de San Valentín.


En ese momento, Pedro mandó cortar la grabación.


—¿Aún no está preparada Georgina? —inquirió Paula—. Lleva por lo menos una hora maquillándose.


—Espera un poco —respondió Pedro—. La verdad es que no me he repuesto de la sorpresa. Todavía no puedo creer que apenas esta mañana haya dado a luz a dos gemelas.


—Un nacimiento muy oportuno, ¿verdad? —sonrió Paula—. Aunque los bebés han llegado un mes antes, tienen un buen tamaño. Necesitamos cuarenta y cinco segundos y luego meteremos los créditos de cierre —se puso de puntillas para asomarse a la habitación—. Se está pintando los labios, y siempre deja los labios para el final —le hizo una seña a Julian—. Entramos en cinco minutos.


Pedro miró su reloj.


—Eso nos dará tiempo suficiente para montar y transmitir el nuevo final del especial a las cadenas de televisión. Luego dispondremos de tiempo libre para ir a ver a mis padres.


—Tu madre me prometió que haría lasaña esta noche. Ya se me está haciendo la boca agua...


—Mi madre cocinaría cualquier cosa para ti.


—Y yo se lo permitiría.


Ambos se echaron a reír.


—Todavía no te he dado formalmente las gracias por lo que sea que le dijiste a Patricio —Pedro arqueó las cejas.


Paula no le había contado gran cosa de la conversación que había mantenido con su cuñado, porque temía que pensara que se estaba inmiscuyendo. Porque, después de todo, era verdad.


—Básicamente, le señalé con mucho tacto que su poesía era superficial, porque había estado escribiendo acerca de la vida sin haberla vivido en su profundidad. No había experimentado la cotidiana lucha de una persona contra el mundo; sólo había visto luchar a los demás. Su poesía reflejaba esa falta de experiencia; no sonaba convincente a aquellos que trabajaban duro todos los días. Y... —bajó la mirada a sus manos—... le señalé que el ejemplo perfecto lo tenía en su propia casa, con Teresa y los niños.


—¿Es por eso por lo que Teresa se ha mudado a tu apartamento?


—Sí, y porque necesita un descanso. Patricio quería experimentar por sí mismo la lucha cotidiana de un padre solo, ganándose la vida y manteniendo a sus hijos. Hoy es su tercer día. Le hizo prometer a tu madre que no lo ayudaría económicamente.


—No me lo puedo creer: Patricio trabajando. ¿Y el viaje a Europa?


Paula se encogió de hombros.


—Quizá para su décimo aniversario de boda...


—Eres increíble y te quiero —la besó.


—Recuérdame que me retoque la pintura de labios —repuso Paula, y le devolvió el beso—. Algo que, desgraciadamente, creo que debería hacer ahora mismo.


—Espera un minuto —Pedro la tomó de la mano—. ¿Julian? —le indicó por señas que empezara a grabar.


—¿Qué es lo que está grabando? —inquirió Paula, extrañada.


—Esto —sonriendo, sacó del bolsillo una caja de terciopelo rojo y la abrió.


—¡Pedro! —la joven se llevó las manos a la boca, al igual que habían hecho todas las otras novias que había grabado para el especial—. ¡Es un diamante en forma de corazón!


—Feliz día de San Valentín —pronunció él mientras le deslizaba el anillo en el dedo.


—Oh, Pedro —contempló el anillo con los ojos inundados de lágrimas—. Cuando lo mire, me parecerá que todos los días son San Valentín...


—Eso es porque, contigo, cada día es San Valentín.


Fin.




¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 34




—¿Poco profesional? —inquirió Paula, indignada.


—Así es como yo lo veo —repuso Georgina.


—Poco profesional —Paula se levantó mientras se acababa su helado—. Yo nunca he sido poco profesional —tiró los vasos de plástico a la basura—. Soy famosa por mi profesionalidad. Pregúntale a cualquiera de la industria y te dirán que Paula Chaves es una auténtica profesional.


Tumbada en la cama, Georgina entrelazó los dedos sobre su abultado vientre.


—Creo que se lo preguntaré a Pedro, a ver qué opina.


—Eso es un golpe bajo —replicó Paula, rechinando los dientes—. Eso es un golpe realmente bajo, Georgina —agarró su bolso y salió de la habitación.


—Pero efectivo de verdad —murmuró Georgina para sí misma—. Soy tan buena...



****


Después de una hora en el emplazamiento, Pedro echaba de menos a Paula, como productora, tanto como la echaba de menos como persona. Intentar coordinar ambos equipos de cámaras, así como supervisar cada detalle de su trascendental petición, era algo terriblemente estresante. Y saber que todo aquello no iba a valer para nada era una auténtica tortura. De pronto, sonó una voz en el radiotransmisor de la caravana.


—¿Pedro?


Quien hablaba era uno de los estudiantes de universidad que había contratado. Con gesto cansado, Pedro descolgó el teléfono.


—¿Sí?


—¿Dónde está la comida para los pichones?


Pedro estaba abatido a más no poder; se suponía que tenían que ser palomas. Lo que había querido eran centenares de palomas blancas. Y lo que tenía era un par de docenas de pichones blancos. De lejos, esperaba que el efecto fuera el mismo.


—No había pensado en alimentarlas. ¿Dónde está el cuidador?


—No sé.


—Quizá... —dijo Pedro midiendo cuidadosamente su tono—... ¿tú podrías localizarlo?


—Bien.


Por la ventana de la caravana, Pedro miró sin ver a la banda que en aquel momento estaba presentando su actuación. Con una precisión que hablaba de una gran práctica, atravesaban el césped formando líneas, rombos y círculos. 


Los animadores que agitaban las banderas luchaban contra el fuerte viento y a dos miembros de la banda se les habían volado los sombreros.


Pedro había escogido aquel lugar porque se encontraba en el borde más alto de un extremo del estadio, detrás de la portería. Desde aquel punto aventajado, los dos laterales del campo resultaban visibles, así como el marcador y el campo.


Julian se encontraba allí y el cámara de Pedro en la tribuna de prensa. Pedro tenía que coordinar ambas cámaras. Si Paula hubiera estado presente, se habría reunido con él justo antes de que la banda de Los Leones de la universidad de Lousiana entrara en el campo... y juntos habrían contemplado el espectáculo.


Los Leones ocuparían sus posiciones en los laterales, pero en lugar de marchar hacia el centro del campo, en ese preciso momento las trompetas resonarían en todo el estadio. Esa sería la señal para que la audiencia de las secciones C, D, E y F, levantaran las grandes tarjetas que les habían sido entregadas. 


Suponiendo que cada uno estuviera sentado donde tenía que estar, en los miles de tarjetas de color rosa podría leerse con gruesas letras negras: ¿Quieres casarte conmigo, Paula? El marcador electrónico reflejaría dibujos luminosos de corazones y campanas de boda. Cuando Paula hubiera dicho que sí, Pedro habría conectado el aparato de megafonía para transmitir el mensaje a los espectadores, lo cual a la vez habría constituido la señal para soltar a los pichones junto con miles de globos de color rosa en forma de corazón.


Julian los enfocaría con la cámara y sus rostros felices aparecerían en la gigantesca pantalla de televisión del marcador. Y Paula jamás volvería a sentirse impresionada por cualquier otra petición de matrimonio grabada para Hartson Flowers.


Pero Paula no se encontraba allí.


Y sólo quedaban cuatro universidades más por competir hasta que entraran los Leones de Lousiana.


Pedro no se lo había contado al equipo, aunque el técnico de sonido que estaba sentado en la parte de trasera de la caravana debía de haber escuchado no solamente la conversación de los pichones, sino las de las tarjetas rosas y los globos. Los chicos eran listos. Podrían figurárselo.


—Si alguien me llama, estaré fuera —le dijo Pedro al técnico.


En aquella parte de Texas, a finales de enero hacía un clima muy curioso. El aire frío del norte se encontraba con los frentes cálidos del Golfo de México, con lo que el tiempo podía cambiar muy rápidamente. El frío que Paula y él habían tenido que soportar en el oeste de Texas había atravesado todo el estado hasta alcanzar Roperville, y de su encuentro con el aire cálido se habían originado las lluvias que habían interrumpido el certamen dos veces en aquel mismo día.


Durante toda la mañana, el cielo le había estado mortificando. La vida misma le había estado mortificando. Debería haber retenido a Paula cuando aún tenía oportunidad.


La siguiente banda entró en el estadio. Y la siguiente. Una fina lluvia empezó a caer.


—Excelente —musitó, mientras ayudaba a Julian a cubrir la cámara.


Por el rabillo del ojo vio reflejos de color rosa entre los espectadores; algunos de ellos habían empezado a protegerse de la lluvia con los tarjetones. La lluvia empezó a arreciar.


—¿Pedro? —Julian señaló el campo—. Ya tenemos un montón de imágenes, más que suficientes...


—Lo sé —Pedro se subió el cuello de la cazadora; todavía podía oler en ella el leve aroma del perfume de Paula—. Adelántate y recoge el equipo —le dijo al cámara.


Por un momento pareció que Julian estaba a punto de decir algo, pero luego se lo pensó mejor y llevó la cámara y el trípode a la caravana. La banda continuaba ejecutando valientemente su actuación, pero las banderas ya ondeaban y los sombreros de plumas de los músicos de la banda tenían muy mal aspecto. 


Los espectadores empezaron a buscar refugio en zonas de las gradas protegidas de la lluvia.


—El certamen regional de bandas de música y exhibiciones de banderas ha sido pospuesto debido a las inclemencias del tiempo —resonó una voz por los altavoces del estadio—. A Los Armadillos del estado de Arkansas les será permitido repetir su actuación. Por favor, que un representante de cada grupo siga en contacto con los organizadores del certamen. Les avisaremos de la continuación del programa tan pronto como el tiempo nos lo permita.


Un pájaro blanco sobrevoló el estadio. Uno de los pichones debía de haberse escapado. En lugar de corazones y campanas de boda luminosas, en la pantalla del marcador aparecía el texto de Concurso Pospuesto. Los tarjetones rosas regaban por doquier los asientos y las gradas de cemento. Y Pedro seguía de pie bajo la lluvia.


—Hey, hombre, ¿no vienes? —Julian y el técnico de sonido, ataviados con unos impermeables amarillos, aparecieron a su lado.


—Todavía no estoy dispuesto a irme, tenemos que...


—¿Cómo? —lo interrumpió el técnico.


—Vayamos al stand de la concesión —explicó Julian—. Está lleno de comida que al final no van a utilizar: Montones de perritos calientes y de tacos. ¡Tenemos que llegar allí antes de que los chicos de la universidad acaben con todo!


Pero Pedro no fue con ellos; no estaba de humor para comer. Enterrando la nariz en el cuello de su cazadora, aspiró profundamente el aroma para evocar el recuerdo de Paula. Incluso aunque ella hubiera estado allí, su petición de matrimonio habría sido un desastre. El romanticismo no se merecía tanto esfuerzo.


El personal de limpieza había empezado a recoger la basura. Pedro los observó mientras tiraban los tarjetones rosas en los cubos vacíos junto con los restos de comida. Basura. La que debería haber sido la más romántica petición de matrimonio del mundo se había visto reducida a asquerosa basura.


Un vehículo se detuvo a su espalda. Pedro lo ignoró.


—¿Señor Alfonso?


Reacio, volvió la cabeza, y vio un camión del estadio. El conductor señaló la parte trasera y le informó:
—Aquí tenemos los globos. Lo siento, pero nos tenemos que ir. ¿Dónde quiere que se los ponga?


No los quería. No quería volver a ver un solo globo rosa en forma de corazón en toda su vida...


—Descárguelos al lado de la caravana y ya me encargaré de ellos más tarde.


Los hombres descargaron las tres gigantescas redes llenas de los dos mil globos de helio, atadas a enormes pesos. Pedro sacudió la cabeza. Los globos jamás cabrían en la caravana. Tendría que soltarlos y devolver los pesos a la agencia que se los había vendido. El camión se marchó y Pedro se quedó solo.


Su único gran gesto romántico había resultado un completo fracaso. Cuando Paula le sugirió lo de una celebración, habría sido completamente natural que le respondiera: «si te casas conmigo, luego tendremos incluso más cosas que celebrar». Entonces se habrían comprometido y él no se encontraría allí en aquel momento, bajo la lluvia, preguntándose si alguna vez ella volvería a dirigirle la palabra.


Al fin, Pedro decidió moverse y se dirigió al refugio de la puerta de entrada; sentado en una silla plegable, se dedicó a observar al personal del estadio mientras recogía los empapados tarjetones color rosa. Pensó en echarles una mano, ya que él era el responsable de aquella basura extra.


De pronto oyó el portazo de un coche y el sonido de unos pasos en la grava. Pedro suspiró. Se había estado preguntando cuánto tiempo tardaría en encontrarle el encargado de los pichones.


—¿Pedro? —le preguntó una voz de mujer.


—¡Paula!


Estaba allí; había vuelto. Pedro sólo podía mirarla fijamente mientras avanzaba sorteando los charcos.


—Estás empapado —se reunió con él bajo el techado de la entrada, y cerró su paraguas.


—Está lloviendo —comentó Pedro, aunque eso no era lo que había querido decirle.


—Ya lo sé —suspiró—. Quería pedirte disculpas por haber permitido que grabaras solo este segmento —se estremeció; tenía la nariz enrojecida—. Ha sido algo... muy poco profesional por mi parte.


—Tienes frío —se abrió la cazadora y extendió los brazos—. Ven aquí.


Paula lo miró, y después se concentró en sacudir cuidadosamente su paraguas.


—No creo que sea lo más inteligente.


—No me importa que lo sea o no —se acercó más hacia ella—. Necesito abrazarte.


A Paula empezaron a temblarle los labios, y al fin se lanzó a sus brazos.


—No tanto como yo necesito que me abraces... —le rodeó la cintura por debajo de la cazadora.


—Paula —pronunció, estrechándola contra su pecho—. Te quiero.


—Me estás diciendo eso sólo porque me compadeces...


—Te lo estoy diciendo porque te quiero —la besó en el cabello, y Paula levantó el rostro para mirarlo.


—Entonces, ¿por qué no me dejaste hablarte el otro día? Tenías que saber lo que sentía.


—No quería estropear la petición...


—¿Qué petición? —inquirió ella, abriendo mucho los ojos.


—Tenía las bandas de música —hizo un gesto con el brazo—, tenía el estadio entero lleno de gente... pero no te tenía a ti —la miró, esbozando una media sonrisa— Y la fastidié. Lo siento.


Pedro... —suspiró su nombre y se suavizó su expresión—. No necesito bandas de música, ni gente, ni cámaras... sólo te necesito a ti. Te quiero. Es por eso por lo que quería hacerte la petición. Quería que vieras que podía hacerlo sin todas esas «tonterías románticas», como tú solías llamarlas.


—Pero yo quería esas tonterías románticas para ti.


—Y yo te adoro por eso.


Lo estaba mirando con tanto amor en los ojos que Pedro ya no pudo esperar. Allí, bajo la lluvia, sintió que las palabras escapaban de su corazón.


—¿Quieres casarte conmigo, Paula?


—Sí —susurró ella, con los ojos inundados de lágrimas.


—Quería que esto fuera tan romántico para ti... Justo como en tus sueños.


—Es romántico —extendió un brazo y se levantó la manga del impermeable—. Mira: carne de gallina.


Cuando Pedro ya se inclinaba para besarla, se le ocurrió una idea y se detuvo, sonriendo de oreja a oreja.


—Espera un momento —llevándose las manos a la boca, gritó a los trabajadores del estadio—: ¡Me ha contestado que sí! ¡Paula Chaves va a casarse con Pedro Alfonso!


—¡Pedro! —riendo, Paula escondió el rostro en su pecho—. Podemos transmitírselo al mundo más tarde...


—Oh, desde luego que sí —Pedro la besó en los labios antes de correr hacia la caravana—. ¡Mira!


Y entonces soltó los dos mil globos rosas en forma de corazón que se elevaron al cielo... por ella.




¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 33




El jueves amaneció gris y lluvioso, a juego con el sombrío humor de Pedro. Paula bien podía haber desaparecido de la faz de la tierra. La había llamado a todas partes, dos veces a la casa de Georgina, pero ella le había dicho que no había sabido nada de Paula. No sabía si creerla o no. Había estado a punto de confesarle sus planes, pero al final no lo había hecho.


Ya tenía que salir para el estadio. Contemplando el teléfono, cedió a un último impulso y llamó una vez más a Georgina.


—¿Diga?


—Georgina, soy Pedro otra vez. Mira, no voy a preguntarte si sabes algo de Paula. Pero si es así, simplemente dile que la necesito.


—¿Para el segmento del certamen de bandas de música?


—Sí —respondió con tono áspero.


Siguió un momento de silencio.


—Pareces cansado.


—No he dormido en toda la noche.


—No has dormido en toda la noche —repitió Georgina.


—¡Y me gustaría que mi productora estuviera aquí para producir! —le espetó Pedro, y de inmediato pidió disculpas—. Perdona.


—No te preocupes; lo comprendo. Dependías de Paula y ella te ha dejado colgado.


—No es eso. Ella grabó alguna...


—No es propio de ella abandonar antes de dar por terminado un trabajo. Es algo muy poco profesional.


—Me doy cuenta de que su prioridad es el especial de San Valentín —Pedro cerró los ojos y continuó con tono suave—: Sólo quiero asegurarme de que se encuentra bien.


—Estoy segura de que se encuentra bien. Le transmitiré tu mensaje cuando la vea.


—Gracias, Georgina —colgó el teléfono y se lo quedó mirando, cuando de pronto sonó otra vez—. ¿Diga? —contestó, pensando que tenía que ser Paula.


—¿Señor Alfonso?


—¿Sí?


—Llamo de la imprenta Kwik. ¿Va a recoger las tarjetas que ha encargado, o debo entregárselas en el estadio?


Eran los tarjetones color rosa de su petición de matrimonio a Paula. Ya no los necesitaba y por un momento pensó en cancelar todo aquello. 


Pero la gente se había esforzado por ayudarlo. 


Sería mejor seguir adelante y decirles más tarde que la cosa no había funcionado.


—Envíe las tarjetas al estadio. Gracias.


Al mediodía, justo a las doce, le pediría a Paula que se casara con él. Pero ella no lo vería.




¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 32




—¿Estas enamorada de él, ¿verdad?


—¿De quién? —Paula le ofreció a Georgina un vaso de helado de chocolate y una cuchara; luego se sentó junto a la cama de su amiga a comer el suyo.


—De Pedro —respondió mientras lamía cuidadosamente la tapa.


—No sé cómo se te ha podido ocurrir eso —para cuando Georgina hubo terminado con la tapa, Paula ya había engullido dos grandes cucharadas.


—Quizá porque son las ocho de la mañana y estamos comiendo helado... helado con muchas grasas y azúcar. La única razón para consumir grasas y azúcar es un problema con un hombre. Y el único hombre al que has frecuentado últimamente es Pedro.


—Por favor. Hay tres hombres en mi equipo.


—Y ninguno de ellos se merece semejante consumo calórico —Georgina tomó la primera cucharada y suspiró—. Excepto Julian, si se cortara el pelo y se afeitase.


—Hmmm, Julian. Es discreto, obediente y no habla hasta que no se lo piden. El hombre perfecto —Paula engulló otra gran cucharada de helado—. Tendré que tomarlo seriamente en consideración.


—Ha llamado —le informó Georgina mientras chupaba la cuchara.


—¿Julian?


Pedro. Y parecía preocupado. Muy preocupado.


—No sé por qué; le dejé una nota.


—Venga, cuéntame lo que pasó.


Paula siempre había sabido que tarde o temprano se lo contaría todo a Georgina, y así lo hizo. Le relató toda la historia, incluido lo que estuvo a punto de ser la petición de matrimonio; luego se echó a llorar. Para cuando terminó, lo que quedaba del helado se le había derretido.


—A ver si lo entiendo —Georgina la miró con expresión severa—. ¿Dejaste solo a Pedro allí?


—Puede arreglárselas perfectamente.


—Discúlpame, pero rodar segmentos de Hartson Flowers no es su responsabilidad.


—Oh, vamos, Georgina. Todo esto fue idea suya. Yo tengo que montar el especial de San Valentín.


—¡Pero él te lo dejó todo preparado y tú te marchaste!


Paula se dijo que, teóricamente, Georgina debería ponerse de parte suya, no de Pedro.


—Él sabe por qué me marché —murmuró.


—Quizá no. Y, Paula, cariño —continuó Georgina con tono suave—, quizá hayas sobrevalorado sus sentimientos.


—¡Oh, por favor! No puede ir besando a las mujeres como me besó a mí, y luego esperar que ellas lo ignoren.


—¿De qué manera besa el señor Alfonso? —le preguntó su amiga, maliciosa.


—Oh, Georgina... primero nos besamos a la luz de la luna y él me dijo que nunca volvería a mirar a la luna sin acordarse de mí.


—¿Pedro dijo eso? ¿Nuestro Pedro?


—Mi Pedro.


—No va a ser tu Pedro si no regresas a Roperville y te enfrentas a él. Si sales ahora, podrás estar en el este de Texas a eso de la una.


—No tengo tiempo para volver —repuso Paula—. Estoy empezando a montar el gran especial de San Valentín.


—No, estás evitando a Pedro.


—Y seguiré evitándolo —le aseguró Paula—. He tenido mucha práctica. Por cierto, me comentó que vendería nuestro programa a las grandes cadenas. Espero que lo haga. Así nunca más tendré que volver a verlo.


Georgnia le ofreció un pañuelo.


—Anda, toma. Se te están cayendo las lágrimas en el helado.


Sonó el teléfono. Georgina contestó y, por su expresión, Paula supo que era Pedro.