jueves, 16 de abril de 2015

SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 23




Unos golpes en la puerta de su cuarto despertaron a Paula quien había logrado por fin conciliar el sueño.


—Pau, Pedro está abajo. Quiere hablar contigo —dijo Sara entrando en la habitación.


—Dile que no puedo recibirlo.


Sara observó a su hermana menor y de inmediato percibió que ella había estado llorando.


—¿Qué sucede? ¿Por qué has llorado?


—Yo no estuve llorando —replicó Paula alzándose de la cama y yendo hacia la ventana que daba a la calle. Vio estacionada la Harley de Pedro y su corazón comenzó a latir con más fuerza.


—A mí no me engañas, te conozco como si yo misma te hubiera parido, Pau —le dijo yendo hacia ella—. ¿Tiene algo que ver la visita de tu jefe con esas lágrimas?


Paula no respondió pero cuando su hermana le puso una mano en el hombro ella la apretó con fuerza.


—Por favor, Sara, dile que no me siento bien. No quiero verlo, haz que se vaya… por favor.


Sara ignoraba lo que había sucedido entre su hermana y Pedro pero lo que haya sido la había dejado devastada.


—Está bien, se lo diré pero creo que deberías hablar con él, sobre todo si es por su culpa que estás así de angustiada.


—Hablaré con él mañana… ahora no puedo.


—Como quieras —se dirigió hacia la puerta—. ¿Estás segura que no quieres verlo?


Paula se dio media vuelta y asintió.


Sara cerró la puerta y bajó a cumplir la desagradable tarea de decirle a Pedro Alfonso que Paula no podía recibirlo.


Paula continuaba aún junto a la ventana cuando Pedro salió de la casa. Lo observó subirse a su motocicleta y tuvo que ocultarse detrás de las cortinas cuando él miró hacia la ventana.


Unos segundos después, volvió a asomarse cuando se aseguró que él ya se había marchado.


Esa noche no bajó a cenar y a Sara no le extrañó. Gabriel, en cambio creía que Paula seguía haciendo todo lo posible por evitarlo y eso lo contrariaba.


Después de lo que había sucedido entre ambos no habían hablado y quería pedirle disculpas. Sabía que se había comportado como un patán con ella y que no podía esperar nada de su parte pero aún así debía pedirle perdón y asegurarle que nunca más se volvería a repetir un hecho semejante.


Finalmente había comprendido lo equivocado que había estado en desear a la hermana de su esposa y esperaba que no fuera demasiado tarde para enmendar su error.


Él amaba a Sara pero la crisis por la que estaba atravesando su relación de pareja había sido la culpable del comportamiento inadecuado hacia su hermana.


Buscaría a Paula en su trabajo al día siguiente y hablaría con ella para pedirle perdón.





SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 22




Paula se encerró en su cuarto apenas llegó a la casa de su hermana sin siquiera saludar a nadie. No tenía ganas de hablar con nadie, mucho menos ver a su cuñado.


Se arrojó boca arriba en la cama y clavó su mirada en el cielorraso. Le dolía la garganta por haber contenido el llanto desde que había salido del consultorio. Había conducido hasta su casa sin derramar ni una sola lágrima y ahora en la soledad de su cuarto, en donde nadie la veía pudo dejar salir todo el dolor que llevaba dentro y lloró como una Magdalena.


¿Por qué se había enamorado de un hombre como Pedro? ¿Acaso no había sufrido lo suficiente con Matias, su ex novio? Lo había dejado porque él no quería casarse y como una tonta había vuelto a caer en la misma trampa al enamorarse de un hombre que tampoco creía en los compromisos.


¿Qué sucede conmigo? Parece como si tuviera colgado en la frente un cartel que dice “Hombres que no creen en el matrimonio… ¡estoy disponible!”


Este y otros pensamientos del mismo calibre atormentaban la mente de Paula.


Había tropezado dos veces con la misma piedra y las dos veces se había golpeado muy duro.


Se enjugó las lágrimas y cerró los ojos con toda la intención de dormirse pero no lo logró.


No podía dejar de pensar en Pedro y en la noche que habían compartido. Una noche en donde ella no solo le había entregado su cuerpo sino también su alma y su
corazón.


Se había expuesto demasiado y ahora pagaría las consecuencias.


Dio un golpe a la almohada y se maldijo a sí misma por haber sido tan estúpida.


¡No aprendes más, Paula!





SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 21





—¿Cómo te trata mi hermano? Espero que no sea jefe autoritario —comentó Estefania mientras se llevaba un bocado de verdura gratinada a la boca.


Paula tragó saliva antes de disponerse a responder.


—Me trata muy bien, no tengo nada de que quejarme.


—Mejor así. Es que a veces mi querido hermanito puede ser más molesto que una piedra en el zapato, aunque creo que debe andar más que contento ahora —dijo con cierto dejo de misterio.


—¿Por qué lo dices? —preguntó Paula.


—Porque está saliendo con alguien, lo sé.


Paula casi se atragantó con un pedazo de zanahoria cuando escuchó lo que Estefy decía.


—Su…supongo que eso es algo bueno… ¿no?


—Yo no estaría tan segura, Pau.


—¿A qué te refieres? —de repente el tono usado por su amiga la preocupó.


—Esta mañana fui a su casa en la playa y aunque no me lo dijo estaba escondiendo una mujer en su cuarto.


Paula deseó que la tierra se abriera en ese momento y de la tragara.


—¿Estás segura? —preguntó. ¡Qué descarada soy! Pensó Paula mientras bebía un sorbo de refresco de naranjas.


—Si, encontré un par de sandalias en la terraza y además estaba bastante nervioso, ansioso porque yo me marchara. ¿Entiendes lo que quiero decir, no?


Paula asintió con un leve movimiento de cabeza.


—Mira, no sé quien será la mujer que Pedro tenía metida en la cama esta mañana pero en verdad la compadezco… ya he perdido la cuenta del número de víctimas que han caído en sus redes para luego salir con el corazón hecho pedazos.


En ese momento, Paula sintió que el suelo se había abierto bajo sus pies y se la estaba devorando lentamente. Las palabras de Estefania retumbaban en sus oídos y a pesar de que la había escuchado muy bien, deseó con toda su alma haber entendido mal.


—¿Por qué… por qué dices eso?


—Porque es la verdad, Pau. Pedro es mi hermano y Dios sabe cuanto lo quiero pero es un mujeriego empedernido que ya no cree ni en el matrimonio ni en formar una familia.


Paula la miró desconcertada.


—¿Ya no cree? ¿Creía en el matrimonio antes?


—¡Pues mira que si creía que se caso cuando apenas tenía veinte años!


¿Pedro había estado casado? Jamás se lo hubiera imaginado. ¿Por qué motivo él no se lo había contado?


—¿Y qué sucedió con su matrimonio?


—No duró ni siquiera seis meses porque Pedro descubrió a su flamante esposa en la cama con un tipo una noche que regresaba de la escuela de Medicina.


Los ojos grises de Paula se abrieron como platos.


—Desde ese entonces, mi querido hermanito se ha dedicado a jugar con todas las mujeres que se le han puesto en el camino. No quiere ni oír la palabra matrimonio; no piensa volver a caer en lo mismo una vez más, se ha cansado de repetírmelo a pesar de las veces que le he dicho que esa terrible experiencia no puede condicionar su vida amorosa de esa manera. Yo lo quiero y me preocupo por él y lo único que deseo es que encuentre una buena mujer que lo haga feliz y que le quite esos temores absurdos de la cabeza, además es un sol con los niños y sería un excelente padre algún día…¿se nota que tengo deseos de ser tía pronto no?


Paula ni siquiera supo que responderle a su amiga. Se había enterado de una verdad que, estaba segura, cambiaría su relación con Pedro de ahora en más.


Estefania lo había dejado bien en claro; Pedro no creía en el matrimonio ni en los compromisos.


¿Qué haría ella ahora con lo que sentía por él? Se había enamorado como una tonta y en sus sueños, Pedro Alfonso era el hombre con el quien quería llegar al altar para unir su vida a la de él para siempre.


—¿Pau, estás bien? —Preguntó Estefania—. Te has puesto pálida de repente.


Paula intentó sonreír para que su amiga no sospechara siquiera del dolor que aquella conversación le había provocado.


—Si, estoy un poco cansada, eso es todo.


—Será mejor que nos vayamos, no quiero que llegues tarde y que mi hermano te regañe por culpa mía.


Paula estuvo de acuerdo, lo único que quería era marcharse de allí, aunque regresar al consultorio significara ver a Pedro y no estaba segura como reaccionaría frente a él después de lo que se había enterado sobre su pasado y sobre su rechazo al matrimonio.


Estefania la dejó en el edificio y antes de entrar en él, Paula se quedó un momento en la acera haciendo un esfuerzo enorme por calmarse. No podía enfrentarse a Pedro mientras la angustia que le quemaba las entrañas no se disipara. Tenía ganas de correr hasta él y preguntarle si ella era tan solo una más en su lista de conquistas pero tenía tanto temor a su respuesta que prefirió no hacerlo.


Cuando entró a la oficina ya había llegado el paciente que tenía la primera cita y Paula saludó a la mujer y a su niño con una amable sonrisa. Trataría de concentrarse en su trabajo aunque sabía que las palabras de Estefania se le quedarían grabadas en la mente por mucho tiempo.


Pedro le sonreía cada vez que la veía al llegar o al marcharse un paciente; ella le devolvía la sonrisa a pesar de que se estaba muriendo de tristeza por dentro.


El último de los pacientes se marchó y él la buscó.


Paula dejó que él le acariciara la mano y estuvo a punto de echarse a llorar. No supo de donde sacó las fuerzas para no hacerlo pero levantó la mirada y le dijo:
—Tengo que marcharme, debo llevar a Ana a su clase de danza —le anunció con cierta frialdad. Le estaba mintiendo, su sobrina no tenía ninguna clase ese día pero necesitaba inventar una excusa para escapar de él.


—¿Te pasa algo? —preguntó él enredando sus dedos a los de ella.


Paula retiró la mano y cogió su bolso.


—No me pasa nada, pero si no me doy prisa no voy a llegar a tiempo. Hasta mañana.


Pedro quiso detenerla pero ella salió casi corriendo hacia el pasillo y se metió en al ascensor.


Algo andaba mal, había percibido cierta hostilidad de parte de Paula y una sombra de tristeza en sus ojos grises.


Se dirigió hacia su despacho mientras se quitaba el delantal.


Tenía que hablar con ella y descubrir lo que estaba sucediendo.