martes, 16 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 52

 


La gala estaba yendo sobre ruedas, incluso mejor de lo que Paula había esperado, salvo que Pedro todavía no había aparecido. Casi había llegado el momento de que le diesen el premio y no respondía al teléfono móvil. También había llamado al rancho y Elisa le había dicho que había salido de allí hacía horas.


Desde entonces, Paula no había dejado de mirar hacia la puerta con nerviosismo.


Sabía que estaba disgustado, pero tenía una obligación con la fundación.


Ana se acercó a ella, parecía nerviosa.


–¿Tienes noticias?


Negó con la cabeza. Se sentía culpable por haberle contado lo del bebé antes de la gala.


Emma, a la que había empezado a considerar su amiga la noche anterior, se acercó y le presentó a Francisco Larson, su marido.


–Una fiesta estupenda –le dijo este–. Mi esposa está impresionada contigo y ha decidido celebrar una fiesta solo para que tú la organices.


–Será un honor. De hecho, tengo alguna idea muy buena.


–Te llamaré el lunes a primera hora para quedar –le dijo Emma–. ¿Te encuentras mejor?


Físicamente estaba mejor, pero psicológicamente seguía destrozada.


–Me pone nerviosa la idea de volver a verlo.


Emma tomó su mano y se la apretó.


–Todo irá bien, ya lo verás.


El grupo de Gabriel Miller empezó a tocar y no pudieron seguir hablando.


Un rato después se acercaba a ella Gillian Preston.


–¡Qué fiesta! –exclamó–. ¿Conoces a mi marido, Max?


Paula le dio la mano.


–Encantada.


–Rafael está muy contento –comentó este–. La gala era muy importante para él y está saliendo todo estupendamente. Estoy seguro de que no lo olvidará.


–Y yo voy a escribir un artículo en la Seaside Gazette poniéndote por las nubes –añadió Gillian.


–Muchas gracias –respondió Paula.


Al menos algo le iba bien en la vida. Si Pedro no la perdonaba, su éxito profesional le daría la estabilidad económica que necesitaba.


Rafael Cameron también se acercó un momento a felicitarla. Así que todo estaba saliendo muy bien, aunque habría renunciado a ello a cambio de poder estar con Pedro. Esperaba que este quisiera darle otra oportunidad.


–¿Paula?


Oyó su voz detrás de ella y sintió miedo.


Se giró despacio y cuando puso los ojos en el hombre que tenía detrás, se quedó boquiabierta al verlo.


–¿Pedro?


Se había afeitado y se había cortado el pelo. Y estaba increíble vestido de esmoquin.


–Lo siento mucho –le dijo, aunque no fuese el momento de hablar del tema.


–No, el que lo siente soy yo –respondió él, abrazándola con fuerza sin importarle que estuviesen en público.


–Pensé que no ibas a venir –admitió Paula, luchando por contener las lágrimas.


–Necesitaba un poco de tiempo. Te he echado de menos.


–Y yo a ti. No quería decir lo que te dije. Me sorprendiste y me asusté.


–Lo sé. Y no te di la oportunidad de explicarte.


–No se trataba del dinero.


–Lo sé.


Pedro inclinó la cabeza y le dio un beso en los labios.


–¿Podemos ir a hablar a algún sitio? –le preguntó después.


–Ahora no hay tiempo. Tienes que subir al escenario en un minuto.


–¡Pedro! –exclamó Ana, acercándose a ellos–. Menos mal que has venido.


Lo miró de la cabeza a los pies.


–Vaya, estás muy guapo. ¿Dónde ha conseguido Paula ese esmoquin?


Sorprendida, Paula estudió también su ropa. Aquel no era el esmoquin que habían alquilado. La seda era maravillosa y parecía hecho a mano.


–¿De dónde lo has sacado? –le preguntó a Pedro.


–Es una historia muy larga. Por eso necesito hablar contigo –contestó él. Luego, miró a Ana–. ¿Puedes darnos dos minutos?


–Dos minutos –dijo está, yendo hacia el escenario.


Pedro, ¿qué pasa? –quiso saber Paula.


Él respiró hondo, expiró.


–Bueno, lo cierto es que…


–¿Pedro? ¿Eres tú?


Paula se giró y vio a Emma detrás de ella, con los ojos abiertos como platos.


–Emma –la saludó él.


Se dieron un abrazo y Emma le preguntó:

–¿Qué estás haciendo aquí?


–Es una larga historia.


–¿Os conocéis? –les preguntó Paula confundida.


–Por supuesto –respondió Emma.


–Pero… si anoche hablamos de él y no me dijiste que lo conocías.


Fue Emma quien la miró confundida después de aquello.


–¿Hablamos de él?


–Sí, es Pedro Dilson.


–Paula, este es Pedro Alfonso, mi hermano.


Paula miró a Pedro para pedirle una explicación.


–Ya he dicho que es una historia muy larga.


De repente, Emma dio un grito ahogado.


–¡Oh, Dios mío! ¿Mi hermano es el padre de tu hijo?


Paula no daba crédito. ¿Pedro Dilson era en realidad Pedro Alfonso?


¿No era un peón de rancho, sino el dueño? ¿Y había estado mintiéndole todo el tiempo?


–No… no lo entiendo –balbució.


–Lo sé, y puedo explicártelo todo.


Pedro –dijo Ana, acercándose de nuevo a ellos–. Tienes que subir al escenario. Ahora.


–¿Al escenario? –preguntó Emma–. ¿Has hechp una donación?


Pedro miró a Paula, luego a Ana y después a su hermana.


–De verdad, es…


–Una historia muy larga –lo interrumpió Emma.


Pedro se giró hacia Paula y la agarró con fuerza de los brazos.


–No quería decírtelo así, pero quiero que me hagas un favor. Pase lo que pase, no te marches hasta que no haya terminado de hablar ahí arriba.


–Por supuesto.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 51

 


Pedro pasó el resto del fin de semana en el rancho. Se ocupó de los caballos, cortó madera, fue al pueblo a por provisiones, cualquier cosa con tal de tener la mente ocupada y no pensar en algo que era ya un hecho.


Era un cretino.


El sábado por la tarde, en vez de prepararse para la gala, se sentó en la hierba delante de la tumba de su madre, que estaba a medio kilómetro de la casa.


Era consciente de que había condenado a Paula sin tan siquiera molestarse en ver las cosas desde su punto de vista. Sin dejar que se explicase. 


Aunque no hubiese sido necesario.


Tal vez él hubiese tenido una niñez difícil, pero nunca había tenido que preocuparse por perder la casa, ni por si iba a tener para comer. Nunca había estado en una casa de acogida ni, mucho menos, había tenido que vivir en ella.


No tenía ni idea de lo que era no tener dinero. Así que cuando Paula le había dicho que necesitaba seguridad económica, él había dado por hecho que se refería a vivir por todo lo alto. A tener grandes casas y lujosos coches. Cuando, en el fondo, había sabido que Paula era una de las mujeres menos materialistas que había conocido.


A pesar de saber lo que había sufrido y lo mucho que había trabajado para conseguir lo que tenía, había esperado que lo dejase todo para irse a vivir con un peón de rancho al que hacía menos de tres semanas que conocía.


¿Acaso le había dado algún motivo para que quisiera casarse con él?


¿Para que dejase todo lo que le importaba?


Además, le había dicho que quería casarse con ella por el bien del bebé. Ni siquiera había tenido la decencia de arrodillarse a sus pies. No le había dicho que la quería. Así que, si ella le hubiese dicho que sí, posiblemente en esos momentos estuviese cuestionándose el motivo, y su cordura.


Sintió que Elisa se acercaba y vio que se sentaba a su lado en la hierba y le daba uno de los dos botellines de cerveza que llevaba en la mano.


–Gracias.


–Hace buen día –comentó ella.


–Umm.


Estuvieron en silencio, bebiendo la cerveza, hasta que Pedro no soportó más la tensión.


–Supongo que quieres saber qué ha pasado –le dijo a Elisa.


–Solo si estás preparado para contármelo.


No lo estaba, sobre todo porque sabía que si Elisa pensaba que se había comportado como un idiota, se lo diría.


Y se había comportado como un idiota.


–Hemos discutido.


–¿Te ha roto el corazón?


–No, pero estoy casi seguro de que yo se lo he roto a ella.


Elisa lo miró confundida.


–¿Ha sido un ataque preventivo? Porque esa chica estaba loca por ti.


–Está embarazada.


Pedro se preparó para recibir una charla acerca del sexo seguro o algo parecido, pero Elisa le sonrió y dijo:

–Abuelita Elisa. Suena bien.


Aquella mujer nunca dejaba de sorprenderlo.


–¿No te he decepcionado?


–Un niño es una bendición –contestó ella con cierta tristeza, ya que no había tenido hijos, aunque hubiese sido como una madre para Pedro.


–Le he pedido que se case conmigo.


Ella asintió, como si lo hubiese esperado.


–Y te ha dicho que no.


–No pareces sorprendida. ¿No decías que estaba loca por mí?


–Es una chica lista. ¿Por qué iba a casarse con un hombre al que casi no conoce? ¿Y por qué se lo pides tú cuando ni siquiera sabe cuál es tu verdadero nombre?


–Pensé que te alegraría oír que he intentado hacer lo correcto.


–El matrimonio no es siempre lo correcto. Mira a tus padres.


Elisa tenía razón. Pedro miró la tumba de su madre:

«Esposa y madre cariñosa».


Ni mucho menos. Había sido una esposa neurótica y desconfiada. Y una madre, como mucho, ausente.


–Uno de estos días vas a tener que perdonarla, ¿sabes? –comentó Elisa–. Y perdonarte a ti mismo.


–Si hubiese subido a su habitación diez minutos antes…


–Tal vez la habrías salvado. En esa ocasión. Pero habría habido otra, Pedro.


–Fue muy mala madre y sigo furioso con ella por haberme abandonado. Por haber pensado solo en ella, por haber sido tan narcisista…


–Tu madre estaba enferma, Pedro. Tienes que perdonarla.


–Lo intento.


Elisa le dio un sorbo a su cerveza.


–Dice Claudio que te ha llamado el contable que estaba examinando las cuentas de la fundación.


–Me llamó ayer por la tarde.


–¿Y te dijo lo que esperabas oír?


–Sí.


–Entonces, ¿vas a seguir adelante con tu plan?


–Sí.


Había llegado demasiado lejos como para echarse atrás.


Elisa asintió pensativa, luego lo miró y sonrió.


–¿Qué?


Ella alargó la mano y le dio suavemente en la mejilla recién afeitada.


Después de haberse cortado también el pelo, parecía diez años más joven.


–Que me alegro de tener de vuelta al Pedro de siempre.


–Yo también me alegro.


Aunque ya no se sentía igual y tenía la sensación de que no lo haría hasta que no tuviese a Paula a su lado.


Así que había llegado el momento de dejar de compadecerse de sí mismo y hacer algo.



 

APARIENCIAS: CAPÍTULO 50

 


El viernes, la boda salió fenomenal. Solo faltaba una hora para que terminase y Paula pudiese volver a casa, donde se derrumbaría, como había hecho durante toda la semana.


Sabía que había ofendido a Pedro, que le había herido en su orgullo, y que necesitaban hablar de lo que iban a hacer. Había vuelto al hotel el día después de la discusión, pero ya no estaba allí. Había intentado localizarlo varias veces en su teléfono móvil, pero no respondía. Y había pensado en ir al rancho a disculparse, pero le daba miedo que la rechazase. Lo echaba mucho de menos.


Se sentía sola y perdida y le dolía el corazón.


Se arrepentía de haber rechazado su propuesta por un motivo tan trivial como el dinero. Lo único que importaba era estar juntos. Ser una familia.


Sentirse segura. Y ser… feliz. Y cuando estaba con Pedro era feliz. Más feliz de lo que lo había sido en toda su vida.


Si hubiese podido retroceder en el tiempo, le habría dicho que se casaría con él sin dudarlo, pero ya daba igual. Tal y como Pedro le había dicho, no la quería. Solo quería casarse con ella por el bien del bebé.


Notó que se le llenaban los ojos de lágrimas y tuvo que hacer un esfuerzo por contenerlas.


–¿Señorita Chaves?


Paula se giró y vio a Emma Larson, que estaba embarazada, a sus espaldas. Tenía en la mano un platito con canapés, y Paula sintió náuseas al verlos.


Pero no podía vomitar delante de los invitados.


Tragó saliva y se obligó a sonreír.


–Hola, señora Larson. Me alegro de verla de nuevo.


–Solo quería decirle que la recepción ha sido maravillosa. Si la gala de mañana por la noche sale la mitad de bien, va a ser todo un éxito.


–Gracias.


–La próxima vez que organice una fiesta la llamaré la primera. Y tiene que darme el número de teléfono del catering. La cena ha sido fantástica –comentó Emma, comiéndose un canapé.


Paula no pudo seguir controlando las náuseas.


–Discúlpeme –dijo, corriendo hacia el cuarto de baño que, por suerte, estaba cerca.


Cuando terminó de vomitar, se limpió la boca, tiró de la cadena y se incorporó. Abrió la puerta del baño y se dio cuenta, horrorizada, de que no estaba sola. Además de varias invitadas a la boda, también estaban la novia, Margaret Tanner, Emma, que debía de haberla seguido, Gillian Preston, que era periodista, y Ana Rodríguez.


–¿Estás bien? –le preguntó la novia–. No me digas que ha sido la comida.


–Estoy bien, y no te preocupes por la comida.


–Se te pasará –comentó Emma–. Yo tuve náuseas hasta el tercer mes y luego se me pasó.


–Yo lo pasé fatal en mi primer embarazo –intervino Gillian.


–A no ser que tenga gripe –intervino Ana, mirando a Emma–. En ese caso, estará mejor en un par de días.


Paula supo que todas esperaban que les diese una explicación, y ella no vio por qué no iba a decir la verdad.


–No es gripe –admitió.


–Entonces, ¡enhorabuena! –exclamó Emma.


–¿De cuánto estás? –preguntó Gillian.


–De poco. Me enteré el lunes y, como la gala es mañana, todavía no he tenido tiempo de ir al médico.


Aunque había hecho cálculos y sabía que el bebé nacería alrededor del veintidós de enero. Qué coincidencia, el mismo día que Pedro y ella. Tenía que ser una señal, ¿no?


Pero ella no creía en esas cosas, o eso le había dicho a Pedro.


–Debéis de estar muy contentos –comentó Margaret.


–Bueno, la verdad es que no nos lo esperábamos y… es un poco complicado.


Emma le tocó el brazo.


–Bienvenida al club. Todas lo hemos pasado mal, pero ya nos ves, tan contentas.


–Guille y yo empezamos fingiendo que estábamos prometidos, sin saber que acabaríamos enamorándonos, y aquí estamos, casados y felices.


–Y yo estuve meses intentando acabar con el jefe de Max –dijo Gillian–. Y más o menos me hizo chantaje para que me casase con él. Pero supongo que, cuando quieres a alguien, es fácil olvidarse de las cosas malas.


Emma le apretó el brazo a Paula de manera cariñosa.


–Todo irá bien. Ya verás.


–Bueno, tengo que volver con mi marido, antes de que piense que me he desmayado –bromeó Margaret.


–Y yo voy a llamar a la canguro –dijo Gillian, sacando el teléfono móvil–. Elias está resfriado.


–Pues yo voy a buscar a mi marido antes de que alguna jovencita me lo robe –bromeó Ana–. También tuvimos unos inicios complicados y ahora no podemos ser más felices. No obstante, siempre es una aventura estar con una estrella del rock.


–Todo irá bien, estoy segura –mintió Paula.


Emma entrelazó el brazo con el suyo.


–¿Por qué no vamos a sentarnos y charlamos un rato?


Paula se miró el reloj.


–Tengo que prepararlo todo para que la novia lance el ramo.


–El ramo puede esperar.


Paula asintió y fue con Emma hacia un rincón donde había varias mesas vacías. Margaret y Guillermo estaban charlando con sus invitados y Gillian y Max, bailando. Todos parecían felices.


Paula casi no conocía a Emma y no solía abrir su corazón a cualquiera, pero al enterarse de que ella también se había quedado embarazada de un hombre al que casi no conocía tuvo la esperanza de que todo saliese bien.


Aunque no pudiesen estar juntos tenía que asegurarse de que Pedro sabía cuánto lo respetaba y que pensaba que iba a ser un buen padre.


No le iba a dar tiempo a hablar con él antes de la gala, pero lo haría después. La quisiese escuchar o no.