martes, 16 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 23

 


Pau estaba temblando. Su único deseo era escapar de la presencia de Pedro antes de hacer el ridículo diciéndole lo injustamente que él la había juzgado y el mucho daño que esa opinión errónea le había hecho a ella. El mucho daño que aún seguía haciéndole.


Evitó mirarlo y se dispuso a alejarse de allí rápidamente para regresar a la casa, pero, desgraciadamente, resbaló con los pétalos de rosa que había esparcidos por el suelo. Unas fuertes manos la agarraron de repente para evitar que cayera. Pau experimentó una automática sensación de gratitud pero, tan pronto comprendió a quién pertenecían aquellas manos, y el cuerpo contra el que se había apoyado, la gratitud se vio reemplazada por pánico. Luchó frenéticamente por librarse, sintiéndose profundamente alarmada por el modo en el que su cuerpo estaba reaccionando al contacto íntimo que había entre ellos.


Por su parte, Pedro no tenía deseo alguno de seguir sosteniéndola. Al darse la vuelta para ver cómo se alejaba, había visto cómo la luz del sol brillaba a través del fino algodón revelando las curvas femeninas de su cuerpo. Para su incredulidad, había sentido cómo su cuerpo respondía. Instantes después, al tenerla retorciéndose y girándose entre sus brazos, sintiendo cómo los senos subían y bajaban con agitación y el aliento de Pau le acariciaba la pie, notó que se despertaba en él un instinto que no era capaz de negar, un instinto que exigía que él saboreara la erótica y tierna carne de aquellos labios, que encontrara y poseyera las redondeadas curvas de sus senos y que sostuviera la parte inferior de su cuerpo tan cercana a su propia sexo excitado.


En un intento por apartar a Pedro, Pau extendió la mano. Su cuerpo entero se tensó cuando tocó con las yemas de los dedos la suave calidez del torso desnudo de él. Miró hacia el lugar donde su mano estaba descansando y vio que la camisa de Pedro estaba desabrochada casi hasta la cintura. ¿Había hecho ella eso? ¿Había hecho ella que saltaran los botones cuando se agarró a él para tratar de apartarlo? Tenía la mano apoyada de pleno contra la dorada piel y el suave vello oscuro que atravesaba el torso y el abdomen de Pedro la hacía sentirse como si la naturaleza hubiera utilizado aquel cuerpo tan perfecto para tentarla.


¿Era el aroma de las rosas o el de Pedro lo que hacía que se sintiera tan débil? Se sintió obligada a apoyarse contra él. La mirada dorada de Pedro se fijaba en la de ella. Entonces, Paula sintió que le faltaba el aliento cuando él centró la mirada en su boca.


El temblor que recorrió su cuerpo fue como si el deseo que sentía hacia él fuera imposible de controlar, el suspiro de aquiescencia, la líquida mirada de anhelo... Todo podría formar parte de un plan deliberado para atraerlo. Sin embargo, mientras la mente de Pedro pensaba de ese modo, su cuerpo no tenía tales inhibiciones. La ira contra sí mismo y contra la mujer que tenía entre sus brazos explotó a través de él por medio de una salvaje demostración de necesidad masculina.


Bajo el fiero ataque de aquel beso, las defensas ya bastante debilitadas de Paula cedieron. Sus temblorosos labios se abrieron ante el empuje de la lengua de él. Una pesada y dolorosa sensación se adueñó de la parte inferior de su cuerpo. Un insistente hormigueo fue creciendo al ritmo que el estallido de placer que los dedos de Pedro le estaban proporcionando sobre el erecto pezón.


Pau jamás se había considerado una mujer cuya sensualidad tuviera el poder de someter a su autocontrol. Sin embargo, en aquellos momentos, para su sorpresa, Pedro le estaba demostrando que estaba muy equivocada. La excitación que estaba experimentando, la necesidad de intimidad que anhelaba la estaba poseyendo por completo, derribando sus barreras y toda la resistencia que ella pudiera tratar de interponer. El deseo que tenía de sentir cómo Pedro le tocaba los senos había cobrado vida mucho antes de que él lo hiciera realmente, de modo que el pezón ya estaba erecto contra la tela del vestido. Su forma y su color eran completamente visibles bajo la tela.


Al notarlo, Pedro no se pudo contener más y bajó la cabeza para saborear el pezón, de color tan parecido a los pétalos de las rosas que les estaban sirviendo de cobijo. Incapaz de detenerse, Pau lanzó un suave gemido de delirante placer. Las sensaciones que la lengua de Pedro le estaba proporcionando al acariciar la delicada y sensible carne, aliviando unas veces su necesidad y atormentándola en otras con un movimiento de la lengua, la estaba empujando a lo más alto de su deseo y le estaba arrebatando el poco autocontrol del que aún disponía. Arqueó la espalda, levantando el seno más cerca de la boca de Pedro.


El descarado y sensual movimiento del cuerpo de Pau combinado con el tacto erótico del tenso pezón contra la lengua, hizo que Pedro se olvidara de lo que ella era y de dónde estaban. Por fin la tenía entre sus brazos, a la mujer cuyo recuerdo lo atormentaba. La agarró con fuerza mientras se introducía cada vez más el pezón en la boca. Lejos de satisfacer el volcán de necesidad masculina, ese acto sólo consiguió incrementar aún más el salvaje torrente de deseo que se había apoderado de él.


Pau temblaba entre sus brazos con un placer desconocido para ella, un placer tan intenso que era mucho más de lo que era capaz de soportar. Quería rasgarse el vestido y sujetar la boca de Pedro contra su seno mientras él satisfacía el creciente y tumultuoso deseo que los fieros movimientos de su boca estaban creando en ella. Al mismo tiempo, quería esconderse de él y de lo que él le estaba haciendo sentir tan rápidamente como pudiera.


Las sensaciones se desataron en su interior, recorriéndole el cuerpo desde el seno al corazón de su sexualidad, haciendo que deseara tocar esa parte de sí misma para ocultar y calmar su frenético pulso.


Pedro la levantó y la estrechó con fuerza contra su cuerpo para que ella pudiera sentir su erección, prendiendo otra oleada de placer en ella.


Por encima de su cabeza, Paula sólo podía ver el cielo azul. Olía el aroma de sus cuerpos calientes mezclándose con el embriagador perfume de las rosas. Ojalá Pedro la tumbara allí mismo y cubriera su cuerpo con el de él... Ojalá la poseyera... Sentía que el corazón le latía con fuerza en el pecho, como si se tratara de un pájaro atrapado. ¿Acaso no era aquello lo que había deseado todos esos años atrás cuando miraba a Pedro y lo deseaba profundamente?





TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 22

 


La duquesa era alta y esbelta. Su cabello oscuro estaba ya teñido de gris y lo llevaba recogido en un estilo elegante y formal. Sonrió a Paula y se disculpó.


–Siento no haber estado aquí ayer para darte la bienvenida. Pedro te habrá explicado que tengo una amiga que no se encuentra muy bien –añadió con cierta tristeza.


–Espero que su amiga se encuentre mejor –preguntó Pau cortésmente.


–Es muy valiente. Tiene Parkinson, pero hace que parezca una cosa sin importancia. Fuimos juntas al colegio y nos conocemos de toda la vida. Pedro me ha dicho que te va a llevar mañana a ver la casa de tu padre. Me habría gustado acompañaros, pero el esposo de mi amiga ha tenido que ausentarse inesperadamente por un asunto urgente y he prometido hacerle compañía hasta que él regrese.


–No importa. Lo comprendo perfectamente –dijo Pau. Dejó de hablar cuando se dio cuenta de que la duquesa estaba mirando por encima de ella hacia las sombras de la casa y sonreía–. Hola, Pedro. Estaba explicándole a Pau lo mucho que siento no poder acompañaros mañana.


Pedro.


¿Por qué le recorría aquel temblor por la espalda? ¿Por qué de repente se sentía tan consciente de su propio cuerpo y de sus reacciones, de su feminidad y de su sensualidad? Debía dejar de comportarse de ese modo. Debía ignorar aquellos sentimientos no deseados en vez de centrarse en ellos.


–Estoy segura de que Paula lo entiende, mamá. ¿Cómo está Cecilia?


Al escuchar la voz de Pedro, el corazón de Pau se aceleró de tal manera, que la hizo sentirse más nerviosa de lo que ya estaba. Se dijo que aquella reacción se debía a lo mucho que lo odiaba. Porque lo odiaba por haber traicionado a su madre.


–Está muy débil y cansada –respondió la duquesa–. ¿Por qué no te sientas con nosotras unos minutos? Llamaré para pedir café recién hecho. Pau se parece mucho a su madre con ese vestido tan bonito, ¿no te parece?


–Sospecho que Paula tiene una personalidad muy diferente a la de su madre.


–Así es, y me alegro. La bondad de mi madre sólo hizo que la trataran mal.


Pau vio que la duquesa palidecía y que la boca de Pedro se tensaba. Aquel comentario no era la clase de observación que una invitada debía hacer en casa de su anfitrión, pero ella no había pedido alojarse allí. Con eso, se dio la vuelta y se dirigió al lado opuesto del patio, deseando poner toda la distancia que fuera posible entre Pedro y ella.


La única razón por la que había elegido escaparse hacia el jardín y no hacia la casa era que para entrar en la casa habría tenido que pasar al lado de él. Sabiendo lo vulnerable que era su cuerpo, prefirió no hacerlo.


Cuando estuvo lo suficientemente alejada y oculta por las rosas, se llevó la mano al pecho para tranquilizarse. Entonces, se dio cuenta de que Pedro la había seguido.


Sin preámbulo alguno, él se dispuso a lanzar su ataque verbal y le dijo muy fríamente: 

–Puedes ser todo lo desagradable que quieras conmigo, pero no voy a consentir que hagas daño o disgustes a mi madre, en especial en estos momentos cuando no hace más que pensar en la salud de su amiga. Mi madre no te ha mostrado nada más que cortesía.


–Eso es cierto –admitió Pau–. Sin embargo, no creo que tú seas la persona más adecuada para decirme cómo debo comportarme, ¿no te parece? Después de todo, no tuviste reparo alguna la hora de interceptar la carta que le envié a mi padre –le acusó con voz temblorosa.



TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 21

 


Pau se pasó prácticamente todo el día explorando la ciudad. La ciudad, pero no la Alhambra. Aún no estaba preparada para eso. Después de la conversación de aquella mañana con Pedro, se sentía demasiado vulnerable para visitar el lugar en el que su padre le declaró por primera vez su amor a su madre, donde el muchacho había sido testigo de una amor del que no había dudado en informar a su abuela.


Almorzó en un pequeño bar de tapas. No había tenido demasiada hambre y sentía que no había hecho justicia a las deliciosas especialidades con las que le habían obsequiado. Tras visitar el antiguo barrio moro de la ciudad, se vio obligada a admitir que su cuerpo ya había tenido bastante de pavimentos adoquinados y de la intensa luz del sol. Ansiaba el frescor que prometía el jardín al que daba su dormitorio.


Le abrió la puerta la misma tímida doncella que le había llevado el desayuno aquella mañana. Por suerte, no había rastro de Pedro por ninguna parte y la puerta de la biblioteca permanecía firmemente cerrada. Le preguntó a la doncella cómo podía llegar al jardín y le dio las gracias cuando la muchacha se lo hubo explicado.


Mientras estaba fuera, aprovechó la oportunidad para ir de compras y adquirir algunas prendas que complementaran las que había llevado desde Inglaterra. Dado que se alojaba en la casa de la familia de su padre, necesitaría algo más. Se había inclinado por un vestido de algodón de un precioso color crema, otro de lino azul, un par de pantalones cortos de color tabaco y un par de camisetas. Ropa fresca, práctica, fácil de llevar, con la que se sentiría mucho más cómoda que con vaqueros.


Ya en su dormitorio, se dio una ducha y se puso el vestido de color crema que resultaba muy fresco acompañado de las sandalias que se había llevado desde Inglaterra. Volvió a bajar las escaleras y encontró rápidamente el pasillo que le había descrito la doncella. Éste la condujo hacia una especie de galería que recorría todo el jardín. Acababa de salir al exterior cuando se detuvo en seco. Se había dado cuenta de que no estaba sola.


La mujer que estaba sentada en una ornamentada mesa de hierro forjado estaba tomando una taza de café. Tenía que ser la madre de Pedro. Los dos tenían los mismos ojos, aunque los de la dama eran cálidos y amables en vez de fríos como los de su hijo.


–Tú debes de ser la hija de Ana –dijo la duquesa antes de que Paula pudiera retirarse–. Te pareces mucho a ella, pero creo que también tienes algo de tu padre. Lo veo en tu expresión. Por favor, ven y siéntate a mi lado –añadió, golpeando suavemente la silla vacía que había al lado de la de ella.


Algo temerosa, Pau se dirigió hacia ella.