jueves, 18 de febrero de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 3

 


Paula Chaves era una mujer con agenda. Para ser más exactos, con dos agendas. Además de la electrónica, en los últimos tiempos había empezado a utilizar también una en papel, por miedo a perder la primera y volverse loca.


Era una persona muy organizada.


Y sus dos agendas le decían que llegaba justo a tiempo para la mejor reunión del día. Una copa de vino con su compañera y amiga Julia Atkinson.


Entró en el bar de North Phinney Avenue, miró a su alrededor y no le sorprendió darse cuenta de que había llegado la primera. Siempre llegaba pronto a todas partes.


Y Julia, siempre tarde.


Se sentó a una mesa y pidió una copa de vino blanco. Después, pasó diez minutos repasando lo que tenía que hacer al día siguiente y tomando notas acerca de las cosas que quería mejorar en la página web.


—¿Llego tarde? —preguntó Julia casi sin aliento mientras se sentaba.


Llevaba puesta una prenda negra y amplia que era una mezcla de jersey, poncho y capa.


—Por supuesto que llegas tarde. Como siempre.


Julia se había cortado recientemente la melena rojiza y sus generosos labios esbozaron una sonrisa.


—He estado en la inauguración de un nuevo centro comercial de muebles con varias marcas traídas de Milán. Me he liado a hablar y a comer unas deliciosas galletas. He comido tres, pero no me siento culpable. Apuesto a que has hecho una jornada de trabajo mientras me esperabas.


—Media jornada.


El camarero se acercó y Julia le pidió un vodka con tónica. Lo que significaba que estaba haciendo otro de sus regímenes. Lo que significaba…


—Creo que he conocido a alguien —dijo tan emocionada que Paula se echó hacia atrás.


—Cuéntamelo todo.


Julia se desabrochó el extraño abrigo y lo puso en el respaldo de la silla.


Debajo llevaba un vestido rojo y negro, adornado por uno de los cientos de los enormes collares vintage que poseía.


—Es ingeniero y vive en el centro. Estuvo casado, pero su mujer lo dejó y le rompió el corazón.


—Qué rapidez. Nos vimos la semana pasada y no me contaste nada. ¿Dónde lo has conocido?


El camarero llegó con la copa de Julia y esta le dio un sorbo.


—En realidad, todavía no lo he conocido.


—¿Qué?


Julia se encogió de hombros.


—Lo conozco a través de LoveMatch.com.


—Ah, por Internet.


—Es la primera vez que lo utilizo. Muchas mujeres encuentran hombres estupendos por Internet.


—¿Y cómo es que sabes tantas cosas de él?


—Porque hemos hablado por teléfono. Ahora está trabajando en Filipinas, pero hemos quedado el martes que viene —continuó Julia emocionada—. ¿Quieres ver una foto?


—Por supuesto.


Julia se sacó la tablet del bolso y unos segundos después se la pasaba a Paula. En ella, había un tipo rubio y muy sonriente. No era su tipo. Demasiado guapo para su gusto, pero a Julia le gustaban los hombres guapos.


—Vaya.


—Lo único que me da miedo es que sea demasiado guapo para mí. Ah, y tiene un acento encantador. Nació en Manchester, pero ha vivido por todo el mundo. Es hijo de militar, como tú.


Paula volvió a mirar la fotografía del hombre. Iba vestido con pantalones cortos y una camiseta de algodón. A pesar de la mandíbula fuerte, no parecía tener mucho carácter, pero no iba a decírselo a su amiga.


—No es demasiado guapo para ti. Tú eres preciosa.


—¿Crees que puedo perder cuatro kilos y medio de aquí al martes?


—Para ya —respondió ella, intentando no reírse—. Te ha visto en fotografía, ¿no? Es evidente que le has gustado.


Julia se mordió el labio inferior.


—Le he mandado una que me hice el año pasado, cuando estaba más delgada.


A pesar de ser una mujer inteligente y segura de sí misma, Julia tenía a veces problemas con su imagen corporal, pero Paula supo que no merecía la pena discutir del tema. En su lugar, decidió tranquilizarla.


—Todo irá bien.


—Eso espero. Tengo tan mala suerte con los hombres…


Julia miró fijamente la fotografía del hombre y luego guardó la tablet.


—¿Cómo estás tú?


Paula dejó salir por fin la emoción que llevaba todo el día conteniendo.


—También tengo novedades.


—¿Has conocido a alguien? —le preguntó Julia con los ojos muy abiertos.


—No, no tengo tiempo para hombres. Estoy levantando un negocio. Tal vez en un par de años…


—Ya. Tú y tus agendas.


—Hacer listas me ayuda a ir por el buen camino.



UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 2


Salió del despacho de Gabriel y, ya en el pasillo, dejó de fingir que era todo un hombre e intentó poner el menor peso posible en la pierna herida.


Pedro, deberías utilizar muletas —le dijo una voz femenina.


Él se giró y sonrió.


—Hola, Ramona.


Era periodista y parecía una modelo sudamericana, pero tenía el cerebro de Hillary Clinton. Se veían siempre que él iba a Nueva York. A ninguno de los dos les interesaba una relación estable, pero disfrutaban juntos.


—He oído que te han herido. ¿Cómo estás?


Pedro se encogió de hombros.


—Bien.


Aunque en público ni siquiera se abrazaban nunca, ella lo miró con deseo.


Después le dijo en voz baja.


—¿Por qué no vienes a verme luego y nos saludamos en condiciones?


—Estoy sucio. Hace días que no me afeito, semanas que no me corto el pelo y…


—Me gustas así. Pareces un pirata.


Pedro supo que había tocado fondo porque no le apetecía nada pasar la noche con una mujer apasionada. Le dolía mucho la pierna, tenía un jet lag horrible y acababan de mandarlo de baja a casa. Lo único que quería era esconderse y ponerse bien.


Negó con la cabeza fingiendo decepción.


—Lo siento, tengo ya el billete de avión.


Ella sabía tan bien como él que podía cambiar el billete de avión, pero no se le ocurrió otra excusa.


Y Ramona no insistió, se limitó a darle una palmadita en el brazo.


—Bueno, tal vez la próxima vez.


Eso era lo mejor de ella. Se parecían mucho. Pedro había salido con muchas mujeres, pero no tenía ningún interés en sentar la cabeza. Lo más importante era su carrera. Tal vez fuese superficial, y tal vez una parte de él añorase tener una mujer que lo reconfortase, lo escuchase y compartiese su dolor. Pero la única mujer que lo había hecho en su vida había sido su abuela. Y ya no estaba allí.


Tenía tantas millas acumuladas que no tuvo ningún problema en cambiar el billete por otro mejor, incluso reservó el asiento de al lado para poder estirar la pierna mala.


Una vez en el aire, se acordó de que el abogado de la familia había intentado hablar con él acerca de la casa de Fremont, pero con su paso por el hospital no había tenido tiempo de devolverle la llamada. Lo haría en cuanto llegase a Seattle.


Tenía algo que ver con Bellamy, la vieja casa en la que tanto tiempo había pasado con su abuela.


No se la imaginaba sin ella. La idea le dolió, pero sacó el periódico que había comprado y se obligó a leer.





UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 1

 

—¿De baja por enfermedad? —le gritó Pedro Alfonso con incredulidad al director de World Week, la revista de actualidad internacional para la que llevaba trabajando como reportero gráfico doce años—. ¡Si no estoy enfermo!


Gabriel Wallanger se quitó las gafas y las dejó encima de su escritorio, donde también estaban las impresiones de prueba que documentaban una escaramuza en una pequeña ciudad cerca de la frontera de Ras Ajdir, entre Túnez y Libia.


—¿Cómo quieres que lo llame? ¿De baja por tonto? Han estado a punto de matarte. Otra vez.


A Gabriel no le gustaba que su gente se arriesgase más de lo necesario y estaba enfadado.


Pedro puso todo el peso de su cuerpo en la pierna buena, pero aun así le costó ignorar el dolor de la izquierda.


—Salí corriendo todo lo rápidamente que pude.


—He visto el informe médico. Ibas corriendo hacia el tirador. Qué mala suerte que se sepan esas cosas por la entrada y la salida de la bala.


Se hizo un incómodo silencio y Pedro oyó el ruido del tráfico en Manhattan. No había contado con que Gabriel se iba a enterar de aquellos detalles.


—Si quieres ser un héroe de guerra —continuó el director—, alístate. Nosotros nos limitamos a dar noticias. No las creamos.


Otro silencio.


—Las balas volaban por todas partes. Me desorienté.


—Tonterías. Te estabas haciendo el héroe otra vez, ¿verdad?


Pedro todavía podía ver a la niña encogida de miedo detrás de un barril de gasolina. Su jefe habría preferido que la dejase allí, aterrada y llorando en la línea de fuego, pero él no habría sido capaz de mirarse al espejo por las mañanas después de hacerlo. Así que no se lo había pensado. Había corrido hacia ella y la había puesto a resguardo. No había contado con lo del tiro en la pierna.


¿Habría actuado de manera diferente si hubiese sabido lo que le iba a ocurrir? Pensaba que no, pero no iba a contárselo a Gabriel.


—Uno no gana premios Pulitzer utilizando teleobjetivos. Tenía que acercarme para captar lo que estaba ocurriendo.


—Y te acercaste tanto que te pegaron un tiro en la pierna.


—Fue mala suerte —admitió Pedro—. Pero todavía puedo sujetar una cámara. Y andar.


E hizo una demostración por el despacho intentando no cojear ni torcer el gesto por el dolor.


—No —le dijo su jefe.


Él se detuvo y se giró a mirarlo.


—Soy tu mejor hombre. Tienes que volver a mandarme de misión.


—Lo haré. Cuando puedas correr un kilómetro en cuatro minutos.


—¿Por qué tan rápido?


—Para que la próxima vez que tengas que echar a correr para salvar tu vida, puedas hacerlo.


Pedro respiró hondo y se agarró a una silla. Hacía años que era amigo de Gabriel y sabía que este había tomado la decisión adecuada, aunque le fastidiase.


—Solo fue mala suerte. Si hubiese ido hacia la derecha en vez de hacia la izquierda…


—Sabes que cualquiera en tu lugar estaría feliz de seguir con vida. Y agradecido por poder tener unas vacaciones pagadas —añadió Gabriel, tomando las gafas y sentándose detrás del escritorio.


—Me remendaron en el hospital militar más cercano. Era solo una herida abierta.


—La bala te dio en el fémur. Sé leer un informe médico.


Pedro se maldijo.


—Vete a casa. Descansa. El mundo seguirá lleno de problemas cuando vuelvas.


Él frunció el ceño, en vez de darle la enhorabuena por una fotos estupendas, lo que hacían era mandarlo a casa castigado, como si fuese un niño.

 

A casa.


Había estado tanto tiempo fuera en los últimos años que su casa solía estar donde estuviese su mochila.


Si alguna vez había tenido una casa, había sido en Fremont, Washington, un barrio de Seattle que se enorgullecía de su contracultura, se consideraba el centro del universo y defendía el derecho a ser peculiar. En esos momentos, podía encajar bien en Fremont, porque se sentía egocéntrico y peculiar.


Además, era al único lugar al que podía ir.


—De acuerdo, pero me recuperaré pronto. Podré correr a cuatro minutos el kilómetro de aquí a un par de semanas. Como mucho.


—Tendrás que enseñarme un informe médico antes de que vuelva a enviarte fuera a trabajar.


—Venga ya, Gabriel. Dame un respiro.


Este volvió a quitarse las gafas y lo miró con sus cansados ojos marrones.


—Te estoy dando un respiro. Podría ponerte a trabajar en un despacho aquí en Nueva York. Esa es tu otra opción.


Pedro negó con la cabeza. No podía meterse en un despacho. No le gustaba sentirse encerrado. Eso, nunca.


—Nos veremos en un par de semanas.





UN EXTRAÑO EN LA CAMA: SINOPSIS

 


Se vende casa con encanto de principios de siglo Increíble cama con dosel incluida… y ocupada hasta el momento por un chico muy atractivo. 


Al ver al reportero gráfico Pedro Alfonso durmiendo en la cama, la agente inmobiliaria Paula Chaves pensó que o estaba en el infierno o… en un paraíso en el que, de repente, aparecían atractivos hombres en las camas vacías.


Pero cuando Pedro decidió que iba a quedarse en la casa de su abuela hasta que apareciese el comprador adecuado, Paula empezó a perder el control de su libido.