miércoles, 23 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 69




RJ. aminoró la marcha y sacó la camioneta de la carretera. Bajó del vehículo, lo rodeó, abrió la puerta trasera y agarró a Paula del brazo.


—Creo que ya es hora de que tú y yo empecemos a conocernos un poco mejor.


Paula contuvo la respiración mientras Ron tiraba del vestido para revelar sus senos. Quería gritar, resistirse. Pero estaba maniatada. Y gritando sólo conseguiría que las matara a ella y a Tamara.


La única esperanza era intentar cerrar de tal forma su mente que no sintiera las caricias de Ron. Si conseguía hacerlo, las caricias de Ron no llegarían siquiera a rozarla.


Lo intentó, pero aun así, era tal la repugnancia, que cuando Ron le levantó la falda para acariciarle las piernas, tuvo que dominar las náuseas.


—Eres preciosa, Daphne. Y se supone que deberías haber sido mía.


—Apenas nos conocemos.


—Pero podríamos habernos conocido.


—Todavía podemos hacerlo, Ron, pero antes tendrás que dejar que Tamara se vaya.


—No. Si de verdad quieres que me crea que estás dispuesta a quedarte conmigo, tendrás que demostrarme tu lealtad. Tendrás que ayudarme a matar a Tamara. Yo la sujetaré, pero tú empuñarás la navaja.


Tamara comenzó a gemir.


Paula se estremeció. Aquello era terrible. Ron estaba completamente loco. No entendía cómo había conseguido mantener una imagen de normalidad en la oficina día tras día albergando pensamientos tan perversos.


Tenía que idear algo, tenía que ganar tiempo.


—Ron, ahora no deberíamos perder el tiempo con ella. Es posible que alguien nos haya visto aparcar aquí y nos vea matarla. Deberíamos irnos cuanto antes. Pero déjame ir delante contigo. Así podremos hablar y empezaremos a conocernos mejor.


—Si estás segura de que no vas a intentar nada…


—No lo haré, te lo prometo. Pero desátame. La cuerda me está cortando los tobillos y las muñecas.


Ron levantó a Paula en brazos y la llevó al asiento de pasajeros. En cuanto estuvo tras el volante, sacó una navaja. A Paula le latía violentamente el corazón. El miedo volvía a apoderarse de ella. Pero al parecer, Ron todavía no pretendía degollarla.


—Échate hacia delante para que pueda verte las manos. Pero no voy a quitarte la cuerda de los tobillos. Y si haces algún movimiento que no me guste, volveré a atarte las manos.


Paula dejó escapar un suspiro de alivio al sentir sus manos libres. Acababan de salvar el primer obstáculo. Tenía las manos libres y Tamara y ella todavía estaban vivas.


Paula se concentró en escapar. Podía agarrar el volante y obligar a Ron a salirse de la carretera. Pero de esa forma lo único que conseguiría sería terminar perdida con él en medio de ninguna parte.


Oyó llorar a Tamara. Deseó decirle que no la había abandonado, que no se había pasado al enemigo, pero no se atrevía.


—¿Adónde vamos? —preguntó, cuando Ron llevaba otros diez minutos conduciendo.


—A casa.


—Ese no es el camino hacia mi casa. Estás yendo hacia el norte.


—Vamos a tu antigua casa.


—¿Te refieres a Meyers Bickham?


—Sí.


—¿Y para qué vamos a ir allí? Tú mismo dijiste que era un lugar horrible.


—Porque Pedro irá allí a buscarte. Y quiero que esté allí cuando te mate. Así todo será perfecto. Él no sabe que fui yo el que mató a Natalia, de modo que su muerte fue prácticamente inútil. Pero esta vez lo sabrá.


—¿Tú mataste a Natalia?


—Sí.


—¿Por qué?


—Porque Pedro la amaba.


—¿Tanto odias a Pedro?


—Él me robó mi vida.


—¿Fue él el que te detuvo?


—Sí, pero me había robado mi vida mucho antes. Mientras yo estaba en Meyers Bickham, él estaba con mi padre en una casa con jardín. Tenía una habitación para él solo. Y sin ratas.


¡Oh, Dios! Aquello era una auténtica locura.


—Entonces tú eres RJ., el hermanastro de Pedro.


Pedro no es nada mío. Mi padre se fugó con su madre.


—¿Pero por qué has matado a Sally y a Ruby? Pedro no estaba enamorado de ellas. Ni siquiera las conocía.


—Prentice es su ciudad. Se suponía que era un gran detective. Pero ya nadie piensa lo mismo de él. Todo el mundo sabe que Pedro es un fracasado, tal y como había planeado. Aunque haya tenido una vida diferente de la mía, ahora no es mejor que yo.


Pero Pedro era mejor, un millón de veces mejor. Y Paula se moría de ganas de volver a sentir sus brazos a su alrededor antes de morir.


—Hablas demasiado, Daphne. Y de todas formas, no te creo. Estás enamorada de Pedro —pisó bruscamente los frenos y desvió el coche hacia la cuneta—. Y ahora mismo voy a dejaros a Tamara y a ti donde deberíais haber estado siempre.


Saltó de la camioneta con intención de rodearla para abrir la puerta de Paula. Y en aquel segundo, Paula vio que tenía una oportunidad. Pasó los pies por encima de la palanca de cambios y pisó el acelerador con todas sus fuerzas.


Ron chocó bruscamente contra el capó mientras la camioneta se encaminaba hacia una zona boscosa. Tamara gritó. Paula salió disparada contra el parabrisas, pero pudo amortiguar con las manos la fuerza del impacto.


El motor de la camioneta se apagó y comenzó a soltar una nube de humo negro.


Paula no estaba seriamente herida, pero no podía ver dónde estaba Ron. Esperaba que suficientemente herido como para no poder perseguirlas.


—Tenemos que salir de aquí, Tamara. ¡Ahora!


Paula tiró de las cuerdas que sujetaban sus tobillos, pero no conseguía aflojarlas.


—¿Lo has matado?


—No lo sé. Pero tenemos que salir de aquí y escondemos en el bosque. Y tenemos que darnos prisa. El motor está ardiendo.


—No puedo salir. Voy a morir —lloró Tamara—. Aunque él no me mate, voy a morir abrasada en esta camioneta.


—No vamos a morir. No lo permitiré.


Pero comenzaban a verse ya las llamas que salían del motor.


Sólo les quedaban unos minutos. Segundos, quizá.


Aun así, Paula tenía que moverse con cuidado. Si se caía, tendría muchos problemas para poder levantarse con los tobillos atados. Podría salir rodando fácilmente de allí, pero de esa forma le resultaría imposible levantarse para abrirle la puerta a Tamara.


Tomó aire y salió de la camioneta. Apoyándose en ella, conseguía no perder el equilibrio.


—¡Ayúdame, Daphne!


El corazón le dio un vuelco en el pecho al oír la voz de Ron. Se volvió y lo vio tumbado en el suelo, con la pierna derecha sangrando. Estaba intentando levantarse, pero apenas conseguía incorporarse.


Paula se volvió. Las náuseas eran cada vez más fuertes, pero tenía que continuar moviéndose.


—Tú y yo somos almas gemelas, Daphne. No puedes dejarme aquí.


—No puedo ayudarte, Ron. No tengo tiempo. Y tengo los pies atados.


—Entonces pásame la pistola para que pueda suicidarme antes de que la camioneta explote.


Pero Paula estaba segura de que si le entregaba la pistola, se aseguraría de que murieran ellas primero.


Aferrada a la camioneta para no perder el equilibrio, alcanzó la puerta de atrás. Las llamas continuaban avanzando y el viento esparcía las chispas entre los árboles. Con que una sola de aquellas chispas alcanzara el tanque de gasolina, la camioneta explotaría.


No sin dificultad, Paula consiguió abrir la puerta.


—Tírate al suelo, Tamara. Yo te ayudaré.


—No puedo, Paula. No puedo moverme.


—Tienes que intentarlo, Tamara. ¡Y rápido!


—No consigo aflojar la cuerda. Tienes que ayudarme —Tamara estaba llorando, al borde de la histeria—. ¡Por favor, ayúdame!


Paula intentó subir a la camioneta, pero le resultaba imposible impulsarse con los pies atados. Lo único que podía hacer era tirarse al suelo y rodar para ponerse a salvo. Pero si lo hacía, los gritos de Tamara pidiéndole ayuda la perseguirían durante el resto de su vida.


No podía, no podía dejar sola a Tamara. Se sentó sobre una pequeña elevación e intentó aflojar de nuevo la cuerda. Tuvo la sensación de que tardaba una eternidad, pero al final lo consiguió. Inmediatamente, subió a buscar a Tamara.


El humo era tan espeso que apenas podía respirar, pero continuó luchando para rescatar a su amiga. Necesitaba una navaja, pero la cabina de la camioneta estaba envuelta en llamas. El depósito explotaría en cualquier momento.


La cuerda con la que Tamara había sido atada a la camioneta estaba muy tensa. No iba a ser fácil liberarla. Paula se colocó detrás de ella y unió sus manos a las de Tamara.


—Démonos las manos —dijo, atragantada por el humo y las lágrimas.


—¿Y eso de qué va a servirnos?


—No lo sé. Sólo sé que sirve. Dame la mano y piensa en cosas buenas.


—¿Tú en qué estás pensando?


—Estoy pensando que sólo por poder amar a Pedro durante este tiempo, mi vida ha merecido la pena.



AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 68




La puerta de la casa de Paula estaba abierta de par en par cuando Pedro llegó, y la mesa del vestíbulo estaba boca arriba. Había fragmentos de cristal por el suelo.


La adrenalina corrió por las venas de Pedro, como el agua a través de las compuertas abiertas de una presa. Pedro corrió al interior de la casa y buscó por todos los rincones.


La casa estaba vacía.


Paula había desaparecido y no sabía dónde buscarla. Corrió de nuevo al salón y se detuvo frente a la chimenea. Se sentía como si alguien hubiera hundido el puño en su pecho y le hubiera arrancado el corazón.


Era lo mismo que había sentido cuando había vuelto a casa del trabajo y había descubierto el cadáver de Natalia en el suelo, con una bala atravesándole la cabeza. No esperaba volver a sentir nunca tanto dolor. Pero se equivocaba.


La noche anterior, cuando estaba hablando de Natalia, había comprendido que quería profundamente a Paula. Pero en aquel momento no era consciente de la intensidad de sus sentimientos. Sin embargo, en aquel instante, de pie en el mismo lugar en el que habían hecho el amor la primera noche y sabiendo que Paula estaba a merced de un loco, fue consciente de que no quería vivir sin ella.


Tenía que encontrarla. Tenía que haber una pista. Siempre la había. Y buscarla hasta encontrarla.


Con firme determinación, entró en el estudio de Paula y encendió el ordenador. Revisó todos sus mensajes de correo para buscar el de su acosador. Lo leyó lentamente, aunque el corazón continuaba latiéndole violentamente en el pecho.


«Hola, Daphne:
Estoy pensando en ti, aunque no me gustó que ayer pasaras la noche con Pedro Alfonso. Esperaba que fueras sólo para mí. Pero en realidad, no me conoces todavía. Pronto lo harás. Y descubrirás lo mucho que tenemos en común. Mucho más de lo que tienes con Pedro. Él no ha sufrido tanto como nosotros. Pero lo hará.
Cuídate, Daphne. El destino nos unirá.»


Pedro imprimió el mensaje y lo levó otra vez.


Aquél era el asesino en serie que buscaban y no Joaquin. Joaquin era un hombre mezquino y grosero. Pero no era como ese tipo. Ese tipo era un depravado.


Pedro releyó el mensaje. Era extraño, pero se sentía arrastrado hacia las escaleras, como si hubiera algo allí que necesitara ver. O quizá sólo fuera, que sabía que aquélla era la parte de la casa preferida de Paula.


Con la copia en la mano, subió las escaleras. Se sentó en el sofá e intentó descifrar el mensaje.


Era obvio que aquel hombre estaba molesto porque Paula había estado con él. 


Específicamente con él, no con ningún otro hombre.


Y hablaba de algo que Paula y él tenían en común. ¿Sería un periodista? Pero eso no tenía nada que ver con el sufrimiento. Y aquel tipo parecía deleitarse en llamar a Paula Daphne.
Pedro alzó la mirada de la nota y la fijó en el retrato de Frederick Lee Billingham.


—Tú has visto a mucha gente subir y bajar por estas escaleras durante años, Frederick. Has visto a montones de madres dando a luz y cuidando a sus hijos. Dime lo que sabes, estás aquí todas las noches. Seguro que conoces muy bien a Paula.


Frederick continuaba mirándolo desde su retrato, y parecía estar suplicándole con la mirada que averiguara lo que estaba pasando. 


Las madres amamantaban a sus hijos. Y probablemente muchas lo habían hecho en aquella casa. Pero eso era algo de lo que Paula no había podido disfrutar. Su madre la había dejado en un cubo de basura. ¿Sería también huérfano aquel lunático?


Era posible, sí. Por lo menos eso podía tener relación con el sufrimiento del que le hablaba a Paula. Y también con el hecho de que utilizara el nombre que le habían puesto a Paula en el orfanato. Quizá hubieran vivido en el mismo orfanato. Sí, quizá ese fuera el vínculo que había entre ellos.


Pero obviamente, no podía ser en El Hogar para Niñas Grace. Quizá fuera en Meyers Bickham.


Meyers Bickham, el orfanato que parecía salido directamente del infierno. Eso era lo que había dicho RJ. de aquel lugar. Él lo había odiado con toda su pasión, y había odiado a Pedro, porque él había vivido en un hogar que RJ. pensaba debería haber sido el suyo. Por miserable que fuera.


RJ. Blocker. En libertad. Un hombre sin conciencia. ¿Pero suficientemente peligroso como para matar a alguien inocente?


La respuesta a aquella pregunta era un sí.


A ello había que añadir el hecho de que el odio que RJ. sentía por Pedro, debía haberse hecho más fuerte en prisión.


Tanto las pruebas como su intuición señalaban a RJ. Una combinación que casi nunca fallaba.


En ese momento RJ. tenía a Paula en su poder. Pedro salió de la casa con una sola cosa en mente: Tenía que encontrar a la mujer que amaba antes de que fuera demasiado tarde.




AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 67




Paula se despertó muy lentamente, con la visión borrosa. En su mente fluían recuerdos extraños. 


Era pequeña y estaba jugando con sus amigas en un sótano frío y oscuro. Se había dormido, y aquella era la pesadilla de siempre, pero nunca la había recordado tan claramente.


Intentó concentrarse en aquella parte de su pasado. No en las escaleras oscuras ni en el llanto del bebé. Sino en las partes buenas. 


Como en el hecho de estar con sus amigas.


—No tardaré.


La voz de Ron irrumpió en la oscura niebla que poblaba su mente y recordó que se encontraba en una nueva pesadilla. Intentó sentarse, pero no podía moverse. Tenía las manos y los pies atados. La cuerda le arañaba la piel. Llevaba el vestido rojo, aunque no recordaba habérselo puesto. De hecho, lo último que recordaba era el golpe en la cabeza.


Debía haber perdido el conocimiento. Y seguramente Ron la había vestido. La había tocado. El estómago se le revolvió al pensar en ello.


Pero no podía entregarse al miedo. Tenía que utilizar toda su energía física y mental para escapar. ¿Pero dónde estaba? Miró a su alrededor. Lo único que podía ver con claridad era la cabeza de Ron. Y las paredes.


Una camioneta. Estaba en el interior de una camioneta. Y viajando a toda velocidad.


—Paula… —Había alguien con ella—. Paula, soy yo, Tamara.


—Cerrad la boca o hablad de manera que pueda oíros. No me gustan los susurros.


—¿Tamara Mitchell?


—Sí. ¿Quién es ese hombre, Paula? ¿Y adónde nos lleva?


—Trabaja en el periódico —y nada de aquello tenía sentido—. ¿Cómo has llegado a mezclarte con él?


Paula mantenía la voz baja, a pesar de las órdenes de Ron.


—Entró en mi dormitorio cuando estaba dormida. Me amenazó con un cuchillo. Me dijo que me cortaría el cuello si gritaba. De hecho, me cortó un poco. Sentí la sangre rodando por mi cuello y luego me dio un golpe en la cabeza con algo que parecía un martillo.


—Probablemente con la misma pistola con la que me golpeó a mí —susurró Paula en respuesta—. Oye, ¿habías visto a Ron por el Catfish Shack?


—No. No lo había visto nunca, pero va a matarme.


Tamara comenzó a llorar.


—No te matará.


—Sí, lo hará. Va a matarme porque ha leído lo que escribiste sobre mí y dice que soy una fulana. Pero no es verdad.


—No, y yo tampoco he dicho nunca que lo fueras, Tamara. Este hombre tiene una mente perversa y degenerada.


Y no iba a permitir que acabara con ellas. No, ella era una superviviente. Pedro se lo había dicho. Y no podía renunciar, sobretodo en un momento en el que tenía tantas cosas por las que vivir. Por primera vez en su vida, amaba a alguien que la amaba. A una persona valiente, fuerte y buena. Y sabía que si tuviera la forma de hacerle saber dónde estaban, Pedro haría cualquier cosa para detener a Ron.


Pero Pedro no estaba allí. Y tendría que arreglárselas sola.


La cabeza le latía dolorosamente. Le costaba respirar e incluso le resultaba difícil tragar saliva. Se humedeció los labios resecos con la lengua y se obligó a interactuar con aquel monstruo.


—¿Adónde nos llevas, Ron?


—A nuestra casa. Tenemos que estar juntos, Daphne, tú y yo.


—Y estamos juntos. Por eso no entiendo por qué me has dejado atada en la parte de atrás de la camioneta.


—Porque lo estropeaste todo cuando empezaste a acostarte con Pedro Alfonso.


Paula tenía que obligarlo a seguir hablando. Era la mejor forma de saber lo que se proponía.


—Yo no quería acostarme con él, Ron. Me obligó. Es a ti a quien he deseado durante todo este tiempo. Sólo a ti.


Sus propias palabras le producían náuseas, pero tenía que luchar para conservar la vida. La suya y la de Tamara. Y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para poder volver a encontrarse en los brazos de Pedro.


Cualquier cosa. El miedo y la repugnancia crecían en su interior y las lágrimas poblaban sus ojos.


«Oh, Pedro. Te quiero tanto… Espero que lo sepas. Espero que no lo olvides nunca»