miércoles, 17 de enero de 2018

LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 23






Pedro retrocedió como si le hubiese dado una bofetada. Se quedó pálido y aturdido.


Aquello era demasiado. La miró fijamente. Ella también estaba pálida. ¿Embarazada? Articuló la palabra en silencio.


—No es posible —consiguió decir en un susurro—. Siempre he utilizado protección.


Ella no despegó los ojos de los suyos, tenía los labios apretados.


Pedro dio un paso atrás, intentó controlarse. Durante los últimos días había cambiado mucho su vida, se había enterado de cosas sorprendentes, pero aquello no se lo había esperado.


No se había olvidado de Paula en los diez días que había estado fuera, pero entre el trabajo, conocer a su madre e intentar averiguar el paradero de su padre, no había encontrado el momento de llamarla. A todo eso había que añadir la petición de Eleonora de que dejase de ver a su hija.


Pero no había esperado ver a Paula de nuevo en las revistas. Todo el mundo parecía contento con su reconciliación con Jeronimo Cook, aunque, al parecer, también había salido con otros. Y también la habían pillado borracha. Pedro se había dado cuenta de que era una mujer débil, débil y caprichosa. Y eso no le convenía en esos momentos.


Eleonora Chaves le había hecho un gran favor.


—Quiero que me digas la verdad —le exigió—. ¿Estás embarazada de mí, o no?


Se dio cuenta de que ella estaba sudando y muy pálida, pero le dio igual. Sólo quería la verdad, y la prueba, para decidir lo que iba a hacer.


Ella parpadeó, abrió la boca. Parecía tan afectada como lo estaba él. Prefería verla enfadada a verla así.


—Creo que tengo motivos para preguntártelo —añadió él.


—Me dejaste, cerdo. Ni siquiera me llamaste por teléfono. ¿Durante cuánto tiempo querías que estuviese esperándote?


—Pobrecita Paula. Siempre tienes que ser el centro de la atención, ¿verdad?


Ella retrocedió, tragó saliva, se miró los zapatos. Pedro se dio cuenta de que su bonito pelo rubio estaba apagado, sin vida. Entonces la vio levantar la cabeza y descubrió la decepción en sus ojos.


—Eres como los demás, ¿verdad? —dijo Paula.


Pedro estaba furioso, no quería que se sintiese decepcionada, pero no podía hacer nada más que fulminarla con la mirada. Estaba enganchado a una mujer mimada y caprichosa que llenaba en él un vacío que, hasta entonces, no había sabido que tenía.


¡Embarazada! Qué ironía. Otra mujer se había quedado embarazada hacía treinta y cuatro años, pero había decidido que el dinero era más importante que criar a un hijo.


—¡Pedro! —lo llamó Adrian desde lo alto de las escaleras—. El juez va a volver.


Iban a dar el veredicto ese mismo día. Paula no había levantado la vista al oír a Adrian.


—Ahora no es el momento de solucionar esto —dijo Pedro.


Ella lo miró a los ojos. Pedro no quiso leer lo que vio en ellos.


—No tienes que solucionar nada —replicó ella, se dio la media vuelta y se marchó.


Pedro alzó la cabeza y miró al cielo. Sintió que la ira desaparecía. En esos momentos, sólo había en él necesidad y decepción. Paula era como una droga para él y, a pesar todo, el mono era muy fuerte. Pero una droga era una droga. 


Pedro tenía que luchar por sobrevivir sin ella.



LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 22





El jueves por la mañana llegó tarde al juicio. Hizo ruido con los tacones al entrar y muchas cabezas se giraron a mirarla, el juez le puso mala cara.


—Lo siento —se disculpó en voz alta.


Y entonces lo vio. La estaba mirando con expresión fría. 


Feroz.


Paula se sentó, temblando, absorbiendo la emoción que la invadía cada vez que lo veía. El vacío de su interior empezó a llenarse… pero no pudo sentirse feliz.


Le dolía el estómago. ¿Por qué la había mirado Pedro así? 


Ella era quien debía sentirse agraviada. La había utilizado y la había dejado sin más.


«Tienes que contárselo», se dijo a sí misma.


—Todavía no —susurró. 


Su madre se giró y la miró con preocupación. Paula sacudió la cabeza en silencio.


Todavía no. Los test de embarazo no eran del todo fiables. 


Tenía que ir al médico. ¿A cuál? No se fiaba de la discreción de los de la clínica Elpis, ya que todos eran voluntarios.


Pedro pensaría que lo había atrapado. O peor, dudaría de su paternidad. No pudo evitar pensar mal de él, a pesar de que su sentido común le decía que era un hombre honrado y responsable. Haría lo correcto con ella.


Aquélla fue la mañana más larga de su vida. Consiguió aguantar hasta la hora de la comida y entonces, corrió al baño, donde vomitó por tercera vez en esa semana.


Cuando salió, Pedro estaba saliendo, solo. Paula se sentía fatal, pero no podía seguir así. Se obligó a dejar de temblar y blindó su corazón con determinación.


Él tenía las manos en los bolsillos y la cabeza agachada, por un momento, a Paula le pareció que estaba triste, pero entonces recordó la semana que había pasado ella. Le había hecho sentirse como un fracaso como mujer, amante y amiga. No iba a permitir que se fuese de rositas. Pero su expresión fría y distante la bloqueó.


Aquél no era el hombre que ella conocía, o que creía conocer. Aquélla era otra persona.


Pedro miró a su alrededor al ver que se le acercaba.


—Este no es ni el momento ni el lugar… —le susurró.


—Bueno, si hubieses respondido a mis llamadas… 


Pedro la agarró del brazo y rodeó el edificio con ella.


—Me sorprende que hayas sido capaz de salir de la cama esta mañana. ¿De la cama de quién?, por cierto. ¿Acaso te acuerdas?


Aquello fue como una bofetada.


—¿Puede saberse qué te pasa? —inquirió ella—. ¿Un día lo quieres todo, y otro, nada?


No conocía a aquel hombre y sintió ganas de vomitar. Tuvo miedo. No podía vomitar allí. Tuvo miedo de que aquellas palabras fuesen las últimas que se dijesen.


—Pensé que teníamos… —se le quebró la voz—… algo especial.


La expresión de Pedro no cambió. No había conseguido enternecerlo, sólo le había dado otra oportunidad para machacarla. Estaba furiosa. No volvería a cometer aquel error nunca más.


—Pues parece ser que has estado disfrutado de cosas muy especiales con muchos otros —murmuró él—. ¿Qué tal Jeronimo?


—Bien —respondió Paula. Aunque un poco frustrado, porque había estado resistiéndosele toda la semana.


—¿Cuántos hombres necesitas, Paula, para estar satisfecha?


Aquello era demasiado. ¡Ella no había hecho nada! Era ella la agraviada.


—No tienes derecho a preguntarme eso —contestó enfadada—. No tienes derecho porque todo ha sido una mentira. Me has utilizado. Sólo querías que tu padre se jubilase y te dejase su puesto.


Pedro puso cara de asombro y ella se dio cuenta de que había dado en el blanco.


—Querías que nuestros padres dejasen de pelearse y esperabas conseguirlo conmigo. Sólo tenías que conquistarme y yo, que soy una tonta y una crédula, picaría el anzuelo.


Él no tardó en recuperarse.


—Deja que te diga algo. Nadie te toma en serio, Paula Chaves. No eres más que una niña rica y mimada que escarceas con las obras benéficas como con los hombres.


Paula nunca se había sentido tan enfadada, tan dolida. Se irguió y lo miró con altivez.


—Pues será mejor que vayas empezando a tomarme en serio, porque voy a darte un hijo.




LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 21





Paula salió del juicio el lunes desconcertada con la ausencia de Pedro. Y cuando no lo vio aparecer tampoco el resto de la semana, empezó a preocuparse. ¿Qué días le había dicho que iba a estar fuera? Como estaba medio dormida cuando se habían despedido, no se había enterado bien.


No podía llamarlo a su despacho y no contestaba al teléfono móvil. Como no quería ser pesada, no quiso dejarle un mensaje, pero cada vez estaba más inquieta.


Cuando le dio plantón el viernes por la tarde, en el hotel, la confusión se transformó en ira. ¿Acaso estaba jugando con ella?


Sin importarle que la reconociesen, preguntó por la reserva de la habitación en recepción.


—Lo siento, pero la reserva fue anulada el lunes —le informó la recepcionista, mirándola con tanta lástima que Paula se apresuró a marcharse de allí, tenía ganas de vomitar.


También se había encontrado mal el día anterior, pero lo había achacado a los nervios. Se le pasó por la cabeza que podía haberse quedado embarazada, pero no. Pedro siempre utilizaba protección, y ella tomaba la píldora.


Ese día, le dejó un mensaje en el teléfono de su casa, al que él tampoco contestó. A pesar de sentirse revuelta y sola, esa noche salió con un par de amigas al estreno de una película.


Se encontraron con Jeronimo Cook fueron a tomar algo. 


Como Pedro tampoco la llamó durante el resto del fin de semana, volvió a salir y se aseguró de que la fotografiaran.


El lunes siguiente, Pedro tampoco apareció en el juicio y siguió sin contestar al teléfono. Paula se preguntó por qué había tenido esperanzas, por qué había pensado que era lo suficientemente buena para él. Se había contentado con tener sexo, hasta que él había hecho que se enamorase.


Se dijo que tenía que olvidarlo y llamó a Jeronimo y a un par de amigos más. Fue fácil volver al mundo de las fiestas. Ni siquiera el malestar que no la abandonaba la detenía, aunque era incapaz de beber alcohol. Pedro Alfonso lo había estropeado todo. ¡Nadie rechazaba a Paula Chaves! Iba a ponerlo tan celoso que volvería a ella de rodillas, y entonces, lo trataría como a un perro.


Pero Pedro no volvió. Y Paula siguió fingiendo ser el alma de las fiestas porque no quería meterse en la cama. El único modo en que conseguía aliviar el dolor que tenía dentro era haciéndose un ovillo y abrazándose con fuerza. En su cama, en la que él le había hecho el amor, y se había despedido con un beso por última vez. Las lágrimas la acechaban día y noche, haciendo que le doliesen los ojos. ¿Qué había hecho para que Pedro no quisiese saber nada más de ella?


Una noche, en un bar, alguien le tocó en el hombro y, al volverse, vio a Adrian Alfonso que le sonreía.


—¿También vas a hacer que me echen de aquí? —le preguntó él en tono de broma.


Paula se aferró a su simpatía como si fuese un salvavidas.


Nunca los habían presentado de manera oficial, así que lo solucionaron enseguida. Las amigas de Paula arquearon las cejas y se susurraron las unas a las otras que era muy guapo. Adrian era uno de los solteros más codiciados de la ciudad, pero para Paula, no tenía comparación con Pedro


No había magia en su rostro.


Quería preguntarle por él, pero sabía que estaba demasiado dolida, que su corazón estaba a punto de romperse. Y no quería que nadie se diese cuenta de lo sola, triste y herida que estaba.


Después de un rato charlando juntos y comentando el juicio y lo tremendos que eran sus padres, Adrian le confesó:
—¿Sabes? Le dije a Pedro que la mejor manera de terminar con todo era conquistándote.


Aquello fue como otra puñalada para el corazón de Paula, pero no dejó de sonreír.


—¿De verdad? ¿Y cuándo se lo dijiste?


—Cuando empezó el juicio —contestó él, sonriendo de oreja a oreja a una mujer muy guapa que acaba de entrar.


Paula la reconoció, era la secretaria de Pedro.


—¿Y qué te dijo él?


Pedro es demasiado listo para seguir mis consejos. Me alegro de haber charlado por fin contigo, Paula Chaves. Nos veremos en los tribunales —le guiñó un ojo—. Siempre había querido decir eso.


Paula se quedó otro minuto allí sentada, sonriendo como una tonta, intentando encontrar sentido a lo que Adrian le acababa de contar.


Se preguntó si Pedro había trazado un plan desde el principio. Entonces recordó que había sido al comienzo del juicio cuando había empezado a llevarle regalos y a comportarse como si tuviese celos.


Empezó a costarle trabajo respirar. Estaba claro, no era más que un plan. En realidad, no le gustaba. Sólo había querido que se enamorase de él.


Corrió al baño y vomitó. Alguien la ayudó a salir del bar y a tomar un taxi. Y todos los periódicos recogieron su malestar al día siguiente.


—Creo que te estás pasando. ¿Qué bebiste anoche? —le preguntó su madre.


—Nada —se defendió ella, no queriendo compartir con su madre que tenía el corazón roto—. Debió de ser un virus, nada más.


Después de cinco noches seguidas saliendo, estaba agotada. La falta de sueño y el constante dolor de estómago hacían que le doliese mucho la cabeza, así que el viernes por la noche se compró un test de embarazo. Sólo por precaución. Estaba casi segura de que no estaba embarazada, sólo estaba triste y confundida.


Pero la prueba dio positivo.


«No, no, no. No puede ser verdad».


¿Cuándo había sido su último periodo? Tomó aire y volvió a sacar un segundo test de la caja.