viernes, 9 de diciembre de 2016

ENAMORAME: CAPITULO 18




Tomar un queso Brie y abrirlo a la mitad. Rellenarlo con una mezcla de miel, mix de frutos secos picados groseramente, alguna fruta abrillantada y una pizca de romero.


Rellenamos nuestro queso y como si fuera un sándwich. 


Tomamos una tapa de masa hojaldre y lo metemos dentro y lo “envolvemos” intentando sellar de la mejor forma todos los extremos.


Se cuece en horno a 200 grados hasta que dore. También podemos usar queso Camembert si se desea un gusto más intenso. Si se acompaña con un rico vino tinto ¡mejor!


—¡Listo! Mami, Concepción a merendar —guiño mi ojo y muevo el trasero al ritmo de la música. Mi madre camina hasta nosotras con la botella de vino y nos disponemos a pasar un rato de chicas.


Es sábado y la tarde se presenta muy calurosa, estoy usando una pequeña solera rosa y mis sandalias nude, son de las pocas cosas que pude recuperar de mis pertenencias antes que ellos cambiaran la cerradura de la que era mi casa.


Los niños se encuentran en un cumpleaños y Alfonso padre e hijo en un partido de futbol. Luego de eliminar mi alianza de compromiso ayer a la tarde, prácticamente no lo volví a ver.


Últimamente Concepción se ha vuelto mi confidente y amiga… la única. Sabe de mis encontronazos con el jefe y me entiende gracias a Dios. Se muestra de acuerdo que es buen padre y guapo hasta el infierno, pero también reconoce que es un conquistador innato, que donde pone el ojo, pone la bala«Nunca mejor dicho»


Aunque también admite verlo con especial atención hacia mí, lo que solo alimenta mis falsas y estúpidas esperanzas.


—Hijita… mmm… ¡qué bueno está esto por Dios! —intenta balbucear mi madre mientras prueba el queso Brie y se quema a la vez. —Retiro el corcho de la botella con tanta facilidad que hace largar la risa a Concepción.


—¡Borrachina!—grita.


—Je… son años de experiencia—. Me regodeo y mi madre niega con la cabeza y se lo que debe estar pensando… “no te eduqué para ser una alcohólica”


¡Vamos que una copita los fines de semana no es nada…! y si a eso le sumamos que es buena para el corazón, el resultado sería un gran… ¡Salud!


—Arturo me invitó a cenar mañana—suelta mi madre sin anestesia y automáticamente da un largo trago a su copa.


Mi boca cae abierta de asombro y giro para mirarla.


—¡Mamá!


—Y acepté.


—¡Ma… es el padre de mi jefe! Y hace apenas un día que lo conoces.


—También es un hombre muy dulce y guapo.


—No es una buena idea.


—Tuvimos sexo anoche.


El zumbido que siento en mis oídos hace que me entre la duda si en verdad mi señora madre ha dicho eso o solo lo imaginé.


—¿Qué tú qué?


—¡Fue maravilloso!


—¡Maaaaaa!


Concepción vuelve a cargar nuestras copas de vino, mientras intenta disimular una sonrisa. Al parecer la charla le parece cómica y seguramente lo sea. Aunque nada me parece menos gracioso que esto. Si ya era un enorme error haberme enredado en las sabanas de mi jefe, con esto solo terminamos de hundirnos en el barro.


Mi madre prosigue:
—Luego de que tu padre muriera «que Dios lo tenga en su gloria» yo nunca…


Levanto la mano para intentar silenciar su bocota y el exceso de información que estoy recibiendo. Termino mi copa de un largo trago y froto mis ojos.


—Mamá, no puedo creer que hayas hecho eso… ¿te has vuelto loca? Esta es la casa de mi jefe y por si aún no te has dado cuenta ¡mi trabajo! Que viva aquí y que Pedro amablemente te permita quedar, no quiere decir que puedas hacer cualquier cosa.


Ella toma mi mano entre las suyas y sonríe con dulzura.


—Tienes razón, hija, y lo lamento. Pero ese hombre tiene un fuerte poder sobre mí. Desde que lo conocí, supe que en sus brazos nada malo podría ocurrir


Dejo salir el aire de mis pulmones y aflojo la tensión de mis hombros… cómo no entenderla, si yo misma me siento de esa forma cuando Pedro me estruja contra su pecho. Su aroma, la forma en que traza pequeños círculos en mi nuca cuando me besa, ¿Cómo no entenderla si yo también estoy prendada de igual forma bajo el hechizo Alfonso? Pienso.


—Me alegro mucho por ti mami… de veras, tu felicidad es la mía también. Pero le contaré de esto a mis hermanas —y pongo mi mejor cara de niña consentida y chismosa.


Sonríe y levanta su copa.


Las tres nos miramos y brindamos.


—¡Salud! por el amor —grita Concepción y se pone de pie para bailar la pegadiza melodía que suena por la casa.


“Una mordidita, una mordidita de tu boquita”


Nos encontramos bailando y cantando como las tres chifladas cuando padre e hijo llegan a casa.


Soy la última en verlos. Me encuentro enfrascada en mi tarea de armar tres copas de mousse de chocolate mientras meneo el trasero cuando la música cesa.


—Señor Alfonso—saluda aterrada mi amiga mientras deja su copa rápidamente en la mesa.


—Buenas tardes señoritas—mi jefe clava sus hermosos ojos en mí —por lo que veo la están pasando bien.


De reojo veo a mi madre y a Alfonso padre sonreírse mutuamente.


—Muy bien —respondo —¿Gustan comer una copa de postre?—pregunto apartando mis ojos de los suyos, temiendo pueda carbonizarme con su intensa mirada café.


—Señorita Pau, ya es casi la hora en que debo ir por los niños a la fiesta de cumpleaños. ¿Le gustaría acompañarme a buscarlos?... con mucho gusto probaré ese delicioso postre cuando regresemos.


—Me encantaría acompañarlo —respondo sincera, abriendo mi corazón bajo el hechizo que me envuelve cuando Pedro Alfonso está frente a mí.


Camina hasta la puerta de la cocina y permanece de pie a un lado, con ella abierta, permitiendo que salga antes.


—Bonita solera—susurra en mi oído cuando paso junto a él para salir, provocando que se me erice todo el vello de la nuca.


«Bastardo»


Una vez en el coche enciende el aire y pone música. 


Agradezco ese gesto, porque es probable que con el calor que me da tener a este hombre junto a mí, quedaría
pegada a los hermosos asientos de cuero negro.


Para mi sorpresa y horror coloca una muy familiar melodía… una que conozco de memoria «Mambo Italiano versión salsa»


Mi boca se abre, pero las palabras se niegan a salir de ella. 


Lo observo y él me regala una sonrisa matadora.


—¿Me estuvo espiando señor Alfonso? —increpo, intentando contener la gran satisfacción que ese dominante gesto provoca en mí. No responde, pero una gran risotada escapa de su cuerpo y yo lentamente me deshago.


—¿Sí o no? —vuelvo a preguntar.


—Tal vez —responde con descaro.


—¡No! “Tal vez” no señor. Si le pregunto ¿sí o no? Debe responder de esa forma a mi pregunta.


—Parece toda una abogada señorita Pau —se está divirtiendo a costillas mía y yo amo que eso ocurra.


—Aprendí del mejor, señor Alfonso —y ahora soy yo la descarada que intenta provocar una reacción.


Y lo consigo.


Detiene el coche y en pocos segundos se quita su cinturón de seguridad y lo tengo pegado a mí.


Toma mi cara entre sus manos y automáticamente dejo de respirar. Presiona su frente contra la mía y cierra los ojos.


—¿Es usted consciente de todo lo que produce en mí?  Porque desde que llegó a mi vida, no hago otra cosa que pensar en usted Pau. Y una y otra vez pienso que, si un día se va de nuestras vidas, moriré de tristeza y soledad.


—Pedro, yo… —no puedo hablar, las lágrimas comienzan a salir sin permiso y la emoción me ahoga. Si esto, no es una declaración de amor… yo no me llamo Pau Chaves.


—¿Qué Pau?... Hábleme por favor, necesito escuchar lo que siente, nunca sé lo que está pensando o los planes que tiene. Necesito saber que todo va a estar bien y que no saldrá huyendo de mi lado.


Pedro, yo… tengo miedo.


—¡No, mi amor!... no me digas eso que muero de amor. No te das cuenta que, desde que llegaste a mi vida me volvió el alma al cuerpo. Yo cuidaré de ti de ahora en adelante. No temas vida… ya estoy aquí.


Las lágrimas que no paran y la emoción que me estruja el pecho. Hasta que sin filtro lo suelto.


—Renuncio.


—¿Qué?


—Que renuncio, Pedro —limpio mi cara con la franela que encuentro en la guantera y comienzo a forcejear con el cinturón de seguridad para salir del auto y huir.


«¡Mierda que no se desprende!»


Su gran y pesada mano se posa sobre la mía con fuerza y sus ojos lanzan rayos de furia.


—Abro mi corazón como un idiota y tú… ¡tú! —grita mientras me apunta con su dedo —como una cobarde solo dices “renuncio” —sisea entre dientes imitando mi tono de voz.


Coloca nuevamente su cinto de seguridad y en un furioso silencio pone en marcha el automóvil. Llegamos por los niños como un matrimonio peleado y volvemos a casa sin dirigirnos la palabra entre nosotros dos.


Son poco más de las seis de la tarde cuando regresamos y al parecer mi madre ya se ha ido a la peluquería a peinarse para la boda de mi prima, informa Arturo, quien lee el periódico tranquilamente en el jardín.


Pedro enciende la televisión y coloca una película para los niños y yo me quedo en la cocina pensando qué hacer de cena.


El momento es de lo más incómodo. Siento que no tengo donde huir… después de todo no es mi casa, y únicamente me queda mi dormitorio. Por esa razón decido ir al gimnasio, con suerte hoy sábado estará mi profe de danza y la música exorcizará mi mal humor.


Busco el recipiente de frutos secos y como antes de cada clase, peso unos 30 gramos de ellos para comer y tener una fuente rica de energía. Subo a mi recámara y me visto con una malla deportiva, corta de color, un top alicrado negro y mi musculosa amarilla, más holgada. Bajo dando saltitos por la escalera y paso a darles unos besos a los niños antes de marcharme. Tengo por costumbre contarles a ellos donde voy y cuando regreso. Creo que la pérdida de su mamá siendo tan pequeños, debe haber causado esa sensación de abandono, y siempre que estoy por salir se desesperan por querer saber a dónde voy, a qué hora regreso… o lo más triste de todo… «si regreso» como más de una vez me preguntó Felipe.


—Amores, voy al gimnasio y en una hora regreso —susurro frente a ellos mientras beso sus cuellitos.


Ambos asienten con sus cabecitas.


Están comestibles con sus caritas pintadas desde que llegamos del cumpleaños. Sara tiene una corona rosa pintada en la frente y Felipe la nariz negra y bigotes de gato.


Vuelvo a la cocina por mis frutos secos. Pero para mi sorpresa mi jefe se encuentra en ella. No me di cuenta que se encontraba allí y no puedo evitar pensar que me está siguiendo. Intento ignorarlo, pero eso no es una tarea sencilla para mí. De pie, tomo el recipiente y mientras miro al jardín, ingiero mi colación. Pedro no puede contener su lengua por más tiempo y suelta algo de su encanto.


—¿Se marcha señorita Pau?


«Otra vez soy “señorita Pau”» y en parte lo entiendo. El hombre abrió su corazón y yo como un manojo de miedo e inseguridades me eché para atrás.


—Voy a entrenar señor —siseo el “señor” marcando adrede un fingido tono de respeto.


—Las nueces, ¿es porque piensa gastar mucha energía con su compañero de baile?


—Tal vez —respondo arrogante, ya que lentamente comienza a molestarme su soberbia.


En silencio tomo mi bolso de deporte, las llaves de mi coche y sin mirar atrás me marcho.


Sé que esto, traerá cola. No creo que a don Alfonso le agrade que lo desafíe, pero sinceramente no me importa. La verdad es que me aterra sentirme enamorada de este hombre, tal como lo estoy. Esta especie de amor adolescente que provoca en mí, en el que todo el tiempo busco una excusa para hablarle, o donde medito cada una de mis recetas para que ame mi comida, o lo peor y más humillante de todo… cuando intento salir de mi recámara como quién no quiere la cosa en el preciso momento que escucho el sonido de su puerta abrirse.


«Patético»


Pero el miedo que me produce sufrir, sumado a la inseguridad que dejó Ricardo en mí cuando me abandonó como a un perro, hicieron que la Pau de antes, medite un pelín más sus futuros movimientos.


La clase es de lo más reconfortante. Resulta que para ser sábado a la tarde encontré a mucha gente en el gimnasio y no solo pude hacer un rato de musculación, sino que también bailamos una coreografía de salsa y merengue.


Eran poco más de las 8 de la tarde cuando regresé a casa.


Subí directo a mi habitación por una ducha, no sin antes saludar a los pequeños polluelos que clamaban por mi llegada.


Estaba de albornoz y secando el pelo con una toalla, cuando mi madre entró a mi dormitorio luciendo un impecable vestido negro largo, drapeado en el pecho y con un finísimo cinturón de pedrería. Su cabello castaño se encuentra recogido en un perfecto moño y su make up es en tonos beige, dándole frescura y elegancia.


—¡Woow, mami! Qué guapa… —sonrío pícaramente y agrego —si yo fuera Arturo te secuestraría para que nadie más pueda apreciar tanta belleza.


Hace un movimiento muy característico suyo con la mano indicando “hija, no digas tonterías” y toma asiento en mi cama.


—Vamos hija… no digas locuras. Vístete deprisa que tus hermanas pasaran por nosotras en una hora —. Indica.


—Mamá… creí que había dejado clara mi posición con respecto a la fiesta. Yo no iré.


—Qué tontería, hija. Tú tienes que ir, para que Ricardo pueda verte y de esa forma arrepentirse sobre su estúpida decisión.


—No me interesa su arrepentimiento. Porque no pienso volver con él.


—Soy consciente que no volverás con Ricardo, porque puedo ver que te has enamorado de Pedro. Pero sería interesante una vendetta para ese desgraciado hijita.


Lentamente mis ojos comienzan a llenarse de lágrimas y antes que ella lo note, entro al baño con la excusa de colocar crema en mis piernas. Ya se nota lo colada que me encuentro por este hombre, pero el miedo puede conmigo. 


Creo que tendré que iniciar terapia para abordar mi supuestamente superado tema.


Abro mi Victoria Secret de Vainilla y Coco, retiro mi bata y comienzo a untarme el cuerpo con ella lentamente.


—Te entiendo, hija, y no forzaré tu decisión —escucho proveniente de mi recamara —. Lo más sabio es dar vuelta la página de ese mal capítulo de tu vida y seguir adelante con tu vida. Seguro el destino te tiene preparado algo bueno.


—¡Exacto! —grito para hacerme oír — que te diviertas mucho mami, y si en la pista de baile le puedes dar un buen pisotón a Samantha… ¡genial!


Mami sale de mi dormitorio tras darme un besito en la mejilla y yo me visto rápidamente con una minifalda de jean, una remera de hombro caído roja y chatitas al tono.


Bajo a la cocina para comenzar a preparar la cena. Coloco mi delantal y lavo mis manos mientras pienso qué preparar. 


Ahora si… ¡lista!


Abro el refri y encuentro unas pechugas de pollo y un pote de crema de leche. «Perfecto» Cena: Tarta de pollo.


En cuanto termino de colocar la tarta en el horno, una presencia capta mi atención.


Volteo y allí está él.


«Mi jefe»


El hombre más bello de la faz de la tierra y con el que iría hasta el mismísimo infierno si me lo pidiera.


Digamos que encontrarlo de pie en la entrada de la cocina ya fue perturbador. Pero si a eso le sumamos, que se encontraba de pie en la entrada de la cocina, usando un perfecto, elegante y caliente esmoquin negro, hace que mi conexión cerebro-boca entre en cortocircuito inmediato


—Señor Alfonso —atino a decir.«Algo es algo, al menos no estoy muda por completo» —¿no va a cenar en casa?


«El hijo de puta tiene una cita»


No llores Pau… por favor no llores frente a él. Estúpida y soñadora Pau Chaves.


—En efecto señorita Pau… tengo una cita. Pero por lo que puedo apreciar, ella aún no se encuentra lista.


Termina la frase mirándome de arriba abajo y retoma.


—Aunque admito que ese atuendo se ve de lo más apetecible, no creo que sea el apropiado para usar en una boda.


«¡Caigo de culo y no me levanto!»


¿Pretende ir a la boda conmigo?


—Le agradezco mucho la deferencia señor, pero yo no voy a ir.


—Claro que usted irá, señorita. Así que, de buena manera, le imploro suba a su recamara y se apronte en unos… —estira el brazo para mirar la hora en su costosísimo reloj —…20 minutos como máximo. De lo contrario, la tomare en mi hombro, la subiré a su dormitorio y yo mismo la desnudaré. Aunque corremos el riesgo de nunca llegar a la fiesta si tomamos esa opción —. Termina la frase dando un largo e intimidante paso en mi dirección y yo reculo dos.


—Señor… ¿usted no entiende?


—Claro que entiendo. Entiendo que usted es una cobarde, que tiene tanto miedo, como un niño pequeño de encontrar un monstruo debajo de su cama a la noche. Pero déjeme decirle algo: si no enfrenta sus fantasmas, no podrá dormir tranquila jamás. Tiene que mirar debajo de la cama de una buena vez. Y yo estaré ahí para apoyarla.


—¿Para apoyarme mientras miro debajo de mi cama? —pregunto pícaramente.


—No se pase de lista, señorita Pau, y no juegue con fuego si no se quiere volverse a quemar.


Sonrío satisfecha de haber vuelto a quebrar el hielo. Porque luego de esta tarde, quedé con un gusto amargo en la boca.


—Nuevamente le agradezco, pero, yo no…


«Intentar decir que no iría a la fiesta y que Alfonso en dos pasos me tomara a cuestas como un cavernícola fue un todo»


Subió conmigo a cuestas los dos tramos de escaleras y se metió puertas adentro de mi dormitorio.


Una vez dentro, con cuidado me bajó y luego rodeando mi cuerpo con sus brazos, planto las manos sobre mi trasero y lentamente comenzó a enrollar mi pequeña falda.


—¡Desnúdese ya!


—Pero no entiende que… —. Fin. Me partió la boca de un beso.


Fue uno de esos besos demandantes y tiernos a la vez, de esos que mojan, de los que te dan seguridad y te dejan con ganas de más.


«De mucho más»


Repentinamente me suelta, dejándome con una sensación de vacío enorme. Desprende los tres botones de su saco y toma asiento en la silla de mi tocador.


Vuelve a mirar el reloj y adopta una postura de negocios.


—Tiene 15 minutos.


—¿No eran 20? —pregunto con mis brazos en jarra y mis manos en la cintura.


—Si continúa perdiendo el tiempo, en breve serán 10. ¡Dese prisa!


Busca en uno de los bolsillos su celular y se enfrasca en escribir algo en él. No hay que ser una científica para darse cuenta que no tiene intenciones de salir mientras yo me cambio.


«¿Quiere jugar?»


Juguemos entonces…



ENAMORAME: CAPITULO 17






Este es uno de esos momentos, en que me gustaría convertirme en un avestruz y enterrar mi estúpida cabezota en la tierra para siempre.


Si me encontrara sentada en un reality show, el nombre del mismo sería: «¡Acabo de tener sexo con mi jefe!»


Si mi vida era un torbellino que lentamente se estaba tranquilizando, con esto solo empeoré todo. Admito que fui víctima del arrebato pasional de Alfonso, porque convengamos que, fue él quien me arrastró a la fuerza hasta su dormitorio y me hizo el amor con lujuria. ¡Pero tampoco gritaste pidiendo ayuda Pau!


«Estúpida y floja Pau»


Termino de cortar romero y vuelvo a la cocina intentando no mirar a los intensos ojos que me traen loca. Retiro todas las hojitas de la aromática rama y en una tabla, junto a tres dientes de ajo comienzo a picarlo finamente.


—Señorita Pau, ¿por qué no nos acompaña con un café? —volteo cuando la atrevida voz me llama.


El padre de Pedro sonríe cálidamente, de acuerdo con el pedido de su hijo y moviendo su mano en dirección a la cafetera, indica que me una a ellos.


Observo a Alfonso hijo y tiene una sonrisa lobuna estampada en el rostro. Su incipiente barba y esa camisa de lino blanca, por fuera del pantalón, me distraen un poco. ¡Qué va, me distraen mucho!


¡Muchísimo!


—Permítame —comenta Pedro poniéndose de pie y cargando la cafetera para mí.


—Gracias —respondo, y ambos nos sonreímos como dos tontos.


Parece que hubiera vuelto a la adolescencia. A esa época, en la que, si el chico que me gustaba me miraba, me ponía carmín. Así me siento y seguramente me vea en este momento, como una tontuela de cachetes rojizos, agradecida por el reciente polvo.


Tomo asiento frente a su padre y automáticamente me siento a gusto. Es ese tipo de hombre que desprende calidez. De unos sesenta años aproximadamente o tal vez más. Con mucho cabello teñido de canas, piel dorada y mentón cuadrado, indica que en sus años mozos debe haber sido al igual que su hijo, un hombre imponente.


—Paula… bonito nombre –comenta en tono amigable.


—Puede llamarme Pau si gusta, aquí todos lo hacen.


—Pau… —repite y prosigue —Pau suena muy bien, así te llamaré entonces.


—Señorita Pau, —interrumpe Pedro—por casualidad ¿quedará algo de ese delicioso pastel de zanahoria y queso crema, que hizo ayer?


Sonrío y me pongo de pie en busca del mismo. Al minuto vuelvo con tres porciones perfectamente servidas en delicados platitos vintage.


Pedro llega con mi humeante cortado y toma su lugar junto a mí. Recién me percato que sabe cómo me gusta el café. ¡No es un detalle menor! Demuestra que es buen observador y que se interesa por los demás. Creo que Ricardo en todos nuestros años de matrimonio, nunca se enteró cómo me gustaba. O mucho menos, si me gustaba o no.


—Mmm… manjar de dioses hijo —grita Arturo en cuanto prueba mi pastel, y automáticamente, sé que este hombre me caerá bien.


Sonrío y agradezco. Pero el hombre, revelando años de galantería, toma mi mano y la besa mientras me felicita, y antes de soltarla observa mi anillo con el ceño fruncido.


No es un simple anillo. Es la sortija de compromiso que me obsequió Ricardo cuando me pidió que fuera su esposa.


El estúpido y costoso anillo de compromiso que selló el peor negocio de toda mi vida.


Y es ese maldito aro«el cual no pude quitarme ni en mis peores momentos de furia por mis kilos de más y mis dedos hinchados» quien me recuerda día a día, ¡que de los errores también se aprende! y gracias a su presencia fue que me autoimpuse el afán de ignorarlo por completo y dejarlo ser parte de mi mano.


—¿Se encuentra casada Pau? —pregunta Arturo aún con mi mano entre las suyas y el ceño algo fruncido. Y puedo ver claramente que mira de reojo a su hijo.


«Ya sabe de lo nuestro o lo intuye»


—Separada señor.


—Y ¿por qué razón continúa usando su anillo de bodas, señorita?


Puedo oler que Alfonso padre es cómplice del cascarrabias de mi jefe. Seguiré su juego y veremos hasta dónde quiere llegar.


—Es que el anillo no sale de mi dedo desde hace años. Y como es tan bonito y en su momento significó algo tan bello, he decidido despreocuparme de él.


—Hace muy mal —interviene Pedro entrecerrando los ojos —es un estúpido y antiquísimo ritual de propiedad, y si decide seguir usándolo, probablemente es que continúe pensando en volver con su amado esposo —gruñe con furia.


Volteo y lo miro con sorpresa. Veo como respira profunda y rítmicamente por la ira acumulada y mantiene uno de sus dedos índices apoyado contra sus labios, seguramente intentando controlar los improperios que debe de estar pensando sobre mi sortija.


—No es así, —respondo sinceramente —pero de todas formas agradezco su interesante y autoritario punto de vista. Caballeros si me disculpan, voy por los niños y mi madre. Señor Arturo ha sido un placer conocerlo.


Me pongo de pie dando por finalizada la charla. Camino hasta el fregadero, lavo mi taza y la dejo en el escurridor, luego busco mi bolso y salgo de la cocina.


«Que sepa que no tengo dueño, y no permitiré comentarios de ninguna clase. Mucho menos viniendo de él»


Hora y media más tarde entramos con la mujer que me dio la vida y los pequeños Alfonso a la casa.


No hay rastro de padre e hijo, por lo que me encuentro aliviada y ligera de peso.


—¡Al agua pato peques! –grito cantando y palmeando mis manos para animarlos, pero de todas formas sueltan un sonoro “ufaaaa”


Últimamente me he apropiado de los niños. Fue algo que lentamente y sin querer fui haciendo. Primero ayudándolos con la tarea del cole, luego bañándolos, cepillando el cabello de Sara, preparando galletas juntos… hasta que, sin darnos cuenta, llegamos al punto que se meten en mi cama cada vez que pueden, para que les lea cuentos y cantemos canciones de mi niñez.


Concepción no se molesta por suerte, es una joven mujer, que, si bien adora a los pequeños, no deja de sentirse agobiada, por tanto bullicio.


Lleno la tina de uno de los dormitorios de los niños y coloco mucho jabón líquido tal como ellos aman el baño. Uno a uno ingresan, junto a la amplia selección de juguetes, entre los cuales hay patos de goma, Barbies, autos y barcos. Luego que meten todo lo que “necesitan”, comienza la limpieza.
Inicio con el lavado del largo y ondulado cabello de Sara y como es costumbre, me piden que les cante la canción del dragón, la que ya se aprendieron de memoria y los hace reír mucho.



Había una vez, o dos o tres,
un dragón glotón… que tragaba, tragaba, tragaba.
«Y como era tan tragón se comió hasta la letra de esta canción»
Espejito tornillo, ruiditos, pedazos de nubes palabras secretos y besos de hada.


Y a medida que cantamos, el dragón se va comiendo las palabras de la canción, primero los besos de hada, luego los secretos, las palabras, los trozos de nubes hasta que la canción termina. Es una chispeante melodía que divierte y entretiene, adoro hasta el día de hoy ese grupo teatral… cada vez que veía a “Cantacuentos” pensaba cuánto deseaba poder verlos un día junto a mi familia, mis cuatro hijos y esposo. Claro que a Bobby lo tendríamos que dejar en la casa, porque no permiten entrar mascotas en los teatros.


—¡Papito! —grita Felipe al ver a su padre de pie observarnos desde la puerta de entrada del baño.


No me había dado cuenta que se encontraba allí y me sonrojo de solo pensar en sus pobres tímpanos, al oírme cantar. Camina hasta donde nos encontramos y toma asiento en el borde de la tina.


—Permítame —dice mirándome a los ojos con expresión de “algo tramo” mientras toma el shampoo Johnson´s y comienza con el lavado del cabello de Felipe.


Al parecer tiene clara la tarea, ya que el niño y el actúan en sincronía.


No puedo dejar de pensar que nos vemos tal como mi sueño. Lindamente, podríamos ser una pareja que baña juntos a sus dos pequeños hijos.


Acidez, nudo en la garganta y posibles ojos llorosos son mis síntomas en este momento. Tranquila tontita Pau… mente fría y distancia para que la caída no duela tanto.


—Me gustó mucho su canción señorita Pau—comenta sin siquiera mirarme.


Los niños se encuentran enfrascados en sus juegos, y para mi alivio no prestan atención a nuestra charla.


—Sí. Es muy bonita.


—Sabe… yo podría ser perfectamente ese dragón.


«Sonrío»


—No lo imagino como un dragón señor Alfonso, quizás como un ogro sí —. Respondo provocativa.


—Podría ser el dragón que cuide de usted en nuestro gran castillo —. El que robe sus secretos, palabras y los besos dulces de hada que tanto me gustan.


« … »


Esos puntos son las palabras que no me salen.


—¿No le parece señorita Pau?


Por suerte en ese momento entra mi madre seguido del señor Arturo. «Digamos que fui salvada por la campana»


—Mami —saludo agradecida de verla y me pongo de pie para salir del baño. Después de todo ¡es el padre! y puede continuar con la tarea de bañar a sus hijos solito en vez de provocarme y otorgarme falsas expectativas, sobre castillos y besos de hadas.


Saludo al señor Arturo y besuqueo la mejilla de mi madre y salgo del baño rumbo a mi dormitorio, cuando Alfonso sale detrás de mí.


—¡Señorita Pau! —grita —espere por favor.


Freno y cierro los ojos. No creo que sea nada bueno lo que me quiera decir. Pero es toda una sorpresa, cuando sin detenerse toma mi mano y a paso ligero me arrastra por la escalera hasta la planta baja. Pasamos por la sala, seguimos de largo a través de la cocina, donde Rita y Concepción quedan de boca abierta cuando pasa el jefe “arrastrando” a la cocinera de la mano. Y a través del inmaculado jardín, soy llevada hasta el cobertizo donde se almacenan las herramientas.


Rodea la mesa de trabajo y sujetando mi mano izquierda, me obliga a dejarla sobre el rústico tablón.


—No se mueva señorita Pau—ordena mirándome fijamente a los ojos, mientras arrastra las palabras con esa musicalidad en la voz que solo él tiene. Ya no hay rastro del risueño Alfonso que se encontraba hasta hace un momento en el baño junto a mí.


—¡No! —respondo retirando mi mano como si fuera una chiquilla asustada. Pero vuelve a tomarla y de forma un tanto brusca la vuelve a colocar en donde quiere.


Llevada por el miedo, la excitación que tengo o lo demandante de su orden… obedezco. Permanezco con mi mano en el sitio, mientras él voltea y llega hasta el panel de la pared donde se encuentran colgadas las herramientas. 


Casi caigo de culo al suelo, cuando lo veo tomar un gran alicate de corte.


«¿Me va a matar?»


Y maldigo haber visto tantos capítulos de la serie Dexter y Bones. Piensa Pau ¡piensa! ¿Corro, grito o lloro?


Sin pensarlo mucho, parece que la opción tres es la única que nace espontáneamente. «Me largo a berrear»


—¿Me va a hacer daño? —susurro implorando piedad con los ojos, mientras las lágrimas no se detienen.


Pero, para mí horror y sorpresa responde:
—La voy a liberar señorita Pau —y soy recompensada con un beso en mis temblorosos labios


Con una de sus manos sujeta la mía que se encuentra sobre la mesa, mientras con la otra mantiene mi cabeza fija intensificando la presión de nuestros labios unidos. De un momento al otro interrumpe el beso y se concentra en el alicate de corte y mi mano.


Mi mente viaja a películas de la mafia italiana, donde cortaban y enviaban los dedos de los soplones a sus familiares. Pero forcejear, no me está siendo útil. Me
da la espalda, inmovilizando mi brazo bajo el suyo y mi mano en medio. Es imposible ver lo que intenta hacer hasta que lo siento.


«Click»


Un chasquido.


El sonido de un metal roto.


El eco de una pesada cadena caer de mis hombros...


Olor a libertad.


—Listo —expone satisfecho mientras libera mis manos de su agarre. Abro los ojos y lo veo.


Alfonso sostiene mi sortija de compromiso abierta a la mitad en su palma.


Observo su mano con asombro y luego su cara. Repito una y otra vez la acción con incrédula expresión.


—Gracias… —respondo lentamente y soy recompensada con una gran sonrisa.


Camina hasta la salida del cobertizo y abriendo la puerta solicita.


—Pida un deseo señorita Pau.


Voltea para verme y puedo adivinar sus intenciones, por lo que en un instante de espontaneidad y sensata locura respondo:
—Deseo que esto nunca termine.


Me regala una mueca de lado, la cual termina en una gran sonrisa. Al parecer queda complacido con mi deseo.


—Deseo concedido —indica antes de aventar a lo lejos mi anillo.


—Gracias —es lo único que sale de mi boca nuevamente. Y no hace falta más… en dos pasos lo tengo pegado a mí y nuestros cuerpos se unen en un reconfortante abrazo, mientras me levanta del suelo para susurrar en mi oído.


—Pronto serás mía por completo.


Y así me deja. Temblorosa, llena de preguntas sin responder, con la ropa interior húmeda por segunda vez en el día y corazones en los ojitos