jueves, 12 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 9

 


—No puedo creer que de verdad lo estés haciendo —Karen Costner, la amiga íntima de Pau en Thunder Canyon, dijo desde la silla de al lado al tiempo que Sandra Solomon la hacía girar para verse en el espejo.


—¿Qué te parece? —le preguntó Sandra a Paula mientras las dos estudiaban el reflejo de ésta.


Hacía poco que Sandra había empezado a trabajar en el salón de belleza y a Paula le gustaba su actitud juvenil al igual que el conocimiento que poseía de los estilos que marcaban tendencia.


Pau estudió su cabello con sensaciones encontradas.


—Es gracioso —repuso al ladear la cabeza primero a un lado y luego al otro—. La semana pasada pensaba en añadir mechas escarlatas o púrpuras y ahora parezco más…


—¿Una secretaria? —aportó Karen.


—Una persona seria y profesional —la corrigió Pau. Se encontró con los ojos de Sandra a través del espejo—. Está perfecto.


Unos minutos más tarde, las dos caminaban hacia sus coches. Karen la estudió con detenimiento.


—Espero que este nuevo trabajo te haga feliz —dijo sinceramente—. Damián es una rata, pero me preocupa que tú estés exagerando en tu reacción.


Pau le sonrió.


—¿Lo dices porque he dejado mi trabajo como camarera, me he sometido a un cambio de apariencia y he llevado al límite mi tarjeta de crédito para adquirir un guardarropa apropiado para una secretaria? —preguntó con sorna.


—A eso también —indicó Karen con gesto despreocupado—. En realidad me refería al tono apagado de tu laca de uñas. No se ve ni un solo diamante de imitación ni una mariposa.


Las dos rieron.


—Que graciosa —indicó Pau—. Cuando una chica inicia una nueva fase en su vida, también necesita adaptarse físicamente.


—Y esa chica —añadió Karen— va a dejar atónito a su jefe.


—Lo único que quiero demostrarle es que me tomo muy en serio esta oportunidad —le recordó Pau—. Y que soy una completa profesional —miró su reflejo en el escaparate de una tienda, el top corto debajo de la cazadora vaquera, los vaqueros ceñidos y las botas de cuero de tacón alto—. ¡Sí! —exclamó, alzando los brazos mientras ondulaba las caderas, echaba la cabeza atrás y gritaba—: ¡Soy una mujer, oídme gritar!


Dio una vuelta justo a tiempo de ver a su futuro jefe subirse a la furgoneta en la acera de enfrente de la calle vacía.


Si había albergado alguna duda de que él podía haber pasado por alto ese pequeño espectáculo, el saludo que le dedicó antes de cerrar la puerta de su vehículo la desterró.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 8

 

Pedro alzó la vista de una orden de compra que estaba estudiando y vio a su asistente temporal, de pie en el umbral.


—Ha venido Paula Chaves. Dice que usted le pidió que pasara, ¿tiene tiempo para verla ahora? —preguntó.


Se había convencido de que no se presentaría, en particular después de que le expusiera que el trabajo de contabilidad que había desempeñado había sido aburrido. ¿Qué estímulo ofrecían los equipos agrícolas para alguien que no fuera granjero?


—Hágala pasar —pidió impaciente mientras se ponía de pie.


¿Es que pensaba que si la hacía esperar más de diez segundos daría media vuelta y se marcharía?


Apenas dispuso de tiempo para mesarse el pelo antes de que Susana reapareciera con Paula, quien permaneció en la puerta mientras Susana le entregaba su curriculum.


—Siéntate —pidió él, esperando que su cara no mostrara el placer que sentía. Por dentro, se sentía radiante como un niño con un regalo nuevo—. Me alegro de que hayas venido —comentó cuando ella se sentó en el borde del sillón delante de él.


Llevaba una falda oscura que le llegaba casi hasta las rodillas. La acompañaba una blusa a medida y un maquillaje suave. Hasta los pendientes pequeños, muy distintos de los aros enormes que solía ponerse en el trabajo, hablaban de una candidata seria.


—¿Desea algo más? —preguntó Susana desde la puerta.


—¿Café? —sugirió Pedro al sentarse detrás de su escritorio.


—Nada, gracias —respondió Paula, cruzando una esbelta pierna sobre la otra.


—No me pase llamadas —le dijo a Susana—. Gracias —cuando la puerta se cerró, dejó a un lado los papeles de Paula sin mirarlos—. ¿Te ha costado encontrarnos? —inquirió.


El sol que entraba por la ventana convertía el cabello de ella en cien tonalidades de encendido cobre. Sin importar que ese festín visual fuera su color natural, resaltaba el chocolate de sus ojos.


—Mauricio me mostró el camino en una ocasión —respondió. En cuanto pronunció las palabras, se movió incómoda—. Quiero decir… no, no tuve ningún problema.


No era un secreto que había salido con su hermano antes de que Mauricio se enamorara de Mia Smith. De hecho, Mitch dudaba de que hubiera una chica en la ciudad que no hubiera salido con el Doctor Encandilados como a veces llamaba a su hermano.


—Por favor, no te sientas incómoda, Paula —la reafirmó—. Soy consciente de lo que es vivir en una ciudad pequeña en la que todo el mundo está al corriente de los asuntos de los demás. No pasa nada.


Ella pareció relajarse.


—Por favor, llámame Pau.


—¿Cómo te han ido las cosas?


—Probablemente ya sepas que no estoy prometida —extendió la mano izquierda desnuda como prueba—. Quizá lo notaste cuando estuviste en el Lounge la otra noche.


No lo había notado, pero trató de mostrarse triste por ella.


—Siento que no funcionara —de haber estado en un cuento de hadas, su nariz habrá crecido como la de Pinocho por soltar semejante mentira.


Ella movió la cabeza, haciendo que los pequeños pendientes de oro lanzaran reflejos dorados.


—Como tú mismo dijiste, no pasa nada.


Se preguntó cómo podía soportar Damian perderla, pero por una vez, su amigo no había dicho palabra.


—¿Tiene eso que ver con tu interés en cambiar de trabajo? —preguntó con curiosidad.


La pregunta pareció sorprenderla. Miró alrededor del despacho.


—Hizo que me diera cuenta de que sólo puedo depender de mí misma, de modo que es hora de ponerse seria y comenzar a desarrollar un plan profesional como mencioné la última vez que hablamos. Lo que pasa es que entonces no estaba preparada para hablar del abandono.


—Suena como si hubieras tachado de tu vida a los hombres —repuso Pedro con pesar. Quizá tratar de contratarla no fuera una buena idea, después de todo.


—Me pongo a mí primero —comentó con firmeza—. Quiero ser independiente, cuidar de mí misma en vez de depender de algún hombre —se adelantó—. Estoy dispuesta a trabajar duramente y a aprender lodo lo que pueda. Lo que pido a cambio es que me des una auténtica oportunidad.


Pedro estaba imaginándose que se inclinaba sobre el hombro de ella, que aspiraba su perfume mientras ella le entregaba una lista con todas las llamadas. Que admiraba sus piernas mientras ella se apoyaba en una esquina del escritorio o reflejaba admiración mientras él le esbozaba alguna idea para un producto nuevo.


A regañadientes, comprendió que había sido culpable de la peor clase de fantasías machistas entre un jefe y su asistente. Era una actitud injusta, y más cuando se consideraba un jefe progresista que le ofrecía a sus trabajadores respeto y lealtad.


En el prolongado silencio, Pau había empezado a jugar con el bajo de su falda. Alzó el mentón en un gesto que Pedro empezaba a reconocer como una reacción defensiva.


—Quizá he malinterpretado tu oferta —la voz de ella se había enfriado y el entusiasmo desvanecido mientras comenzaba a incorporarse.


Pedro le indicó que se quedara quieta.


—Créeme, mi necesidad de una asistente a jornada completa es real —insistió—. Busco a alguien que quiera que Alfonso International sea parte de su futuro —respiró hondo—. Vamos. Te explicaré más mientras te muestro el lugar.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 7

 

Había más de una manera de llegar a conocer a alguien. En especial alguien tan atractivo como ella. Como el mundo de Paula lo ponía tan nervioso, esperaba poder llevarla al suyo.


Por la expresión sorprendida de ella, comprendió que había logrado desconcertarla.


—Pienso en trabajar en otra parte a todas horas —reconoció ella, dirigiendo una cautelosa mirada a Moses—. Ya he cambiado de trabajo tantas veces que no sabría si sería una buena idea hasta que apareciera algo realmente perfecto.


Él ignoró la súbita sensación de titubeo.


—¿O sea, que podrías estar abierta a sugerencias?


Ella pestañeó de forma exagerada, sin pensar que hablara en serio.


—¿Y qué tienes en mente?


Pedro resistió la tentación de dejar que su atención se trasladara de los ojos brumosos a los labios dulces y llenos.


—Una oferta de trabajo seria —respondió—. Lo prometo.


Paula estudió a Pedro alfonso, tratando de descubrir su juego. En ese trabajo la abordaban en todo momento, pero él no parecía de ésos. Era inteligente y reservado… y tan atractivo como su hermano Mauricio. En particular cuando sonreía como en ese momento.


Quizá era más jugador que lo que en un principio había pensado. Dudaba de que buscara empleados en los bares.


Curiosa, apoyó los codos en la barra de madera barnizada.


—Supongo que no me hará ningún mal escuchar —repuso, sin hacer caso de la inexplicable sensación de decepción de que fuera como los otros hombres.


—¿Estás familiarizada con mi empresa, Alfonso International?


—Claro. Fabricas tractores, ¿no? —había pasado por delante del gran complejo en el linde de la ciudad sin prestar mucha atención. Con su nuevo plan de ponerse a sí misma primero, necesitaba hacer un hábito del reconocimiento de oportunidades, sin importar lo improbables que fueran.


—Tractores —repitió Pedro—. Se acerca bastante, supongo. En realidad, fabricamos cajones hidráulicos para alzar e inmovilizar al ganado. Los llamamos ladeavacas —movió la cabeza y sonrió con pesar—. Aquí es donde se te ponen los ojos vidriosos y contienes un bostezo.


Fingir interés en algún tema masculino que a ella le resultaba mortalmente aburrido era una de las habilidades que había perfeccionado en la adolescencia. Con mirada impertérrita, fingió fascinación.


—Pero, ¿por qué alguien iba a estar interesado en ladear a una vaca?


—Buena pregunta.


El teléfono que había detrás del bar comenzó a sonar. Miró a Moses, pero éste se hallaba ocupado reponiendo botellas de whisky.


—Discúlpame un momento —dijo.


Pedro asintió.


—Por supuesto.


Mientras bebía la cerveza que ya debía de estar caliente y sin espuma, Pau atendió la llamada y recitó el horario de carrerilla.


—Lo siento —dijo después de colgar—. ¿Hablabas de ladear vacas?


—De hecho, se las eleva e inmoviliza por diversos motivos, como limarles las pezuñas —explicó—. No te aburriré ahora con el argumento de ventas —deslizó la botella unos centímetros a la derecha, luego la volvió a poner donde había estado—. Lo que busco es una asistente para la oficina. Susana se marcha, de modo que necesitaré a alguien que atienda el teléfono, controle mis citas y realice algunas tareas más de oficina.


El interés de Pau se avivó, pero entonces irrumpió la duda.


—¿Cómo sabes siquiera que sé usar un ordenador? —preguntó.


—Acabas de decir que trabajaste en una gestoría de contabilidad —le recordó—. Dudo de que lo esencial sea muy diferente. Lo que no sepas, podrás aprenderlo. La habilidad de las personas no se enseña, y por lo que he podido ver, la tuya es excelente.


El cumplido resultó gratificante, en particular porque no tenía nada que ver con su cara o sus pechos. ¿Hacía cuánto que alguien no reconocía su valía en algo menos obvio que su aspecto?


Desde luego, había captado su atención.


—El trabajo aquí es fácil y las propinas son buenas —replicó—. Casi todo el tiempo, es divertido —sin contar con el dolor de pies, los borrachos groseros, los ocasionales pellizcos y las palmaditas y los turnos del fin de semana—. No obstante, un cambio podría estar bien.


—¿Por qué no te pasas una de estas mañanas por la oficina y rellenas una solicitud? —sugirió él—. Podremos hablar un poco más.


Era hora de comprobar si él iba en serio, ya que en su experiencia la mayoría de los hombres sólo parecía desear lo que no podía tener.


—Si de verdad considerara la posibilidad de dejar este lugar, sería por algo más que otro trabajo sin salida —explicó cuando un grupo de cuatro hombres entró y se sentó a una mesa próxima—. En seguida estoy con vosotros —les dijo—. Hablando de trabajo —añadió—, será mejor que vaya a ocuparme del mío.


—Primero termina lo que decías —instó Pedro, tocándole levemente la muñeca— acerca de lo que buscas.


Soslayando una vez más el fogonazo de percepción de él como hombre, un hombre atractivo, triunfador y libre, como habría notado la antigua Pau, se mantuvo en su nueva determinación.


—Buscó una oportunidad de carrera —afirmó—, una auténtica oportunidad para progresar en el mundo.


Los ojos castaños de él, más claros que los de Mauricio y con motas doradas, se entrecerraron unos instantes y luego sacó su cartera. Después de extraer un par de billetes, deslizó una tarjeta comercial hacia ella.


—Ven a verme —repitió—. Hablaremos.


Perpleja, lo observó irse sin mirar atrás y luego bajó la vista a la tarjeta. Como en ningún momento había dirigido la vista hacia su escote, quizá la oferta realmente era diferente de la mayoría.


Alfonso International, ponía la tarjeta con letras verdes sobre un fondo marfil. Pedro Alfonso, Presidente, seguido de sus números de teléfono.


El chasquido de unos dedos la distrajo.


—Eh, encanto, mueve el cuerpo.


Un trío de chicos jóvenes había entrado sin que ella lo notara. Sentados ante la barra, reían como si acabaran de inventar el humor.


Pau dibujó una amable sonrisa en su cara.


—Ahora mismo estoy con vosotros, chicos.