martes, 29 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 23




Paula miró por la diminuta ventana de la cocina y suspiró aliviada. La camioneta de Pedro no estaba. Llevaba ya varios días jugando al escondite con él, y parecía entender las reglas no escritas entre ellos, ya que nunca se acercaba a ella durante el día cuando habría sido un blanco fácil. Era un alivio que Pedro estuviera respetando su territorio, porque Celina no había hecho el menor intento de volver a relevarla. Aunque Paula sabía que si realmente lo necesitaba, podía pedirle que fuera en su rescate.


Lo malo eran las noches, cuando Pedro se dedicaba a tocar aquella sensual música solo para ella, haciendo que tuviera que taparse la cabeza con la almohada para no rendirse a su encanto. Aunque no servía de mucho.


Afortunadamente, parecía que no había ningún peligro a la vista y podía aprovechar para salir hasta el coche. Quería aprovechar la soleada mañana de domingo para llevar a los niños al zoo, así que los vistió y los condujo al coche a toda prisa. Cuando estaba abriendo las puertas, oyó que otro vehículo se acercaba.


-¡Mira, mami, es Pedro! -anunció Abril, entusiasmada.


-Muy bien, cariño. Entra en el coche -dijo ella intentando alejarse de allí cuanto antes. 


Consiguió que los gemelos se pusieran en sus sitios sin protestar por las prisas, pero justo entonces se le cayó de las manos la cesta del picnic-. Maldita sea.


-Te he oído -protestó Marcos desde el asiento trasero.


-Pues no lo repitas -con dedos temblorosos, intentó volver a meterlo todo en la cesta antes de que Pedro saliera de la furgoneta.


-¿Necesitas ayuda?


Demasiado tarde.


-Gracias, pero no hace falta.


-¡Hola, Pedro! Nos vamos al zoo. ¿Por qué no vienes con nosotros? -invitó Abril pegando saltitos dentro del coche, sin darse cuenta de la mirada de reprobación de su madre.


-¡Sí, ven, es muy divertido! -intervino Marcos-. La última vez vimos a las pirañas comer ratas muertas.


-Estoy segura de que el señor Alfonso tiene muchas cosas que hacer. Con el ruido que hacéis todos los días, probablemente va atrasado con… bueno, con lo que quiera que haga.


-La verdad es que mi trabajo va estupendamente, no tengo nada atrasado.


Era obvio que había decidido olvidarse de las normas.


-No queremos estropearte el día, ¿verdad, niños?


Ninguno de los tres hizo el menor caso su dura mirada.


-Deberías ver cómo comen esos bichos.


-Sí, creo que voy a aceptar la invitación -dijo sonriendo a Paula-. Déjalo, yo llevaré la cesta.


-No hay ningún sándwich de más -advirtió ella en un último intento.


-No importa. Después de ver cómo los has recogido del suelo, no creo que me pierda mucho -continuó hablando en voz mucho más baja, creyendo que así los niños no lo oirían-. Como sigas huyendo, voy a acabar pensando que eres una cobarde. ¿Dónde están tus famosas agallas? ¿Es que tienes miedo de que vuelva a besarte o es que…?


-¿Besaste a mamá? ¿Por qué? -preguntó Abril, desconcertada.


-Pues porque es divertido -respondió Pedro sin darle demasiada importancia.


-¿Como tirarse por el tobogán? -quiso saber Marcos.


Paula los miró por el retrovisor; estaba claro que les resultaba incomprensible que a alguien le pudiera resultar divertido besar a su mamá.


-Algo parecido -dijo Pedro-. Solo que mucho, mucho mejor -añadió mirándola de reojo y provocándole un escalofrío tan fuerte como una descarga eléctrica.


Paula agradeció enormemente que el zoo estuviera tan cerca, porque una vez allí seria más fácil distraer a los niños… y a Pedro. Al final no pudieron ver las pirañas, pero sí vieron leones, monos, focas y un largo etcétera. 


Después hicieron un picnic durante el cual, mientras Paula luchaba por no dejarse intimidar por la mirada llena de deseo de Pedro, los niños discutían sobre cuál era su animal favorito.


-A mí lo que más me gusta son las pirañas, me encanta verlas comer ratas -explicó Marcos con entusiasmo.


-¿Por qué no habláis de otro animal? -les pidió Paula, a quien cada vez le costaba más tragarse el sándwich, y no solo por lo desagradable de la conversación.


-Las focas son más inteligentes -opinó Abril.


-Sí, pero no puedes verlas despedazar…


-¡Ya está bien! -exclamó de nuevo dejando el sándwich por imposible.


-¿Qué pasa? -preguntó Marcos sin comprender qué estaba haciendo mal.


-Necesitas un par de consejos sobre cómo conversar con una dama -intervino Pedro-. Regla número uno: nunca hables de ratas delante de una mujer.


Paula se mordió la lengua para no hacer el obvio comentario de que Pedro no debería preocuparse de no hablar de ratas, sino de no comportarse como una. Sin embargo, Marcos lo escuchaba fascinado.


-¿Y cuál es la segunda regla?


-Lo siento, compañero, pero tienes que crecer un poco más para que podamos continuar con las lecciones. Pero cuando sea el momento, te contaré todo lo que debas saber. ¿Trato hecho?


-¡Trato hecho!


-Y entre tanto, ¿por qué no me contáis un secreto vosotros a mí? -les dijo Pedro con una sonrisa que Paula pensó estaba más dedicada a conseguir información que a demostrarles cierto cariño-. ¿Cómo hacéis para entrar en mi sótano?


-Tenemos un túnel secreto -respondió Marcos en tono misterioso.


-¿Un túnel? -repitió Pedro, sorprendido.


-Es un viejo conducto de calefacción -aclaró Paula.


-¿Y tú también cabías?


-Es un conducto bastante ancho, ¿de acuerdo? - contestó algo ofendida.


-Tendré que pensar si me compensa cerrarlo o no. A lo mejor tiene algún beneficio mantenerlo abierto. Puede que alguna vez os apetezca volver a colaros -añadió haciéndole un guiño a Paula.


-No tengo la menor intención de volver a pasar por ahí, y ellos tampoco -dijo mirando a los gemelos con gesto amenazador. Le pareció oír que Pedro emitía una queja, pero prefirió no darle importancia.


Observó maravillada cómo él se recostaba apoyándose en los codos y se quedaba mirándola.


-Entonces a Marcos le gustan las pirañas, a Abril las focas…, ¿y a su mamá?


«A su mamá le gustas tú». Aquellas palabras cruzaron su mente con tal intensidad, que Paula tuvo miedo de haberlas dicho en voz alta sin darse cuenta.


-A mí me gusta el castillo de la mariposa -respondió tan rápido como pudo.


-¿El qué?


-Así es como llamamos al Centro de Interpretación de la Naturaleza.


-Eres una romántica empedernida -dijo él riéndose.


-No tengo tiempo para romanticismo -«¡vaya mentira!» Allí estaba, rodeada de avispas, después de haber comido un triste sándwich y, no obstante, la escena le parecía idílica solo porque Pedro estaba allí a su lado. Aun así, había tenido la desfachatez de negar que era una romántica.


-El romanticismo no tiene nada que ver con el tiempo, sino con la actitud. Bueno, vamos a ver el castillo de la mariposa.




UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 22




Aquella noche Paula intentó no pensar en Pedro cuando estaba en la cama, pero parecía estar en cada rincón de su cerebro. 


También había estado con ella en la cena, por eso se había ido en cuanto le había sido posible sin parecer grosera.


-No pienses en Pedro… No pienses en Pedro -se dijo a sí misma con la mirada perdida en la blanca pared que la separaba de él. Intentó enumerar todas las esposas de Enrique VIII, pero se perdió cuando iba por la tercera.


Como si Pedro pudiera percibir su debilidad, empezó a tocar una música suave y melancólica que no la ayudó en absoluto. Las dulces y sexys notas de la melodía le acariciaban la piel como si fueran manos. Estaba haciéndole el amor sin ni siquiera tocarla. Entonces paró la música.


-Piensa en nosotros, Paula -dijo él desde el otro lado.


Paula se revolvió en la cama con impotencia.


-Como si pudiera pensar en otra cosa.




UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 21




Pasaron dos semanas sin que Paula supiera nada de Pedro, ni oyera ni un solo ruido procedente de su apartamento. Tuvo que recordarse que eso era exactamente lo que ella le había pedido que hiciera. Estaba mejor sin él. 


Al menos eso era lo que se esforzaba en decirse a sí misma mientras se arreglaba para ir a una de las citas a ciegas que le preparaba Malena. 


Al menos esa vez iba a contar con la presencia de su amiga y su marido. Solo había accedido a ir porque tenía la esperanza de que le sirviera de antídoto contra Pedro. No podía quedarse allí una noche más, con los cinco sentidos puestos en averiguar si él estaba en casa y diciéndose que en realidad no le importaba.


Quizá sí que le siguiera importando un poco, pero aquello era como un virus: en un par de días se habría deshecho de él por completo.


-Estás muy guapa, mami -le dijo Abril desde la puerta de su dormitorio.


Paula se alejó del espejo y levantó a la niña en brazos.


-Gracias, cariño. Tú eres guapísima -«pero no crezcas muy rápido», continuó diciéndole en silencio, «los cuentos de hadas no existen, la vida real es mucho más difícil».


-¿Podemos pintar con las manos cuando estemos con la niñera? -le pidió Abril sin saber por qué su mamá la apretaba tanto pero no decía nada. Paula pensó que los niños parecían saber cuándo estaba en baja forma para así pedirle algo.


-No, solo con los lápices.


Justo entonces sonó el timbre de la puerta y Paula acudió a abrir convencida de que sería la mencionada niñera. Pero en lugar de una adolescente mascando chicle, se encontró con un montón de globos atados a una curiosa escultura en forma de árbol. Los globos eran transparentes y cada uno de ellos tenía dentro un papelito doblado.


¿Sería un regalo para los gemelos?, se preguntó mientras rebuscaba en la base de la escultura hasta encontrar un sobre. La tarjeta solo contenía dos palabras: «La verdad», y la firmaba Pedro. Paula pinchó el primer globo mientras pensaba que le iba a hacer falta algo más que una oferta de paz como aquella para conseguir que lo perdonara. Era una rata y no iba a obtener clemencia solo porque le hubiera preparado una bonita sorpresa. Le había mentido y se había reído de ella. Aún más, se había quedado con el lugar destinado a ser su tienda.


-¿Qué crees que es? -preguntó Marcos mirando el papelito que se había quedado en el suelo después de que el globo explotara.


Paula lo miró unos segundos antes de agacharse y desdoblarlo. Era un certificado de nacimiento, el de Pedro. Allí figuraban todos los detalles de su nacimiento. Explotó el siguiente globo.


«Nunca fui a la universidad, pero me gustaría haberlo hecho», decía la tarjeta. Algo peligrosamente parecido a las lágrimas empezaba a agolpársele en los ojos. No quería que aquella treta la ablandara, pero sabía que no servía de nada luchar esa batalla. Siguió leyendo con tanto interés, que ni siquiera se enteró cuando los niños le abrieron la puerta a la niñera.


Una vez hubo leído todos los mensajes de los globos, estaba en posesión de todos los sueños y lamentos de Pedro: su madre había muerto cuando él tenía solo ocho años y todavía seguía hablando con ella en sueños. Nunca había estado enamorado, pero había alguien a quien deseaba ver con todas sus fuerzas.


Todavía le quedaba una última nota que se había guardado en el bolsillo. Salió de allí después de darle las instrucciones pertinentes a la niñera y se marchó hacia una cena en la que no tenía el menor interés.


Consiguió llegar hasta el coche sin leer la nota, tenía mucho miedo de volver a creer en él. 


Cuando estaba metiendo la llave en la puerta del coche, oyó una voz profunda de alguien que se encontraba a su espalda.


-Te echo de menos.


Allí estaba, apoyado en el capó de su camioneta, que estaba aparcada detrás de su coche. Paula lo miró sin saber qué decir, incapaz de pronunciar una palabra.


-Sé que lo estropeé todo. Iba a contártelo aquella noche. De verdad.


-Te creo -respondió ella en un susurro. 


Pero ya no importaba porque lo que realmente le dolía era que se le hubiera ocurrido hacerle algo así.


-¿Podemos hablar unos minutos? -le pidió acercándose a ella.


-No, me están esperando. Tengo una cita -añadió, pero se arrepintió inmediatamente de ser tan vengativa.


-Te desearía que lo pasaras bien, pero te estaría mintiendo -dijo con tensión en la voz- Espero que vuelvas pronto a casa y que cuando te metas en la cama, pienses que yo estoy justo al otro lado de la pared. Quiero que pienses en mí, en nosotros.


Volvió a meter la llave y esa vez abrió la puerta.


-No hay ningún «nosotros» -la puerta chirrió y él puso un gesto de dolor, quizá por el ruido de la puerta, quizá por su comentario.


-Yo podría arreglarte eso -le ofreció apoyándose en la puerta.


Paula suspiró y se metió en el coche.


-Puede ser, pero no puedes arreglarlo todo.


Pedro se inclinó y le hizo una caricia en la cara que la hizo temblar como una hoja a punto de caer.


-Pero podría intentarlo, preciosa. Te aseguro que lo intentaría.


No había dejado de temblar cuando llegó al restaurante y eso que había conducido varios kilómetros desde donde había dejado a Pedro… y parecía que también había dejado su corazón.