lunes, 14 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 6




Damas y caballeros…


La llamada de atención del pianista logró que se redujera el murmullo de las conversaciones en la sala de baile. Todas las cabezas se giraron para mirar hacia el estrado, donde estaba Patricio Owen, de pie junto a un enorme piano de cola blanco, adornado con unos elaborados candelabros. Un poco presuntuoso, se dijo Pedro Alfonso, igual que el frac blanco que llevaba puesto. Con todo, era comprensible que su abuela lo hubiera contratado para el evento, ya que era un buen showman y a las mujeres les encantaba.


–En esta noche feliz para la pareja de recién casados –continuó Patricio Owen. Señaló con la palma de la mano a la mesa de estos, donde también estaba sentado Tony, el hermano más joven de los Alfonso y padrino del novio, y la matriarca de los Alfonso–, por cortesía de nuestra maravillosa anfitriona, Isabella Alfonso, vamos a ofrecerles una actuación muy especial…


En otra mesa estaban acomodados Pedro y Marcela, junto con el segundo hermano, Mateo, que en ese instante se inclinó hacia ellos y preguntó en voz baja:
–Eh, Pedro, ¿tienes idea de qué ha preparado nonna?


–No lo sé –murmuró él mirando curioso a su abuela mientras esta, sonriente, hacía una ligera inclinación de cabeza al pianista para que procediera.


–Permítanme presentarles a… –anuncio este echándose hacia atrás y señalando con un brazo el escenario– ¡Paulaaaa Chaves!


Entre los aplausos de los asistentes, Marcela apuntó con malicia:
–Vaya, vaya, Pedro… ¡Tu pequeño ruiseñor!


Pedro sintió que el vello de la nuca se le erizaba ante el tono de voz de su prometida. El domingo habían tenido una fuerte discusión sobre Paula y Pedro no quería tener otra. El problema era que los argumentos de Marcela habían despertado en él un sentimiento de culpabilidad. Claro que tampoco estaba muy seguro de que debiera culparse por haber hecho lo que creía correcto.


–¿Tu ruiseñor? –lo picó Mateo malicioso.


–De nonna –aclaró Pedro con cierta brusquedad.


Paula estaba saliendo al escenario en ese momento, tomando la mano que le ofrecía el cantante-pianista. Aquella visión hizo que Pedro sintiera ganas de vomitar. ¿En qué estaba pensando su abuela, mezclando a aquella criatura vulnerable y sensible con un donjuán de poca monta como Patricio Owen?


–La señorita Paula y yo hemos estado ensayando toda la semana para este momento.


¡Toda la semana!, se repitió Pedro horrorizado. Paula, a pesar de tan nefasta compañía, estaba radiante, con una amplia sonrisa en los labios, los ojos ambarinos más brillantes que nunca y el cabello castaño suelto, cayéndole sobre los hombros. Su curvilínea figura se veía realzada aún más por el traje de noche que llevaba, compuesto por un ajustado top de encaje color bronce, y una falda larga de una tela brillante, del mismo color pero más oscuro, con una fajilla en la cintura y una apertura bastante provocativa en el lateral.


–Hmm… Es muy sensual –murmuró Mateo.


Pedro, que estaba pensando exactamente lo mismo, se sintió tremendamente incómodo y culpable al notar cómo lo invadía una ráfaga de deseo. No debía mirarla de ese modo. 


Marcela también estaba muy atractiva, con un escueto vestido rojo metálico que le dejaba la espalda al descubierto. 


Todos los hombres de la sala se habían vuelto a mirarla de arriba abajo. ¿Por qué demonios tenía que sentir el más mínimo deseo por otra mujer cuando Marcela era suya, cuando sería en breve su esposa?


De algún modo, mirando a Paula, lo asaltó el pensamiento de que la sensualidad de Marcela era bastante artificial. 


Paula, en cambio… Era diferente. Paula no daba la impresión de pretender seducir a nadie con su atuendo o su forma de moverse. Toda ella era como una celebración de la feminidad. Y Pstricio Owen estaba aprovechándose de la situación, agarrándola por la cintura…


–Les advierto, que la voz de esta encantadora damisela les robará el corazón –anuncio con gran fasto–, así que pónganse cómodos y disfruten. Para comenzar, vamos a ofrecerles un dúo del musical El fantasma de la ópera, una canción que resume muy bien todo el sentimiento que puede llegar a haber entre un hombre y una mujer: All I ask of you.


Pedro volvió a sentir una repulsión tremenda cuando Patricio Owen le puso la mano en el hombro desnudo para llevarla junto al piano. ¡Las libertades que se tomaba el muy…!


–Me pregunto si ya se la habrá llevado a la cama… –apuntó Marcela sarcástica.


Pedro la miró con el entrecejo fruncido.


–Tienes razón, es pronto, démosle a Patricio otra semana… –añadió ella con una sonrisa burlona.


Aunque confiaba en que la joven tuviera el suficiente sentido común como para no hacerlo, Pedro admitió para sí que la posibilidad de que aquel gañán la sedujera le preocupaba. 


El tipo, a sus treinta y muchos, se había divorciado ya dos veces. No era muy alto, pero tenía un cierto aire elegante, cara de guapo caradura, y el cabello oscuro, lo suficientemente largo como para poder sacudirlo mientras tocaba el piano con esa fingida energía carismática que cautivaba al público ingenuo. Exudaba su falso encanto por cada poro de su cuerpo, y los rumores aseguraban que nunca se iba a dormir solo, que siempre tenía a alguna mujer dispuesta a compartir la cama con él.


En ese momento, mientras Paula se colocaba junto al piano, él le entregó el micrófono, sosteniéndole la mirada con una sonrisa exagerada, y retomó su asiento levantándose la cola del frac con mucho teatro para no pisarla al sentarse. 


¡Menudo cuento tenía el tipo! Esperaba que la joven no se dejara impresionar.


Tras unas notas introductorias, Patricio Owen empezó a cantar su parte a Paula, interpretando el papel del amante de la canción. No podía negarse que tenía dotes interpretativas, se dijo Pedro mientras iba entonando la primera estrofa. El pianista no apartaba sus ojos de los de ella, y parecía el hombre más sincero del mundo. Cómo podía resultar tan convincente siendo en realidad un canalla era algo que… Pedro apretó los dientes, recordándose que era solo una actuación.


Y entonces, la voz de Paula inundó el salón de baile, imprimiendo un anhelo a las palabras que hacía que uno se olvidara de todo lo demás. Se había hecho un silencio absoluto, todo el mundo había quedado cautivado por la pureza de aquella voz cargada de tan profunda emoción.


Evidentemente, el dúo implicaba que tenía que dirigir sus palabras hacia Patricio Owen, solo estaban actuando, pero resultaba tan… real. Pedro no disfrutó de la canción en absoluto, de hecho, lo estaba poniendo de un humor de perros. Y, cuando terminó, se sintió muy enfadado cuando su hermano Mateo exclamó:
–¡Caray, menudo hallazgo!


Pero lo peor fue el comentario irónico de Marcela:
–Vuestra abuela ha encontrado a la pareja de la década, ¡qué bien se complementan!


Por suerte, el fin del dúo era la señal para el discurso del padrino, y Pedro se sintió aliviado. Además, así pudo al fin apartar la vista del escenario, pero le estaba resultando ciertamente difícil concentrarse en lo que estaba diciendo Tony.


A este siempre se le había dado muy bien hablar, y a cada frase la gente se reía con sus chistes y anécdotas sobre cómo había cambiado la vida de su amigo desde que conociera a la que ese día se había convertido en su esposa.


En ese momento, Pedro no pudo evitar empezar a pensar en los cambios que él había tenido que hacer desde que conociera a Marcela para que ella se sintiera a gusto en su entorno. Básicamente se reducía a dedicar menos tiempo a las plantaciones, y más a sus proyectos financieros en la ciudad, interesándose por el mundo de la moda. ¿Y cómo no iba a hacerlo cuando eso era a lo que Marcela se dedicaba? 


Para él había sido como descubrir un pedazo diferente e intrigante de la tarta de la vida, poblado por gente pintoresca y una actividad frenética en torno al proceso creativo del diseño de ropa. Todo aquello lo había deslumbrado, al igual que se había sentido deslumbrado por Marcela.


Una vez hubo terminado el discurso de Tony, Patricio Owen anunció otro dúo, From this moment on, que interpretaron mientras los contrayentes cortaban la tarta nupcial. Pedro se esforzó por mantener una vez más la vista lejos del escenario, sonriendo a la feliz pareja y observando cómo posaban para el fotógrafo. Finalmente la canción terminó, y los asistentes reanudaron sus conversaciones.


–Bueno, solo unos meses más, Pedro, y os veremos a Marcela y a ti cortando una tarta como esa –intervino Mateo.


Marcela se rio.


–Yo quiero una que tenga tres pisos… por lo menos.


«Yo quiero»… Pedro ya había escuchado bastante acerca de lo que ella quería de su matrimonio durante la riña que habían tenido la semana anterior: Quería esperar al menos tres años para tener niños, o eso decía… Pedro estaba empezando a dudar que quisiera formar una familia en absoluto. Él sí quería tener hijos, aunque solo fuera uno, como el pequeño Marcos…


Sus pensamientos se vieron de pronto interrumpidos por el anuncio de otra canción especial:
–Para el primer baile de los recién casados…


Era la primera canción que había escuchado cantar a Paula, Because you loved me, y en esa ocasión no pudo evitar que sus ojos se fueran hacia el escenario. No estaba dirigiendo las palabras a Patricio Owen, sino a la pareja que giraba por el parqué del salón de baile, vertiendo en sus corazones aquellas palabras de amor.


Mientras cantaba, Paula se movía suavemente, en un ligero balanceo que acentuaba su exuberante feminidad, y su expresiva gesticulación tenía un efecto hipnótico que parecía decir «ven a mí». El cabello le caía en una cortina brillante sobre los hombros desnudos, cayendo hacia atrás y dándole un aspecto muy sensual cuando emitía las notas más agudas. Pedro se descubrió deseando acariciarlo, peinarlo entre los dedos.


Era una locura, aquella fuerte atracción estaba empezando a hacer que se cuestionara todo lo que creía que sentía por Marcela. Apenas la conocía, pero era como si luchar contra aquella atracción solo le hiciese desearla más. No quería que aquello ocurriera, que le hiciera comenzar a dudar de la decisión que había tomado, no quería sentir que estaba perdiendo el control sobre sí mismo.


La canción volvió a concluir con una ronda de aplausos entusiastas. Patricio Owen, pasando a su faceta de pincha-discos, invitó a todo el mundo a unirse a los novios en la pista de baile, y puso en el equipo de sonido un CD con una serie de canciones y músicas escogidas. Pedro se puso de pie como un resorte, decidido a sacarse de la cabeza a Paula, y salió con Marcela a la pista. Necesitaba sentirla entre sus brazos, recordarse su compromiso. Solo que… no estaba funcionando.


Marcela no quería bailar pegada a él, prefería exhibirse, para regocijo de los demás hombres en la sala. Que la miraran lo que quisieran, se dijo Pedro, que sintieran envidia. Al fin y al cabo, dentro de poco se casarían. Si quería ser el centro de todas las miradas, por él no había problema.


De pronto, sin darse cuenta siquiera de lo que hacía, se encontró recorriendo la sala con la mirada, buscando a Paula. Ya no estaba en el escenario, ni tampoco el pianista. 


Al fin los vio a los dos, junto a la mesa donde estaba sentada su abuela. Paula sonreía feliz a la anciana, mientras que Patricio Owen hablaba sin parar, sin duda buscando obtener las alabanzas de los demás invitados de la mesa por la actuación.


Pedro sintió una necesidad imperiosa de dejar a Marcela con sus admiradores, arrancar a Paula del lado de aquel baboso compañero y arrastrarla a la pista de baile, dejarse llevar por la música que estaba sonando y perderse en sus ojos ambarinos, saciar aquella locura.


–¡Pedro, sigue la música! –protestó Marcela contoneándose de forma seductora.


Pedro dejó de bailar, demasiado irritado siquiera para mirarla.


–No estoy de humor para bailar esto –le soltó con aspereza.


–Pues entonces me buscaré otro compañero de baile –lo amenazó ella con un brillo peligroso en la mirada.


–Hazlo –respondió él negándose a seguirle el juego. ¡Al diablo!–, estaré con mi abuela.


Estaba buscándose un problema con Marcela. Observó con cierto disgusto la rapidez con la que esta conseguía otra pareja entre los hombres que bailaban solos, pero la necesidad de estar con Paula en ese momento era demasiado alucinante para ignorarla.








UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 5




Aquello iba viento en popa, pensó con satisfacción Isabella. 


Paula Chaves y su hijo habían sido todo un hallazgo. Tras observarla a ella, no cabía duda de que se sentía atraída por su nieto, y daba la impresión de que a él tampoco lo había dejado indiferente.


Y, lo mejor de todo, Marcela se había mostrado como era realmente aquella tarde. De hecho, la forma de conducirse de las dos jóvenes no podía haber ofrecido un contraste mayor. Su nieto tendría que haber sido ciego y sordo para no apreciar las diferencias entre una y otra y, desde luego, no debía sentirse muy orgulloso de su prometida.


Y aquella amabilidad para con Paula… No parecía que hubiese sido solo amabilidad, se dijo sonriendo. Pero todos aquellos avances se quedarían en nada si Pedro no seguía viendo a Paula con cierta regularidad. Y el mayor obstáculo era el anillo de diamantes en el dedo de Marcela. 


Pedro no era un hombre que se comprometiera con ligereza, y tampoco era usual en él faltar a su palabra una vez la había dado. Tenía que conseguir romper aquel compromiso fuera como fuera. Ideó rápidamente un plan que sirviera a sus propósitos.


–Volviendo a los negocios… –dijo a Paula–, ¿tienes algún compromiso para el sábado por la noche?


Sorprendida por aquella fecha tan próxima pero ansiosa por empezar a trabajar, la joven contestó:
–No, estoy libre, señora Alfonso.


–Bien, estaba pensando… Verás, un amigo de mi nieto Antonio se casa el sábado, y queríamos hacer algo especial en su honor. He contratado a Patricio Owen para que toque y cante en la boda. ¿Lo conoces?


–Bueno, no en persona, pero lo he visto actuar, y es un pianista magnífico y un cantante melódico muy profesional. Sabe venderse muy bien.


–Oh, sí, es muy popular, pero estaba pensando… No sé, sería una novedad interesante si tú interpretaras unos cuantos dúos con él.


–¿Dúos?


–Imagino que conoces All I ask of you, del musical El fantasma de la ópera, por ejemplo.


–Sí…


–Estoy segura de que Patricio y tú haréis justicia a esa canción. Además, Patricio podría hacer el acompañamiento para tu solo de Because you love me. Y podríais cantar From this moment on como si fuera un dúo también.


–Pero… –replicó Paula frunciendo el ceño insegura–, ¿querrá él compartir escenario conmigo?


–Patricio Owen hará lo que yo le pida –aseguró Isabella. No pensaba escatimar en gastos–, claro que tendrás que buscar tiempo entre semana para ensayar con él.


–Bueno, si está usted segura de que él… En fin, quiero decir, a su lado yo soy solo una aficionada.


–Estoy segura de que él no opinará como tú –la animó Isabella con una sonrisa–, déjamelo a mí. Te llamaré cuando haya hablado con él, ¿de acuerdo?


–Muy bien, gracias.


Paula parecía un poco aturdida ante la perspectiva de cantar con Patricio Owen, pero decidida a aprovechar aquella oportunidad que se le brindaba. La joven tenía agallas después de todo, se dijo Isabella. Le gustaba esa clase de personas, las personas que solo necesitaban que alguien creyera en ellas para llegar a donde se propusieran. 


Pedro estaba fuera de su alcance en esos momentos, pero cuando lo tuviera a tiro… O más bien cuando ella se lo pusiera a tiro, no fallaría.


Solo había que propiciar las circunstancias del posible romance. La atracción entre ellos, una continua comparación entre lo que Pedro tenía y lo que podía tener… El poder de la tentación haría el resto.


–Patricio Owen siempre se viste de punta en blanco para sus actuaciones y querrá que tú también lo hagas Necesitaras un vestido de noche –dijo Isabella esperando que en su ropero la joven tuviera algún modelo atractivo. Una mujer con un pecho bien formado bien podía permitirse un escote generoso.


–Creo que tengo uno que irá bien para la ocasión –afirmó Paula.


–¡Espléndido! –exclamó Isabella sonriendo–. Mis otros dos nietos asistirán a la boda, así que podré presentártelos. Tengo que confesarte que me encanta presumir de mis descubrimientos ante ellos.


Paula enrojeció y un brillo intenso iluminó sus ojos, que no pasó inadvertido a la anciana.


–No la decepcionaré, señora Alfonso.


–Estoy segura, querida.


Pedro Alfonso iba a estar allí, se dijo Paula emocionada, tenía que hacerlo bien. Claro que, por desgracia, seguramente también asistiría su prometida, se recordó bajando de las nubes.


Lo que no sabía, era que la señora Valeri estaba convencida de que aquel día, acorde con sus propósitos, eclipsaría a Marcela.












UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 4





Después de la audición, Isabella Alfonso invitó a Paula y a su hijo a quedarse para la merienda, por lo que se sentaron de nuevo en una de las mesas del cenador, junto a la fuente. Viendo a Marcos corretear feliz por el césped y explorando los jardines, Paula se dijo que aquel habría sido el final perfecto de un día de ensueño si no hubiera sido por la presencia de Marcela Banks, que parecía agriar el ambiente.


Con todo, ni siquiera las miradas y comentarios desdeñosos de aquella mujer lograron apagar la excitación que Paula sentía por lo que le estaba pasando. A Isabella Valeri le había gustado la actuación, se lo había dicho sin escatimar elogios, y también su nieto.


Y, lo mejor de todo, Isabella le había dicho que la recomendaría a sus amistades. Nada de volver a cantar por amor al arte. Estaba entusiasmada.


¿Qué importaba que Marcela Banks ni siquiera le hubiera hecho un comentario amable sobre la actuación? Tal vez hubiera planeado pasar aquella tarde a solas con su prometido y estaba molesta porque su abuela lo hubiera arrastrado a aquella audición. Por suerte él no parecía lamentar haber dedicado su tiempo a escucharla.


¡Qué amable y atento había estado con ella!, pensó Paula. 


Si no fuera porque ya estaba comprometido, se dijo, estaría loca por él. Cuando le había tomado la mano y ella lo había mirado a los ojos, el corazón había empezado a latirle con tal fuerza, que casi no había podido concentrarse en lo que él le estaba diciendo. «¡Basta, Paula!», se dijo, «está comprometido». Además, probablemente estaba en su naturaleza el ser amable con todo el mundo. No significaba que se sintiera atraído hacia ella. ¿Cómo iba a ser posible algo así? Ella no se parecía en nada a la clase de mujer que le gustaba, a su prometida.


No podía dejar de mirar de reojo la deliciosa tarta de zanahoria casera que habían servido con el té. Ya había tomado una ración. ¿Parecería una glotona si se sirviera otro pedazo? Siempre se sentía hambrienta después de una actuación, parecía que cantar agotase sus energías y, además, antes de la salir hacia allí había estado tan nerviosa, que apenas había probado bocado en el almuerzo.


En ese instante Pedro alargó la mano para acercarse el plato de la tarta. Al ver que ella lo miraba, sonrió.


–Es mi tarta favorita, no puedo evitarlo.


–Oh, también es mi preferida –comentó ella.


–¿Quiere un poco más?


De todos modos él ya estaba poniendo un trozo en su plato, así que no pudo negarse.


–Gracias.


–Tenga cuidado, tiene muchas calorías –le advirtió Marcela con una nota de crítica en su voz.


–Permitirse un capricho de vez en cuando es uno de los pocos placeres que puede una tener en esta vida –la aleccionó Isabella.


–Bueno, siempre que una esté dispuesta a pagar el precio… –se burló Marcela mirando los brazos de Paula, no tan finos como los suyos.


–Bah, hay quien quema las calorías con mucha rapidez –dijo Pedro con voz cansina. Sonrió a la joven cantante–. Imagino que tener que bregar con un niño tan inquieto como Marcos debe dejarla agotada.


Paula no dejó de apreciar que saliera en defensa suya aun contrariando a su prometida. Era un hombre encantador. 


¿Por qué tenía que meterse ella con lo que comía? Claro que, pensándolo bien, reflexionó con fastidio tragando un trozo de tarta, tal vez la había defendido porque no le importaba que se pusiera como una ballena. Al fin y al cabo no era con ella con quien se iba a casar.


–Sí, Marcos me trae loca todo el tiempo –asintió mirando a Pedro Alfonso brevemente. Miró de reojo a Marcela y finalmente se disculpó ante Isabella por su gula–. No suelo comer muchos dulces, pero hoy es domingo y siempre lo he considerado como un día para olvidarse de las reglas, para disfrutar.


–Como manda la tradición italiana –aprobó la anciana mujer–. Y no te preocupes, querida, me encanta que mis invitados aprecien mi cocina.


–¡Oh!, ¿la ha hecho usted? Es una tarta deliciosa –respondió Paula de forma impulsiva.


–Gracias, querida.


No era que a Paula le gustase ganar puntos ante la gente, pero no pudo evitar una sensación de intensa satisfacción al recibir la benevolente aprobación de la matriarca de los Alfonso. Además, siempre le había parecido de mala educación negarse a comer cuando alguien se tomaba la molestia de preparar una comida, era como desdeñar los esfuerzos de los demás por agradar.


Marcela, en cambio, solo había tomado una taza de té negro con una rodaja de limón sin tocar ninguno de los aperitivos y dulces que habían en la mesa. Probablemente era la clase de persona que no sentía que tuviese que responder a quien trataba de agradarla, debía parecerle natural que la agasajaran, debía creer que se lo merecía todo por su cara bonita.


No era asunto suyo, se dijo Paula, pero era evidente que Isabella Valeri no estaba muy entusiasmada con la elección de su nieto. Tampoco a ella le parecía la más afortunada. En fin, tampoco podía decirse que su opinión fuera muy objetiva, su desdén por ella iba aumentando a pasos agigantados.


En ese momento su hijo la sacó de sus pensamientos al acercarse corriendo con las manos juntas y cerradas, como si llevase algo que pudiera escapar.


–¡Mira, mamá!, ¡mira lo que he encontrado! –la llamó excitado.


–Ven y enséñamelo a mí, Marcos –dijo Isabella girándose en su asiento para indicarle que se acercara.


Ya fuera por la sonrisa alentadora de la mujer o por su natural tono autoritario, el pequeño rodeó la mesa yendo a su lado, y se detuvo entre la anciana y Marcela. Los ojos de Marcos brillaban de entusiasmo al recibir semejantes muestras de interés de un adulto. Estaba deseando lucirse ante ella.


–Es una sorpresa –aclaró sonriendo travieso.


–Ah, pues a mí me encantan las sorpresas –lo instó la anciana.


–¡Mire! –exclamó Marcos abriendo las manos como si fuera un mago. De su palma saltó un pequeño sapo que saltó en ese mismo instante yendo a caer en el regazo de Marcela.


Esta se levantó de la silla como un resorte, chillando horrorizada y dándose manotazos frenética en el pantalón intentando que el sapo cayera, pero el animal, como
movido por un impulso perverso, saltó sobre su brazo desnudo, haciéndola chillar aún más, antes de volver al césped.


–¡Niño asqueroso! –gritó Marcela al pequeño Marcos–, ¡tenías que traer esa cosa babosa para que se abalanzara sobre mí!


Avanzó hacia él con el rostro contraído por la furia, y se inclinó hacia delante echando el brazo hacia atrás para… Paula se levantó para evitar que le pegara, pero fue Pedro Alfonso, más cerca de su prometida, quien la sujetó por el brazo antes de que su mano cayese sobre la mejilla del niño. 


En ese mismo instante Isabella había agarrado al pequeño apartándolo.


–No seas histérica, Marcela, no ha pasado nada –la reprendió su prometido con dureza.


Paula sentía que el corazón iba a salírsele por la boca.


–¿Que no ha pasado nada? –chilló Marcela irguiéndose, lanzándole afiladas dagas con la mirada por salir de nuevo en defensa de Paula y su hijo. Se volvió hacia el chiquillo apretando los dientes–. ¡Has arruinado mis pantalones, mocoso estúpido! –lo acusó.


–¡Por amor de Dios, Marcela, están perfectamente! –intervino de nuevo Pedro. Su mandíbula se había endurecido ante el irracional comportamiento de su novia.


–Vamos, vamos… Los niños son solo niños… –trató de apaciguarla Isabela dirigiéndole sin embargo una mirada de desprecio. Rodeó con sus brazos al niño por la espalda–, para ellos todas las criaturas vivas son fascinantes.


–¿Criaturas? –masculló Marcela–, ¡un sapo!, ¡un espantoso y repugnante sapo es lo que ha traído!


Marcos se había quedado muy quieto junto a su protectora y, con el temor escrito en el rostro, observaba aturdido a su atacante, preguntándose qué habría hecho.


–No sabe cuánto lamento este incidente –intervino Paula dirigiéndose a Marcela–, pero por favor no se lo eche en cara a mi hijo Marcos. Él cree que cazar sapos es algo bueno, porque ayuda a su tío a cazarlos.


–¿Y usted deja que toque esos bichos asquerosos? –le espetó Marcela horrorizada.


Paula asintió, tratando de mantener la compostura por el bien de Marcos.


–Para él es un juego nada más. Su tío organiza carreras de sapos para los turistas y Marcos les pone nombres: Gordofredo, Jorobado, Príncipe Azul…


–¿Príncipe Azul? –repitió Pedro enarcando una ceja. A pesar de su tono divertido, Paula advirtió que simplemente estaba siguiéndole la corriente, en una apreciación sutil de su actitud conciliadora. Sin embargo, se notaba que estaba enfadado por la desagradable escena de su novia.


Paula le sonrió agradecida por ayudarla a aliviar la tensión y el shock de Marcos.


–Sí, es muy divertido –explicó–, si gana Príncipe Azul, y ha sido una mujer quien había apostado por él, Marcos trata de convencerla para que lo bese –dijo entre risas.


–¿Para que lo bese? –balbució Marcela.


–A la gente le hace mucha gracia. Por supuesto no obligamos a nadie a hacerlo, pero algunas turistas lo hacen mientras sus amigos o familiares las fotografían o lo graban en vídeo para que les crean cuando vuelvan a su país –añadió Paula.


–Es una buena anécdota de viaje, desde luego –asintió Pedro. Y después, volviéndose hacia su prometida, le dijo–, es solo una cuestión de perspectiva, Marcela.


–¡Agg! –replicó ella asqueada–. Si no te importa, voy a lavarme las babas de ese bicho.


Se giró sobre los talones y entró en la casa. Tras haberse alejado, hubo un silencio incómodo entre las dos mujeres y el hombre. Paula miró a Marcos, que, a pesar de sus esfuerzos por normalizar la situación, aún parecía al borde de las lágrimas.


Pedro Alfonso se acuclilló frente al chiquillo.


–Eh, Marcos, ¿te gustaría ir a ver los peces del estanque? –le sugirió alegremente.


–¿Peces? –repitió el niño balbuciendo la palabra.


–Sí, hay unos peces rojos enormes, otros dorados, y otros con manchas. Anda, iremos a verlos y contaremos cuántos hay –dijo tomándolo en brazos y alzándolo para mirarlo directamente a los ojos–. Porque sabes contar, ¿verdad? –le preguntó enarcando las cejas como si dudase.


–Claro –asintió Marcos con seriedad–: Uno, dos, cuatro, diez…


–¡Estupendo! Hala, vamos… Bueno, si tu madre nos da permiso, claro… –dijo Pedro Alfonso volviéndose hacia Paula. La joven viuda estaba mirándolo con una expresión de profunda gratitud.


–¿Puedo, mamá?


La pregunta en tono esperanzado de Marcos la devolvió a la realidad. Parecía que el pequeño ya no estaba asustado ni sentía deseos de llorar.


–Sí, cariño, claro que puedes –asintió suavemente.


Observó cómo Pedro Alfonso se llevaba al pequeño a caballo sobre sus hombros sin sentirse muy segura de que fuera lo correcto. Tal vez debieran marcharse para que la familia pudiera arreglar sus diferencias en privado.


Pedro tiene muy buena mano con los niños –comentó Isabella. Obviamente había pensado que ella estaba preocupada por el pequeño–, después de todo, siempre cuidaba de sus dos hermanos cuando eran chiquillos.


–Ha sido un gesto muy amable por su parte –respondió Paula volviendo a sentarse y forzando una sonrisa. Ojalá el nieto de la señora regresara pronto con Marcos para que pudieran irse antes de que regresara su prometida.


Cómo podía ser que fuera a casarse con semejante mujer escapaba a su comprensión, sobre todo si le gustaban los niños y quería tener hijos. Bueno, tal vez Marcela no se comportaría así con sus propios hijos, pero todo aquel escándalo por un sapo, y el impulso de pegar a un niño… No era una buena persona, no, no lo era.