martes, 17 de mayo de 2016

SEDUCIENDO A MI EX: CAPITULO 9





Pedro tardó un buen rato en salir de Londres, pero en cuanto dejó la autopista y se adentró en carreteras más pequeñas el tráfico bajó de intensidad.


Miró el reloj. Las ocho de la tarde. Se preguntó si Paula y su familia habrían cenado ya y supuso que sí. Pensó en parar a tomar algo en el pub de West Woodcroft, pero prefirió llegar cuanto antes a Mattingley.


Al cruzar las verjas de hierro, se dio cuenta de lo cansado que estaba y se preguntó por qué se había empeñado en conducir hasta allí nada más salir del trabajo con la semana tan atareada que había tenido.


Menos mal que Marcia no había estado en Londres a su vuelta. Estaba en Jamaica para una sesión fotográfica que iba a durar nueve días. Le había dejado un frío mensaje en el contestador explicándoselo.


Lo había llamado a lo largo de la semana varias veces, pero Pedro también estaba enfadado. Le había prometido no volver a trabajar como modelo, pero debido a su catastrófica incursión en el mundo televisivo debía de habérselo pensado mejor. Al fin y al cabo, era dinero fácil.


A Pedro los esfuerzos de Marcia por molestarlo le parecían infantiles; lo cierto era que prefería tenerla lejos. Tal vez, cuando volviera, sus sentimientos hubieran cambiado.


Y eso era precisamente lo que lo había tenido toda la semana alterado. Hasta el punto de que lo había pagado con sus empleados e incluso con Santiago.


-¿Qué te pasa? -le había preguntado su amigo.


-Nada -había contestado Pedro cortante-. Solo que estoy rodeado de ineptos que no saben hacer las cosas bien -añadió.


-¿Eso crees? ¿No será que estás de mal humor porque tu novia se ha ido por ahí a enseñarle los pechos a otros?


-Sí no fuera porque eres tú...


-Ya lo sé, me habrías partido la cara, pero sabes que te estoy diciendo la verdad. No sé cómo puedes estar tan enfadado por ella...


-No es por eso -había contestado Pedro.


Santiago lo había mirado con los ojos muy abiertos.


-¿Ah, no? Entonces, ¿por qué es? No me puedo creer que no puedas acostarte con otra si te diera la gana.


Pedro suspiró.


-¿Te crees que entre Marcia y yo solo hay sexo? ¿Crees que le ha pedido que se case conmigo porque es muy buena en la cama?


-Bueno, no es precisamente una lumbreras, ¿no? -había sonreído Santiago-. No lo sé, no es asunto mío. En todo caso, creo que no se parece en nada a Paula, lo que es un plus


-¿Ah, sí?


-¿No? -dijo Santiago mirando fijamente a su amigo-. Por Dios, Pedro, no me digas que sigues enamorado de tu mujer.


-Mi ex mujer en breve -lo corrigió Pedro-. No -gruñó-. Solo estoy preocupado por ella, perdida en medio de la nada con una niña pequeña y una anciana. Deberías ver la casa, Santiago, es un horror.


-¿De verdad?


-Sí. Si no hubiera sido por mí, no sé qué habrían hecho.


-Espero que no estés buscando que Paula te deje meterte en su cama como recompensa-sonrió su amigo.


-Por favor, Santiago. Solo estoy preocupado por ella.


-Ya -dijo Santiago cruzándose de brazos-. ¿Y por qué no has hecho nada?


-Claro que he hecho algo. Llamé a un amigo de Leeds que tiene una empresa de reformas y ya están arreglando un par de habitaciones.


-Parece que lo tienes todo bajo control -apuntó Santiago-. ¿Paula ha aceptado tu ayuda?


-No ha tenido más remedio porque así lo ha querido su madre. De lo contrario, ya sabes lo que me habría dicho.


-Aja. ¿Es eso lo que te molesta?


-No -contestó Pedro indignado-. Está bien, sí, me molesta -admitió al ver la cara de incredulidad de su amigo-. No le debo nada, Santiago, absolutamente nada. Ojalá me dejara en paz.


-Ya.


-Deja de decir «ya». Estoy intentando hacerlo lo mejor que puedo y no ha tenido el detalle ni de llamarme para contarme qué tal va todo.


-No creo que supiera que tenía que pasarte el informe semanal -murmuró Santiago.


-No he querido decir eso y lo sabes.


-De acuerdo, de acuerdo. ¿Por qué no vas para allá y lo ves con tus propios ojos? Marcia no está. No se va a enterar nunca de dónde has ido. Tómate un descanso.


-¿Tú harías eso?


-Mira, yo lo único que te digo es que debes averiguar por qué quieres seguir cuidando de una mujer que dices que te engañó y que, según tú, tuvo una hija con otro.


Pedro le pareció un buen consejo.


Así que allí estaba, con la impresión de que a ninguna de las tres féminas que habitaban aquel lugar le iba a hacer gracia verlo.


Sobre todo, a Paula. Sabía que su mujer lo iba a ver como un intento por humillarla. Despues de lo que había hecho y dicho, tenía razón para despreciarlo.


Mientras bajaba la bolsa de viaje del coche, se dio cuenta de que estaba nervioso por volver a verla y que no había vuelto a pensar en Marcia desde que había salido de Londres.


Debía de estar loco.


Decidió dejar la bolsa en el coche. No estaba seguro de que Paula le fuera a dar alojamiento. Su frágil tregua había estallado por los aires el fin de semana anterior y no estaba muy seguro de si quería o podía arreglarlo.


Lo cierto era que ya iba siendo hora de que se olvidara de Paula.


Estaba estirando la espalda cuando se abrió la puerta y salió Emilia corriendo.


-Hola -saludó sin añadir «papá». 


Pedro se preguntó si lo había hecho adrede. En cualquier caso, se lo agradecía.


-¿Qué haces aquí? -añadió Emila no haciendo el amago de abrazarlo como otras veces.


«Qué buena pregunta», pensó Pedro.


-Eh... he venido a ver a tu madre -contestó-. Y a tu abuela, por supuesto. ¿Qué tal está?


-Está bien -contestó Emilia andando junto a él hacia la casa-. ¿Mamá sabe que ibas a venir?


-No -contestó nervioso por volver a verla-. ¿Dónde está? -añadió al ver que el Range Rover no estaba.


-Ha salido -contestó Emilia-. Perdona por el olor -añadió al entrar en el vestíbulo-. Es la pintura. La abuela dice que es un mal necesario.


-Bien dicho -murmuró Pedro intentando controlarse.


¿Qué era aquello de que Paula no estaba en casa? ¿Y dónde estaba? ¿A quién conocía por allí para estar fuera un viernes por la noche?


¡A Pablo Mallory!


Pedro sintió como una patada en el estómago.


Era una locura, pero solo pensar en él le producía náuseas. 


A pesar de que se había dicho muchas veces que Pablo no había tenido la culpa de lo ocurrido, no había podido perdonarlo.


El muy bastardo se había acostado con la esposa de su mejor amigo, había dejado que una mujer provocativa destrozara su amistad.


Pedro sintió una punzada de celos. No era la primera vez. 


¿Por qué lo habría hecho Paula?


Recordó con dolor lo sucedido. Paula estaba con su madre en Mattingley y lady Elena lo llamó para que las fuera a recoger.


Lo esperaban el sábado por la mañana, pero él se presentó el viernes por la noche y se encontró a Paula en la cama con Pablo, demasiado borracha o indiferente para avergonzarse de lo que había sucedido.


Echó a Pablo de la casa, pero el daño ya estaba hecho. 


Paula había llorado y clamado por su inocencia, pero Pedro no había podido creerla. Aun así, se había planteado perdonarla porque la quería demasiado.


Estaban intentando un acercamiento cuando le había dicho que estaba embarazada.


¡Embarazada!


Le habían entrado ganas de vomitar. Hacía semanas que no se acostaban y Paula tomaba la pildora. La única explicación era que el bebé fuese de Pablo.


Saber que el hijo de otro crecía en su interior había sido demasiado. Pedro no había podido soportarlo y se había ido de casa.


Había sido una temporada horrible. Pedro había intentado ahogar las penas en alcohol y encontrar consuelo en las camas de otras mujeres.


No había funcionado. Solo el trabajo lo había salvado.


Cuando se había casado con Paula le había advertido que su empresa no daba todavía beneficios y que iban a tener que invertir todo lo que pudieran ahorrar en ella. A Paula no le había importado. Se había casado con él en contra de los deseos de su madre y había trabajado como la que más para conseguir llevar una buena vida que les permitiera poder tener una familia, como ambos querían.


Ironías de la vida, la Alfonso Tectonics había empezado a dar beneficios pocas semanas después de la noticia de que estaba embarazada.


Si hubieran seguido juntos, habrían tenido hijos.


Como Emilia, que lo miraba en esos momentos con curiosidad. Pedro se preguntó cómo habrían sido. Tal vez, como él, altos y delgados...


No era momento de ponerse a fantasear con su paternidad. 


Se dijo que solo lo hacía porque la niña le caía bien y le daba pena.


Además, su madre podía estar retomando su relación con su padre en aquellos mismos instantes. ¿Y por qué no? Al fin y al cabo, Paula y él llevaban más de diez años separados.


-Mamá ha ido al supermercado -dijo Emilia-. Quería haber ido antes, pero la abuela dijo que quería cenar.


-¿Al supermercado? No sabía que hubiera supermercado en el pueblo -contestó Pedro secándose el sudor de las palmas en los pantalones.


-No lo hay. Ha ido al de Pickering, que está abierto hasta tarde.


-¿Se ha ido hasta Pickering? ¿No hay otro más cerca?


-Sí, pero a ella le gusta ese -contestó la niña-. ¿Has cenado? Hay quiche de queso y tomate.


Pedro siguió a Emilia a la cocina y quedó gratamente sorprendido al ver que el lugar estaba mucho más alegre que hacía una semana.


-No sé, Emilia... -dijo al ver que la niña le estaba poniendo la mesa-. ¿No sería mejor que me fuera a cenar al pub y volviera cuando tu madre esté en casa?


-No, de verdad, no pasa nada -le aseguró la niña para que no se fuera.


Pedro se sintió halagado y preocupado a la vez. No había pensado en que presentándose allí podía darle falsas esperanzas.


-Mamá no va a tardar en volver -se apresuró a decirle-. Además, ¿no quieres ver lo que han hecho los obreros? Incluso la abuela dice que lo están haciendo muy bien.


-¿Ah, sí? ¿Y a ti qué te parece? ¿Eres feliz aquí?


Emilia se encogió de hombros.


-Sí -contestó sin mucho entusiasmo-. No hay mucho que hacer, pero mamá dice que será más divertido cuando empiece a hacer buen tiempo... ¿Sabes que tenemos piscina y pista de tenis? -preguntó emocionada.


Pedro lo sabía, pero suponía que estarían ambas destrozadas. Aun así, le dejó tener su momento de gloria.


-Increíble.


-Siéntate -le indicó Emilia.


-No sé si a tu madre le va a hacer mucha gracia que me coma la quiche...


-No te preocupes. Seguro que se alegra de verte. No hemos tenido visita en toda la semana. Bueno, sí, vino el señor Mallory, pero no cuenta.


Pedro sintió que el estómago se le encogía.


-¿Pablo Mallory?


-Sí, dijo que era amigo de mamá, pero ella no... -se interrumpió y corrió a la ventana.


Pedro sintió ganas de rogarle que terminara la frase.


-¡Mamá ya ha llegado! -exclamó encantada-. Ya verás que sorpresa se lleva cuando te vea.


«No lo dudes», pensó Pedro molesto porque Pablo Mallory hubiera intentado meter sus aristocráticas narices en la vida de Paula.


-¿La ayudamos con las bolsas? -dijo Emilia.


-Muy bien -contestó Pedro siguiéndola fuera.


-¡Mamá, mira quién ha venido! -exclamó entusiasmada-. Papá se va a quedar el fin de semana.




SEDUCIENDO A MI EX: CAPITULO 8





MEDIADOS de la semana siguiente hasta Emilia había admitido que Mattingley no estaba tan mal.


Como había sospechado Paula, su madre había aceptado la ayuda de Pedro sin miramientos. Así, se encontró todavía más en deuda con su marido, que pronto sería ex marido.


«Tal vez eso sea exactamente lo que quiere», pensaba por las noches a solas en la cama.


¿Qué quería de ella? ¿Pensaba que si conseguía que le debiera una gran cantidad de dinero no podría negarse a concederle el divorcio en los términos que él quisiera?


Estaba convencida de que, a pesar de que Pedro no había tenido ocasión de hablar del asunto, el asunto del divorcio era lo que más le importaba.


Durante el día estaba tan ocupada que no tenía tiempo de preocuparse por nada. A pesar de que se había salido con la suya, su madre no se portaba bien. Había obreros por la casa, pero ella se negaba a quedarse en la cama.


Se había empeñado en ver qué le estaban haciendo a su casa y Paula tenía que ir detrás por si se tropezaba con los cables o se ahogaba con el polvo.


Los primeros días hicieron la vida en la terraza cubierta. El sol se había apiadado de ellas y había comenzado a brillar y las vistas desde allí eran preciosas.


Los trabajos de reforma en el comedor y el salón iban muy bien y, una vez que hubieran pintado y entelado de nuevo las paredes, recobrarían parte de su antiguo esplendor.


El jardín era otro asunto. De momento, no podía ocuparse de él. Ya tenía bastante con el interior.


Emilia se había involucrado en el proyecto de reforma porque su habitación iba a ser también redecorada y no paraba de mirar y remirar catálogos de todo tipo.



Pedro, por supuesto, se había ido el lunes por la mañana. e Paula no sabía si tenía intención de volver.


Antes de irse, había dado órdenes precisas a los albañiles y aquella misma tarde habían aparecido por allí los decoradores de una empresa de un amigo suyo de la universidad.


«Lo que puede hacer el dinero», se había maravillado Paula.


El martes por la mañana, ya habían decidido el plan de trabajo y había una cuadrilla de seis hombres trabajando a destajo. Lady Elena había aconsejado a su hija que los dejara hacer.


El salón estuvo terminado para el fin de semana y en el comedor habían avanzado mucho. En cuanto lo pintaran, iban a acuchillar el suelo de madera y a mandar la preciosa sillería estilo reina Ana a un restaurador de Leeds.


Paula no se podía creer todo lo que se estaba haciendo. 


¿Por qué se estaba tomando Pedro tantas molestias? 


Quizás solo quería ver a su madre feliz renovando la casa en la que había vivido buena parte de su vida y en la que había elegido morir.


Lady Elena había experimentado una notable mejoría desde su llegada a Mattingley y ver su casa cada día más bonita no hacía sino devolverle la alegría perdida.


El viernes amaneció soleado y despejado e Paula le propuso al señor Edwards que la ayudara a adecentar el jardín trasero, que era el que se veía desde la terraza cubierta donde solía estar su madre. Emilia se unió a ellos.


-Estáis ocupados, ¿eh? -los sorprendió una voz masculina a media mañana.


Al principio, Paula creyó que era Pedro, pero pronto se dio cuenta de que era una voz mucho más arrogante y estirada, típica de alguien de colegio privado.


Se levantó manchada de barro y con el pelo suelto y se quedó mirando al hombre sonriente con las manos metidas en los bolsillos que la había saludado.


-¿Qué haces aquí, Pablo? -le dijo sin sonreír. Emilia lo estaba oyendo todo.


-Eh, ¿es así cómo recibes a un viejo amigo? -contestó él-. Me han dicho que habías vuelto y he venido a ofrecerte mi ayuda si la necesitas.


-No la necesito -contestó Paula-. Sabes salir solo, ¿verdad?


-¿Quieres que vaya a ver si la abuela quiere hablar con este señor? -aventuró Emilia sin darse cuenta de que a su madre no le hacía ninguna gracia verlo.


-No -contestó mirando a su hija con mirada asesina-. ¿Has terminado ya con los bulbos, Emi?


-Tú debes de ser la hija de Paula -dijo Pablo tendiéndole la mano-. ¿Emma?


-Emilia -contestó la niña estrechándosela y haciendo que a su madre le entraran ganas de gritar de desesperación.


-Emilia -repitió Pablo-. No sabes cuánto me alegro de conocerte. Soy un amigo de toda la vida de tu madre. Me llamo Pablo Mallory. Mi familia vive justo en la finca de al lado.


-¿Ah, sí?


-Sí, tenemos un coto de caza de pájaros.


-¿Qué es eso? -preguntó Emilia interesada.


-Un sitio donde matan a los pájaros -le explicó Paula-. No te gustaría. Los matan por deporte.


-Sabes que no es así, Paula -protestó Pablo molesto-. Es porque es necesario.


-¿Como la caza del zorro? -apuntó Emilia. 


Paula sonrió encantada. Pablo había metido la pata.


-Porque si es igual me parece un asco -continuó la niña-. Me da igual que los zorros sean una amenaza, tienen el mismo derecho a vivir que cualquiera.


-Eso demuestra que has vivido toda la vida en una ciudad -apuntó Pablo-. Pregúntale a tu abuela. Ya verás como ella te dice que tengo razón. Además, no hay nada como salir a montar a caballo una mañana de invierno. Supongo que montarás, ¿no, Emilia? Tu abuela era una gran amazona.


-¿Mi abuela montaba a caballo? -preguntó Emilia embelesada.


-Eso da igual ahora -intervino Paula-. ¿Has terminado de hacer lo que te he dicho? Bueno, adiós, Pablo -añadió-. Como verás, no tenemos tiempo para charlar.


Pablo la miró de mal humor, pero se fue. Una vez a solas de nuevo, Paula se dio cuenta de que ya no le apetecía seguir en el jardín. Estaba temblando de la frustración. ¿Cómo se atrevía Pablo a presentarse en su casa como si tal cosa? ¡Le habría encantado hacer con él lo mismo que él solía hacer con aquellos pobres pajarillos!


Se quitó los guantes, se excusó con el señor Edwards y se metió en casa.


Emilia, encantada de tener una excusa para dejar el trabajo, fue tras ella.


-¿Adonde vas? ¿A decirle a la abuela que ha venido una visita?


-No -contestó Paula-. No pienso decirle a tu abuela que Pablo Mallory ha venido. Ese hombre no es bienvenido en esta casa.


-¿Por qué? -preguntó la niña sorprendida.


-Porque no se puede confiar en el -suspiró Paula-. Necesito un descanso, eso es todo.


No sabía si su hija la había creído, pero tampoco le importaba. Jamás había creído que Pablo intentara retomar su amistad. Al acceder a cumplir los deseos de su madre y volver a Mattingley, ni siquiera se había planteado que Pablo seguía viviendo allí.


Cuando entraron en la cocina, lady Elena estaba bajando y se fijó en el barro que cubría los pantalones y la camisa de su hija.


-¿Qué has estado haciendo? -exclamó-. Estás horrible, Paula. Espero que no te haya visto nadie así.


Emilia abrió la boca y la cerró al ver la cara de su madre.


-He estado ayudando al señor Edwards en el jardín -contestó Paula-. ¿Cómo estás? ¿Necesitas algo?


-No hasta que te hayas quitado esa ropa sucia -contestó su madre-. Emilia, ve a decirle a la señora Edwards que me sirva el café. Ven a verme luego a la terraza. Quiero que me cuentes cómo te lo estás pasando en Mattingley.


-Sí, abuela -contestó Emilia obedientemente.


-Ha pasado algo, ¿verdad? -dijo lady Elena con su acostumbrada precisión-. Cuéntamelo. Me voy a enterar de todas formas...


-Te lo contará Emi, claro -dijo Paula enfadada-. Está bien. Pablo ha estado aquí hace un cuarto de hora. ¡Debe de creerse que puede aparecer aquí cuando le dé la gana y que lo vamos a tratar como a un amigo!


-¿Pablo Mallory?


-¿Conoces a algún otro Pablo?


-No. ¿Qué quería? 


Paula suspiró.


-Nada en especial. Se ha comportado como si me fuera a alegrar de verlo.


-¿Y no ha sido así?


Paula miró fijamente a su madre.


-¿Tú qué crees?


-Yo creo que podrías haberte casado con él. Viene de buena cuna.


-¿De buena cuna? Las dos sabemos que es un mentiroso.


-Sí, pero tenía dinero -insistió su madre-. Mattingley necesitaba dinero, no amor.


-Nunca estaremos de acuerdo en eso -contestó Paula-. ¿Te llevo a la terraza?


-Puedo ir sola -contestó la anciana. 


Paula la acompañó de todas formas y la acomodó en la mecedora.


-Emilia no tardará en venir. Me voy a cambiar.


-No necesito que me cuiden como a una niña pequeña -protestó lady Elena-. Sé que crees que no me importaba tu felicidad, pero no era sí. Si hubiera sabido que Pedro iba a...


-¿Iba a qué?


-A hacerse tan rico, no me habría comportado como lo hice.


-¿Te refieres a que no te habrías opuesto a nuestra boda? -preguntó Paula.


Al oír los pasos de Emilia en el pasillo, dejaron la conversación.


-Ve a arreglarte -dijo su madre tan estirada como de costumbre-. Tu aspecto es una vergüenza para tu clase social.