martes, 4 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO 14





Paula esperó a que Pedro estuviera en el salón, confortablemente instalado en el sofá, con los pies encima de la mesa, confeccionando su lista mientras tomaba una cerveza sin alcohol y veía algo en el canal de deportes para entrar a hurtadillas en la cocina en busca de una botella de vino.


Volvió a subir, se metió en su habitación y se preparó un baño de espuma. Mientras la estancia comenzaba a oler a lavanda, se desnudó, se sirvió una copa de vino y se metió en el agua.


El paraíso.


Paula se dijo que debía relajarse e intentar no pensar en Pedro, así que comenzó a pensar en la preciosa boda de su hermano, en la cara de alegría de sus padres cada vez que iba a verlos y en la cantidad de trabajo que la esperaba cuando volviera a Los Ángeles.


Poco a poco, efectivamente, comenzó a relajarse pero, justo cuando estaba a punto de quedarse dormida, apareció el rostro de Pedro en una nebulosa y el pasado se apoderó de su mente.




PASADO DE AMOR: CAPITULO 13




Viendo que estaba obligada a quedarse en Crystal Springs durante unos días, Paula decidió llamar a sus amigas de allí para ver qué tal estaban.


Lo cierto era que la mayor parte de ellas también se habían ido, pero todavía quedaban algunas viviendo allí.


Le daba vergüenza admitírselo a sí misma, pero lo cierto era que en aquellos años había estado a punto de perder el contacto con Jackie y con Gaby porque siempre estaba muy atareada con el trabajo y no tenía tiempo de llamarlas a menudo.


Afortunadamente, ninguna de sus amigas parecía haberse enfadado por ello y ambas se mostraron tan alegres y receptivas como siempre cuando las llamó por teléfono.


De hecho, no perdieron tiempo en proponer que quedaran el miércoles por la noche para ir al Longneck, el bar local.


Paula llevaba años sin salir, probablemente desde que se había ido a vivir a Los Ángeles.


Por supuesto, en aquella ciudad había miles de bares y de discotecas, pero siempre que los había frecuentado había sido por motivos de trabajo.


El único problema era que necesitaba que alguien la llevara porque, aunque Jackie trabajaba media jornada como recepcionista en el ambulatorio y se había ofrecido a pasar a buscarla, tenía cuatro hijos y Paula sabía por otras conversaciones que el único coche que tenían estaba lleno de juguetes y bolsas de pañales así que, aunque su marido no necesitara el coche aquella noche, a Paula no le apetecía nada ir oliendo a leche y a patatas fritas.


Y Gaby, que estaba casada pero no tenía hijos, trabajaba hasta las siete de la tarde y, aunque les había asegurado que no le importaba nada ir a buscarlas a las dos después de haberse pasado por casa para ducharse y cambiarse de ropa, decidieron que se les hacía muy tarde porque llegarían al bar a las nueve de la noche como mínimo y eso quería decir que no se irían hasta después de las doce y a Jackie se le hacía tarde por los niños.


En consecuencia, lo mejor era que Paula encontrara la manera de acercarse al bar por sus propios medios.


Pensó en alquilar un coche y la idea no le pareció mal porque así tendría un vehículo de transporte independiente mientras anduviera por allí, pero la agencia de alquiler de coches estaba a tres cuartos de hora de Crystal Springs, así que, de todas maneras, le iba a tener que pedir a alguien que la acercara.


Por mucho que le molestara, le iba a tener que pedir a Pedro que la acercara el miércoles por la noche al lugar donde había quedado con las chicas.


Después de cómo se habían despedido hacía un rato, la idea le hacía tanta gracia como pegarse un tiro.


Paula se dirigió a la cocina creyendo que lo encontraría allí, pero la estancia estaba vacía y los platos fregados secándose junto al fregadero.


No había ni rastro de Pedro, así que Paula se dirigió al salón y al comedor, pero tampoco lo encontró allí.


Subió las escaleras pensando que, a lo mejor, había ido a echarse un rato. Al final, lo encontró en la antigua habitación de Nico.


—Hola —le dijo Pedro con una caja que contenía los trofeos de su hermano en las manos.


—¿Qué haces?


—¿Tú sabes si Nico y Karen quieren hacer algo con esta habitación? —contestó Pedro.


Paula miró a su alrededor. La antigua habitación de Nico no se utilizaba hacía muchos años y había pasado a convertirse en el trastero de la casa, así que su aspecto no era precisamente el mejor.


—No, no tengo ni idea. ¿Por qué?


—Porque se me ha ocurrido que podría ser una habitación muy bonita para un bebé.


Aquel comentario por parte de Pedro pilló a Paula completamente por sorpresa.


—Huele un poco mal, ¿no?


—Debe de ser que tu hermano se dejó algunos calcetines sudados por ahí —contestó Pedro chasqueando la lengua—. Se me había ocurrido que quitando la moqueta, que está muy vieja, pintando las paredes y poniendo unas cortinas bonitas y muebles de bebé la habitación parecería otra —le explicó a continuación—. ¿No te parece que sería un regalo maravilloso para cuando volvieran a casa?


—¿Y quién se va a encargar de todo eso?


—¿Olvidas que tu hermano y yo tenemos una empresa de reformas? Reemplazar la moqueta no cuesta nada y pintar las paredes se hace en un periquete.


Paula se encogió de hombros aunque sabía a ciencia cierta que a su hermano y a su cuñada les encantaría volver a casa y encontrarse con una habitación que iban a necesitar en breve.


—Además, había pensado que tú me podrías echar una mano —añadió Pedro de repente.


Oh, no.


Aquello era demasiado pedir.


Una cosa era que Pedro quisiera reformar la habitación y otra que la metiera a ella en aquel berenjenal.


No, la verdad era que no le apetecía nada tomar parte en la construcción de una habitación para un bebé.


—No, gracias —contestó sinceramente.


—¿Por qué no? Lo harías fenomenal. Me podrías ayudar a decidir el color de la pintura, las cortinas, las cenefas de papel, la cuna, el cambiador y esas cosas. Yo no entiendo nada de cosas de niños pequeños.


¿Y acaso ella sí?


Paula tuvo que hacer un esfuerzo para que no se le saltaran las lágrimas.


—¿Es que acaso esta semana no tienes que trabajar? —preguntó para intentar disimular su zozobra.


—Sí, pero tengo tiempo libre porque ésta es la época del año en la que menos trabajo entra. Lo que tenemos lo pueden hacer los chicos sin mí perfectamente —le explicó—. Es una de las cosas buenas que tiene tener tu propia empresa —sonrió.


Paula no contestó.


—Necesito que me ayudes, Paula, de verdad.
Quiero tenerlo hecho para cuando tu hermano y Karen vuelvan y a mí solo no me va a dar tiempo.


Aquello era lo último que le apetecía a Paula, pero sabía que a Nico y a su cuñada les encantaría aquella sorpresa y, además, pronto sería tía, así que más le valía irse acostumbrando a la idea de tener un bebé cerca.


Paula tragó saliva y asintió por fin.


—Está bien —accedió—. La verdad es que no tengo nada mejor que hacer.


Pedro no se ofendió ante sus palabras aunque lo cierto era que Paula hubiera preferido que lo hubiera hecho porque una buena discusión la habría ayudado a olvidar ciertos recuerdos dolorosos.


—La ferretería está cerrada los domingos y todo lo demás va a cerrar dentro de un rato, así que yo creo que lo que deberíamos hacer hoy es una lista. ¿Me ayudas?


—No, hazla tú y ya le echo yo mañana un vistazo —contestó Paula, que quería estar a solas para no recordar el pasado.


—Muy bien.


—Por cierto, Pedro, el miércoles por la noche he quedado con mis amigas en el Longneck y te quería preguntar si me podrías llevar —dijo Beth antes de irse—. Por supuesto, si tienes otros planes o te viene mal, puedo alquilar un coche o pedírselo a otra persona.


—No, no hay problema —contestó Pedro—. Hace una eternidad que no me paso por allí, así que me parece buena idea tomarme algo y ver a la gente un rato. Dime a qué hora quieres que nos vayamos y ya está.


—Muy bien, muchas gracias.


Pedro sonrió encantador y salió de la habitación, dejando a Paula a solas con sus dolores y sus recuerdos, lamentándose por haber accedido ante la petición de sus padres a quedarse unos días después de la boda, recriminándose el no haber salido corriendo de aquella casa para no tener que compartirla con él.


Dormir en la calle habría sido mejor que tener que soportar aquel terrible dolor que se había apoderado de su cuerpo por completo.


Y la única culpable era ella.




PASADO DE AMOR: CAPITULO 12





—Yo no te evito.


Lo había dicho con voz firme, pero era obvio que estaba mintiendo y Pedro era consciente de ello hacía mucho tiempo.


No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que, cuando él entraba en un sitio, ella se iba con cualquier excusa o simplemente se iba sin decir nada y eso era por algo. Por supuesto, entendía el comportamiento de Paula porque siete años atrás se había comportado como un auténtico canalla con ella.


Aunque en aquel entonces contaba ya veintiséis años y se suponía que debía ser un hombre maduro, no había sabido llevar bien la situación.


Para empezar, se había aprovechado de una chica de veintiún años y había dejado que sus hormonas tomaran el mando de sus acciones, dando rienda suelta a sus deseos largamente reprimidos.


Pedro no creía que pudiera perdonarse nunca a sí mismo por su comportamiento y aquello lo estaba devorando vivo.


¿Y qué había hecho luego? La había dejado en casa y no le había vuelto a hablar. No la había llamado al día siguiente para ver cómo estaba ni se había pasado por su casa para hablar con ella.


No, se había comportado como un cobarde, la había evitado y no se había vuelto a acercar a su casa hasta que no supo que había vuelto a la universidad.


Entonces, había tomado la decisión de no hablar del tema si ella no lo hacía y le había parecido el plan perfecto, pero lo cierto era que aquel plan le había estallado en la cara porque lo único que había conseguido había sido que su relación se enrareciera.


Con el tiempo, se habían evitado y se habían distanciado, ya ni siquiera se atrevían a mirarse a los ojos ni a sonreírse ni a bromear como en los buenos tiempos.


Pedro se odiaba por ello, se odiaba porque su libido y su falta de control habían hecho que Paula pusiera entre ellos un muro como la Gran Muralla China.


—¿Ah, no? ¿Y cómo llamarías a lo que hemos estado haciendo estos últimos siete años?


—No sé de qué me estás hablando.


—Claro que lo sabes. Antes, cuando entraba en tu casa, corrías escaleras abajo para verme, me pedías que me quedara a ver una película o que te llevara a la tienda a comprar una revista.
Después de lo que sucedió aquella noche en mi coche, cuando venía a tu casa, salías corriendo. Incluso te fuiste a vivir a California para tener la excusa perfecta para no aparecer por aquí.


—No digas tonterías —contestó Paula intentando reírse—. Me fui a vivir a California porque quería convertirme en abogada especializada en el mundo del espectáculo y todos sabemos que la capital de ese mundo está en California.


—¿De verdad? —dijo Pedro dando un paso hacia ella—. ¿Acaso no elegiste especializarte en el mundo del espectáculo precisamente para poder irte porque sabías que jamás podrías especializarte en esa rama aquí?


Paula se cruzó de brazos sin darse cuenta de que, al hacerlo, se le abría la blusa. Pedro sí se dio cuenta y no pudo evitar quedarse mirando durante unos segundos su maravilloso escote, pero se apresuró a levantar la mirada por miedo a que Paula lo sorprendiera.


—Soy muy buena en mi trabajo, Pedro, y me encanta vivir en Los Ángeles. En cualquier caso, no tengo que justificarme ante ti.


Por supuesto, en eso tenía razón, pero Pedro no podía ocultar su curiosidad.


—Ahora, si has terminado de sacar a relucir incidentes del pasado que no tienen ninguna relevancia en el presente, creo que sería bueno que estableciéramos algunas normas para el tiempo que tengamos que vivir juntos.


—¿Qué tienes en mente? —contestó Pedro cruzándose de brazos también, imitando su posición defensiva e intentando no reírse.


—Para empezar, tengo prioridad en el baño por las mañanas.


—¿Y eso por qué?


—Porque soy chica.


—¿Acaso esa defensa sería válida ante un tribunal? —sonrió Pedro.


—No tengo ni idea porque no suelo ir a juicio nunca, pero, en cualquier caso, todos sabemos que las mujeres necesitamos más tiempo en el baño que los hombres.


—En eso te doy la razón —contestó Pedro recordando los tres años que había vivido con Lorena—. Sin embargo, esta mañana yo me he despertado una hora antes que tú, así que, ¿qué se supone que debo hacer, esperar a que tú te despiertes para poder utilizar el baño?


—No, si te despiertas antes que yo, puedes pasar tú antes —contestó Paula.


—¿Algo más?


—Sí, las comidas. Has hecho el desayuno esta mañana y te lo agradezco mucho, pero no quiero que sirva de precedente. No te sientas obligado a cocinar para mí porque yo no me siento en absoluto obligada a cocinar para ti. Si a uno de los dos le apetece cocinar y quiere invitar al otro, muy bien, pero no hay obligaciones.


—Me parece bien, pero, ¿qué me dices si uno de nosotros quiere pedir algo por teléfono? ¿Debe hablar con el otro antes de pedir una pizza o comida china o debe hacerlo en absoluto secreto como si fuera una misión encubierta?


—Muy gracioso —contestó Paula—. Creo que sería de buena educación consultarlo con el otro, pero que cada uno haga lo que quiera.


—¿Algo más?


Paula se quedó pensativa unos instantes.


—Ahora mismo no se me ocurre nada más, pero podemos ir poniendo normas sobre la marcha.


—Muy bien —contestó Pedro metiéndose las manos en los bolsillos—. ¿Quién friega los platos?


—Tú —contestó Paula sin inmutarse.


Acto seguido, se giró y salió de la cocina.


Pedro se quedó mirando el vaivén de sus caderas y, una vez a solas, chasqueó la lengua y comenzó a fregar los platos.