martes, 25 de febrero de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 26





—Esto es horrible —le dijo Brian a Paula al oído—. Si no fuera por el café, estaría desolado.


Como campaña de publicidad, aquélla era una de las mejores ideas de la cadena. Paula se sentía mil veces más a gusto allí, entre sus amigas las plantas, que en la vorágine del centro comercial de la semana anterior. O en su aparición en pleno centro de la ciudad antes de eso.


Aquel día, a la luz del frondoso espacio de aquel vivero, Paula estaba a sus anchas preparando una mezcla de mantillo, demostrando a más de dos docenas de aficionados a la jardinería cómo replantar un helecho con las raíces ya muy crecidas en una maceta más grande.


Paula sonrió y se acercó a él para evitar que los patrocinadores o la audiencia pudieran escucharla.


—Mira lo que te digo, de ahora en adelante tú harás los centros comerciales y yo haré los viveros y los jardines. ¿Qué te parece?


—Lamentablemente, me temo que no nos permitirán decidir nada.


Paula dirigió la mirada hacia donde estaba Pedro, supervisando las actividades del día. Así como Paula había aceptado salir con Brian en todas las escenas, los del departamento de publicidad habían aceptado finalmente la presencia de Pedro en todas las secuencias del rodaje. Después de todo, él tenía más categoría que ellos. Pero ¿qué iría a hacer allí? ¿Tan poca confianza le inspiraba?


—Dios no quiera que nos puedan ver separados el uno del otro —prosiguió Brian—. Podría provocar alguna brecha irremediable en la continuidad espacio-tiempo del programa.


Paula volvió de nuevo la vista a Brian.


—¿Sabes? Un día de éstos vas a tener un desliz y vas a sacar a la luz toda la inteligencia que tienes.


—Dios nos libre —dijo él guiñándole un ojo—. ¿El siguiente?


Paula le miraba con afecto. No le cabía ya la menor duda de que Brian era el mejor presentador que había visto nunca. Tenía a la cadena y al público en sus manos. Era increíble.


—Cuidado, Paula, si sigues mirándole de esa manera, vas a dar pie a otro reportaje sensacionalista —sintió un vacío en el estómago y giró la cabeza. No porque lo necesitara. Sus sentidos ya le habían indicado quién era.


—No creo que lo necesiten. Son capaces de inventarse cualquier historia que les convenga.


Se habían publicado dos historias más sobre Brian y ella desde los lamentables hechos del restaurante. No tan ofensivas ciertamente como aquélla, pero ambas con todo lujo de detalles y con unas imágenes primorosamente editadas facilitadas por el departamento de publicidad.


—Tú sigues comportándote como si Brian y yo hubiéramos fabricado esas historias intencionadamente. Tenía la esperanza de que los artículos de la prensa se centraran en mi trabajo, no en mi supuesta vida amorosa.


—Te estaba besando en el restaurante, Paula. Era difícil interpretar aquello de otro modo.


—Era en la mano, Pedro.


—Es la prensa, Paula. Despertasteis su apetito. Ten cuidado… No les des más ocasiones de…


—¿Qué quieres decir con eso?


—Creía que tu reputación profesional significaba algo para ti.


—¡Y así es!


—Entonces, ten cuidado, Paula. No estamos en Flynn's Beach. En este negocio no puedes exteriorizar abiertamente tus sentimientos…, ten cuidado, eso es todo.


Parecía furioso. Pero su voz sonaba como si verdaderamente estuviera preocupado por ella.


—Te voy a dar una idea —le dijo ella mirándole a la cara—. ¿Por qué no dejas de ponernos juntos delante de la cámara a Brian y a mí todo el tiempo?


Pedro consideró sus palabras por un instante y las desechó inmediatamente con un simple gesto.


—Yo diría que te lo pasas bien con él.


Ella agitó las manos en señal de frustración.


—Sí, ciertamente, es verdad. Brian es lo único bueno en todo este circo. Al menos él me comprende.


—Imagino que eso forma parte de su encanto, ¿no?


—No puedo hablar en nombre de todas las mujeres pero, sí, resulta muy agradable tener un aliado como él en este campo de batalla.


—¿Desde cuándo soy yo tu enemigo? —le dijo Pedro mirándola con recelo.


Paula tragó saliva.


—Sabes muy bien desde cuándo. Y fuiste tú quien tomaste la decisión.


—Entonces no tengo nada que perder advirtiéndote que no te dejes ver demasiado en su compañía.


La indignación se mezcló ahora con su frustración.


—No tengo ninguna relación con Brian. ¡Por el amor de Dios! Eres peor que la prensa amarilla.


—La cámara no dice lo mismo.


—No tienes ni idea. Pero si estuve chalada por ti durante años y tú ni te diste cuenta.


Paula trató de retirar las palabras que acababa de decir, pero ya era demasiado tarde.


Un gesto de inusual arrogancia se dibujó en su cara, confiriéndole una expresión increíblemente seductora.


—Sí que tengo idea, Paula. Y desde mucho antes de aquella noche en la playa. Tengo un radar que me avisa cuando estás cerca.


—Pues te aconsejo que mandes tu radar a calibrar.


Por primera vez desde hacía mucho tiempo, le vio reírse. A carcajadas y abiertamente. Paula parpadeó sorprendida y sintió el corazón acelerado dentro de su pecho.


Tenía que conseguir dominar sus sentimientos. 


Aquel hombre le había dejado bien claro que no le interesaba de ella más que su experiencia y su talento en el mundo de la jardinería. Necesitaba a alguien más simple en su vida. O al menos alguien que pudiera comprenderla.


Un pequeño pero perverso demonio surgió de repente en su cerebro. ¿Por qué no? Ellos se llevaban bastante bien. ¿Quién sabe si quizá no pudieran acabar enamorándose? Brian era muy atractivo.


—¿Qué te hace pensar que tienes el derecho de decirme lo que tengo que hacer? Si decido verme con Brian, es cosa mía, no te incumbe a ti para nada.


Se hizo un silencio cortante.


—Es cosa tuya y del país entero.


—Si ya estoy sentenciada haga lo que haga, entonces déjame al menos disfrutar del viaje.


Pedro se puso muy tieso y se cruzó de brazos. Sus recelos la llegaban a lo más profundo del alma.


—¿Qué estás diciendo?


Paula desvió la mirada hacia donde estaba Brian flirteando con las mujeres del público asistente.


—Es un hombre guapo. Nos llevamos bien. No conozco a nadie en la ciudad. ¿Por qué no?


—Paula…


De nuevo ese tono manipulador. Exactamente el mismo que aquel primer día en su oficina.


—En todo caso, gracias a ti, pasamos mucho tiempo juntos.


—Te lo estoy advirtiendo…


—Ése es el problema, Pedro. No haces más que advertirme de todo. Soy una mujer adulta. El que tú no puedas verlo no significa que Brian no pueda. Todos salimos ganando, Pedro. Tú consigues todos los primeros planos de los dos juntos que tanto te importan, y yo consigo fuera de la pantalla la compañía que tanto necesito.


—Hasta que te rompa el corazón —dijo Pedro en voz baja muy sereno—. Un hombre como él se cansará muy pronto de una mujer como tú.


—¿Una mujer como yo?


—Tú eres demasiado simple para él, Paula. Mira a las mujeres con las que ha salido en el pasado. Raciales, audaces, atrevidas. Mujeres sexys.


Paula contó hasta diez para contener las ganas que tenía de insultarle. Su voz sonó fría como el hielo cuando finalmente se sintió en disposición de hablar tras superar el nudo que tenía en la garganta.


—Puede que no sea una mujer sexy, pero soy una mujer.


Se dio la vuelta y se alejó del hombre que tanto poder tenía para hacerle daño.


Brian estaba acabando de firmar sus autógrafos. 


Al llegar a su altura, Paula le agarró por la manga con manos temblorosas y le llevó casi arrastrando a una zona llena de palmeras.


—Brian, me debes una, ¿verdad? —le dijo desafiante mirándole fijamente a la cara, ante su expresión de desconcierto—. Es el momento de saldarla.


Entonces, sin mediar una palabra más, le besó.


Pese a no dar crédito a lo que estaba sucediendo, él ni se inmutó, se quedó como paralizado mientras ella se entregaba al más encendido y convincente beso que había dado en su vida. Todos los allí presentes estaban extasiados presenciando la escena. Para ellos debía de parecer como si ella se estuviera desquitando de todos los flirteos que Brian había mantenido con todas aquellas mujeres de los autógrafos. Sus labios seguían apretados contra los suyos. Brian se recuperó lo suficiente como para rodearla con sus manos y estrecharla contra su cuerpo. Luego le devolvió el beso.


Aquello pareció despertarla. La ira pareció disiparse repentinamente.


—¿Qué estamos haciendo? —murmuró Brian en voz baja—. Pensaba que querías dar una imagen de chica buena.


—Dejemos que hablen de eso los periódicos de mañana —respondió ella amargamente, mirando hacia donde había estado con Pedro hacía un minuto.


Pero ya no estaba, se había ido.


—Paula, querida, ¿estás llorando? —Brian se desplazó ligeramente para quedar entre ella y la multitud agrupada en torno a ellos, tratando de proporcionarla un mínimo de intimidad.


—No… —dijo ella restregándose los ojos.




LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 25




—¿Qué es esto, Nicolas? —dijo Pedro, arrojando sobre la mesa de Nicolas Kurtz la primera edición de la prensa de la mañana, sin tomarse la molestia de sentarse, pues no pensaba quedarse allí mucho tiempo—. Esto no es bueno ni para mí, ni para el programa.


El productor ejecutivo sonrió con suficiencia, sin mirar siquiera el periódico.


En los titulares, dician que no había perdido tiempo en acaparar al guapo presentador para ella sola. Publicaban incluso una foto donde se veía a Paula Chaves y a Brian Maddox en una romántica cita amorosa a la luz de las velas.


—Ten paciencia, Pedro. Esto sólo está empezando.


—Esta serie puede tener éxito por sí misma. Ya has visto lo que hemos rodado hoy. Es maravilloso —dijo Pedro—. No necesitamos esto.


—Todo necesita un cierto impulso, un empujoncito.


—Este es mi programa. Es mi concepto, mi idea. Vamos a hacer las cosas a mi manera.


Pedro, ¿no querrás ganarte una mala reputación? Sería un obstáculo para tu carrera.


—Por fortuna, soy un atleta —respondió Pedro con ironía no exenta de aspereza.


Había algo especial en la tenue sonrisa de Kurtz. Un aire como de ave rapaz que le recordaba a su padre. ¿Cuánto tiempo había estado Kurtz esperando ese momento? ¿Cuánto rencor debía de haber acumulado con su forma de actuar a lo largo de esos años?


—Tenía a ese fotógrafo preparado —dijo Pedro—. Sabía exactamente el tipo de reportaje que quería. No esto —añadió tomando de la mesa el periódico y agitándolo despectivamente en el aire.


—¿Desde cuándo los paparazzi trabajan en solitario? —le dijo Kurtz.


Había sido un segundo fotógrafo. Pedro se había encargado de mantener al primero ocupado, entreteniéndole hasta que había hecho unas cuantas fotos sin importancia y se había ido mascullando entre dientes. Pero Kurtz debía de haber imaginado que Pedro intentaría meter baza en aquel montaje sensacionalista y había contratado a un segundo fotógrafo.


—Dime dónde está el mérito en retratar a Paula como una ambiciosa, como una intrigante. ¿Qué fue de tu idea de vincular a Brian con una cara nueva, fresca e inocente?


Kurtz no respondió.


—No te importa nada la imagen que se haya podido dar de ella, ¿verdad? —añadió Pedro, pareciendo comprender en ese momento la situación—. Mientras esté en la segunda página.


—Tampoco debería importarte a ti, Pedro. Esto es una publicidad excelente, ése es el objetivo.


—Esto no tiene nada de excelente. Esto es pura prensa sensacionalista. ¿Has olvidado acaso que Paula no es la cara de Urban Nature, sino la diseñadora? La necesito por la credibilidad del programa.


—Ese es tu problema, Pedro —le dijo Kurtz con voz distante y fría—. Pareces haber olvidado que tu lealtad debe estar de un solo lado, AusOne. La cadena que te puso en el lugar que hoy ocupas.


—No habrá más publicidad amarillista relacionada con Paula Chaves y Brian Maddox —replicó Pedro.


—No te preocupes —dijo Kurtz tratando de apaciguarle—. No quieres hacerte cargo tú del asunto, bien. Tenemos especialistas para este tipo de cosas.


—Este es mi programa. Nada sucede en él sin mi autorización.


—Alfonso, tengo un presupuesto de producción de medio millón de dólares que me dice que el único y verdadero propietario del programa es la cadena.


—Y tú me pagas el cincuenta por ciento de ello para que consiga que salga lo mejor posible. Y eso no incluye desacreditar el talento de ninguna persona.


—Es cuestión de opiniones.


—Quedaría excelente tu retrato en la portada de The Standard bajo un titular como «AusOne explota al personal femenino», ¿no te parece, Nicolas?


Kurtz se puso en pie como impulsado por un resorte.


—No me amenaces, muchacho. Esta cadena la levanté yo, y romperemos contigo si es necesario.


—Me han salido callos trabajando para esta cadena. No me vengo abajo fácilmente —dijo disponiéndose a salir del despacho—. No me prestaré a este juego tuyo.


—¡No es responsabilidad tuya controlar lo que haga la cadena! —dijo Kurtz muy enojado.


Pedro se dirigió a la puerta y miró a Kurtz muy fijamente, como si intentara taladrarle con la mirada.


—Puedes hacer lo que quieras, Nicolas, yo estaré preparado.


Se dio la vuelta y salió de la oficina. Acudió a su memoria la imagen de su padre, evocando sentimientos negativos de hacía veinte años. 


Nunca había sido lo bastante bueno para él, nunca había tenido el talento suficiente. Y le consideraba demasiado parecido a su madre como para poder tolerarlo.


Su padre, un monstruo hasta las ocho de la mañana, cuando se vestía para el trabajo y salía al mundo exterior. Popular, respetado, adorado por todos. Todo un símbolo de la ciudad. Sólo había otra persona en todo Flynn's Beach que estaba al tanto del tipo de persona que era.
Jeronimo Chaves.


El hombre por el que Pedro sentía más respeto. El hombre que había compartido con él sus temores. El hombre que le había abierto su casa. El hombre que finalmente le había pedido que se fuera de ella. El hombre cuya única hija estaba él ayudando activamente a destruir.


No podía decírselo a ella. Nunca le perdonaría si descubría que había tomado parte en ello.




LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 24




—¿Dónde están todos?


Brian, acompañado de Paula, cruzó la puerta del restaurante, mirando extrañado a su alrededor al no ver a allí a esa hora a ninguno de sus colegas.


Paula echó una ojeada a su reloj.


—Son ya más de las siete y media. ¿Dónde estarán?


Miró el nombre con letras muy artísticas que había en la pared. Scarparolo - Su restaurante.


—Aquí viene Pedro —dijo Brian con mucha naturalidad, ajeno al efecto que aquellas simples palabras producían en Paula. Ella se armó de valor para no volver instintivamente la vista hacia él.


Pedro y Brian se saludaron secamente.


Paula conocía ya a Brian lo suficientemente bien como para advertir el sutil tono de sarcasmo que había empleado al devolver el frío saludo de Pedro. Se volvió con pretendida indiferencia y se encontró con la mirada de Pedro. Parecía nervioso. Distraído. Le vio dirigirse al maître y mantener con él una breve conversación. 


Cuando concluyó se acercó a ellos, acompañado por una camarera vestida toda de negro.


—Voy un momento al coche. Me he olvidado el móvil. Adelantaos vosotros.


Pedro se marchó deprisa, sin apenas mirarla.


Paula dirigió su atención a la mesa que les indicaba la camarera. Estaba muy bien puesta. 


En plan romántico. Junto a una ventana, y con una vela parpadeando en el centro.


Para dos.


—¿Uh…? —exclamó Brian, que parecía tan extrañado como ella.


—Esto es una reserva a nombre de AusOne —dijo Paula—. Deberíamos ser un grupo más numeroso.


La camarera pareció desconcertada por unos segundos.


—Un momento, por favor, iré a comprobarlo.


Y se dirigió al maître. Acto seguido tuvo lugar una acalorada discusión tras una torre de cartas de menús, apiladas unas encima de otras sobre el mostrador.


—Parece que, al menos por el momento, vas a tener que gozar de mi compañía. Tú y yo a solas. Procura no desmayarte.


Paula se echó a reír y miró a través de la ventana. Un coche enfilaba en ese instante la calle, iluminando la oscuridad de la noche con sus faros. A lo lejos, más allá de lo que alcanzaba su vista, creyó ver a Pedro hablando con una sombra en la acera. No le dio la impresión de que fuera aquélla una conversación amistosa. Frunció el ceño, recelosa.


Brian le tomó la mano y se la llevó a los labios. 


Paula sintió el impulso de retirarla, pero se contuvo consciente de que había más de un par de ojos curiosos observándoles en aquel establecimiento. Fuese cual fuese el juego de Brian, era un amigo, y debía guardar las formas en público.


—Brian, por favor, me has tenido pegada a ti prácticamente todo el día. Juraría que la cadena no confía en mi capacidad para hacer una escena en solitario.


—Estás haciendo un gran trabajo, Paula. ¿Nadie te lo ha dicho? —le dijo Brian con seriedad.


Paula le agradeció su cortesía apretándole suavemente la mano.


—Tan sinceramente como tú, no. Gracias, Brian.


La desconcertada camarera regresó con una brillante sonrisa.


—Parece que ha habido un error. AusOne tiene reservada la mesa grande para las ocho.


No se percibía en su voz ningún sentimiento de culpa, sólo de confusión.


—En la invitación que recibí ponía a las siete y media —dijo Paula, frunciendo el ceño.


Brian puso la misma cara de sorpresa.


—En la mía también. Una tarjeta de invitación nunca miente.


Justo en ese momento, entraba Pedro muy sofocado por la puerta del restaurante, con el móvil en la mano. Miró inmediatamente a Paula, y luego se fijó en la mano que mantenía aún sujeta a la de Brian. Ella la soltó inmediatamente al verle acercarse a ellos.


Siguieron a la camarera hasta una mesa situada en un extremo del restaurante, preparada para más de una docena de personas.


—Parece que hasta los ejecutivos pueden cometer fallos de planificación —dijo Brian en broma—. Nuestra reserva está hecha para las ocho.


—No quisiera interrumpiros —dijo Pedro, cambiando hábilmente de tema—. Haceos a la idea de que no estoy aquí.


Brian miró a Pedro con recelo.


—La verdad es que le estaba hablando a Paula del gran trabajo que está haciendo. Parece que no se siente muy… satisfecha.


Paula no había escuchado nunca hasta entonces hablar a Brian con ese tono de voz tan duro. Levantó la mirada hacia él, pero Brian tenía sus ojos fijos en los de Pedro. Se percibía una tensión creciente entre los dos hombres. 


Luego Pedro clavó sus ojos en ella, haciéndola sentirse como una mariposa en un museo. Paula lamentó enseguida todo lo que le había dicho esa noche. ¿Cuándo aprendería?


—Discúlpame, Paula. No me daba la impresión de que fueras una de esas personas que precisan constantemente de estímulos para reforzar su motivación en el trabajo.


—No lo soy, pero siento curiosidad por saber por qué no se me confía todavía una escena.


—Ese tipo de decisiones no tiene nada que ver con tus habilidades personales.


—Eso es lo que tú dices —replicó Brian desafiante.


Pedro, muy irritado, clavó en él su mirada.


—Sí, es lo que digo… Pidamos algo de beber, ¿no os parece?


Paula estaba intrigada por el extraño juego que se traían los dos hombres que tenía delante de ella.


A pesar de los esfuerzos que hacía por evitar cruzarse con los ojos de Pedro, era muy consciente de las recelosas miradas que él dirigía alternativamente a Brian y a ella. La atmósfera parecía cargada y llena de preguntas sin respuestas.


Paula miró discretamente su reloj. Todavía eran las ocho menos cuarto.