viernes, 11 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 61

 

Pedro anduvo por Main Street como si no tuviera ninguna otra preocupación en el mundo. Era un poco sorprendente, considerando que, lo mirara como lo mirara, no tenía ni cinco. Mientras andaba, daba las buenas tardes a la gente que conocía y a los que no, los saludaba con la mano. Era consciente de sus expresiones atónitas, no podían creerlo, se sentían como si acabaran de entrar en la Zona Oscura.

Pedro disfrutaba con la confusión. Por eso había dejado aparcado el coche a la salida del pueblo. Qué diablos, si iba a tirar su vida por la borda, lo mejor era hacerlo con una sonrisa.

Soplaba viento del norte desde el océano y hacía frío. Disfrutó con el olor del mar. Era bueno estar de nuevo en casa. Se sentía mejor que nunca desde que se le había ocurrido la última locura.

Después de escapar de Lenape Bay como un ladrón en la oscuridad había cogido el primer vuelo a California. La versión de Paula sobre los acontecimientos de aquella mañana trágica era tan distinta a la suya que no había tenido más remedio que alejarse de todo y de todos los que le recordaban aquel lugar.

Cuando le había contado a su madre la locura que se le había ocurrido, le abrazó y le dijo que había pasado quince años rezando para que olvidara la idea de vengarse y siguiera adelante con su vida. El hecho de que seguir adelante con su vida incluyera a Paula no había hecho sino alegrarla más aún.

Pedro sonrió. La vida estaba llena de sorpresas. Había creído ser muy listo saliendo con la hija de su enemigo para desafiarle. Sin embargo, Claudio lo había sabido todo el tiempo. Sólo les había permitido que se implicaran cada vez más porque eso servía a sus propios fines.

Al final, habían caído los tres en sus manos, Paula, Pablo y él mismo. La actitud de rebeldía había sido la mejor herramienta de que había dispuesto Claudio para cumplir con un viejo anhelo, echar a los Alfonso de Lenape Bay. Cada gamberrada no había servido sino para contribuir a un plan preconcebido. Ahora lo veía todo con claridad.

Amaba a Paula. En cierto modo, nunca había dejado de amarla, había sido su norte, su ancla, la razón por la que se había sentido obligado a triunfar. Por ella había vuelto convertido en el héroe de todos.

De todos menos de la persona cuya opinión era la más importante para Pedro, Paula.

Sin embargo, ella le había devuelto la pelota. Llegó el momento inevitable de las decisiones. Podía continuar con su plan y hundir el banco, pero sin deseos de venganza que satisfacer no tenía ningún sentido. Claudio había muerto. Paula y Pablo habían sido tan víctimas como él, quizá más.

Pedro sacó un sobre del bolsillo. Contenía todo lo que poseía. Había liquidado todo para convertirlo en aquel cheque al portador. En unos segundos se lo entregaría a Pablo Chaves.

Se rió de lo absurdo de todo. Era chistoso pensar que su futuro quedaba irremisiblemente ligado a Lenape Bay y al éxito del proyecto. Lo que había comenzado como un plan se había convertido en el momento más importante de su vida.

Se preguntó lo que iba a decir Paula. Le había declarado su amor, pero eso había sido antes de dejarla abandonada por segunda vez. ¿Cuántas veces se podía abandonar a una persona sin que te retirara su confianza? No sabía la respuesta, pero lo había apostado todo a que podrían tener una oportunidad de ser felices allí.



ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 60

 


El agua de la tetera silbó. Pablo sirvió con una mano mientras que se desperezaba con la otra.

—Papá y yo fuimos a la cabaña. Él estaba furioso por lo que Pedro le había hecho al Cadillac y al banco. Nunca le había visto tan fuera de sí. De verdad pensé que iba a matarle. Cuando sacó mi bate de béisbol del garaje, estuve seguro.

—¿Cómo sabía papá lo de la cabaña? Yo nunca se lo conté a nadie.

—Yo lo sabía. Te seguí hasta allí varias veces cuando te escapabas para verte con Pedro. Imaginé que estaría allí.

—¿Qué le hizo papá?

—Paula, no le atizó, si te refieres a eso. Podría haberlo hecho sin que nadie le pidiera cuentas. Estaba claro que habíais pasado la noche juntos. Papá sólo habría cuidado de su hija.

—Pero papá no era así, ¿verdad? Tenía otro modo de tratar a la gente que no le gustaba. ¿Qué le dijo a Pedro?

—Le dijo que se fuera del pueblo.

—O si no, ¿qué?

—O que si no le demandaría por lo que le había hecho al banco. Y por ti también.

—¿Nada más?

—No que yo recuerde.

—Eso no hubiera asustado a Pedro, Pablo. Tú sabes cómo habría reaccionado. Se habría obstinado en quedarse más que nunca, aunque sólo fuera para desafiar a papá. Tuvo que haber algo más.

La cara de Pablo se iluminó como si se hubiera encendido una bombilla en su cerebro.

—¡La casa de su madre! ¡Eso es! Había olvidado que le amenazó con hacer efectiva la hipoteca y dejar a su madre en la calle.

Paula tuvo que cerrar los ojos. Pedro tenía razón. Su padre le había hecho pasar un auténtico calvario y ella nunca lo había sabido.

—Dijo que papá era un bastardo y yo le defendí —murmuró ella con una sonrisa amarga—. Me encaré con él porque creía que nuestro padre era un hombre honrado.

—Papá era las dos cosas. El problema consistía en que Pedro y él se parecían demasiado. Pedro era demasiado joven como para plantarle cara. Una causa perdida desde el principio. Pedro no lo habría admitido a no ser que le obligaran.

—Y los dos caímos en manos de papá.

—Ninguno pudimos elegir otra opción, Paula. Ya sabes cómo era. Tenía que controlarlo todo. A nosotros, al pueblo, todo.

—Podíamos habernos rebelado.

Pablo sacudió la cabeza.

—¿Y dónde habríamos llegado? Éramos unos niños. No sólo era nuestro padre, era nuestro dios. Todavía trato de quitarme su sombra de encima.

—Pablo…

—No, no trates de consolarme. Lo has estado haciendo durante años. Sé lo que piensas. Estabas contra Maiden Point desde el principio. Me equivoqué con Pedro lo mismo que con papá.

—He venido a averiguar la verdad, Pablo. No a hacer acusaciones. Dios sabe que tendría que empezar por mí misma. He pasado los mejores años de mi vida creyendo una sarta de mentiras.

Nunca le había preguntado a su padre directamente. Había sido más fácil echarle toda la culpa a Pedro. Había preferido creer que era capaz de hacerle el amor y después abandonarla que poner en entredicho la adoración que sentía por Claudio. Pedro era el malo del cuento, el demonio disfrazado de ángel. Pero era demasiado tarde para llorar, demasiado tarde para recriminaciones. Había cometido un error y lo había pagado muy caro.

Contempló a su hermano. Él le devolvió la mirada.

—¿Dónde nos deja esto, Paula? ¿De verdad va a incumplir con los préstamos?

—Eso me ha dicho.

—Va a suponer el derrumbe.

—Lo sé.

Pablo fue al fregadero y tiró el contenido de su taza.

—¿Quieres que te diga una cosa? Nunca odié a Pedro, de verdad. Nunca. Ni siquiera cuando se dedicaba a pegarme siendo unos críos. Siempre le respeté. A veces, incluso deseaba ser como él. Es gracioso. Sólo he sentido eso por dos hombres en toda mi vida. Por Pedro y… por papá.

Paula se levantó y abrazó a su hermano.

—¿Qué vamos a hacer, Paula?

—Hay que intentar que cambie de opinión.

—Sí. Pero, ¿cómo?

—Quizá baste con la verdad. No lo sé. Lo primero que hay que hacer es hablar con él.

Paula recogió su bolso y fue con su hermano hasta la puerta principal. Estaba amaneciendo. Se despidieron con un beso.

—Llámame —dijo él.

Paula asintió, y se disponía a salir cuando recordó algo importante.

—Una cosa más. Pedro me ha contado que fue a buscarme a casa esa mañana. Dice que me vio en la ventana de mi habitación. ¿Quién era, Pablo? ¿Quién simulaba ser yo?

—Era Lorena.

—¡Lorena!

Pablo sonrió avergonzado.

—Tú no eras la única que se divertía a espaldas de papá. Estábamos en mi habitación cuando oímos la moto. Yo bajé y salí. Ella fue a tu habitación a mirar.

—¡Esto sí que no puedo creerlo! ¡Lorena!

—¿Quién me llama?

Paula alzó la vista y descubrió a su cuñada en mitad de la escalera. Llevaba una bata rosa, zapatillas a juego y una redecilla en el pelo.

—Le estaba contando a Paula que solíamos escondemos en mi habitación para jugar a médicos y enfermeras.

—¡Pablo! ¿Cómo se te ocurre contárselo ahora? —dio Lorena abrazando a su marido—. No te creas todo lo que cuenta, Paula. Eso fue hace mucho tiempo. Ahora… ahora hemos cambiado.

Paula no tuvo más remedio que sonreír ante lo absurdo de todo. Mientras ponía el coche en marcha, recordó las palabras de Lorena.

«Ahora hemos cambiado».



Deseó que fuera cierto porque era la única esperanza que tenía para que Devon cambiara de opinión, tomó el camino de las dunas. El Jaguar no estaba aparcado junto a la casona. Parecía vacía, hermética.

Fue a echar un vistazo más de cerca. No sólo parecía vacía sino abandonada. Se llevó la mano al pecho en un intento inconsciente por dominar su pánico. Fue a mirar al embarcadero. La moto de agua había desaparecido, la cuerda de amarre se balanceaba en la brisa del amanecer. Se mecía como burlándose de ella mientras se daba cuenta de la verdad.

Devon se había ido.

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Escaneado por Jandra-Mariquiña y corregido por Tere Nº Paginas 99-107

«Puedo salir de aquí en diez minutos. Cinco si es necesario».

Podía y lo había hecho.

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 59

 


La casa de su hermano se hallaba a oscuras cuando Paula llegó. La puerta estaba cerrada. Llamó varias veces al timbre y, cuando nadie contestó, llamó con los puños. Una luz se encendió en el vestíbulo al mismo tiempo que la puerta se abría de golpe.

—¿Qué…? ¡Paula!

—Déjame pasar, Pablo. Tengo que hablar contigo.

—¿Ahora? ¿No sabes qué hora es?

—Ni lo sé, ni me importa. Y no puedo esperar hasta mañana.

Paula entró sin permiso y se abrió paso hasta la cocina andando a zancadas. Su hermano la siguió.

—¿No puedes hacer menos ruido? Lorena está durmiendo.

Paula le miró. Tenía la cara tensa, agria, furiosa.

—¿Es que ha muerto alguien?

—Todavía no. Será mejor que hagas café, Pablo. Va a ser una conversación muy larga.

—Paula, no puedo pasarme la noche hablando. Tengo una reunión importante a las ocho.

—Yo de ti no me preocuparía mucho por el banco. Dentro de un mes, puede que ni exista.

—¿A qué te refieres? —preguntó su hermano muy serio.

—A Maiden Point.

—¡Ah, vamos! No empieces con eso otra vez.

—No, no son cuentos viejos. Esto son noticias frescas. Acabo de ver a Pedro.

—¿Y qué? ¿Te ha dicho algo sobre el pago?

—No mucho. Sólo que no va a haber ningún pago.

—Paula, ¿qué demonios te propones? ¿De qué hablas?

—Hablo de mentiras, Pablo. Mentiras profundas y escondidas. Mentiras que llevas tan dentro que has llegado a pensar que son la verdad.

—¿Qué mentiras? —preguntó su hermano sin poder disimular una mirada de preocupación.

—Cuéntame lo que pasó a la mañana siguiente de mi baile de graduación. 

Pablo se apartó de ella. Puso agua a calentar y preparó dos tazas con café instantáneo.

—¿Qué pasa con eso?

—Dime lo que ocurrió realmente.

—Que Pedro se fue del pueblo.

—Ya lo sé. Dime algo que yo no sepa.

—¿Estamos hablando de papá y Pedro?

Paula se esforzó por mantener a raya a su estómago.

—Sí. ¿Qué pasó entre ellos? Quiero saber la verdad.

—De acuerdo —suspiró él—. Debería habértelo contado hace años. Incluso lo intenté un par de veces, pero tú siempre me cortabas. Así que me imaginé que no querías saberlo.

—Cuéntamelo ahora.