domingo, 13 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 37




Permanecía entre las sombras, vigilando a Paula mientras ella salía de las oficinas del periódico y se acercaba a su coche. Habían pasado cinco días desde la última vez que había matado. Cinco días desde que había visto la sangre de una mujer deslizándose por su cuello.


Era curioso, pero no esperaba disfrutar tanto de la muerte. Al principio, aquellos asesinatos sólo eran parte de un plan. Pero en aquel momento se habían convertido en algo mucho más importante. Los asesinatos ocupaban casi toda su mente.


Pero no podía continuar así eternamente. Antes o después, incluso un inútil como Pedro Alfonso podía terminar descubriéndolo. Pero para entonces, ya sería demasiado tarde. 


Demasiado tarde para Pedro. Y demasiado tarde para Paula




AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 36




Paula volvió a la oficina e intentó escribir un artículo para el que había estado investigando durante dos días. Trataba sobre los patrones de conducta de los asesinos en serie. Pero no conseguía concentrarse.


—¡Vaya, pareces muy desanimada!


—Ah, hola, Ron. Pues sí, lo estoy.


—Supongo que el caso del asesino en serie está empezando a afectarte.


—Sí, eso me temo.


—Los asesinatos venden mucho.


—Eso parece —dijo Paula—. Juan me ha dado hoy mismo una columna diaria, para que vaya informando sobre los adelantos de la investigación. Desgraciadamente, eso significa que tendré que estirar la escasa información que tengo hasta llenar una columna todos los días.


—Es una pena lo de Tamara Mitchell.


—Sí, lo es.


—Parece caerte muy bien. Debe de ser una joven muy agradable.


—Sí, me cae bien. Es joven, guapa, y está aterrorizada.


Ron asintió.


—Me lo imagino. Pero se comenta que tiene un policía en la puerta de su habitación.


—De momento sí. Pero pronto volverá a su casa y no sé qué ocurrirá entonces.


Ron se alejó de allí y Paula se puso de nuevo a escribir. Toda la ciudad estaba hablando de Tamara. Todo eran especulaciones, pero al parecer, Ron había oído al menos lo suficiente como para relacionar el accidente de Tamara con los asesinatos. Y si él había sido capaz de vincular ambas cosas, lo habrían hecho también otros muchos habitantes de Prentice.


Habían pasado cinco días desde que aquel hombre había matado a la segunda víctima. Los mismos días que habían transcurrido entre la primera y la segunda muerte. ¿Volvería a matar el asesino aquella noche?



AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 35





Se acercó a la ventana y fijó la mirada en el aparcamiento. El dolor de cabeza lo estaba destrozando.


—Hola, Pedro.


Aquella voz era como un trago de whisky, que ardía y sentaba bien al mismo tiempo. Se volvió y fijó en Paula la mirada. ¡Dios, estaba guapísima!


—¿Qué la trae por aquí, señorita periodista?


—Necesito hablar contigo.


—Has elegido un buen momento. Yo también necesito hablar contigo.


—¿Tiene algo que ver con Tamara?


—No. Tiene que ver con Daphne Green.


Paula exhaló un irritado suspiro, pero no desvió la mirada.


—¿Quién te ha dado derecho a investigar en mi pasado?


Pedro señaló la única silla vacía, de su despacho.


—Siéntate y hablaremos racionalmente de esto.


—No, gracias. No estoy dispuesta a sentarme con alguien que acaba de darme una puñalada por la espalda.


Pedro se acercó a la puerta de su despacho y la cerró.


—Te he investigado por una cuestión de rutina. Eso forma parte de mi trabajo.


—Una cuestión de rutina en el caso de que haya algún sospechoso. Pero yo no lo soy.


—Eres la única persona con la que se ha puesto en contacto el asesino. Formas parte del caso.


Paula dio media vuelta y fijó la mirada en la ventana.


—¿Qué has averiguado sobre mí, Pedro?


—Evidentemente, revisaron tus antecedentes penales antes de que comenzaras a dar clase en Atlanta.


—No encontraron nada malo.


—Lo único que hicieron fue asegurarse de que no tenías un pasado criminal. Pero nuestra investigación ha ido un poco más allá. Las huellas dactilares de Paula Chaves son las mismas que las de una adolescente que vivía en el Hogar para Niñas Grace hace diez años. Por lo visto tu verdadero nombre es Daphne Green.


—Te equivocas. No soy nadie, ni Daphne Green ni Paula Chaves. No tengo nombre. Ni ataduras. Ni parientes. ¿Eso es lo que querías saber? ¿Que no soy nadie? ¿Ya estás contento, Pedro?


—Lo siento, Paula, pero tengo que hacerte algunas preguntas.


—Muy bien, adelante.


—Antes me gustaría disculparme. Tienes razón, como siempre. No eres sospechosa de nada y tu pasado no es asunto mío. Pero te aseguro que eres alguien.


—Me temo que por muchos policías que pusieras a investigar, eso iba a ser difícil de demostrar. Pero hazme las preguntas que quieras.


—Yo no quiero hacer esto.


—Entonces lo haré yo por ti. ¿Qué fue de sus padres, señorita periodista? ¿Quién sabe? Alguien me encontró en un cubo de basura, en un callejón sin salida en Savannah cuando tenía menos de veinticuatro horas de vida.


—¿Eso fue lo que te dijeron en el hogar para niñas?


—No, lo leí yo misma en un viejo recorte de un periódico que conservaban de la noche en la que me encontraron. No soy nadie, Pedro. Y estaba cansada de no ser nadie. Por eso me cambié el nombre y dejé de explicarle a todo el mundo que me encontraron en un cubo de basura. Estaba cansada de ser yo.


No había ninguna sombra de amargura en su voz, sólo un tono distante, como si Paula se estuviera enfrentando a alguna suerte de lugar oscuro que en aquel momento no podía alcanzarla. Su enfado había desaparecido y lo único que quedaba ya era una ingenua vulnerabilidad. Como si deseara desesperadamente confiar en alguien, pero no pudiera hacerlo.


¡Maldita fuera! Eso era lo que le recordaba a Natalia. Aquella mirada. Natalia lo había mirado de la misma manera cuando la había encontrado en las calles. Y también más tarde, cuando estaba cerca del final y tenía tanto miedo.


—Dejé el orfanato cuando cumplí dieciocho años —continuó Paula—. Y estuve trabajando para poder ir a la universidad, donde después conseguí una beca de estudios. Pero en cuanto conseguí mi primer trabajo, me cambié el nombre. Esperaba poder olvidarme así de mi pasado. Pero me equivocaba. El pasado continúa aferrándose a mí, estoy tan firmemente atada a él como si me tuviera sujeta con cuerdas y cadenas… Por culpa de una pesadilla.


—Pero has recorrido un largo camino, Paula. Has conseguido muchas cosas y eres una periodista condenadamente buena.


—No me hagas la pelota, Pedro, no es tu estilo. Sobretodo cuando por mi culpa una joven ha sido seriamente herida. Y cuando hay un asesino que cree que él y yo somos pareja en este juego perverso.


¡Dios, se moría por abrazarla! Pero no sabía cómo reaccionaría después de lo que había pasado.


—Y si ya no tienes más preguntas que hacerme, me voy Pedro.


—Quédate un rato más. Podemos ir a hablar a alguna parte, tomar un café…


—No, gracias. Tengo trabajo.


—Todavía no me has dicho por qué has venido a verme.


—Olvídalo. Seguramente sólo era una idea estúpida de una periodista.


—Lo siento, Paula, no pretendía hacerte daño.


—No me lo has hecho. Al fin y al cabo, sólo estás cumpliendo con tu deber, detective.