miércoles, 4 de noviembre de 2015

EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 10




Pedro llevó una botella de whisky escocés a la mesita del salón y sirvió un poco en dos vasos. Su invitada estaba sentada con las piernas cruzadas, con un cojín apretado contra el vientre y los ojos clavados en la escena que se desarrollaba fuera, como si no pudiera creer lo que estaba viendo.


Pedro había visto unas cuantas tormentas desde que había construido esa casa, pero nunca una como aquella. El poderoso sonido de los truenos sacudía las paredes del edificio y la lluvia era como un río salvaje que se hubiera desbordado y quisiera llevarse todo a su paso. Era imposible discernir dónde acababa el cielo y dónde empezaba el océano.


La tensión podía palparse en el ambiente, tanto que Pedro sintió que debía hacer algo para romperla.


–¿Paula? – la llamó él, un poco preocupado por su acompañante, y le colocó el vaso en una mano– . Te aconsejo que bebas un poco. No solo porque es el mejor whisky de malta del mundo. Puede ayudarte a calmar tus nervios.


Con mano un poco temblorosa, Paula se llevó el vaso a los labios y bebió. Al instante, sus preciosos ojos violetas se llenaron de lágrimas. Luego, empezó a toser.


Pedro se acercó para darle unas palmaditas en la espalda, sonriendo.


–Te lo has bebido muy rápido, preciosa. Toma el próximo trago un poco más despacio, ¿de acuerdo?


–Lo tendré en cuenta – repuso ella, devolviéndole la mirada con una sonrisa– . Es un poco fuerte, ¿verdad?


–Es suave y dulce, pero puede resultar fuerte para una novata.


Mientras hablaban, una fiera explosión de relámpagos iluminó el salón.


–¡Ay, madre! – gritó ella y se lanzó a sus brazos.


Aunque sabía que era solo una reacción refleja, instigada por el miedo, a Pedro le complació que ella actuara como si lo necesitara. Nunca había experimentado una sensación así, reconoció él con el corazón acelerado.


El aroma de ella lo envolvió, mientras la rodeaba con sus fuertes brazos y la apretaba contra su pecho.


–No pasa nada, Paula. Nada va a hacerte daño, te lo prometo.


Al principio, ella se puso tensa al escucharlo. Luego, se relajó.


Aliviado, Pedro se alegró de que no lo apartara. A pesar de la tormenta que rugía en el exterior, una extraña sensación de paz lo invadía estando con ella. Era algo nuevo para él. 


Antes de eso, la única mujer hacia la que se había sentido protector había sido su madre. Sus relaciones íntimas se habían centrado solo en el sexo y el dinero. No era de extrañar, cuando se había ido distanciando cada vez más de sus sentimientos, reflexionó. Desde que su hermana había muerto, el fantasma de la pérdida y el dolor siempre había estado presente. La verdad era que le daba miedo…


Al notar que el suave peso que sujetaba entre sus brazos se hacía más sólido y escuchar la respiración profunda de Paula, Pedro comprendió que se había quedado dormida.


Había sido un día lleno de sorpresas, se dijo él. No solo por la inesperada ferocidad de la tormenta, sino porque estaba disfrutando de la compañía de su invitada, algo que le inquietaba. Su placer por poder comprar la tienda de antigüedades no había sido nada comparado con el placer de tener a Paula a su lado.


Frunciendo el ceño, Pedro se preguntó a qué podía deberse algo tan raro.


Entonces, se recostó en el respaldo del sofá y, sin pensarlo, cerró los ojos.


Lo primero que le asomó a la conciencia fueron los intentos de Paula por zafarse de sus brazos. Pedro maldijo en voz alta y, medio dormido, creyó que un atacante estaba intentando hacerle daño.


Se incorporó de golpe y agarró a su enemigo imaginario. Ella gritó, haciéndole volver a la realidad de inmediato. La tenía agarrada con fuerza de las muñecas.


Paula lo miraba con ojos aterrorizados. E indignados.


Aun así, Pedro se quedó hipnotizado por la deliciosa forma de los labios de ella. Sus preciosos ojos brillaban como estrellas. Mirarlos era como caer en otro sueño… del que no tenía prisa por despertar.


–Suéltame – rugió ella.


A pesar de que oyó sus palabras, Pedro no fue capaz de asimilarlas, mientras inclinaba la cabeza hacia ella. Su cuerpo ardía de deseo y solo el sabor de aquellos carnosos labios podía aliviar su hambre.


–Todavía no – susurró él, y la besó como si le fuera la vida en ello.


Por segunda vez, los labios de Paula le sorprendieron de la forma más grata. Lo más placentero fue cuando ella gimió con suavidad, sin resistirse a su lengua, y le dio la bienvenida como si lo ansiara tanto como él.


El cálido satén del interior de su boca incendió las venas de Pedro, mientras le sujetaba la cabeza para poder devorarla mejor. De nuevo, ella no protestó. Entonces, con el corazón a toda velocidad, él tuvo el presentimiento de que nunca volvería a ser el mismo.


Paula apenas podía creerse que Pedro Alfonso estuviera besándola con pasión. De pronto, la realidad se desvaneció a su alrededor. Nada de lo que estaba pasando tenía sentido. Aun así, tal vez, aquello no fuera tan increíble como parecía. El ambicioso hombre de negocios había logrado seducirla con sus inesperadas muestras de atención y amabilidad.


Primero, le había dado un consejo sobre cómo enfrentarse a sus miedos. Luego, le había preparado un delicioso plato francés. Y, por último, la había abrazado cuando los relámpagos habían anunciado el fin del mundo.


¿Era esa la razón por la que lo estaba besando con tanta pasión? ¿Era una forma de agradecerle su protección? ¿O respondía a un deseo oculto que había intentado bloquear?


Su padre siempre había intentado proteger a Paula y ella había confiado en él con todo su corazón. ¿Acaso esperaba encontrar algo similar en Pedro Alfonso? Sin embargo, aquel hombre no tenía nada que ver con su padre. El millonario era implacable y no dejaba que nada se interpusiera en su camino. A pesar de todo, cuando la había abrazado en medio de la tormenta, había confiado en él tanto como para quedarse dormida.


¿Cómo podía explicarse algo así? Lo único que sabía era que no había podido resistirse a él. La tenía embelesada… por su aspecto, por su olor, por su indomable masculinidad. 


Al darse cuenta, se sintió confusa. Debía tener cuidado, se advirtió a sí misma. Pedro no era más que un hombre acostumbrado a hacer lo que fuera para conseguir sus propósitos.


Cuando él apartó su boca con suavidad, acariciándole el pelo, y la sonrió con los ojos brillantes, Paula supo que era hora de poner fin a esa locura.


Si le explicaba por qué había sucumbido a ese beso, porque había estado estresada y preocupada por su jefe y asustada por la tormenta, él lo entendería.


Posando una mano en el pecho de su anfitrión, Paula dio un paso atrás.


–¿Adónde vas? – preguntó él con el ceño fruncido.


–No debería haber hecho eso. Lo siento.


–¿Por qué? ¿No te ha gustado?


–No es eso. He venido aquí solo para hacer negocios. Y no tienes la responsabilidad de reconfortarme solo porque me asusten los relámpagos.


–¿Te habría reconfortado tu novio si hubiera estado aquí?


–¿Qué tiene eso que ver?



–¿Lo habría hecho? – insistió él, afilando la mirada.


–No tengo novio – confesó ella, encogiéndose de hombros– . Por el momento, no estoy interesada en tener una relación.


–¿Es porque estás preocupada por tu jefe?


–No solo por eso. Quiero concentrarme en mi carrera. Cuando se cierre la tienda de antigüedades, tendré que buscarme otro trabajo.


–No creo que eso te sea difícil. Sabes hacer tu trabajo.


–Sí – repuso ella, levantando la barbilla– . Si no puedo encontrar algo adecuado en Londres, me iré al extranjero – indicó. Aunque irse del país no le resultaba una opción muy atractiva, lo haría si era necesario. Eso le sirvió para recordar cuáles debían ser sus prioridades– . Volviendo a la razón que me ha traído aquí… ¿No crees que es mejor que firmemos los documentos esta misma noche? Mañana por la mañana quiero llegar a tiempo al barco. Cuanto antes pueda regresar para ir a ver a Philip al hospital, mejor.


–No firmaré nada hasta que no esté seguro de que todo está en orden. Dame los papeles y los revisaré esta noche. Luego, veremos lo que pasa por la mañana.


Con la boca seca, Paula se levantó. El enigmático comentario de Pedro la dejó confusa y preocupada.


–¿Sugieres acaso que tal vez no quieras firmar?


Él también se levantó. Su expresión era seria y cerrada.


–No te equivoques. Quiero esa propiedad, eso no ha cambiado. Pero nunca firmo nada hasta que no estoy seguro.


–¿Quieres decir que me has hecho venir hasta aquí creyendo que ibas a comprar y que ahora no estás seguro? ¿A qué estás jugando? – le espetó ella, moviendo la cabeza con desesperación– . Debería haber sabido que no eres de fiar, pero nunca aprendo.


Pedro se acercó a milímetros de ella. Su cálido aliento le bañó la cara.


–¿A qué te refieres? ¿Es que alguien te ha engañado? ¿Fue ese exnovio tuyo, tal vez? Si es el caso, lo siento mucho. Pero yo no estoy jugando a nada, es la forma en que hago negocios. Me propongo un objetivo y, cuando sé que lo voy a conseguir, me gusta tomarme mi tiempo para saborear el premio.


Paula tragó saliva cuando él posó la mano en su mejilla. Era obvio que no hablaba solo de la compra de la tienda.


¿Acaso creía que iba a acostarse con él solo porque le había dado la bienvenida a aquel beso?, se preguntó ella, indignada. La había tomado con la guardia baja, eso era todo.


Era el momento de apartarle la mano y poner distancia entre los dos, se dijo a sí misma. Cruzándose de brazos, miró hacia la ventana. Aunque la tormenta no había cesado, parecía menos intensa y en retirada.


Aunque eso era un alivio, a Paula le producía ansiedad pensar que podía volver a casa sin la venta cerrada. Le esperaba una noche de insomnio, pues no le iba a ser fácil esperar a que Pedro le diera su decisión por la mañana.


Si él cambiaba de idea y decidía no comprar, lo único que ella podía hacer era irse con la cabeza gacha. No tenía el poder de hacerle cambiar de opinión. Y Pedro no parecía la clase de hombre que se dejara influir por la compasión.


Paula se temía lo peor. ¿Y si la salud de Philip empeoraba cuando le diera la mala noticia? Lo único que podía hacer en ese momento era mantener la calma y no dejar que su anfitrión adivinara sus miedos.


–Bueno, entonces, no queda mucho más que decir. Iré a buscar los documentos y te los daré para que los revises – informó ella, y se miró el bonito reloj de pulsera que su padre le había regalado en su veintiún cumpleaños– . Después,
me iré a dormir.


Cuando iba hacia la puerta, la voz grave y profunda de Pedro la detuvo de inmediato.


–Si hay más relámpagos durante la noche y tienes miedo, mi habitación está enfrente de la tuya. Tengo un sueño muy ligero, así que no dudes en llamar y entrar, ¿de acuerdo?


Apretando los puños, Paula esperó tener fuerzas para no sucumbir a la tentación que aquel imponente espécimen masculino le proponía.


–Seguro que estaré bien – repuso ella– . Usaré la técnica que me aconsejaste y recordaré que mis miedos son solo ilusiones.


Cuando salió del salón, a Paula le pareció oírlo reír.







EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 9





Pedro le tendió un delantal blanco y se remangó la camisa. 


La piel bronceada de sus brazos parecía suave y sedosa y estaba cubierta de una fina capa de vello oscuro.


Mientras la lluvia golpeaba contra el tejado con incesante fuerza y las olas pintaban la costa de espuma helada, él le daba instrucciones sobre dónde encontrar los ingredientes. 


El frigorífico era inmenso y parecía sacado de una película de ciencia ficción. Los cajones se abrían con solo tocarlos o al poner una mano delante de un sensor.


Con el corazón acelerado, Paula se dijo que nunca había soñado con verse en un lugar así. La actitud de superioridad de Pedro la inquietaba y la hacía sentir incómoda.


Ella nunca había sido la clase de mujer que se dejaba impresionar por un hombre. Las cualidades que ella buscaba en el sexo opuesto eran honradez, buen corazón y lealtad.


En una ocasión, se había dejado engañar por un corredor de bolsa que le había pedido que se casara con él. Pero, aunque sus declaraciones de amor incondicional la habían confundido al principio, ella pronto había descubierto que no había sido más que un juego. La ambición por ascender en su carrera y hacer más dinero había sido la prioridad para él. 

Cuando se había enterado de que le había estado siendo infiel con otras mujeres, ella había roto la relación al instante.


 Y se había jurado no volver a cometer el mismo error jamás.


El hombre por quien su madre había abandonado a su padre también era ambicioso y arrogante. A Paula nunca le había gustado. David Carlisle había encandilado a su madre con su dinero y su aspecto, solo porque había alimentado su ego quitarle la mujer a otro hombre y destruir su familia.


Cuando su madre, Ruth, se había ido, había sido la primera vez que Paula había visto llorar a su padre.


Pedro Alfonso estaba cortado por el mismo patrón que su ex y el segundo marido de su madre. Por eso, ella tenía muchas razones para no confiar en él. Para empezar, él mismo le había confesado que, respecto a las mujeres, le gustaba tomar lo que su dinero y posición le brindaban.


Mientras tanto, allí estaban, en ese remoto santuario en una isla escocesa, a miles de kilómetros de la civilización. Al día siguiente, si todo iba bien, el barquero la recogería por la mañana.


Sin embargo, a pesar de todos sus recelos, Paula no podía olvidar el momento en que sus ojos se habían entrelazado con los de Pedro, incendiados por el deseo. Durante un instante de locura, había tenido la urgencia de rendirse a la salvaje atracción que la había invadido. ¿Cómo podía explicarse algo tan irracional?


La única razón que podía encontrar era que había tenido la guardia baja, después de todo el estrés que había soportado en las últimas semanas. Philip seguía en el hospital y, de un día para otro, había decidido venderle su tienda a Pedro.


Una cosa estaba clara. Paula haría todo lo que pudiera para evitar que aquel momento de debilidad se repitiera. De hecho, no descansaría hasta ver los documentos firmados y el dinero ingresado en la cuenta de Philip. Luego, se convencería a sí misma de que había hecho lo correcto y lo mejor para el hombre que había sido su mentor durante tantos años.



*****

Después de haber contemplado cómo Pedro preparaba la comida más sublime en un momento, Paula tuvo que admitir que el tipo era un artista.


Era fascinante verlo trabajar con sus manos. Tanto si cortaba cebollas sobre una tabla, como si esparcía las especias con los dedos sobre la comida, o removía los ingredientes en una sartén, se sentía cada vez más intrigada por él. Con un aspecto de suma concentración, parecía como si su mente volara a otro mundo cuando cocinaba. Al mismo tiempo, verlo realizar una actividad tan mundana le daba un halo mucho más humano.


–Estará lista pronto. ¿Quieres probarla?


Medio en trance,Paula lo miró sorprendida. Él tomó una cucharada de olorosa comida de la sartén y se la acercó a la boca.


Sus penetrantes ojos azules brillaron cuando ella gimió de placer al probar lo que le había ofrecido.


–¡Está delicioso! Nunca había probado algo tan increíble en toda mi vida.


–¿No? Eso me da ganas de darte más cosas deliciosas para que las pruebes.


Paula se sonrojó al instante con una mezcla de vergüenza e irritación.


Entonces, Pedro dio un paso hacia ella.


–Tienes un poco de salsa al lado de los labios. Deja que te la limpie.


Con el pulgar, se la limpió, despacio. Sus movimientos parecían, más bien, una especie de juego erótico y, sin remedio, encendió una llama dentro de Paula muy difícil de apagar.


Todo su cuerpo comenzó a arder en ese mismo momento. 


Atrapada por su mirada, lo único que ella pudo hacer fue quedarse allí embobada. Aunque su intuición le gritaba que tuviera cuidado. Sin querer, se estaba comportando como si estuviera disfrutando de sus atenciones. Cielos, Pedro Alfonso no necesitaba tener a otra mujer babeando alrededor de su ego, se reprendió a sí misma.


Dando un paso atrás, Paula agarró un trapo de cocina y se limpió los labios, como si así pudiera quitarse de encima la sensación de su contacto.


Pedro la observó, sonriendo.


–Espero que no te ponga nerviosa, Paula. Te he dicho ya que no muerdo – comentó él de buen humor– . A menos que quieras que te muerda…


A Paula le latía el corazón a toda velocidad. Haciendo un esfuerzo, se enderezó e intentó lanzarle una mirada fría.


–A lo mejor te crees que a todas las mujeres les gustan tus juegos… o piensas que debería sentirme halagada por tu atención, pero te aseguro que conmigo te equivocas. Ahora, creo que es mejor que vaya a poner la mesa mientras tú terminas la cena.


Acto seguido, Paula sacó cubiertos de un cajón y, sin esperar su respuesta, salió de la cocina con la cabeza bien alta, rezando por recordar cómo se llegaba al comedor.








EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 8





Aliviada al encontrar un secador en el lujoso baño de su habitación, Paula se sentó en la cama y comenzó a secarse el pelo. Mientras, se sumergió en las vistas del mar encrespado y el cielo cada vez más negro, un poco asustada por la cercanía de la tormenta.


Debía controlar sus infantiles temores, se reprendió a sí misma. Sin embargo, no conseguía calmarse al pensar que iba a tener que enfrentarse a aquella manifestación de la naturaleza embravecida… con Pedro Alfonso a su lado. 


¿Se reiría de ella cuando descubriera que le daban miedo los relámpagos?


Por otra parte, por alguna razón, intuía que aquel hombre debía de tener una sensibilidad especial. ¿Cómo, si no, habría podido encontrar belleza en aquel lugar y elegirlo para construir su refugio privado?


Al ir a dejar el secador, Paula se topó con su reflejo en el espejo. Tenía la tez blanca como el mármol y los ojos violetas muy abiertos y asustados.


¿Qué diablos le sucedía? ¿Era solo la tormenta lo que le asustaba? ¿O era la idea de estar con Pedro?


Impaciente consigo misma, volvió al dormitorio. Dejó su jersey negro en una percha y se puso otro rosa en su lugar. 


Después de pellizcarse un poco las mejillas para darles un toque de color, regresó al salón.


Encontró a Pedro sentado en uno de los sofás que había delante de los ventanales, con los ojos puestos en la distancia. Había dos tazas humeantes sobre la mesa.


Al verla llegar, él sonrió. Y, al ver su sonrisa, ella se olvidó de su propio nombre. Nunca había tenido delante a un hombre tan guapo… Jamás había experimentado un deseo tan poderoso hacia nadie, tanto que la dejaba sin respiración.


Pedro le dio un vuelco el corazón. Invadido por una irresistible atracción, se quedó hipnotizado mirando a la hermosa mujer vestida con vaqueros y un infantil jersey rosa. 

¿Qué tenía aquella elfina de ojos violetas que le impedía pensar con claridad? Desde luego, no se parecía en nada a las mujeres exuberantes con las que solía mezclarse.


Consciente de que se había quedado embobado, él carraspeó. Luego, tomó una de las tazas y se la tendió a su invitada.


–Veo que has encontrado el camino al salón. Te he preparado chocolate. ¿Por qué no te sientas y te lo tomas antes de que se enfríe?


–Gracias – dijo ella, y se sentó con su taza en el otro extremo del sofá.


–¿Por qué no te sientas más cerca? No voy a morderte – dijo él, sin poder ocultar su irritación.


–Suena como una invitación del lobo malo – bromeó ella, frunciendo el ceño.


–¿Es que te identificas con Caperucita Roja?


–¿Por qué no? Era una chica muy lista. Supo ver las intenciones del lobo desde el principio. Adivinó que no era bueno.


Entonces, al mismo tiempo que ella se sonrojaba, a Pedro le subió unos grados la temperatura.


Sin hacer caso alguno de su provocadora invitación de sentarse más cerca, Paula le dio un sorbo a su chocolate y se lamió los labios. Sin remedio, él posó los ojos en su boca y recordó el beso que le había dado en la tienda de antigüedades. Poniéndose tenso, recordó el sabor de sus suaves labios y la marea de deseo que lo había invadido.


–¡Cielos, está riquísimo! – exclamó ella con una sonrisa– . ¿Cómo lo has hecho?


De nuevo, Pedro tuvo que esforzarse en salir del trance en que había caído.


–Mi padre me enseñó. Es experto en hacer el chocolate más delicioso del mundo. Solía decirme que, si se lo preparaba a la mujer de mi vida, ella me amaría para siempre – confesó él.


–¿Y se lo has hecho a la mujer de tu vida?


Pedro no se tomó la pregunta a la ligera. Nunca había dejado que una pareja se acercara lo bastante a su corazón ni, mucho menos, había considerado que ninguna fuera la mujer de su vida.


–No. No tengo una mujer en particular en mi vida – contestó él a regañadientes– . Ni quiero tenerla. Creo que es mejor mantenerme libre.


–¿Quieres decir que prefieres tener un abanico de opciones para elegir en vez de estar con una sola?


–Supongo que sí – admitió él con la mandíbula tensa.


–Entonces, supongo que soy una privilegiada por que me hayas preparado chocolate caliente, sobre todo, porque no tengo ninguna intención de unirme a tu harén privado – comentó ella con gesto pensativo.


–Así es – repuso él con los dientes apretados. ¿Por qué diablos le había mencionado el comentario que su padre solía hacerle? No solo le había dado indicios a Paula de que le gustaba, sino que, al hablar de su padre, se sentía culpable por llevar tanto tiempo sin ir a verlo.


De pronto, Pedro se puso en pie y se acercó a la ventana. 


Por un instante, se dejó cautivar por las olas que rompían con furia contra las rocas de la costa.


–La tormenta está empeorando – murmuró él.


–¿Eso te preocupa?


–Las tormentas no me preocupan en absoluto – contestó él, volviéndose hacia ella con una sonrisa– . No me dan miedo, si es lo que me preguntas. Cuanto más salvajes son, más me gustan. Lo impredecible de la naturaleza es un recordatorio de que no podemos tenerlo todo bajo control, como has comentado antes,Paula.


–Lo siento, pero no pensé que pudieras ser tan filosófico – observó ella, sorprendida– . Yo creí que te gustaba tenerlo todo bajo control.


Durante un momento, Pedro reflexionó sobre su observación. No estaba acostumbrado a que la gente le revelara lo que pensaba de él. Era cierto que le gustaba tener las cosas bajo control, pero no le agradaba que se lo echaran en cara. Tampoco se sentía cómodo cuando otros dirigían la conversación hacia terrenos demasiado personales. Odiaba sentirse expuesto y que se descubriera que podía ser tan vulnerable como cualquier persona.


–¿Y qué me dices de ti, Paula? ¿Te gustan a ti las tormentas?


Ella dejó la taza sobre la mesa con gesto de incomodidad.


–No mucho. Si te digo la verdad, me asustan. No es tanto por la lluvia o por el viento, ni siquiera por los truenos. Es por los relámpagos. Siempre me han dado miedo. Una vez, cuando era pequeña, presencié una tormenta que me aterrorizó. Un rayo alcanzó nuestro invernadero y rompió todos los cristales. Fue como una bomba. Yo estaba tan asustada que no quería volver a dormirme, por si se repetía. Sin duda, aquello me dejó traumatizada para siempre. A veces, he pensado en buscar ayuda profesional para superar mi fobia.


Intrigado por su historia, Pedro se sentó a su lado.


–No es ayuda profesional lo que necesitas, ma chère, sino coraje.


–No soy una cobarde.


–No he dicho que lo seas. Todo el mundo tiene miedo de algo. Es humano. No, lo que digo es que te enfrentes a tus miedos cara a cara. Tienes que verlos como son.


–¿Y cómo son? – preguntó ella en un murmullo.


Entonces, Pedro se la imaginó como la niña que había sido, demasiado asustada como para volverse a dormir después de aquel rayo. Y un tremendo instinto protector se apoderó de él.


–Son solo ilusiones. Pensamientos que no te hacen bien. No dejes que se apoderen de ti o dictarán lo que puedes hacer y lo que no durante el resto de tu vida.


–¿Es así como te enfrentas tú a tus miedos, Pedro?


Por unos instantes, él se sintió inundado de calidez al escuchar su nombre en labios de ella.


–Por suerte, apenas tengo miedos. Pero sí, es así como lo hago.


–¿Siempre?


–No dejo que nada me impida conseguir lo que quiero, Paula.


–¿Por eso das la impresión de que nunca tienes miedo?


Pedro no le gustó la sombra de duda que sembraba su comentario, como, si tras su fachada de seguridad, pudiera ser de otra manera. De nuevo, Paula Chaves estaba tocando su talón de Aquiles.


Le molestaba sobremanera que una mujer pudiera hacerle sentir tan inestable. Así que se esforzó en reforzar su posición cuanto antes.


–Lo que ves en mí es lo que hay, preciosa. No necesito fingir nada. Si lees mi currículum, verás que es verdad. Mi éxito habla por sí mismo. Ahora, aunque es muy interesante, creo que deberíamos interrumpir esta conversación. Tenemos que comer algo y tengo la intención de preparar la cena yo mismo.


Sorprendida, Paula se puso en pie.


–No quiero causarte ninguna molestia. Un tentempié sencillo bastará.


–Si le dices eso al chef, te echarán del restaurante. La comida es algo más que combustible, Paula. La buena comida es maná del cielo. Un simple tentempié no lo es, y no obtendrás tal cosa de mí.


Colocándose un mechón de pelo tras la oreja, ella se sonrojó.


–No pretendía ofenderte. Pero, si vas a preparar la cena, lo menos que puedo hacer es ayudar.


Pedro le encantó la idea y sonrió.


–¿Tus talentos van más allá de ser la aplicada y leal secretaria en una tienda de antigüedades?


–No soy ninguna secretaria – repuso ella, ofendida– . Soy la encargada de la tienda.


–Ah… Eso me dice que te importa que te admiren y valoren por tus logros. No somos tan distintos, después de todo. Bien, puedes ser mi segunda chef esta noche. Vayamos a la cocina.