lunes, 21 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 29





Al día siguiente, Paula abrió su taquilla, se puso una chaqueta y se dirigió a la reunión del comité de festejos. Era a las tres y media en el comedor.


El comité estaba formado por quinceañeros que se dedicarían a discutir sobre decoración, refrescos, música y cosas por el estilo, y la perspectiva le resultaba bastante agradable. Resultaba muy refrescante, y se sintió en deuda con Donna por haberle permitido que regresara a su juventud.


Se le ocurrió pensar que pondría su nombre a la primera hija que tuviera, pero enseguida se dijo que no esperaba tener hijos pronto. Marcos ya no era un horizonte en su vida. Si conseguía sobrevivir, hablaría con él en cuanto regresara a Dallas.


Antes de contemplar el asesinato de Merrit, nunca había pensado en la posibilidad de tener hijos. Pensaba que no tenía tiempo para ser una buena madre, y no quería cometer los errores que habían cometido sus padres. Marcos estaba de acuerdo, y ésa había sido una de las razones añadidas para plantear un matrimonio de conveniencia.


En cualquier caso, encontrar al hombre adecuado no resultaba nada fácil. Nunca había conocido a ninguno que la satisficiera; al menos, a ninguno que estuviera soltero. Hasta que conoció a Pedro. Estaba segura de que Pedro sería un excelente padre, y un marido igualmente maravilloso.


En aquel momento, se detuvo. Acababa de tener una terrible sospecha. Cabía la posibilidad de que estuviera enamorada de él.


Se dijo que sólo era deseo, pero había deseado a otros hombres a lo largo de su vida y no cabía ninguna comparación. La diferencia entre ellos y Pedro era evidente. 


La diferencia estribaba en que se había enamorado del profesor, pero no sabía qué hacer.


La noche anterior había hablado con Donna. Le había contado que los chicos decían que mantenía una relación con Pedro, y que alguien había dicho que lo había visto salir de su casa a las tres de la madrugada. Donna dijo que no le habría importado que fuera cierto, pero que no era así. Su amiga le confesó que estaba enamorada de él, pero también dijo que Pedro no sentía lo mismo por ella.


Así que tenía el campo libre, y eso la obligaba a tomar una decisión muy difícil. Tenía que decirle a Pedro lo que sentía. 


Era la única solución. De ese modo, no se rendiría sin luchar.


No se alejaría de él sin saber lo que habría podido pasar de haber tenido la valentía necesaria para confesar su amor.


Justo entonces miró a su alrededor y vio que el pasillo estaba casi vacío. Si no se daba prisa, llegaría tarde.


Cuando llego al comedor, contó a los presentes. Siete chicas y cinco chicos. Entre ellos se encontraban Wendy, Jessica y Tony. También reconoció a los demás, aunque no recordaba sus nombres.


Donna presidía la mesa, y tenía una carpeta entre las manos. Cuando la vio, sonrió.


—Vaya, ya has llegado. Estaba a punto de borrarte de mi lista de voluntarios —declaró, antes de volverse a los demás—.Para los que no la conozcáis, me gustaría presentaros a Sabrina Davis. La he invitado a unirse al comité porque su anterior instituto hace unas fiestas magníficas. Pero siéntate, Sabrina. Estábamos hablando sobre el tema a elegir.


Todos los presentes miraron a Paula, que se quitó la chaqueta y se sentó. En su carrera profesional había hecho multitud de presentaciones y conferencias de prensa. Pero estaba convencida de que ningún auditorio era más complicado que un grupo de jóvenes.


—Bueno —dijo Donna—, primero escucharé vuestras propuestas y luego decidiremos. Catherine, ¿por qué no empiezas tú?


—¿Tengo que empezar yo? ¿No podría hablar más tarde?


Donna asintió.


—Por supuesto, no hay ningún problema. ¿Y tú qué dices, Russ? ¿Tienes alguna idea?


—No, la verdad es que no.


—Sería la primera vez que tuviera una idea —murmuró Wendy.


Donna decidió intervenir.


—Os advierto que estoy dispuesta a echar de la reunión a cualquiera que no se comporte como es debido. No te preocupes, Russ, esto no es un examen. Si se te ocurre algo más tarde, dínoslo. ¿Y tú, Kevin, tienes alguna idea?


Kevin bajó la mirada, avergonzado.


Donna sonrió y dijo:
—Bueno, alguien tiene que empezar. Si todos os mantenéis en silencio no llegaremos a ninguna parte.


—Es cierto, tienes razón —dijo Jesica—. Vamos, Kevin, piensa un poco.


Dos días antes, Jesica no se habría atrevido a abrir la boca. 


Y Paula sintió cierto orgullo por la nueva actitud de la joven.


—Ya tuvo que hablar la niña mimada de los profesores —espetó Wendy.


—¿Sabes una cosa, Wendy? Estoy realmente cansada de que intentes ridiculizar a todos los demás. Deja de comportarte de ese modo y empieza a hacerlo con cierta madurez.


Wendy cerró la boca, y varios chicos sonrieron.


—De acuerdo, tengo una idea —empezó a decir Kevin—. El año pasado hicimos una fiesta temática en plan nostálgico, con máquinas de discos y cosas así. De modo que este año podríamos hacer lo opuesto. Una fiesta futurista.


—Buena idea, Kevin. La apuntaré —dijo Donna—. ¿Y tú, Heather, tienes algo que decir?


—El año pasado empecé a hacer submarinismo, y os aseguro que estar bajo el agua es un experiencia increíble. Creo que podríamos utilizar el tema del mar como elemento central de la fiesta.


—Excelente —dijo Donna—. Ya lo he apuntado. ¿Más sugerencias?


En general, las chicas se decantaron por los temas románticos y los chicos por cosas más activas. La idea de Wendy no despertó demasiadas simpatías entre los presentes, y al final le tocó el turno a Paula.


—Creo que podríamos hacer una fiesta mágica. Una fiesta sobre la magia. Es un tema que da mucho de sí.


Paula lo sabía porque había organizado varias funciones benéficas, con magos, en Dallas. Y los resultados habían sido excelentes.


Pasaron la hora siguiente discutiendo sobre la fiesta. Al final, aprobaron por unanimidad que contratar a un mago podía ser un complemento excelente al habitual grupo de música.


Después, decidieron que se reunirían todas las semanas, en el mismo sitio y a la misma hora, para discutir los detalles.


Cuando la reunión terminó, todos estaban de buen humor. 


Todos, excepto Wendy. La reina había perdido el trono, y no le había hecho demasiada gracia. Paula no tenía intención de interponerse en su camino, pero los hechos se habían empeñado en lo contrario.


—Sabrina, espera —dijo Donna, antes de que se marchara—, quería darte las gracias por habernos ayudado. ¿Quieres que te lleve a casa? Nadie pensará nada raro si te llevo a casa después de la reunión. Hace mucho frío, y me sentiría culpable si fueras andando.


Paula no quería acompañarla. Viajar con ella significaba hablar sobre Pedro, y no era un tema que quisiera tratar en aquel momento.


—No te preocupes. Me apetece dar un paseo, en serio. Necesito un poco de ejercicio.


Donna frunció el ceño y suspiró.
—Al menos podías utilizar el coche de mi abuela los días de lluvia. No lo usa nunca, y sólo sirve para acumular polvo. Además, no creo que sea muy conveniente que vayas andando por ahí.


—De acuerdo. La próxima vez que llueva tomaré el coche. Pero me temo que va a llamar la atención.


El coche de la señora Kaiser era muy lujoso, demasiado para un instituto.


—Sí, supongo que es cierto —dijo Donna, sonriendo—. En fin, ve a dar tu paseo. Te llamaré esta noche.


—Estaré en casa.


Paula se despidió de su amiga con un gesto de mano y se dirigió a la salida del instituto. La reunión había sido muy larga y ahora tendría que apresurarse si quería llegar a casa antes de que anocheciera.


A unos cuantos metros de distancia caminaban Wendy y Tony, que iban de la mano. Tony se inclinó sobre la joven para besarla, pero la joven salió corriendo, para jugar, y su acompañante la persiguió de buena gana. Poco después, desaparecieron en un pasillo lateral.


Paula se había detenido sin darse cuenta. Se sentía sola, más sola que nunca. Oyó que alguien cerraba una taquilla en alguna parte del edificio, y que alguien estaba limpiando los suelos con una aspiradora, en una de las clases vacías. 


Siguió caminando, lentamente, pero en seguida sintió la necesidad de salir de allí, de respirar un poco de aire puro. 


Sentía deseos de gritar.


Había acelerado tanto que al llegar al siguiente pasillo tropezó con un hombre. Automáticamente pensó en Bruce, pero era Pedro.


—¡Pedro! —dijo, con ansiedad.


—Tranquilízate. Sí, soy yo. ¿Te he hecho daño?


—No, en absoluto. No estaba mirando y me he tropezado contigo. ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.


—Esperarte a que salieras de la reunión. Tengo algo que decirte.


—Muy bien, te escucho —dijo, ligeramente asustada.


—Hace un rato he comprobado mi correo en la sala de profesores, y había un mensaje nuevo que...


Pedro no terminó la frase, porque en aquel momento oyeron voces que se acercaban.


—Serán el resto de los chicos que han asistido a la reunión —dijo ella.


Pedro echó un vistazo a su alrededor, la tomó de la mano y la llevó a una habitación. En realidad era una sala pequeña que utilizaban para almacenar objetos de limpieza. Entraron en ella y Pedro cerró la puerta.


—Cuando se cierra, no se puede abrir desde afuera. Pero se puede abrir desde dentro —declaró Pedro.


Acto seguido, puso un dedo sobre los labios de Paula para que no dijera nada. Pero no era necesario, porque Paula no habría sido capaz de hablar.


Mientras tres o cuatro alumnos pasaban por delante de la puerta, ella miró a Pedro con los ojos de una mujer enamorada. Su pelo oscuro estaba algo revuelto; tenía una nariz bastante grande, pero recta y noble; y su mandíbula era cuadrada, autoritaria y muy masculina, sobre todo cuando tenía barba de dos días, como entonces.


Habría dado cualquier cosa por tocarlo, por acariciar su cabello, su cara y su boca. De hecho, deseaba besarlo con tantas fuerzas que alzó la cabeza. Pedro lo notó y bajó la mirada.


Acababa de descubrirla mientras lo observaba con admiración, y por si fuera poco no podía alejarse de él. El aire se cargó de tensión y su respiración se aceleró de inmediato. Sin poder hacer nada, notó que el color de los ojos de Pedro cambiaba del marrón al verde.


Sólo podía hacer una cosa. Interesarse por lo que Pedro quería decirle.


—Yo... ¿qué querías contarme, Pedro? has dicho que había un mensaje en tu correo.


Pedro tardó unos segundos en responder, como si estuviera pensando en otra cosa.


—Ah, sí. Era un mensaje de Irving Greenbloom. Quería que me pusiera en contacto con él tan pronto como me fuera posible, así que lo llamé por teléfono desde la sala de profesores. Dos productoras están interesadas en mi guión, e Irving va a ir a Houston el viernes para discutir los términos de la negociación conmigo. Cree que tengo grandes posibilidades de hacer la adaptación del guión, siempre y cuando me interese.


—¿Hacer la adaptación? ¿Para qué?


—Ya sabes, todos los directores cambian los guiones a su antojo. Y generalmente se trata de cambios bastante importantes, así que suelen contratar a escritores o guionistas de confianza para que adapten los guiones al gusto de los directores. Puede ser una magnífica oportunidad para mí, Paula.


—¿Cuándo te marchas a Houston?


—No lo sé. Ni siquiera sé si voy a hacerlo. En realidad, no lo he pensado.


—Lo has conseguido, Pedro, y estoy tan orgullosa de ti... Si pudiera te invitaría a marisco y a champán. Pero tendrás que contentarte con mis felicitaciones.


Paula sonrió, al igual que Pedro, que se pasó una mano por el pelo con cierto nerviosismo.


—Preferiría contentarme con un abrazo —dijo él.


Paula se arrojó a sus brazos de buena gana. 


Apretó la cara contra su pecho, de manera que podía escuchar los latidos de su corazón, y era una sensación tan maravillosa que habría pasado allí el resto de su vida. Después, cerró los ojos y aspiró su aroma.


—Hueles tan bien... —murmuró ella.


—Tú sí que hueles bien —dijo él—. Tu cabello huele a melocotón. ¿Sabías que es mi fruta preferida? A veces he pensado que lo hacías a propósito, para volverme loco.


—No, es que en la casa de invitados de los Kaiser tienen toda una gama de productos con olor a melocotón. Jabón, champú, lociones, polvos de talco y hasta aceite para dar masajes. Pero el aceite no lo he usado hasta ahora. No sé, tal vez lo haga pronto. ¿A ti qué te parece?


—Me parece que te gusta vivir peligrosamente.


—Depende de lo que entiendas por peligro. No me gusta saber que en algún lugar hay una bala con mi nombre, pero me gusta volverte loco. Te está bien empleado, por despertar mis celos. Dime una cosa, Pedro, ¿por qué besaste aquella noche a Donna con tanto apasionamiento, como si quisieras acostarte con ella?


Pedro suspiró.


—Fue una especie de experimento. Quería saber si era capaz de acostarme con ella.


—¿Y qué descubriste?


—Ya te he contestado a eso.


—No, no lo has hecho. Has dicho que no quieres mantener una relación con ella, no que no la desearas.


—Pues no la deseo.


Paula estaba tan aliviada que tardó un segundo antes de darse cuenta de que Pedro le estaba quitando el macuto que llevaba a la espalda.


—¿Qué haces?


—En primer lugar, librarte de eso.


Pedro le quitó el macuto y lo dejó en el suelo.


—Y ahora pienso liberarte de esta maldita chaqueta, que por cierto, no me gusta nada —continuó, mientras se la quitaba—. Así podré ver el vestido morado que llevas. Me encanta. 
Y ahora, Paula Chaves, vamos a hacer un pequeño experimento.


—¿En serio? —preguntó, con debilidad.


—En serio.


Pedro la tomó por la cintura, la atrajo hacia sí y bajó la cabeza.




BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 28




Eliana llevaba unos minutos corriendo, para calentar los músculos. Tenía un entrenamiento con el equipo una hora después, y le pareció un incentivo perfecto para correr un poco más.


Aunque estaban en febrero, hacía un día bastante cálido y Eliana empezó a sudar en seguida. Pero esperaban un frente frío en los días siguientes, y la consecuente bajada de las temperaturas. Las gentes de Houston tenían un dicho: «Si no te gusta el tiempo, espera cinco minutos y cambiará».


—¿Por qué quería hablar Alfonso contigo? —preguntó a su acompañante, sin dejar de correr.


Sabrina no contestó.


—¿Te ocurre algo, Sabrina? ¿Algún problema con Alfonso?


—¿Problemas? No, ningún problema. Sólo quería preguntarme por el silencio que mantuve durante el pequeño debate, eso es todo. ¿Puedes creerlo? No te preguntó a ti, aunque apenas hablaste. Pero yo no dije nada sobre su maravilloso trabajo —comentó con ironía—, así que quería saber si me ocurría algo. ¿Hablo tanto normalmente como para llamar la atención cuando no lo hago?


—Bueno, no sé si hablas demasiado o no, pero no te importa dar tu opinión, y eso es bueno. Las clases son mucho más divertidas desde que llegaste. Y creo que Alfonso ha sido muy amable al interesarse por ti.


—¿Amable? —preguntó, mientras aceleraba el ritmo.


Eliana aún no había conseguido alcanzar el ritmo de Sabrina, aunque había mejorado mucho durante las últimas semanas. Las dos mujeres habían establecido una relación muy especial; Sabrina se había convertido en una especie de enciclopedia ambulante para Eliana, una enciclopedia con todo tipo de información útil para sentirse mejor y aumentar su estima.


En aquel momento notó un movimiento en la pared de ladrillo del edificio que albergaba el gimnasio. Se abrió una puerta y apareció un chico en pantalones cortos, sin camiseta, que empezó a hacer unos cuantos estiramientos. 


Era Tony Baldovino.


Sabrina bajó el ritmo de inmediato.


—Tranquilízate, no pasa nada. Seguiremos corriendo como habíamos pensado.


—Debí ponerme algo más interesante —dijo Eliana.


—Venga, Eliana, Tony es como el resto de los chicos que vemos por aquí. Sólo quiere hacer ejercicio, eso es todo. Ni siquiera habrá notado nuestra presencia.


Tony terminó de calentar enseguida, y cuando las vio, sonrió. 


Aquella sonrisa bastaba para que el corazón de Eliana se acelerara peligrosamente, y Paula lo notó.


—Eliana, mírame. No pierdas el ritmo de la respiración.


Tony empezó a correr, y segundos más tarde se había puesto a la altura de Sabrina.


—Hola, chicas. ¿Os parece que lo hago bien?


—Sólo si quieres parecer aún más estúpido que nosotras —respondió Sabrina, sonriendo—. O si estás intentando desahogar tus frustraciones con un poco de ejercicio. Haz como si Alfonso corriera delante de ti. Conmigo funciona.


Tony rió.


—No es mala idea. Pero yo necesito correr más deprisa. Que os divirtáis. Ya nos veremos.


—Sí, supongo que nos doblarás enseguida.


Tony rió y se alejó en la distancia.


—¿Lo ves? No ha sido tan malo —dijo Sabrina.


—No ha sido tan malo porque estás conmigo. Si hubiera estado sola, habría sido mucho peor.


—Es probable.


Eliana la miró con sorpresa.


—Eliana, actúas como si llevaras un cartel que dijera: métete conmigo. Das por sentado que la gente quiere tomarte el pelo, que van a excederse contigo. Y mientras sigas haciéndolo, es posible que lo consigas.


—Haces que parezca como si yo deseara que se metan conmigo. Pero no es así.


—Si tú lo dices...


—Vamos, Sabrina. Ya has visto cómo se comporta Wendy conmigo, por ponerte un ejemplo. Yo no le he hecho nada, y desde luego no le he pedido que me trate de ese modo. Ni siquiera sé por qué lo hace.


—Te trata así porque se lo permites. Es una estúpida, y disfruta metiéndose con la gente. Es cierto que también lo hace con personas que se defienden, pero los que se defienden salvan su estima. Confía en mí, sé de lo que estoy hablando. Hasta las personas que nos quieren se limitan a tratarnos como nosotros queremos que nos traten. Piensa en Tony, por ejemplo. Es un buen chico. Se ha acercado a nosotras para tomarnos el pelo, pero es cierto que tenemos un aspecto algo estúpido. ¿Y qué? Lo he aceptado, y todos nos hemos reído. Si hubiera reaccionado de otro modo sólo habría caído en un victimismo inútil.


Eliana suspiró.


—Se me ocurren peores cosas que ser víctima de Tony.


—Tienes razón.


Eliana rió.


De repente, las dos mujeres estaban riendo. Y reían tan alto que tuvieron que detenerse.


—Bueno, creo que ya no podemos seguir. ¿Te parece que lo dejemos para otro día? —preguntó Paula.


—No, hagamos un par de kilómetros más.


—¿En serio? Me dejas anonadada.


Tony pasó ante ellas en aquel instante, ajeno a su conversación.


—Haremos de galgos —dijo Eliana, riendo—. La primera que alcance al conejo, gana.



BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 27




—Aún no sé lo que haré —declaró Paula, al cabo de unos segundos—. No estoy segura de haber entendido bien el trabajo.


Pedro pensó que estaba mintiendo. 


Normalmente, Paula no necesitaba que le explicaran dos veces la misma cosa. Era evidente que le pasaba algo.


—¿De verdad? Bueno, en tal caso intentaré ser más claro. ¿Al leer la obra de Steinbeck, no has reconocido a alguien, a algún amigo, conocido o familiar, en alguno de los personajes? ¿No has sentido algo especial en alguna escena? Si lo has hecho, es posible que hayas identificado la situación con alguna experiencia, tal vez personal.


La expresión de asombro de Jesica llamó la atención de Pedro.


—¿Qué ocurre, Jesica? ¿Quieres compartir algo con el resto de la clase?


—Bueno, yo...


—Venga, suéltalo. Toda idea es bienvenida. ¿Has identificado alguna situación de la novela con algo personal?


Jesica asintió.


—Mi padre se quedó sin empleo el año pasado, aunque ha encontrado otro hace poco tiempo. Sin embargo, mientras leía el libro pensé en él. La historia de Tom Joad y de los otros personajes que buscaban trabajo hizo que pensara en lo que se siente cuando estás en el paro, en lo que sentía mi padre. Pero no sé si podría escribir sobre ello.


Pedro sospechaba que tenía miedo de avergonzar a su padre.


—Bueno, puedes limitarte a comparar los problemas que tenían los trabajadores en la época de la depresión, a la hora de encontrar un trabajo, con los que tienen ahora. Porque estoy seguro de que tu padre no se quedaría sentado a esperar que lo llamaran.


—No, claro que no. Envió muchos currículums y hasta se puso en contacto con varias empresas a través de Internet. Pero tienes razón... sí, podría preguntarle al respecto. Vaya, ahora que lo pienso puede ser un trabajo interesante.


Pedro sonrió.


—¿Lo ves? Ya has entendido el trabajo. Alguna otra pregunta?


Varios alumnos levantaron las manos. La reacción de los alumnos animó a Pedro. Su trabajo merecía la pena, precisamente, por eso. Era lo único que justificaba las aburridas horas que pasaba corrigiendo exámenes, las interminables reuniones con la administración o las horas y horas perdidas ante alumnos apáticos o insolentes.


De todas formas, no hablaron todos los estudiantes. Y uno de los silencios más notables fue el de Paula. Pero Pedro estaba muy contento, porque sabía que había
despertado el interés de los chicos. Cuando miró su reloj, comprobó que sólo quedaban cinco minutos para que sonara el timbre.


—Bueno, no os olvidéis del trabajo. Tenéis dos semanas para hacerlo. Yo os ayudaré con la composición, pero el contenido es asunto vuestro. ¿Comprendido?


Tony levantó una mano.


—Quería recordarte que la semana que viene estaré fuera tres días.


La sonrisa de Pedro se desvaneció. Tony tenía que visitar varias facultades que le había ofrecido un puesto en sus equipos deportivos. A Pedro no le agradaba la obligada ausencia de la estrella deportiva, pero sabía que era algo importante para él.


—Lo sé. Pero, ¿a dónde quieres llegar?


—El nuevo trabajo me va a llevar más tiempo que el anterior. Y tengo que hacer dos trabajos más para otras asignaturas antes de marcharme, así que...


Pedro no estaba dispuesto a ceder en ese asunto. Sobre todo porque la vida académica en la universidad sería aún más dura para Tony.


—En tal caso será mejor que empieces de inmediato. Para el martes que viene quiero un borrador de tu trabajo en mi escritorio.


—¿No podríamos hablar después de clase?


—No hay nada que discutir al respecto, Tony. Tus habilidades deportivas no sirven para que tengas privilegios especiales en clase. Si no entregas el trabajo, tendrás que atenerte a las consecuencias.


El sonido del timbre interrumpió la discusión. Tony se levantó y salió de clase como el resto de sus compañeros.


Pedro intentó encontrar a Paula con la mirada. 


Aún no había salido, así que se dirigió a ella.


—Sabrina, ¿puedo hablar contigo un momento?


—Lo siento. Llegaré tarde a la próxima clase.


—Te escribiré una nota. Por favor, no tardaré demasiado.


Paula asintió a regañadientes y cruzó los brazos por encima de sus senos. Pedro estaba acostumbrado a ver a chicas atractivas en clase, pero aquella era una mujer de veintisiete años, y por si fuera poco, Paula. La diferencia era bastante importante.


—Bueno, ¿qué querías decirme? —preguntó Paula, ante el silencio de Pedro—. No tendrías que estar hablando conmigo, sino con Tony. Es el único que tiene un problema.


—Si hablara con él, sólo conseguiría que los dos perdiéramos el tiempo. Lo que he dicho iba en serio. No puede tener privilegios especiales.


—Pero ha trabajado muy duro para obtener esa beca en la universidad. Ten en cuenta que tiene que estudiar tanto como los demás alumnos y, además, entrenarse. El viaje que va a hacer la semana que viene es la culminación de sus sueños, y tú tendrías que entenderlo mejor que nadie. De vez en cuando hay que ser flexibles y romper las normas.


—Tony ha elegido una forma de vida que puede ser dura, desde luego, pero tendrá que acostumbrarse.  Especialmente, porque nadie hará excepciones con él en la vida real, cuando salga del instituto.


—Vaya... ahora lo comprendo.


—¿A qué te refieres?


—Estás celoso.


—¿Cómo? —preguntó, sorprendido.


—Es verdad, estás celoso. Sientes celos de un chico que está a punto de alcanzar sus sueños, porque tú no lo has hecho. Sientes celos de todos los alumnos porque son jóvenes y libres, porque pueden divertirse, cosa que tú no pudiste hacer a su edad. Por eso te empeñas en mantener tus normas, por rígidas que sean.


Pedro rió.


—Sí, claro. En realidad, no quiero que salgan preparados del instituto. Todo lo que hago, lo hago por celos. Un análisis muy interesante, aunque algo irracional —declaró con ironía—. Pero dime una cosa, ¿por qué crees que he cambiado de idea con el trabajo sobre la obra de Steinbeck?


—No sé lo que quieres decir.


—Lo sabes de sobra. Normalmente tengo que esforzarme para que cierres la boca, y hoy no has dicho nada, a pesar de que me habría venido muy bien tu participación. ¿Qué te ocurre?


Paula se encogió de hombros.


—Tengo un mal día, eso es todo. No me apetecía hablar.


—¿Ha ocurrido algo que te haya asustado? ¿Alguien ha estado haciendo preguntas a Donna otra vez?


—El único que se dedica a revolotear alrededor de Donna eres tú —espetó con ironía.


Paula se volvió y se dirigió a la salida, pero Pedro la interceptó.


—Apártate de mi camino —ordenó ella.


Pedro sabía que cualquiera que se asomara a la puerta podría verlos, poniendo el peligro su reputación, pero no le importó demasiado.


—¿Qué quieres decir con eso?


—Como si no lo supieras. Pero será mejor que dejemos esta conversación. Donna no merece que hablemos a sus espaldas.


Pedro se puso tenso.


—¿Se puede saber qué te ha dicho Donna sobre nuestra relación?


—Nada. Eso es asunto vuestro. No nos dedicamos a discutir vuestra vida amorosa.


—¿Vida amorosa? —preguntó, mientras se metía las manos en los bolsillos—. No hay ninguna vida amorosa. Somos amigos, eso es todo. Desde el principio he dejado bien claro que no quiero mantener ninguna relación. Si te ha dicho otra cosa, ha mentido.


—Pero...


—¿Pero qué, maldita sea? ¿Qué es lo que crees que sabes?


—La hermana de una alumna dice que vio que un hombre de pelo oscuro salía de la casa de Donna el sábado pasado, hacia las tres de la madrugada. Y se dice que eras tú.


—¿Y tú crees en los rumores?


Paula bajó la mirada, avergonzada.


—El sábado pasado llevé a Donna a ver una película, y luego nos tomamos un café en su casa, pero me marché hacia las once y media. No sé si salió un hombre de allí a la hora que dices, pero no era yo. Me crees, ¿verdad?


—Donna es una mujer muy atractiva. ¿Y me estás diciendo que en todo este tiempo no habéis hecho nada?


Pedro no se dignó a contestar. Ya le había explicado que no mantenía una relación seria con su amiga, de modo que caminó hacia el escritorio para recoger su libreta.


—Lo siento mucho, Pedro —dijo Paula, de repente—. No debí prestar atención a los rumores. Pero el otro día vi cómo os besabais y...


Paula se dio cuenta de lo que estaba diciendo y no terminó la frase. Sin embargo, ya era demasiado tarde.


—¿Cómo? ¿De qué estás hablando, Paula?


Paula no respondió.


—¿Cuándo dices que nos viste?


Paula se había metido en un callejón sin salida y no tenía más remedio que responder.


—La otra noche, en el vado de la señora Kaiser.


—¿Quieres decir que nos estabas espiando? —preguntó con incredulidad.


—No, yo... estaba dando un paseo y vosotros llegasteis en el preciso momento en que yo pasaba por delante de la puerta. No quería molestaros, así que...


—Así que te escondiste y nos espiaste —la interrumpió—. ¿Y se puede saber por qué lo hiciste?


—Ya te lo he dicho, yo no quería...


—Ya, ya sé, no querías molestar —dijo con ironía—. De modo que viste que nos besábamos y llegaste a la conclusión de que me estaba acostando con ella. Una lógica un poco apresurada, ¿no te parece?


—Vamos, Pedro, la besaste con apasionamiento.


Pedro sonrió.


—Ahora lo entiendo. Estás celosa...


Paula palideció.


—Te has vuelto loco.


—¡Estás celosa! —rió él.


Paula estaba tan incómoda con la situación que giró en redondo y salió de allí a toda prisa. Pedro la observó desde la puerta de la clase, sonriendo.


Resultaba evidente que no le gustaba que saliera con Donna. No sabía lo que podía hacer con semejante información, pero tenía que hacer algo, aunque las interesantes posibilidades que se abrían ante él no conseguirían colmar sus sueños. Para soñar tenía que dormirse antes, y sospechaba que aquella noche no lograría conciliar el sueño.