lunes, 12 de julio de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 6

 


Al ver que el comentario de Pedro disgustaba a Sonia, Paula no pudo contenerse y olvidó sus propias reticencias sobre la boda.


—Lo cierto es que Sonia y Miguel van a casarse —dijo con frialdad—. Se aman, y tú no puedes hacer nada al respecto.


—¿Amor? —los ojos de Pedro brillaron acompañando su risa sarcástica—. ¿Así lo llamáis las mujeres?


—Miguel le da el mismo nombre —dijo Paula con un escalofrío—. ¿Qué derecho tienes a juzgar sus sentimientos?


Pedro la miró con desdén.


—El amor está sobrevalorado.


Paula asió con firmeza la cesta con los libros para evitar que se cayeran.


—Si eres tan escéptico, quizá no deberías haber accedido a actuar como padrino.


—Paula…


—No, Sonia—se zafó de la mano que la futura novia puso en su brazo para refrenarla—. Lo que ha dicho ha sido una descortesía.


El gesto de Sonia no podía disimular su incomodidad.


—¿Me permites? —dijo Pedro, quitando a Paula la cesta sin esperar a que respondiera.


—Gracias —farfulló ella.


—Casi se te caen.


El tono de superioridad que usó sacó a Paula de sus casillas. Se preguntó si alguna vez habría pedido disculpas, y se propuso lograrlo.


—¿Estás orgulloso de ti mismo?


—¿Por ayudarte con la cesta? —ladeó la cabeza—. Supongo que sí.


—No me refiero a eso —Paula puso los brazos en jarras y alzó la cabeza para mirarlo a la cara—. ¿Qué pretendías, estropearle el día? — añadió, indicando a Sonia con la barbilla.


Tras un largo silencio, Pedro dijo:

—Lo siento —pero no sonó sincero.


—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —insistió Paula.


—Acepto sus disculpas —dijo Sonia precipitadamente—. Comprendo que esté disgustado.


—¡No estoy disgustado! —gruñó él. Y lanzó una mirada asesina a Paula antes de ir tras Miguel.


—¡Estúpido! —masculló Paula. Sorprendida, descubrió que sus manos temblaban—. ¿Qué demonios ve Miguel en ese tipo?


—No seas tan severa —dijo Sonia, conciliadora—. Su novia acaba de dejarle por su socio. No está en su mejor momento.


Paula dejó escapar una carcajada.


—No la culpo. ¿Qué mujer en su sano juicio querría estar con alguien como él?


—Está sufriendo —protestó Sonia.


—¿Has oído que ha dicho «amor» como si le resultara una palabra desconocida? Pedro Alfonso tiene el corazón de piedra.


—Miguel dice que no le ha contado casi nada, pero que debía de estar enamorado. Se ha portado muy bien. Hasta le ha cedido su casa a su ex.


—Seguro que se la merecía.


—Shh —Sonia le apretó el brazo—. Te va a oír.


—Me da lo mismo.


—A mí no. Miguel y yo confiábamos en que os hicierais… amigos.


Paula miró a su amiga de hito en hito.


—Estás loca, Sonia —¿de verdad habrían pensado en actuar de Celestinos?


—Está bien —Sonia alzó la manos en señal de rendición—, dejemos el tema. Quería pedirte que pasaras por casa a regar las plantas mientras estemos de luna de miel. Puede que Pedro se olvide.


Paula frunció el ceño.


—¿Qué quieres decir con «puede que Pedro se olvide»?


—Lleva dos semanas en casa de Miguel, trabajando de sol a sol para terminar de pintarla. Pedro va a cuidar de ella mientras estemos de viaje.


—Pasaré al mediodía para no coincidir con él —Paula chasqueó la lengua—. ¿No pensarás empezar tu vida de casada con un inquilino, verdad?


—Claro que no. Miguel ha sugerido que se quede mientras busca una casa nueva y se recupera del impacto de haber perdido a su novia y su casa de una sola vez. De no ser por él, nunca habría acabado la restauración.


—No creo que le cueste demasiado —dijo Paula, combatiendo el impulso de compadecerlo.


—Por favor, Pau, sé amable con él —Sonia abrió suplicante sus ojos azules—. No quiero que las fotografías de la boda salgan mal por una pelea a puñetazos entre la dama de honor y el padrino.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 5

 


En el interior, varias mujeres de mediana edad decoraban los bancos con rosas y lilas y recibieron a Sonia con saludos de entusiasmo. Al llegar Miguel, bromearon sobre lo afortunado que era, y Paula observó que Pedro torcía el gesto.


¡No quería que Miguel se casara con Sonia!


Ese pensamiento desconcertó a Paula, que no concebía que alguien rechazara a la dulce y encantadora Sonia.


Durante los siguientes minutos, Miguel se limitó a sonreír mientras Sonia daba órdenes animadamente, y Pedro adoptaba una actitud distante.


Su teléfono sonó en varias ocasiones, pero tras mirar la pantalla, no contestó.


El enfado de Paula hacia él fue aumentando a medida que se alargaba su desaprobador silencio. Finalmente, Sonia se dio por satisfecha.


—Espero que mañana todo salga perfecto —dijo, sonriente—. Miguel y yo queremos dar las gracias a las mujeres que están decorando. Nos encontraremos fuera con vosotros.


—Creo que sobramos —le dijo Pedro a Paula con una sonrisa forzada, cediéndole el paso.


Cuando llegaban a la salida, el teléfono de Pedro volvió a sonar. En aquella ocasión decidió contestar.


—Perdona, Patricia, tengo que hablar.


—Paula —lo corrigió ella, apretando los labios. Pedro la miró como si no la viera—. Me llamo Paula —repitió ella con una irritación creciente.


Al ver que Pedro la miraba como para identificarla, Paula recordó que llevaba la ropa arrugada del viaje y que debía de parecer un espantapájaros. Mecánicamente se llevó la mano al cabello y le tranquilizó comprobar que su melena estaba tan inmaculada como siempre.


—Claro, Paula —dijo él, encogiéndose de hombros y alejándose de ella para hablar.


Paula lo siguió, consciente de que debía ocultar la irritación que le causaba y que debía pensar en él como un magnífico cliente, pero no creía que fuera capaz de soportar pasar con él ni un minuto.


De hecho, no podía pensar en nada peor. ¡Patricia! Era evidente que para él las mujeres eran intercambiables, como gatos grises en la oscuridad. Pero dudaba que a ella le prestara la más mínima atención.


Flacucha, empollona, cuatro ojos… Tuvo que recordarse que esos calificativos ya no la describían y que la única persona que había conocido a aquella patética criatura era Sonia. Pertenecía a un pasado muy remoto.


En el presente, era una profesional de éxito que había superado los complejos de una infancia poco agraciada y la indiferencia de unos padres poco afectuosos.


Obligándose a sonreír, respiró profundamente el aroma de la lavanda que había en el patio y recuperó la calma.


—Sonia y Miguel han reservado una mesa para que cenemos con ellos —le dijo a Pedro cuando éste acabó de hablar, por si tenía intención de acudir a una cita con alguna de sus mujeres.


Pedro la miró con frialdad.


—Seguro que prefieren pasar una velada apacible a solas antes del ajetreo de mañana.


A Paula le dio rabia no haber considerado esa posibilidad.


En ese momento, Miguel y Sonia se reunieron con ellos y, al pensar en que la relación con su amiga ya no sería la misma, Paula sintió una punzada de melancolía.


—¿No preferiríais cenar solos Miguel y tú? —sugirió al recordar el comentario de Pedro.


Sonia le pasó una cesta con varios libros de salmos.


—Toma. Mañana tienes que dar esto a los asistentes para que lo repartan a los invitados. Y claro que queremos salir con vosotros. Ya tenemos el resto de nuestra vida para estar solos —Sonia sonrió a Miguel con ternura.


Él le pasó el brazo por los hombros y la estrechó contra sí.


—Paula, tú eres la mejor amiga de Sonia, y Pedro es para mí lo más parecido a un hermano. Sería fantástico que cenáramos juntos.


Paula tuvo que admitir que Miguel era encantador e iba a sonreírle cuando la mirada glacial que Pedro lanzó a su amigo la dejó una vez más de piedra. Miguel, por el contrario, se limitó a sonreír y a darle una palmada en la espalda al tiempo que le susurraba algo al oído.


Cuando Miguel fue a recoger el coche, Sonia le dijo a Paula:

—Después de cenar, voy a irme a casa sola —guiñó el ojo a su amiga —. Le he dicho a Miguel que da mala suerte ver a la novia antes de la boda, y no quiero correr ningún riesgo.


—Si crees en esas supersticiones, no deberías casarte —dijo a su espalda Pedro, sobresaltándolas.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 4

 


Agosto, dos años atrás


Paula bajó del taxi delante de la encantadora iglesia en la que Sonia y Miguel se casarían al día siguiente.


—¡Hola, Paula! —saludó Sonia desde detrás de una valla blanca—. ¡Qué alegría que hayas podido llegar a tiempo!


—Lo mismo digo —dijo Paula, estrechando a Sonia en un fuerte abrazo—. Creía que me perdía el ensayo —había trabajado hasta el último minuto en la auditoría de uno de sus principales clientes. El mensaje de Sonia anunciándole que se casaba en cinco días la había dejado estupefacta, aunque luego se había dado cuenta de que su amiga llevaba un mes precediendo todo lo que decía con un: «Miguel dice…»—. ¿No has tomado una decisión un poco precipitada?


Sonia le tomó la mano.


—Ven a ver cómo está quedando la iglesia.


—No me has contestado —dijo Paula con firmeza.


Sonia sonrió de oreja a oreja.


—Pau, no vas a convencerme de que anule la boda con Miguel.


Paula sonrió a su vez.


—Espero que Miguel sepa en lo que se mete. ¿Está por aquí?


—Viene de camino con Pedro, el padrino. Esta noche queremos cenar con vosotros. He reservado una mesa en Bentley's —giró sobre sí misma con entusiasmo—. ¡Estoy deseando que llegue mañana!


Paula rió y, tirando de su maleta, cruzó tras Sonia el patio de la iglesia. El sol se filtraba entre las ramas de los árboles, proyectando sombras sobre el reloj de sol que ocupaba el centro.


Paula se detuvo súbitamente.


—¿Qué pasa? —preguntó Sonia.


—¿No crees que deberías esperar? Sólo hace un mes que…


—Conozco a Miguel —interrumpió Sonia—, pero sólo necesité una hora para saber que era mi hombre.


—Pero Sonia…


Sonia dio una patada en el suelo.


—No sigas por ahí. Pau. Sólo quiero que te alegres por nosotros, por favor.


Aunque se suponía que, de las dos, ella era la más sensata, Paula nunca había podido negarle nada a Sonia.


El ruido de pisadas impidió que respondiera. Al volverse, Paula abrió los ojos de sorpresa al ver al hombre alto, de cabello negro y rasgos marcados que acompañaba a Miguel. Reconoció el tipo al instante porque en su trabajo solía coincidir con ellos: un hombre de negocios de éxito, un magnate. Rico, seguro de sí mismo, implacable.


Los miró alternativamente, preguntándose dónde se habrían conocido.


Debió de decir algo sin darse cuenta, pues el hombre la miró directamente y la frialdad de su mirada de ojos de color gris claro hizo que el corazón le diera un salto. Implacable.


Pedro Alfonso —se presentó él con voz grave.


Paula identificó el nombre al instante. Desde sus comienzos, Harper-Alfonso Architecture había conseguido premios por la restauración de edificios victorianos y el diseño de edificios comerciales.


Paula aceptó la mano que le tendía y le sorprendió notar su palma áspera y callosa, tan poco habitual en un arquitecto que trabajaba con planos. Por lo que Paula sabía, era un genio de los negocios, astuto, eficaz y con una extraordinaria intuición para elegir proyectos que se convertían en emblemáticos. Era muy rico y, por eso mismo, resultaba desconcertante que tuviera las manos de un obrero. Paula había oído que su siguiente proyecto consistía en la transformación de la zona industrial de la orilla del río. Captarlo como cliente constituiría un éxito innegable en su carrera. Un par de clientes como él la lanzarían a los más altos escalafones en Archer, Cameron y Edge.


Pedro bajó la mirada hacia sus manos y Paula se ruborizó al darse cuenta de que seguía estrechándosela. También Sonia la miraba.


—¿Os conocéis?


Paula negó con la cabeza.


Pedro, ésta es la mejor amiga de Sonia, Paula Chaves —los presentó Miguel con una sonrisa—. A pesar de su fama, Pedro no muerde —dirigiéndose a su amigo, añadió—: Paula es socia de ACE.


Ella supo que debía aprovechar la oportunidad que Miguel le brindaba.


—¿La agencia auditora? —preguntó Pedro.


Paula, consciente de que tenía ante sí la oportunidad de su vida, en lugar de aprovecharla, se limitó a asentir con la cabeza. Se había quedado sin voz. De haberla visto en aquel instante, Virginia Edge, socia fundadora de Archer, Cameron y Edge, se habría horrorizado. Pero lo cierto era que en lugar de pensar en algo profesional que decir, lo único que le pasaba por la cabeza era en alejarse de aquel hombre tan… inquietante.


Sin conseguir librarse de una mezcla de aprensión y hormigueo, siguió a Sonia hacia el interior de la iglesia mientras Miguel se llevaba su maleta.