viernes, 20 de noviembre de 2015

CULPABLE: CAPITULO 15





Seducirla era lo más sensato, porque la noche anterior no había conseguido excitarse con ninguna de las mujeres con las que estuvo, a pesar de intentarlo. Y necesitaba demostrarse que podía controlar lo que le pasaba cuando estaba con Paula.


Durante el tiempo que había estado sentado con ella, mirándola, había sentido un extraño calor en el pecho. Y cuando ella le había preguntado, él supuso que quería saber qué estaba pensando, pero su mente se había quedado en blanco.


No estaba pensando. Estaba sintiendo.


Entonces, por algún motivo, la idea de seducirla fue lo primero que escapó de sus labios.


Y tenía sentido.


El día del hotel, ella había retado todo lo que él nunca había conocido de sí mismo. Pedro no solía perder el control, sin embargo, con ella lo había perdido. Entonces, podía continuar evitándola, de modo que ella siguiera en posesión de su control, o podía alimentar el fuego que ardía entre ellos y tratar de controlarlo.


Sin duda, esa era una idea mejor.


La otra opción era permitir que su pequeña ladrona se hiciera con el control de su libido y eso no era aceptable.


Recorrió la villa vestido con un traje distinto al que había llevado la noche anterior, sintiéndose revigorizado. No había dormido nada desde que llegó a casa, pero, en vez de dormir, su plan también le parecía bien.


Se acercó al salón y a la terraza. Paula no estaba por ningún sitio y se preguntaba si todavía estaba en la cama porque se encontraba mal. Eso sería un impedimento para su plan.


Su plan empezaba a parecerle muy importante, puesto que dudaba que pudiera encontrar otra manera de relacionarse con ella. No, mientras estuviera distraído por el deseo que sentía hacia ella.


Recordaba el sabor de sus labios, y el dulzor de su entrepierna. Solo con pensar en ello se excitaba. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había deseado a una mujer en concreto? ¿Le había sucedido alguna vez?


Había deseado tener relaciones sexuales con mujeres en general, pero nunca con una en concreto.


Le gustaba tener muchas cosas, porque cuanto más tenía más evidente se hacía su poder. Nunca se había sentido más indefenso que cuando era un niño y no tenía nada. Y por ello, se había convertido en un hombre con todo.


Por eso se había construido una casa excavada en una montaña y con vistas al océano, adueñándose de un pedazo de terreno salvaje. Domándolo.


Él deseaba domarla. Mantenerla. Hacerla suya.


La revelación era inquietante y, por mucho que él estuviera contemplando todo lo que poseía, era a ella a quien buscaba.


Paula lo poseía. Y él quería poseerla a ella.


De pronto, vio que alguien salpicaba en la piscina infinita con vistas al mar y se le formó un nudo en la garganta. Era ella. 


Él sabía que era ella.


Regresó al salón y atravesó las puertas que llevaban al jardín. Había un salón exterior, con una cama y unas cortinas de gasa. Era el lugar perfecto para las ocasiones en que no podía esperar para llevar a una amante al interior de la casa. La piscina tenía una cristalera con vistas al mar y a una playa completamente privada, por si alguna vez deseaba realizar un espectáculo a pesar de no tener audiencia.


Y a Pedro no le avergonzaba admitir que alguna vez lo hacía.


Miró hacia la piscina y vio una pequeña ola. Después, vio que Paula reaparecía en la superficie. Estaba de espaldas a él y pasándose las manos por el cabello para retirarse el agua.


–Desde aquí la vista es muy bonita – dijo él.


Ella se volvió y, al verlo, se quedó boquiabierta. Él se fijó en el bañador que llevaba. Era de una pieza y Pedro suponía que era parte de la ropa que él había pedido que le enviaran los empleados. Le quedaba perfecto y hacía que pareciera muy sexy.


Él no era capaz de apartar la vista de sus pechos. Eran de tamaño normal, pero increíbles. Redondeados y con unos pezones acaramelados que provocaban que su cuerpo se incendiara. Estaba obsesionado con devorarla de nuevo.


–Eso veo – dijo ella, con una sonrisa forzada– . Has elegido un sitio estupendo para la piscina.


–No me refería al mar.


Ella se sonrojó.


–Ah.


Pedro no pudo evitar acercarse a la piscina.


–Eres preciosa, cara mia, seguro que lo sabes.


Ella levantó un hombro.


–No pienso en ello a menudo.


–¿No?


Ella se encogió de hombros y se dirigió a la escalerilla de la piscina. Despacio, salió del agua. Todavía no se le notaba el embarazo, aunque ya estaba acabando el primer trimestre. 


Todavía estaba delgada, y las curvas de su cuerpo eran pura perfección. Pedro recordaba muy bien lo que había sentido al acariciar su piel…


–Para mí no significa nada. En mi estilo de vida, o empleas tu belleza para manipular, o no. Hasta que te conocí, nunca había usado mi cuerpo. Ni siquiera para una estafa.


–Tengo curiosidad… ¿Cuándo dejaste de ayudar a tu padre? ¿Y cuándo volviste a ayudarlo?


Ella suspiró y agarró la toalla que estaba doblada sobre una silla. Se secó un poco y se la enrolló en la cintura.


–Cuando tenía diecisiete años le dije que no quería seguir con ese juego. Él se disgustó, pero para entonces yo ya cuidaba de mí básicamente. Lo ayudaba a realizar estafas a empresas y a algunos fraudes benéficos – bajó la vista– . Era algo malo, pero siempre lo había hecho y nunca había pensado mucho en ello. Solía decir que la gente como nosotros no podía tener éxito por mucho trabajo duro que hiciera. Decía que, si la gente no era lo bastante inteligente, no merecía mantener su dinero. Llegó el momento en que me di cuenta de que no me gustaba hacer lo que hacía. Así que lo dejé. Y él se marchó de la ciudad como seis meses más tarde. Yo conseguí un trabajo de camarera. Y tres años después, cuando él regresó, yo seguía trabajando en lo mismo. No había sabido nada de él durante el último año. Y yo luchaba por mantenerme y lo que él me ofrecía parecía tan fácil… Aunque, sobre todo, mi padre había vuelto. Nunca habría podido decirle que no, porque yo solo quería… Quería tener una familia. Solo lo tengo a él. Y solo me pedía un trabajo más… Conseguir que AlfonsoCorp invirtiera en nosotros y escapar con el dinero. Prometo que no sabía que sería tanto. Y, ya ves, me equivoqué – dijo ella– . Ahora lo sé. Lo hice porque habría necesitado un año de trabajo para conseguir ese dinero, y estaba cansada de luchar. Él se marchó, y yo me sentí como una basura… Y después, nunca vi el dinero que te robamos. Se necesitó un par de meses en preparar la estafa, otro más para que yo me diera cuenta de que mi padre me había dejado en la estacada y otro para que tú me encontraras. Y me hiciste pagar por ello, Pedro. Tanto como para recordarlo si alguna vez vuelvo a tener la tentación de estafar. Nada es gratis.


–Te he hecho pagar por ello, ¿con sexo?


–Entre otras cosas. No sé si realmente había comprendido lo mal que estaba lo que hice hasta que te conocí, y eso duele.


–Siento que te he pedido demasiado – dijo él, acercándose a ella– . Yo… Me arrepiento de cómo han sucedido las cosas entre nosotros.


–¿Lo sientes? – preguntó ella, ladeando la cabeza.


Él frunció el ceño.


–No llegaría tan lejos.


–Estoy conmovida, Pedro. De veras.


Él la rodeó por la cintura y la estrechó contra su cuerpo. 


Tenía el corazón acelerado, le temblaban las manos y no sabía por qué.


–No lo siento – dijo él– , porque no puedo arrepentirme de haberte deseado. Ni de haberte poseído. Aunque debería.


Pedro le acarició la mejilla y después el labio inferior con el dedo pulgar. Ella era pura belleza. Todo lo que él había deseado tener. Y ella no lo deseaba.


El hecho de que ella estuviera tan cerca, y a la vez tan distante, lo enojaba.


No, era inaceptable. No lo admitiría.


–Tengo frío – dijo ella, tiritando.


–Puedo calentarte – dijo él.


–¿Por qué? – preguntó ella, mirándolo a los ojos.


–Porque te deseo – dijo él, acariciándole el contorno de la boca.


–No comprendo por qué me deseas. Me has dado indicios de que me odias. Me humillaste en Nueva York. Me utilizaste. Y aunque no te guste hablar de ello, pagaste por mi cuerpo. No tiene sentido.


–Nada de esto tiene sentido. Cuando entraste en el hotel de Nueva York mi intención era humillarte. Quería dejarte en aquella habitación sufriendo y suplicando por mí. No pensé que fuera a desearte. ¿Cómo iba a desear a una ladrona? – le sujetó la barbilla– . Creo que no lo comprendes, Paula. A mí nadie me roba. Lo que he ganado es muy valioso para mí, de un modo que muy poca gente comprende. Te odiaba antes de conocerte. Se suponía que no podía desearte.


–¿Y por qué lo haces?


–No hay ningún motivo. Excepto por la química. Es pura química, cara, y muy potente. Yo no quiero desearte. He pasado muchos años privado de contacto humano, viviendo con familias que no me mostraban afecto. He pasado muchos años sin lo que de verdad deseaba. Y ahora no quiero tener prohibiciones. Ahora tengo el poder para tener todo lo que deseo. No sé cómo contenerme. Y no quiero hacerlo. Te infravaloré, a ti y a la atracción que sentía por ti. Ahora soy consciente de lo poderosa que es y quiero explorarla.


–No veo por qué debería acostarme con un hombre que me odia.


–Lo hiciste una vez.


–No me siento orgullosa de ello.


–¿Por qué? – él la obligó a que lo mirara– . ¿Por qué no estás orgullosa? Casi consigues que me arrodille ante ti. Me volviste débil de deseo. Me obligaste a cambiar de plan, Paula, y eso no lo hace nadie. Nadie. Podrías hacer que me arrodillara ahora mismo si me prometieses que vas a dejarme probar el dulzor de tu entrepierna. ¿Cómo puedes no sentirte orgullosa con eso?


–Supongo que es porque nunca le he dado mucha importancia a la atracción sexual. Nunca la había sentido antes de conocerte – dijo ella con voz temblorosa.


–El sexo mueve el mundo. Hay pocas cosas que sean más poderosas – se rio– . Quizá el dinero. Y nuestros encuentros se han alimentado de ambos. ¿Te sorprende que juntos seamos tan potentes?


–No quiero esto – susurró ella.


–¿No quieres mi atención? ¿O no quieres sentir esta atracción?


–No quiero sentir lo que siento – dijo ella, sin mirarlo.


–Pero lo sientes – dijo él.


–Sí.


–No te desprecio por ello – dijo él– . Reconozco algo en ti.


–¿Qué? – preguntó ella.


–Deseo. Estás vacía. Hambrienta de deseo. Como yo – al ver que ella asentía, un brillo de emoción inundó su mirada– . Permite que te sacie.


Paula asintió, y fue todo el consentimiento que él necesitaba.


Inclinó la cabeza y le capturó los labios con los suyos. De pronto, una sensación de alivio se apoderó de él. Algo que nunca había sentido. Nada más percibir su sabor con la lengua, se percató de lo mucho que la deseaba.


Comenzó a saborearla despacio, como si fuera una copa de brandy, permitiendo que su calor penetrara en cada parte de su cuerpo, calentándole zonas que siempre había tenido frías.


No obstante, ella podía llegar a quemar, afectando a una parte de su alma que él ni siquiera sabía que existía.


Paula estaba demasiado tensa entre sus brazos. Él la sujetó por el trasero y la estrechó contra su cuerpo, mostrándole lo mucho que la deseaba y restregándola contra su miembro erecto. Ella comenzó a relajarse, gimió, y lo besó con la misma pasión que él la besaba. Entonces, él sintió que se derretía entre sus brazos, sus senos presionaban contra su torso, con un erotismo que él nunca se había parado a apreciar.


Era un hombre hastiado, un hombre con demasiada experiencia. Hacía tiempo que los besos ya no lo entusiasmaban, pero ese beso lo era todo. Era más que cualquier beso. Más de lo que nunca había imaginado que un beso podía llegar a ser.


–He de poseerte – dijo él, separándose de ella para poder hablar– . Te deseo, Paula. Te necesito.


En realidad le molestaba que ella pudiera hacerlo sentir de esa manera. Esa pequeña ladrona que había conseguido robarle lo que más apreciaba: su control.


En aquellos momentos, ni siquiera estaba seguro de querer recuperarlo. Lo único que deseaba era a ella.


Le retiró los tirantes del bañador y dejó sus pechos al descubierto. Inclinó la cabeza y capturó un pezón con su boca, succionando con fuerza y gimiendo al percibir su sabor. Era tal y como lo recordaba. Y mucho más.


–No deberíamos hacer esto – dijo ella, jadeando.


–No deberíamos – dijo él, mientras jugueteaba con su pezón– . Por supuesto que no, pero tú y yo somos famosos por hacer cosas que no debemos hacer. No veo motivo para cambiar ahora. Y menos cuando es algo tan agradable.


Paula no dijo nada e introdujo los dedos en su cabello, sujetándole la cabeza mientras él continuaba suministrándole placer. Le acarició los senos con la palma, tratando de grabar su tacto en la memoria. Por si era la última vez. Ella no era predecible, y en su vida, le resultaba extraño encontrar algo tan impredecible.


Le bajó el bañador y ella se lo quitó, echándolo a un lado. Pedro la besó en los labios de forma apasionada, antes de girarse para que ella quedara de espaldas a él. Le recogió el cabello y, con la otra mano, presionó sobre sus hombros, de forma que quedara inclinada sobre el sofá que había en el salón exterior.


Con un dedo, recorrió su columna vertebral hasta llegar a la entrada de su cuerpo. Estaba húmeda y preparada para recibirlo. La besó en el cuello y ella se estremeció.


Pedro se quitó los pantalones, la sujetó por las caderas y la penetró despacio. Ella volvió la cabeza y sus miradas se encontraron. Cuando él echó las caderas hacia delante, para penetrarla hasta el fondo, ella gimió.


–¿Estás bien? – preguntó él.


Ella asintió. Él se retiró una pizca y la penetró de nuevo, estableciendo el ritmo que los llevaría al límite. Movió la mano hacia delante y la colocó entre los muslos de Paula para acariciarle el clítoris.


Enseguida notó que estaba a punto de perder el control. Era demasiado pronto, deseaba que aquello durara y que ella gritara su nombre antes de que él alcanzara el orgasmo. 


Apretó los dientes y continuó acariciándola con fuerza, provocando que se acercara al clímax. Le mordisqueó el cuello, y ella gimió con fuerza antes de llegar al orgasmo.


Entonces, él dejó de contenerse. La penetró una vez más y la acompañó.


Cuando pasó la tormenta, él se separó de Paula jadeando. 


La marca de su pasión se hacía evidente en la piel delicada de su cuello, una prueba irrefutable de su falta de control. Y, sin embargo, no podía arrepentirse.


Ella estaba temblando, y él la tomó entre sus brazos, igual que la primera vez en Nueva York. Sin embargo, en esta ocasión no la abandonaría. Esta vez, Paula pasaría la noche en su cama. Con él.








CULPABLE: CAPITULO 14





Paula vio que Pedro se volvía sin decir nada y salió de la habitación. En realidad no le había gustado que la viera vomitar, había sido una de las experiencias más humillantes de su vida.


Se tumbó en la cama y se tapó con la colcha. Se sentía agotada. Se había fijado en que Pedro llevaba la misma ropa que la noche anterior, y eso significaba que había estado fuera toda la noche. Era muy probable que se hubiera acostado con otra mujer.


Paula se estremeció al pensar en ello. Al menos, cuando él entró en el baño no había sido cruel con ella. Le había sujetado el cabello y la había llevado a la cama en brazos. 


Parecía que se preocupaba por que estuviera cómoda.


Era ridículo. Él no se preocupaba por nada. Y mucho menos por ella.


Momentos más tarde, Pedro apareció de nuevo. Llevaba una bandeja en la mano, estaba despeinado y tenía la camisa un poco desabrochada, de forma que se veía su piel bronceada y la fina capa de vello que cubría su torso. Como llevaba la camisa arremangada, con el peso de la bandeja se notaban los músculos de sus antebrazos. Y la fuerza de sus manos.


Tenía unas manos maravillosas.


A ella le gustaban mucho más sus manos que su boca. Con las manos solo le había proporcionado placer. Con la boca, también mucho sufrimiento.


–¿Qué estás haciendo? – preguntó ella, al ver que en la bandeja había una tetera, una taza y un plato pequeño con una tostada y un poco de mermelada.


–Esto es lo que se hace cuando alguien no se siente bien, ¿no? – dijo él, dejando la bandeja sobre la cama.


–Bueno, daño no puede hacerme – Paula se recostó sobre las almohadas.


Pedro agarró la tetera y le sirvió una taza.


–Ten cuidado. Quema.


Ella se llevó la taza a los labios y sopló un poco.


–¿Por qué estás siendo tan amable conmigo?


Él se aclaró la garganta.


–No estoy siendo amable. Estoy siendo práctico. A ninguno de los dos nos beneficia que te mueras.


Ella suspiró.


–No sé. Si muriera, no tendrías que enfrentarte a nada de esto. Ni a la paternidad.


Él se puso serio.


–Ya he tenido que lidiar con bastantes pérdidas, gracias. Me gustaría mantenerte con vida. Y al bebé también.


–Lo siento. Era lo peor del humor negro.


–Creo que crees que soy más monstruo de lo que soy en realidad – dijo él.


–Es probable, pero ¿puedes culparme por ello, teniendo en cuenta nuestro primer encuentro?


–¿Puedes culparme tú a mí?


–Supongo que no – Paula no sabía qué decir, porque no podía seguir justificando sus acciones. Ya no. Había pasado muchos años haciéndolo y cada vez le resultaba más difícil– . Lo siento – dijo ella.


–¿Por qué te disculpas?


–Porque te robamos el dinero. Estuvo mal. Uno puede disimular, puede llamarlo estafas. Fingir que está bien porque las víctimas tienen dinero y tú no, pero, al fin y al cabo, es robar. Y a pesar de que hubo una época en la que realmente no sabía lo que hacía, ahora lo sé. Eso sí, si conocieras a mi padre, sabrías lo fácil que es que te implique en sus planes. Hay un motivo por el que es capaz de convencer a la gente de que suelte su dinero. Es muy convincente. Tiene la capacidad de hacerte creer que todo va a salir bien, y que te mereces lo que estás robando. A pesar de todo, me equivoqué al implicarme en su plan. Y lo siento.


Sentía que debía decirle todo eso antes de que pudieran avanzar. O quizá estaba delirando. O se había conmovido por el hecho de que él hubiera tenido el detalle de llevarle una infusión. En cualquier caso, allí estaba, confesándose.


Y no solo ante él, sino ante sí misma.


De pronto, se sentía agotada. Sucia. Desolada.


–¿Crees que hay un punto en la vida en el que uno ya no tiene salvación?


–Nunca me lo he planteado – se sentó en el borde de la cama– , pero supongo que es porque nunca imaginé que pudiera tenerla.


–Debe de ser que yo tampoco.


–¿Es tan importante? ¿De todos modos, qué sentido tiene? ¿Quieres que te consideren buena persona?


–Nunca he pensado demasiado en si era buena o mala. Recuerdo que una vez le pregunté a mi padre por qué teníamos miedo de los chicos buenos. De la policía. Yo había aprendido viendo la tele que se suponía que la policía era buena. Así que le pregunté si era mala. Me dijo que no era tan sencillo. Que a veces la gente buena hace cosas malas, y que la gente mala hace cosas buenas. Dijo que no todo el mundo que lleva uniforme es bueno, pero yo solo quería saber si nosotros éramos buenos. Y a lo mejor aún quiero saberlo.


–¿Importa?


–¿No? No conozco a nadie que quiera ser malo. Y me gustaría educar a mi hijo para que sea bueno, así que yo debería serlo también.


–Supongo que uno solo puede ser bueno o malo en su propia vida, al menos, en mi experiencia. Hay mucha gente que me calificaría de malvado, aunque nunca he incumplido la ley. Sin embargo, he cumplido lo que me había propuesto cumplir. He creado para mí la vida que siempre he querido llevar. ¿Qué tiene que ver ser bueno con todo eso?


–No lo sé. Yo no estoy segura de saber quién soy en realidad. ¿Cómo voy a saber si soy buena o mala si ni siquiera sé la respuesta a una pregunta tan sencilla?


–¿Crees que, si contratamos a una niñera, nos ayudaría a solucionar ese tipo de preguntas?


–¿Quieres decir que crees que se molestaría en ayudar a un par de adultos estancados emocionalmente?


–Supongo que tú y yo no formamos la pareja más funcional del mundo.


–¿Somos pareja?


–Solo en el sentido de ser dos, y de que criaremos juntos a nuestro hijo. ¿Con qué capacidades? No estoy seguro.


Ella deseaba preguntarle por la noche anterior, y saber si se había acostado con otra mujer, pero le resultaba extraño y no era asunto suyo. Puesto que le había dejado claro que no volvería a acostarse con él.


No obstante, en aquellos momentos no estaba tan convencida de ello.


Posiblemente porque no estaba convencida de nada. Tan pronto como había dicho que no estaba segura de quién era, se había percatado de que era verdad. Sabía cómo fingir y cómo adoptar diferentes papeles en la vida. Incluso cuando decidió alejarse de su padre y de sus estafas, adoptó el papel de camarera. No había hecho amigas, nunca había conectado de verdad con alguien. La persona que había fingido ser durante los dos últimos años era superficial. No tenía una parte más profunda.


Durante un instante le preocupó que eso fuera todo. Que hubiera adoptado diversos papeles en su vida a nivel superficial y que nunca hubiera creado nada en profundidad. 


¿Qué clase de madre sería? ¿Qué significaría eso para el resto de su vida?


No le extrañaba que su madre la abandonara. Y que su padre se hubiera distanciado de ella tan fácilmente. Era una persona sin sustancia.


«No puede ser».


Al menos, no permitiría que siguiera siendo así.


Necesitaba sueños que perseguir. No había tenido ninguno desde la última estafa. Porque tenía miedo de caer en el mismo comportamiento que había aprendido en su infancia. 


No podía vivir así. Por el bien de su hijo tenía que ser algo más en la vida.


Por supuesto, no sabía qué le depararía el futuro, porque parecía que Pedro lo tenía atrapado en la palma de su mano. Durante unos instantes, cuando todavía estaba en Nueva York, se había imaginado feliz criando a su hijo sola. 


Y le había parecido suficientemente satisfactorio, pero, una vez más, sus fantasías habían resultado imposibles.


–No te preocupes por si eres buena o mala – dijo él, al fin– . Tienes que centrarte en conseguir que un día no vomites por las mañanas.


–Oh, Pedro. Eres capaz de darle esperanzas a una chica.


–Solo intento ayudar.


–Según tú, no estás siendo amable, ¿no? – preguntó ella, esbozando una sonrisa.


Él negó con la cabeza.


–No, estoy siendo práctico. Mi madre solía traerme infusiones.


Paula sintió una presión en el pecho al imaginarse a Pedro de pequeño. Sabía que había terminado solo y eso era doloroso.


–En cualquier caso, te lo agradezco de veras – se aclaró la garganta y agarró una tostada– . De todos modos, no hace falta que vengas a sujetarme el cabello cuando… Es asqueroso.


–No me parece nada asqueroso. Te encuentras mal por culpa de mi hijo. Me parece justo cuidar de ti.


–¿Es eso? ¿Vas a cuidar de mí?


–Confieso que no lo había pensado.


–De algún modo, me da la sensación de que esa es nuestra manera de relacionarnos. Sin pensar.


–Probablemente. Si alguno de los dos hubiera pensado con claridad en algún momento, las cosas podrían haber salido de una manera muy diferente.


–Sí, podríamos empezar a hacerlo pronto.


–En estos momentos, yo estoy pensando con bastante claridad.


Paula se untó un poco de mermelada en el pan y comió un bocado.


–Me alegra saberlo – dijo ella.


Se hizo un silencio y Paula lo miró a los ojos. Él la estaba mirando con dulzura. Al menos, eso es lo que habría pensado si fuera otro hombre. Con Pedro, no sería así.


–¿Qué? – preguntó ella.


–Estoy pensando.


–¿En qué?


–En que es probable que intente seducirte.


Ella se atragantó y dejó la tostada sobre el plato.


–Perdona. ¿Qué has dicho?


–Voy a seducirte – dijo él– . Y tendré éxito. Ambos lo sabemos.


Paula se miró las manos y vio que las tenía llenas de mermelada.


–Acabo de vomitar delante de ti y ahora estoy en la cama llena de mermelada. ¿Cómo puedes pensar en seducirme? ¿Y de veras crees que voy a permitir que me seduzcas?


–Sí – dijo él, y se volvió hacia la puerta.


–¿Dónde vas?


–He pensado que es mejor esperar a que te encuentres mejor para seducirte. ¿Necesitas algo más?


–No.


–Pareces confundida.


–¿Cómo hemos pasado de las tostadas a la seducción?


–Te deseo – dijo él– . Te he deseado desde el primer momento en que te vi. Y estoy acostumbrado a tener lo que deseo.


–Ya, pero soy una mujer, no un Ferrari. No puedes comprarme sin más. Yo también tengo algo que decir.


–Lo sé – dijo él–. Y quiero que digas que sí. Me gustaría, Paula. No significaría nada si tú no me desearas también. Y por eso planeo seducirte, no simplemente poseerte. Hablaremos más tarde – se puso en pie y salió de allí, dejándola sola con la promesa de seducirla, la infusión y la tostada.