jueves, 27 de octubre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 6




David Crane se quedó unos segundos en silencio delante de su escritorio cuando Pedro Alfonso se hubo marchado. Lo vio salir del edificio a través del monitor privado que normalmente se confundía con una original pintura al óleo. 


Tenía un mal presentimiento respecto a la visita de su viejo amigo. David apretó los dientes para controlar la furia.


Alguien lo sabía. Pero se suponía que nadie, absolutamente nadie estaba enterado.


Sólo una o dos personas podrían haber puesto en marcha los acontecimientos. Kessler era una posibilidad, pero David lo dudaba, aunque seguro que tendría a alguno de sus hombres vigilando el proyecto. Kessler no había abierto la boca durante todo aquel tiempo, así que, ¿por qué habría de hacerlo ahora? Conocía las consecuencias si llegaba a hacerlo. Kessler disfrutaba de su familia, disfrutaba de la vida. Y conocía lo suficientemente bien aquel negocio como para saber que si se iba de la lengua sería hombre muerto. 


Lo habría matado hacía meses pero con eso sólo habría logrado levantar sospechas.


Kessler no era tan tonto como para hablar. Y si no había sido él, entonces sólo quedaba una persona.


Pero se suponía que estaba muerta.


David apretó el botón de su intercomunicador y preguntó por el jefe de seguridad.


-Quiero que sigan a Pedro Alfonso. Quiero saber adónde va y con quién habla.


-Sí, doctor Crane.


David se echó hacia atrás en la silla y apretó rítmicamente el músculo de la barbilla. Alfonso no podía estar al tanto de nada. No podía ser.


Porque ella estaba muerta. De eso estaba seguro.



PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 5





Dos horas y media más tarde, Pedro estaba sentado en la zona de recepción del despacho de David Crane, situado en la planta décima de los laboratorios Chaves.


Pedro había necesitado una hora entera para convencer a su cliente de que accediera a llevar a cabo su plan. Ella había hecho todo lo posible por intentar disuadirlo, y lo cierto era que había estado a punto de conseguirlo. Cuando Pedro le explicó al detalle lo que pensaba hacer, la joven accedió a regañadientes. El detective le hizo unas cuantas preguntas más respecto al proyecto Kessler mientras ella devoraba media pizza. Aunque todavía albergaba sus dudas respecto a quién era verdaderamente ella, tenía que reconocer que era extraordinariamente inteligente y parecía saberlo todo de la empresa.


Sus recursos lo habían sorprendido. Pedro esperaba encontrarse con una niña mimada incapaz de manejarse más allá de su ambiente. Si todo lo que le había contado era verdad, la joven había escapado de un asesino y había conseguido ocultarse sin la ayuda de nadie.


Tenía que admitir que era impresionante. Pero qué demonios, parecía tan joven... Sobre todo así vestida. Pedro apretó los dientes para obligarse a no pensar en cosas en las que no debería pensar. Por ejemplo, en aquella boca tan dulce. Sus labios tenían una forma sexy que invitaba a besarlos. Era menuda pero de ella emanaba un aire de fortaleza. Lo había sorprendido en muchos sentidos.


En el plano profesional, si no se trataba de la verdadera Paula Chaves, ocuparía un puesto alto en Cphar o sería una espía bien entrenada por la competencia.


Pedro no había estado nunca en la sede de los laboratorios Chaves. El sitio era impresionante. El edificio, que constaba de diez plantas y estaba hecho en cristal y acero, estaba situado en medio de un terreno de al menos veinte acres a más de veinticinco kilómetros del mundo civilizado.


-Señor Alfonso -dijo una secretaria con aspecto pulcro y eficiente-. El doctor Crane lo recibirá ahora mismo.


Pedro se puso de pie y la siguió por el pasillo que llevaba a un inmenso despacho. Se preguntó si Crane lo recordaría pero aquella idea lo hizo reírse por dentro. Era difícil olvidarse del hombre que te había salvado la vida. Y Pedro lo sabía bien. Crane había salvado también la suya. Los tres días con sus noches que habían pasado juntos avanzando por el desierto estaban grabados a fuego en su cerebro. 


Nunca podría olvidarlo. La muerte les había pasado rozando a ambos y finalmente se habían salvado el uno al otro.


Crane se levantó cuando lo vio entrar en su despacho.


Pedro! ¿A qué debo el honor de tu visita? -le preguntó Crane estrechándole la mano con efusividad-. ¡Cuánto tiempo ha pasado!


-Demasiado -respondió Pedro con una sonrisa.


A Crane le había ido también bastante bien. Todavía parecía estar en forma y tenía buen aspecto.


-Me alegro de volver a verlo, doctor Crane -le dijo.


-Por favor, llámame David -respondió el otro hombre haciendo un gesto con la mano-. Después de todo lo que hemos pasado juntos sobran las formalidades. Siéntate, por favor.


-Parece que has subido en la vida -comentó Pedro tomando asiento en uno de los sillones de cuero que había frente al escritorio y echando un vistazo rápido al lujoso despacho.


-Tengo que decir que me gusta mucho más esto que el desierto iraquí -bromeó Crane sentándose también.


-Apuesto a que sí -respondió Pedro riéndose.


En la pared de detrás del escritorio colgaba un óleo abstracto con aspecto de caro. Los colores eran tan vívidos que parecía casi tridimensional. Aquel cuadro le inquietaba, pero Pedro no podía precisar con exactitud la razón.


-Mi secretaria me ha dicho que ahora trabajas para la prestigiosa Agencia Colby -dijo Crane colocando los brazos en los de su silla-. Ya veo que a ti tampoco te ha ido mal. 
Escucha: Dentro de unos minutos tengo una reunión que desgraciadamente no puedo anular -aseguró frunciendo el ceño-. Creo que deberíamos cenar esta noche y hablar de los viejos tiempos. Pero dime, ¿qué puedo hacer por ti? Cualquier cosa. Lo que sea.


Crane parecía un hombre honrado a ojos de Pedro. Tenía la mirada limpia y sincera. El hombre que Pedro había conocido años atrás no era capaz de mentir tan bien. 


Seguramente no habría podido convertirse en un maestro del engaño en aquel intervalo. Paula Chaves tenía que estar equivocada. O tal vez se tratara de algún tipo de montaje. 


Pero no había forma de saber quién era el organizador.


-Estoy investigando un laboratorio de investigación para uno de vuestros competidores -mintió Pedro soltando la coartada que le había asegurado a su cliente que contaría para explicar su presencia en Cphar-. Alexon quiere comprar Camden, pero no están convencidos de que se trate de una inversión segura. Creo que tú conoces bien Camden.


Pedro se detuvo un instante para que sus palabras surtieran efecto.


-¿Sabes algo que pueda cambiar los planes de Alexon? Sé que corro un riesgo al contarte sus intenciones, pero pensé que podía confiar en ti.


Crane apoyó la barbilla en los nudillos de una mano y consideró la pregunta.


-Hemos trabajado con Camden de vez en cuando y nunca hemos tenido ningún problema. Su reputación es sólida pero financieramente están muy mal -aseguró Crane frunciendo el ceño-. Aunque problemas económicos aparte, no sabía que estuviera en venta. Estoy sorprendido. Howard Camden siempre me ha jurado que no vendería a nadie más.


-Camden todavía no lo sabe -respondió Pedro con una sonrisa.


-Ya veo -comentó Crane asintiendo con la cabeza-. Una Opa hostil. Interesante.


-Alexon, quiere conocer los progresos que está realizando Camden con un nuevo fármaco contra el cáncer -comentó Pedro encogiéndose de hombros para fingir desinterés-. Tú sabrás más de esas cosas que yo. Es una especie de agente neutralizador de células relacionado con el tratamiento contra el cáncer. Me han dicho que la primera empresa que lo consiga se forrará.


Crane se quedó muy quieto pero no mostró ninguna otra señal de incomodidad o de sospecha.


-¿De veras? No sabía nada de eso tampoco. ¿Sabes si están preparados para salir al mercado?


La última pregunta de Crane ocultaba una inquietud velada que se esforzó en disimular. Pedro había tocado el nervio. El detective levantó las manos en gesto de fingida inocencia.


-No. No me han contado nada más -aseguró Pedro entornando los ojos-. Entonces, ¿crees que Camden es una buena inversión?


Los ojos de Crane reflejaban en aquel momento algo distinto. Pedro pensó que tal vez estuviera calculando cómo comprar antes Camden. Lástima que no estuviera realmente en venta. Y desde luego esos laboratorios no estaban investigando con el neutralizador celular. El jefe de seguridad de Alexon, un viejo amigo de Victoria, era quien había sugerido utilizar aquel cebo. Después de Cphar, Alexon era la corporación farmacéutica más importante del país. Pedro había hecho bien al mencionar el nuevo fármaco, el del proyecto Kessler. Había conseguido atraer sin duda la atención de Crane.


-Si Camden está al borde de la bancarrota, no cabe duda de que es una sabia inversión -le aconsejó-. Pero tienes que tener en cuenta que muchas veces se inician rumores para hacer atractiva una empresa que realmente no lo es -aseguró sin tapujos-. Si Camden estuviera al borde de algo tan fuerte dudo mucho que hubiera rumores. Todo estaría controlado. Muy controlado -enfatizó-. Quizá deberías reconsiderar tus fuentes.


-Pues no había pensado en eso -mintió Pedro-. Supongo que si Camden estuviera atravesando problemas económicos este tipo de rumores redundarían en su beneficio.


-Totalmente.


Pedro se puso de pie. Crane hizo lo mismo. Extrañamente, no puso ninguna objeción a que se marchara ni volvió a sacar el tema de salir a cenar.


-Gracias por tu ayuda -dijo Pedro extendiendo la mano-. Tal vez alguna vez pueda hacer lo mismo por ti.


-La Agencia Colby ya cuida muy bien de nosotros -aseguró Crane estrechándosela-. Pero lo recordaré.


Pedro vaciló un instante antes de marcharse.


-Por cierto, Victoria me pidió que preguntara por la salud del señor Chaves.


-Me temo que no está muy bien -aseguró Crane ensombreciendo la expresión-. Estos días apenas está lúcido.


-Lamento oír eso -dijo Pedro-. ¿Y cómo está su hija Paula, dadas las circunstancias?


-Lo está llevando lo mejor posible -respondió Crane sin vacilación.


-Tal vez debería pasar a ofrecerle las condolencias de la Agencia.


-Está de viaje de negocios en Boston -respondió Crane muy deprisa, demasiado deprisa-. Le diré que la señora Colby se ha interesado.


Pedro asintió con la cabeza y salió del despacho. Se tomó su tiempo para llegar hasta el ascensor. Aunque no estaba muy seguro de que Crane ocultara algo importante y desde luego no pensaba que fuera el monstruo que Paula Chaves había descrito, Pedro tuvo la absoluta seguridad de que lo observaban cuando se dirigió a la salida.









PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 4





“Por favor, Dios”, rezó Paula Chaves en silencio. “No dejes que se dé cuenta de que la pistola no está cargada”.


-Le he dicho que baje el arma -le repitió a aquel hombre alto de aspecto peligroso que estaba al otro lado de la habitación.


-¿Por qué no tira usted la suya? -sugirió él con voz calmada-. Después yo haré lo mismo.


Paula tembló al escuchar el sonido de su voz. Era suave pero letal. ¿Qué debía hacer? Había esperado que él obedeciera su orden. Eso era lo que ocurría siempre en las películas.


No tenía elección. Apretando los dientes para reunir valor, echó hacia atrás el seguro y ladeó la pistola, como le había visto hacer a Clint Eastwood. El clic resonó por toda la habitación.


-Baje el arma ahora -repitió con toda la autoridad que fue capaz de demostrar.


El hombre, que debía ser efectivamente Pedro Alfonso, se la quedó mirando durante dos interminables segundos antes de obedecer. Ella respiró por fin cuando lo vio dejar la pistola encima de la cama. Gracias a Dios.


-Y ahora, identifíquese -le recordó.


-Tranquila, señorita.


Pedro abrió la solapa izquierda de su chaqueta de cuero para mostrarle que no tenía nada que ocultar y metió dos dedos en el bolsillo interior. Su mirada inquisidora no la abandonó ni un momento mientras sacaba la cartera de cuero negro que contenía sus credenciales. La arrojó sobre la cama sin apartar la vista de ella. Paula era consciente del aspecto que tenía pero no podía evitarlo. Los vaqueros y la camiseta que le dejaba el ombligo al descubierto eran lo más adecuado dadas las circunstancias. El hecho de que la ropa estuviera limpia fue lo único que le preocupó cuando la canjeó. Con el pelo suelto en lugar de recogido con su moño habitual y con aquella ropa dudaba mucho que alguien pudiera reconocerla. Ni siquiera su amado prometido.


Y precisamente de eso se trataba.


Sin apartar la vista del hombre del que sólo la separaba el colchón de la cama, Paula agarró la cartera. La abrió y miró de reojo la identificación con fotografía de la Agencia Colby. 


Pedro Alfonso. Treinta y cuatro años. Cabello y ojos oscuros. 


Paula miraba alternativamente a la fotografía y al hombre que tenía delante. Tenía el cabello muy largo recogido en una coleta y los ojos de un marrón cobrizo realmente poco común. Se le formó un nudo en la garganta. Un hombre de aquel tamaño podía hacer mucho daño si quisiera.


-¿Contenta? -preguntó él.


Pau asintió con la cabeza y bajó el arma.


-Lo lamento, pero no puede imaginarse el miedo que he pasado.


Sintiéndose de pronto muy débil, la joven dejó caer la pistola y la cartera encima de la cama.


-Me alegro de que esté aquí.


Pedro agarró su arma, la guardó en la cinturilla de sus pantalones y luego examinó la de ella tras guardarse de nuevo la cartera con las tarjetas.


-¿Sabía usted que esta pistola no está cargada? -le preguntó mirándola con penetrante fiereza.


Paula se sentó en una esquina de la cama. Estaba demasiado cansada para explicarle todo.


-Sí -admitió-. No tenía nada más para cambiar por las balas.


-¿Cambiar? ¿De qué demonios está hablando? -preguntó Pedro taladrándola con los ojos.


-Tuve que salir huyendo sin dinero ni tarjetas -respondió ella encogiéndose de hombros con gesto agotado-. Conocí a un hombre en un callejón cerca de la estación de autobuses que me dio una pistola a cambio de mi Rolex. Ya había canjeado el anillo de compromiso por un billete de autobús que me sacara de Chicago y los zapatos por esta ropa y las zapatillas de deporte, así que no me quedaba nada más.


-Me está tomando el pelo, ¿verdad?


-No tuve elección -respondió Paula sacudiendo la cabeza con indignación.


¿A qué venía tanta historia? Aunque no podía precisar el valor de su anillo de compromiso bien pudiera ser tan falso como su prometido.


La chica que se llevó los zapatos fue sin duda la que salió ganando. Después de todo, eran de Gucci. El vestido también era de marca pero estaba inservible, así que tuvo que arrojarlo en un contenedor de basura. Aquellos recuerdos tan horribles que había mantenido aparcados durante setenta y dos horas comenzaban a sucederse en su cabeza.


Le dolía el estómago. Había habido mucha sangre.


El tío Roberto estaba muerto.


Paula luchó contra las lágrimas que amenazaban con salir. 


Tenía que ser fuerte, tenía que volver con su padre. Su vida, ya de por sí frágil, podía correr también peligro. Todo lo demás daba igual: Tenía que conseguir ayuda para recuperar su vida y asegurarse de que él no le hiciera daño a su padre.


Aquel hombre, Pedro Alfonso, la miró con algo nuevo reflejado en los ojos. ¿Sería tal vez compasión? Paula sintió una oleada de indignación en la boca del estómago. No necesitaba su compasión, sino su experiencia como investigador.


-¿Cuándo comió por última vez? -le preguntó preocupado.


Pau pensó en ello durante un instante y luego se acordó. Los últimos tres días habían supuesto un torbellino de imágenes y de situaciones.


-El hombre de la recepción me dio una bolsa de cacahuetes y un refresco esta mañana cuando me registré -admitió-. Se lo agradecí mucho, teniendo en cuenta que no tenía dinero.


-¿De veras? -preguntó Pedro alzando una ceja con gesto desconfiado-. ¿Y cómo pagó al hacer la reserva?


-Le dije que el hombre al que estaba esperando le pagaría. Al parecer es lo habitual en este sitio.


Pedro dejó escapar un suspiro de impaciencia y comenzó a rascarse la barbilla mientras decidía qué hacer con ella. 


Finalmente, como si hubiera perdido la batalla contra su propio sentido común, sacudió la cabeza.


-Vayamos a comer algo. Luego hablaremos.


-No creo que sea muy inteligente salir de la habitación hasta que lleguemos a un acuerdo -respondió Paula negando rotundamente con la cabeza-. ¿No puede llamar para que nos suban algo?


Pedro endureció la expresión de su rostro, se acercó a la mesilla de noche y abrió el cajón. Tras sacar la guía telefónica y consultar las páginas amarillas, le preguntó:
-¿Pizza?


-Sí -respondió ella de inmediato sintiendo cómo le rugía el estómago.


No era su comida favorita, pero sin duda le vendría bien. 


Estaba hambrienta.


-Llegará en veinte minutos -dijo Pedro tras pedirla, colgar el teléfono y tomar asiento en la única silla que había en la habitación.


Sin dejar de mirarla con sus ojos escrutadores, decidió comenzar a tutearla.


-Sé quién es tu padre y conozco casi todo lo que tengo que saber respecto a la empresa Cphar. Pero necesito que empieces por el principio y me cuentes por qué crees que quieren matarte.


-No es que lo crea -respondió Pau furiosa por su apatía-. Lo sé.


La joven dejó escapar un profundo suspiro y decidió contarle la versión abreviada de la historia.


-Cinco años atrás mi padre comenzó un nuevo proyecto de investigación con otro científico, el doctor Kessler. A medida que avanzaba la investigación, el doctor Kessler consiguió avances extraordinarios. Y entonces, hace dos años, otro científico se unió al proyecto. Con su ayuda se alcanzaron resultados espectaculares.


Paula estaba muy cansada. No podía demostrarse nada de lo que estaba a punto de decir. ¿Cómo iba a pretender que un desconocido lo aceptara? ¿Y cómo era posible que hubiera ocurrido? Su padre había sido siempre muy cuidadoso. ¿Cómo podría convencer al hombre que tenía delante de que la historia que iba a contarle era rigurosamente cierta? Pero tenía que conseguir que la ayudara. Su padre confiaba en Victoria Colby. Y si ella había enviado a aquel hombre, tendría que fiarse. Pero no podía contarle absolutamente todo. Todavía no. Si se lo soltaba de golpe no la creería. Había cosas que la gente necesitaba ver con sus propios ojos.


Pau se acarició las sienes y estiró el cuello antes de continuar.


-Hace aproximadamente un año hubo un enfrentamiento entre los dos investigadores principales y el doctor Kessler se fue. Ahora, el proyecto que lleva su nombre está a punto de subir el siguiente peldaño: Probarlo en sujetos humanos.


-¿Kessler está completamente retirado del proyecto? -quiso saber Pedro.


-No quiere saber absolutamente nada de Cphar -aseguró Paula asintiendo con la cabeza-. Incluso renunció a su parte de las acciones.


Aquella revelación no pareció impresionar a su impasible invitado.


-El fármaco que han creado es un agente quimioterapéutico que neutraliza literalmente las células cancerígenas -continuó al ver que Pedro no le preguntaba nada más-. Se llama Cellneu.


Paula percibió un ligerísimo cambio en sus ojos oscuros. 


Incluso ella estaba impresionada con aquel fármaco.


-Impresionante, ¿verdad?


-Y muy valioso -sugirió él.


-Mucho.


Aquella única medicina multiplicaría por mil la fortuna de los laboratorios Cphar y tenía el potencial de salvar innumerables vidas humanas.


-Aunque hay un problema -añadió Jenn.


Pero se detuvo antes de continuar. No tenía absolutamente ninguna prueba de lo que estaba a punto de decir.


Pedro la observó durante unos instantes sopesando lo que le había contado hasta el momento.


-¿Por eso crees que alguien intenta matarte? ¿Para robar el nuevo fármaco?


Ella negó con la cabeza.


-Alguien está intentando matarme porque yo sé algo que él no quiere que sepa -se explicó.


-No me tengas en vilo -le pidió Pedro haciéndole un gesto para que continuara.


Paula se humedeció los labios. Era consciente de cómo iba a sonar aquello. Lo único que esperaba era que la creyera.


-El fármaco tiene un fallo. A la larga puede ser peligroso para los humanos. Creo que ésa fue la razón por la que Kessler se apartó del proyecto.


-¿Puedes demostrarlo?


Ella suspiró. Aquél era el punto crucial. Entonces se puso de pie y se llevó enérgicamente las manos a la cintura. No tenía ninguna prueba. Sólo la palabra de un hombre moribundo.


-No puedo demostrarlo pero sé que es verdad -aseguró nerviosa-. Lo sé porque mi tío, que trabajaba en el proyecto y en el que yo confiaba plenamente, me lo dijo en su último aliento.


-¿En su último aliento? -preguntó el detective alzando una de aquellas cejas espesas.


-Mi prometido lo asesinó. Y también me habría matado a mí, pero yo me escapé.


-¿Dónde ocurrió todo esto? -preguntó Pedro apoyando los codos en las rodillas-. ¿Hubo algún testigo?


-En la ermita en la que yo estaba a punto de casarme -respondió ella tratando de apartar de la mente la imagen de Roberto muerto en el suelo-. No hubo testigos. Queríamos celebrar la boda casi en secreto. Las demás personas presentes trabajaban para mi prometido. Incluso el oficiante de la ceremonia.


Paula recordaba perfectamente cómo se había quedado impasible mientras aquel hombre se la llevaba a rastras.


Pedro se inclinó hacia ella. Era un gesto intimidatorio. Pero Pau se mantuvo firme.


-Así que estabas en aquella ermita, vestida de novia y preparada para caminar hacia el altar cuando tu prometido intentó matarte -recopiló como si estuviera hablando del tiempo-. Pero te escapaste. ¿Es eso lo que estás diciendo?


No la creía. Paula sintió una oleada de furia. No tenia ninguna razón para mentir, ¿es que no se daba cuenta?


-Básicamente sí -respondió con tirantez-. Me falta decirte que ordenó a uno de sus hombres que me matara. Me sacó de la ermita y me llevó al bosque. Me obligó a mirar mientras él cavaba una fosa. Y cuando decidió divertirse un rato antes de matarme, me las arreglé para agarrar la pala. Lo golpeé con todas mis fuerzas y salí corriendo lo más deprisa que pude. Sin mirar atrás -concluyó sintiendo un escalofrío.


-De acuerdo -dijo Pedro con expresión neutra-. ¿Por qué no me das el nombre de tu prometido? Llamaré a un policía amigo mío de la ciudad y le diré que detenga a ese tipo. No nos llevará mucho tiempo descubrir la verdad.


-¡No podemos llamar a la policía! -exclamó Pau sintiendo un escalofrío de terror.


-¿Por qué no? -preguntó el detective inclinando ligeramente la cabeza para observarla desde otro ángulo-. Ha dicho que mató a tu tío y que intentó que te asesinaran también a ti.


Ella se mordió el labio inferior. No podía dejarle que llamara a la policía.


-Él... tiene a mi padre. Si lo investigan pero no lo detienen sé que lo matará. Por favor -dijo acercándose al detective y agarrándolo de la chaqueta-. Por favor, no quiero 
arriesgarme a ponerle las cosas más difíciles a mi padre. 
Tienes que ayudarme.


Durante una décima de segundo aquellos ojos oscuros parecieron suavizarse.


-Dime el nombre de ese prometido tuyo que tanto te asusta y veré lo que puedo hacer.


Paula asintió con la cabeza y contuvo las lágrimas que amenazaban con caerle.


-Se llama David Crane. El doctor David Crane.