viernes, 16 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 15

 


Diez minutos más tarde, se alejaban del palacio en el asiento trasero de un lujoso sedán negro. Según el mapa de la isla que había estado consultando la noche anterior, el orfanato no estaba lejos.


Paula se sentía feliz contemplando el paisaje que iba pasando por su ventanilla, mientras repasaba mentalmente los planes que tenía para el hogar infantil. Debería haberse imaginado que Pedro no le permitiría encerrarse en sí misma mucho rato.


—Cuéntame más cosas sobre lo que se te ha ocurrido para el orfanato y las Navidades. Me sorprende que ya tengas un plan, sin conocer el lugar siquiera.


Apretando los documentos sobre las rodillas, Paula apartó la mirada de la ventanilla y se volvió hacia él.


—He podido hacerme una idea general del hogar infantil con el expediente que me diste ayer, y el tipo de evento que tengo en mente es algo que ya he hecho antes. Pero me parece que funciona muy bien y siempre se consigue la participación de la gente.


—Parece prometedor. ¿De qué se trata?


—Básicamente, hablamos de dar una pequeña fiesta en la que Santa Claus visita a los niños y les entrega regalos. Invitamos a la prensa y a los vecinos. El objetivo es llamar la atención hacia el orfanato, recordar a la gente que los niños están solos y muy necesitados, no sólo en vacaciones, sino durante todo el año.


Pedro asintió y frunció los labios perdido en sus pensamientos.


—Interesante. ¿Y quién se encargará de proporcionar los regalos, dado que aún no se han puesto en marcha medidas para recaudar fondos?


Paula sonrió.


—Tú.


Pedro levantó una ceja en señal interrogativa y Paula se apresuró a explicar lo que quería decir.


—O más bien, la familia real. Nos aseguraremos de informar de ello a la prensa, lo cual incidirá en tu familia muy positivamente. De hecho, si todo va según mis planes, tal vez consideres la posibilidad de patrocinar el acto todos los años. En Texas, la fiesta de Santa Claus y los regalos ha quedado instituida y se celebra todos los años con mucho éxito, por cierto.


Inclinando la cabeza hacia ella, Pedro dijo: —Estoy seguro de que mi familia estará encantada de colaborar.


El coche se detuvo delante del hogar infantil. Un segundo después, el conductor rodeaba el vehículo y abría la puerta por el lado de Pedro. Éste se apeó y fue recibido por un aluvión de flashes, que le explotaban en la cara.


Paula se había deslizado por el asiento para salir detrás de él, pero en vez de aceptar la mano que le tendía, levantó el brazo para cubrirse del cegador ataque.


—¿Quién es toda esa gente? —le preguntó.


Pedro se inclinó hacia ella para estar más cerca y que nadie le oyera.


—Miembros de esa prensa de la que hablabas hace un momento. Suelen seguir a los miembros de la familia real allí donde van.


Le tendió nuevamente la mano y añadió:—Vamos. Es hora de entrar. Ya te acostumbrarás a su presencia.


Ella no estaba tan segura. Si sólo momentos antes se encontraba feliz y ansiosa por comenzar a trabajar, en ese momento temía salir del vehículo y tener que enfrentarse a los fotógrafos que rodeaban el coche como buitres. Ya había tenido bastante en su casa en Texas.


Había aceptado la invitación a Glendovia, precisamente para escapar de los medios. Y allí estaba, rodeada otra vez de flashes.


Claro que esta vez no era ella el centro de atención, gracias a Dios. Pero eso no quería decir que le gustara que le sacaran fotos sin su permiso, como tampoco le había hecho ninguna gracia que lo hicieran en Estados Unidos.


Tomó aire y controló el nerviosismo lo mejor que pudo, antes de darle la mano a Pedro y dejar que la ayudara a salir del coche.


Caminó mirando al frente, hacia el edificio de ladrillo en el que estaban a punto de entrar. Apretaba el asa del maletín con la mano izquierda casi desesperadamente, concentrada en relajar la mano derecha. No quería dar motivos a Pedro para que se percatara de lo mucho que le disgustaban los periodistas, que se arremolinaban en torno a ellos, sacando fotos sin parar y llamándole para que les hiciera caso.


Pedro sonrió e hizo un gesto educado con la mano, pero por lo demás los ignoró completamente y no se detuvo en ningún momento. El ejército de fotógrafos se iba abriendo conforme se acercaban los dos, hasta que, finalmente, estuvieron dentro del edificio.


Paula soltó el aliento que había estado conteniendo y se zafó de la mano de Pedro, dejando una distancia de seguridad entre ambos. Cuando levantó la vista, se encontró un brillo divertido en los ojos de Pedro.


El movimiento, había sido un acto de auto conservación y él lo sabía.


EN SU CAMA: CAPÍTULO 14

 


Paula se despertó temprano al día siguiente, lista para empezar a trabajar. Esperaba también encontrar tiempo para conocer algo más de la isla y alejarse todo lo posible de Pedro. Era una amenaza para su paz mental, y cuanto menos tiempo pasaran juntos durante su estancia en la isla, tanto mejor.


Llegó al comedor portando un maletín con sus documentos. La familia ya estaba desayunando. Rápidamente colocaron un cubierto más para ella y Paula disfrutó mucho de la comida, hasta que la reina quiso saber lo que pensaba hacer ese día. Paula tuvo el convencimiento de que no le gustaba nada a la madre de Pedro.


—Después de examinar más detenidamente las notas que Pedro me ha facilitado, he pensado que comenzar por el orfanato sería lo más adecuado —respondió ella—. Se me ha ocurrido algo que se podría hacer de cara a las vacaciones navideñas que se acercan, y habrá que actuar con rapidez porque no queda mucho tiempo.


Si a la reina le agradó la respuesta de Paula, ciertamente no lo expresó. Fue Pedro quien respondió en su lugar.


—Pediré que preparen el coche para ir a hacerles una visita —y diciéndolo, se levantó y se dirigió hacia las puertas dobles del comedor.


—¿Es que vas… a venir? —balbució Paula con el corazón en un puño. Lo último que quería era pasar el día con él.


Pedro se detuvo delante de la puerta y se dio la vuelta para mirarla.


—Por supuesto.


Paula tragó como pudo el nudo que se le había hecho en la garganta y trató de ignorar el calor que ascendía rápidamente por su cuerpo.


—No es necesario.


—Claro que lo es —respondió él suavemente—. Soy el responsable de la obra benéfica que se lleva a cabo en Glendovia. Me tomo muy en serio mi responsabilidad y tengo la intención de trabajar de cerca contigo durante tu estancia en la isla. Espero que no te importe.


Paula tuvo la seguridad de que lo último lo había añadido a propósito, por su familia, que lo miraba y escuchaba con suma atención. Porque estaba claro que aunque le importara, como de hecho ocurría, le iba a dar igual.


Lo cierto es que de haber estado solos tal vez se lo habría discutido, pero no tenía intención de montar una escenita delante de toda la familia real.


—No, no me importa en absoluto —se obligó a decir ella, pese a que tenía la boca seca.


Pedro dibujó una sonrisa, que le decía que sabía lo mucho que le había costado consentir en que la acompañara.


—Nos vemos dentro de un rato en el coche entonces —murmuró, y acto seguido salió de la habitación.



EN SU CAMA: CAPÍTULO 13

 


La puerta de la biblioteca estaba abierta, cuando Pedro llegó. Su madre estaba sentada en uno de los sillones situados delante de la chimenea, tomando una copita de jerez con la mirada puesta en las llamas que bailoteaban en el hogar. Pedro cerró la puerta tras él, se acercó al aparador y se sirvió una copa antes de hablar con su madre.


—¿Querías hablar conmigo? —le preguntó, reclinándose en el otro sillón.


La reina fue directa al grano. Típico de ella.


—¿Qué hace esa chica aquí, Pedro?


Él no fingió no comprender.


—Como ya os he dicho en la cena, la he contratado para que colabore con los organismos benéficos de la isla. Es muy buena en su trabajo y creo que nos será de gran ayuda.


—Y ésa es la única razón —dijo su madre brevemente, observándolo por encima del borde de sus gafas—. ¿Nada más?


Pedro bebió un sorbo de su brandy, antes de contestar.


—¿Qué otra razón habría de tener?


—Vamos, Pedro. Puede que sea tu madre, motivo por el cual no sería a mí a quien acudirías en primer lugar para confiarle tu vida amorosa, pero estoy perfectamente al corriente de tus… pasatiempos. ¿Estás seguro de que no la has traído aquí para convertirla en tu próxima conquista?


Aunque sus relaciones íntimas no incumbían a nadie más que a él, le costaba, además de ser una enorme insensatez, decirle a la reina que se metiera en sus propios asuntos. Aunque fuera su madre.


De modo que hizo lo que tanto él como sus hermanos habían hecho innumerables veces cuando eran niños: mirarla a los ojos y mentirle.


—Claro que no. Me tomo muy en serio mis responsabilidades hacia mi país. En cuanto vi lo que Paula había hecho, en la gala a la que asistí durante mi estancia en Estados Unidos, supe que sería de gran ayuda para nuestras causas benéficas.


Su madre entornó los ojos un momento, como calibrando la sinceridad de sus palabras.


—Me alegra oírlo. Estoy segura de que comprenderás, que no nos haría ningún bien que se hicieran públicos tus pequeños devaneos, tan cerca de la fecha en la que se anunciará tu compromiso. Los dos sabemos que no te has mantenido célibe, desde que te comprometiste a casarte con la princesa Lidia. Pero es importante que guardes las apariencias y no hagas nada que pueda molestar a su familia. Este matrimonio servirá para forjar una importante alianza entre su país y el nuestro.


Hizo una pausa de unos segundos y cuando retomó la palabra tanto su tono como la expresión de sus ojos se habían vuelto más severos.


—No podemos poner en peligro esta asociación, sólo por el hecho de que no puedas mantener las manos lejos de una americana plebeya.


Pedro dejó que otro sorbo de brandy le calentara la garganta y el cuerpo, mientras trataba de relajar la mandíbula y no faltarle el respeto a su madre.


—Conozco mis responsabilidades, madre. No tienes que preocuparte por Lidia. Paula es una mujer encantadora, pero no es ninguna amenaza para mi compromiso. Créeme.


—Me alegra oírlo, pero por si cambias de opinión o la señorita Chaves pasa a ser una despreocupada diversión mientras esté aquí con nosotros, tengo algo que creo que deberías ver.


Con esas palabras, metió la mano entre el sillón y el cojín y sacó una hoja de papel doblada. Se la entregó a Pedro y se reclinó nuevamente, aguardando la reacción de su hijo con todo su regio porte.


El desdobló el papel y se encontró con un artículo de periódico con la foto de Paula. A cada lado de su foto había otras dos recortadas de forma irregular.


El titular acusaba a Paula de haber separado al hombre y a la mujer que aparecían en las otras fotografías, de haber arruinado un feliz hogar. Leyó por encima el texto, en el que Paula aparecía retratada como una mujerzuela taimada y egoísta, sin reparos en vivir una tórrida aventura con un hombre casado, padre de dos hijos.


—Ella no es una de nosotros, Pedro —dijo la reina—. Formó un escándalo en su país y avergonzó a su familia con su promiscuidad. No necesitamos que nos haga lo mismo a nosotros.


Pedro se puso tenso en respuesta al contenido del artículo y la advertencia prepotente de su madre, pero al final se relajó. Aquel descubrimiento sobre la vida de Paula lo había sorprendido, pero no le importaba lo más mínimo. Y desde luego no le había hecho cambiar respecto a su deseo de llevársela a la cama, pese a las advertencias de su madre.


—Comprendo tus temores, madre, pero creo que estás dando demasiada importancia a la visita de Paula. Sólo estará aquí un mes y sólo para ocuparse de las organizaciones benéficas de la isla. Nada más.


La reina enarcó una ceja, pero guardó silencio, como dejándole claro que no se creía ni una palabra. Pero su vida seguía siendo suya, y hasta que no jurara sus votos matrimoniales con la princesa Lidia, no le debía explicaciones a nadie.


Dobló cuidadosamente el artículo de periódico y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta, se levantó y dejó el vaso vacío en el aparador, después volvió al sillón en el que estaba sentada su madre y se inclinó a darle un beso en la mejilla.


—Buenas noches, madre. Hasta mañana.