martes, 27 de diciembre de 2016

CHANTAJE: CAPITULO 3





Paula miró a Pedro sorprendida.


¿Quería que trabajara para él?


¿Se había vuelto loco?


¿Se había olvidado de lo que había ocurrido entre ellos?


¿Había olvidado los detalles escabrosos?


Paula sintió que enrojecía.


-Supongo que estarás de broma. No pienso volver a trabajar para ti jamás.


-¿Ah, no? -contestó Pedro enarcando una ceja.


Paula se dio cuenta de que había contestado lo peor que podía contestar. Una negativa no hacía más que alimentar su feroz instinto competitivo. Nadie le decía nunca que no a Pedro Alfonso.


Se debía de creer que lo estaba retando cuando, en realidad, había sido su más básico instinto de supervivencia el que se había negado a trabajar para él.


-No estamos jugando, Pedro. Ojalá no estuvieras aquí. pero, ya que estás, vamos a aprovechar para aclarar las cosas -le dijo con el corazón acelerado-. Quiero el divorcio.


Pedro la miró con frialdad.


-¿Quieres el divorcio? -sonrió-. Me parece un poco repentino, agape mou. ¿Después de cinco años te entran ahora las prisas?


Sí, cinco años de horrible tristeza, de esconder su pasado y de intentar vivir. Había sido como ignorar una enorme herida con la esperanza de que se cure sola.


Pero no había sido así, así que había que intentar divorciarse.


-Cometimos un error, Pedro, y lo mejor sería arreglarlo.


-Está bien. Haz este trabajo que te propongo para mí y lo consideraré.


-¡No! --exclamó Paula-. No quiero volver a trabajar para ti.


Sería demasiado doloroso. Ya estaba siéndolo.


Tenerlo tan cerca...


-¿Te puedes permitir el lujo de decirle que no a un cliente rico? -le preguntó Pedro paseándose ante ella.


-El dinero no lo es todo en la vida. Por mucho que me ofrecieras, jamás aceptaría trabajar para ti.


Aquello hizo reír a Pedro.


-Me sorprende que tengas entonces una empresa.


-Tú sólo piensas en el dinero.


-¿Y en qué hay que pensar?


-¡En la gente! La gente tiene sentimientos...


¿Por qué se estaba poniendo tan emotiva? Desde luego, los que decían que el tiempo lo cura todo en cuestiones de amor, no habían estado jamás enamorados de Pedro Alfonso.


Paula se estaba dando cuenta de que su herida no se había curado en absoluto. Para intentar calmarse, se sirvió un vaso de agua.


-Cuando te digo que no quiero trabajar para ti, no te estoy retando -le explicó-. En cualquier caso, no entiendo por qué quieres que lo haga.


-Porque necesito a alguien que trabaje bien.


-¿Y qué te hace pensar que voy a estar dispuesta a aceptar?


-Hay tres razones. La primera, que estoy dispuesto a pagar una cantidad de dinero tan elevada que no me vas a poder decir que no. La segunda, que si no lo haces bien no te daré el divorcio que de repente tanto deseas.


-¿Y la tercera? -preguntó Paula odiándose a sí misma por estar tan nerviosa.


-La tercera es que, si no lo haces bien, os destrozo la vida a ti y a Farrer -sonrió Pedro con desdén-. Así de sencillo.


A Paula se le resbaló el vaso de la mano y cayó al suelo.


-No lo dices en serio --contestó mirando a Pedro sin molestarse en recoger los cristales rotos.


-Nunca bromeo en cuestiones de trabajo. Deberías saberlo.


Sí, Paula lo sabía. En cuestiones de trabajo, Pedro era implacable. Paula decidió intentar otra táctica.


-Es imposible que quieras que vuelva a trabajar para ti después de lo que ocurrió.


-Hace cinco años no hubiera podido soportar estar en la misma habitación que tú, pero ahora, gracias a Dios, las cosas han cambiado. Vas a trabajar para mí, Paula.


-Me despediste -le recordó Paula con pasión-. Me despediste delante de todo el mundo.


-Eso fue hace mucho tiempo. Por suerte para ti, yo he olvidado el pasado.


¿Lo había olvidado?


¿Había significado su matrimonio tan poco para él que lo había olvidado?


¿Y creía que ella era capaz de olvidarlo también?


-Eras mi marido y trataste de destruirme -murmuró-. Habías prometido ante Dios y ante nuestros invitados cuidarme, pero eso te dio igual. Eres despiadado y jamás lo olvidaré.


-Te lo buscaste -contestó Pedro mirándola a los ojos.


Ante la brutalidad de su comportamiento, Paula reflexionó que su herencia griega le llevaba a tener una insaciable sed de venganza.


Pedro fue hacia ella y Paula sintió que se tensaba. Se estremeció y notó que las rodillas se le doblaban. ¿Cómo era posible que, a pesar de que lo odiaba, siguiera deseándolo?


¿Cómo podía?


¿Cómo era posible que su cuerpo siguiera reaccionando ante aquel hombre cuando su mente le decía que no sintiera nada y que huyera de allí?


Era imposible estar tan cerca de Pedro Alfonso y no sentir nada. Paula seguía siendo vulnerable a su todopoderosa sensualidad.


Se dijo que, aunque no pudiera controlar sus reacciones, tenía que controlar sus acciones. No debía dejarse llevarse por sus sentimientos.


-Vete de aquí si no quieres que llame a seguridad -le advirtió apretando los puños.


Al ver que Pedro enarcaba una ceja divertido, Paula se dio cuenta de que su «seguridad» consistía en el encargado del edificio, que se ocupaban de conectar y desconectar la alarma.


-No me da miedo -contestó Pedro acercándose todavía más a ella.


De repente, no había aire en la sala de reuniones.


-Quiero que te vayas. Te lo digo en serio, Pedro-repitió Paula desviando la mirada para no encontrarse con sus ojos.


Intentó concentrarse en el dolor y en la destrucción que aquel hombre había sembrado en su vida.


-No tengo absolutamente nada más que decirte. Si de verdad quieres trabajar con mi empresa, tendrás que hablar con Tomas.


No debería haber dicho aquello.


-¿Cómo se te ocurre decirme que hable con él cuando sabes lo que le haría si volviera a poner un pie en esta habitación? ¿Eres tonta?


No, no era tonta. Lo que le pasaba es que se había olvidado de cómo tratar con un hombre griego muy básico.


Los demás hombres que Paula conocía eran civilizados y moderados, no como Pedro. Él era increíblemente primitivo, de emociones aleatorias e impredecibles.


En cualquier caso, Paula ya no tenía veintiún años y no estaba dispuesta a dejar que la intimidara.


-No me asustas, Pedro, y si le vuelvas a poner la mano encima a Tomas... -se interrumpió ante lo ridículo que le pareció de repente amenazar a aquel hombre.


-¿Qué? -se burló Pedro-. ¿Sigues defendiendo a ese cobarde patético?


-Tomas no es un cobarde patético.


-Te ha dejado a solas conmigo -apuntó Pedro-. Desde luego, no me parece a mí que sea muy valiente. Debería haberse quedado para proteger a su MUJER.


-Nunca he sido su mujer.


Ya estaba dicho.


Por fin, lo había dicho. Debería haberlo hecho cinco años atrás y lo habría hecho si no hubiera sido por el estúpido orgullo y la loca idea de que podía jugar con él.


-No insultes mi inteligencia -gruñó Pedro-. Te acostaste con él mientras llevabas mi alianza.


Paula se quedó mirándolo y se dijo que no merecía la pena intentar que comprendiera la verdad.


Parte de la culpa era suya, desde luego, porque había querido ponerlo celoso, quería castigarlo por el sufrimiento que le había ocasionado.


Y lo había conseguido.


Lo había hecho tan bien, que la reacción de Pedro le había dado miedo.


La situación se le había ido de las manos en un abrir y cerrar de ojos y ni siquiera tuvo tiempo de confesar la verdad.


No pudo decirle que el abrazo que había visto entre ellos había sido un abrazo de consuelo dado por un amigo al que le había contado que su marido no tenía intención alguna de cambiar su vida de ligón por que se hubiera casado con ella.


-Es demasiado tarde para excusas y explicaciones -le dijo Pedro-. Me las das única y exclusivamente para proteger a Tomas.


-Pedro...


-Cuando nos conocimos, eras virgen -le recordó alterado-. ¿Qué sucedió, Paula? ¿Querías experimentar? ¿Necesitabas probarlo con otros?


Aquellas injustas palabras hicieron mella en Paula.


-Desde luego, no tienes el monopolio en cuanto a variedad se refiere -le espetó enfadada.


Pedro la miró a los ojos y Paula se sintió como un animalillo atrapado ante los faros de un coche, consciente del peligro inmediato pero incapaz de moverse.


Pedro tenía las mandíbulas apretadas y la miraba con hostilidad. Paula pensó que jamás iba a poder hablar del pasado con aquel hombre.


Entonces, para su sorpresa, Pedro se giró y se puso a mirar las fotografías y los títulos que colgaban de las paredes.


Paula se dio cuenta de que había estado aguantando la respiración y tomó aire. No podía salir corriendo porque estaba segura de que Pedro la alcanzaría, así que lo único que podía hacer era esperar.



-Veo que tienes muchos premios... -comentó Pedro.


-Hago bien mi trabajo. También lo hacía cuando me despediste.


-Nuestra relación ya no era solamente profesional.


No, claro que no y ése había sido precisamente su error.


Se había casado con el jefe y, cuando su vida personal se había terminado, su trabajo, también.


-Me traicionaste y ahora tienes lo que querías, una nueva vida con tu amante.


-Tomas no es mi amante.


A Paula le entraron unas ganas horribles de reírse. Aquel hombre que tenía ante sí, tan brillante para los negocios, era un auténtico burro en el amor.


¿Es que acaso no sabía cuánto lo había amado?


Paula abrió la boca para preguntárselo, pero la volvió a cerrar. ¿Para qué? Ya era demasiado tarde.


Lo único que Paula quería era que Pedro se fuera cuanto antes y, para conseguirlo, lo mejor que podía hacer era no hablar.


-No quiero que Farrer se acerque a mi caso, pero quiero que tú vuelvas a trabajar para mí.


Paula sintió que el cerebro se le había adormecido. Por lo visto, no era capaz de reaccionar. Sólo sus instintos más básicos estaban alerta.


Anonadada ante su potente masculinidad, se mojó los labios con la punta de la lengua y Pedro siguió el movimiento con sus ojos.


Al instante, Paula se encontró recordando.


Se miraron a los ojos y ella sintió cómo la tensión subía entre ellos por momentos. Sintió la mirada de Pedro en el cuello, la sintió deslizarse por su escote hasta posarse en sus pechos.


¿Se estaría dando cuenta de lo que le estaba haciendo?


Paula no pude evitar que se le endurecieran los pezones y la pelvis le doliera. De repente, se sintió como hipnotizada, superada por una fuerza a la que no se podía resistir.


Obviamente, la atracción era mutua.


Pedro maldijo en griego y apartó la mirada.


Claro que sabía lo que le estaba haciendo. Siempre lo había sabido antes incluso que ella, lo que no constituía ninguna sorpresa porque un hombre tan experimentado en el sexo como Pedro conocía tan bien a las mujeres que era capaz de detectar sus reacciones, lo que le permitía saber exactamente cuándo y cómo actuar.


-Farrer no es capaz de satisfacer a una mujer como yo -le espetó sorprendiéndola.


-No a todas las mujeres nos gusta tu machismo neandertal -contestó Paula con acidez.


Pedro se puso delante de ella en dos zancadas y la agarró de los hombros.


-Vamos a ver hasta qué punto es eso cierto -le dijo besándola con tanta urgencia que a Paula no le dio tiempo ni de protestar.


Sin pensarlo, abrió la boca y le devolvió el beso con la misma pasión, mientras le acariciaba el pelo.


El beso, salvaje y acalorado, era el beso de un hombre desesperado y Paula se apretó contra él buscando su cercanía, su masculinidad.


Cuánto había echado aquello de menos.


Cuánto lo había echado de menos a él.


Fue como si sus cuerpos se reconocieran, como si una fuerza más poderosa que la física los uniera.


Paula sintió que Pedro se estremecía. De repente, la tomó en brazos, la sentó sobre la mesa y ella le pasó las piernas por la cintura.


-¿No a todas las mujeres os gusta? -se burló-. ¿Tomas te pone así?


Paula sintió una explosión en la entrepierna y se apretó contra él.


Entonces, de repente, Pedro la soltó, maldijo y se apartó de ella con tanta rapidez que Paula tuvo que agarrarse a la mesa para no caerse.


Al principio, fue incapaz de comprender por qué Pedro había roto algo tan perfecto, pero, cuando la pasión dejó de cegarle el cerebro, comprendió la situación y se sintió humillada.


Lo había hecho porque aquel beso no tenía nada que ver con la química. Era pura venganza.


¿Qué estaba haciendo?


Aquel hombre era su enemigo, pero había bastado un beso para que se abrazara a él y se dejara llevar por el deseo, un deseo que sólo él había despertado en ella.


¿Cómo podía ser tan superficial?


-Te odio -mintió.


-Me da igual-contestó Pedro alejándose satisfecho-. Pasaré a buscarte a las siete y media para hablar de las condiciones de trabajo mientras cenamos.


Paula se quedó mirándolo anonadada.


-¿Qué? -añadió Pedro-. ¿No vas a decir nada? ¿No vas a decir nada como «eres el último hombre de la tierra con el que cenaría»? Si no te pones así, esto va ser mucho menos divertido de lo que yo esperaba.


-¿Para qué quieres que cenemos juntos?


-A pesar de que aseguras que no te gusto, a mí me da la impresión de que la única manera de hablar va a ser estar en un lugar público -sonrió Pedro-. A ver si así no acabamos en la cama.


Paula comprendió que tenía razón. ¿Cómo había podido reaccionar así? Debería haberlo abofeteado.


-Puedo resistirme a ti -le aseguró.


Pedro sonrió.


-Sabes que no es así -le dijo mirándole los pechos.


Paula sabía que los pezones se le habían vuelto a endurecer, pero, en lugar de cubrirse, levantó el mentón en un intento de recobrar la dignidad perdida.


-No tengo nada de lo que hablar contigo, Pedro. Ni en privado en público.


-Entonces, hablaré yo -contestó Pedro yendo hacia la puerta-. Una última cosa. Si quieres que tengamos la cena en paz, no menciones a Farrer.


¿Paz?


A Paula le entraron ganas de reír.


-No voy a mencionar nada porque no voy a ir a cenar contigo.


-No juegues conmigo, Paula -le advirtió Pedro mirándola a los ojos-. A las siete y media. Si no estás, iré a buscarte.


Dicho aquello, abrió la puerta y salió de la sala de reuniones.


Paula se quedó allí, petrificada, no sabiendo si llorar o gritar. 


Durante cinco años, había conseguido olvidar su pasado y ahora Pedro aparecía de nuevo en su vida y todos sus esfuerzos no valían de nada.


Con un solo beso había destapado la caja de Pandora.


Al verlo, se había enfurecido, pero una vez que la había besado, Paula se había olvidado de todo excepto de su boca y de su cuerpo.


Menuda humillación.


Paula se dio cuenta de que daba igual que se divorciara o no porque lo que había entre ellos era tan fuerte que la única medida posible era mantenerse alejada de él.


Cuando Pedro se diera cuenta de que no podía controlar su vida, la dejaría en paz. No debía dejar que la intimidara.


No iba a ir a cenar con él. En realidad, no iba a volver a verla. Cuando Pedro llegara a las siete y media, ella no estaría allí.


Desde luego, si se creía que iba a pasar a buscaria y que ella iba a ir a cenar con él como un dócil corderito, estaba muy equivocado.




CHANTAJE: CAPITULO 2






-¿Y no sabemos absolutamente nada de ellos? ¿Ni siquiera el nombre de la empresa?


Paula Chaves buscó en los archivos de su ordenador, releyendo su presentación una vez más.


-Nada, no quisieron decir nada -contestó Mary, su secretaria-. Es increíble, ¿verdad? A lo mejor es algún miembro de una familia real. El hombre con el que hablé sólo me dijo que querían hablar con nosotros y que era altamente confidencial.


Paula sonrió.


-¿Tan confidencial que no nos dicen el nombre de la empresa?


-A mí no me importa cómo se llame la empresa siempre y cuando nos paguen -declaró Tomas, su socio-. Están subiendo. Amanda acaba de ir a buscarlos a la recepción.


Paula lo miró divertida.


-¿Es que no piensas más que en el dinero?


-Exacto -contestó Tomas dejando un montón de documentos sobre la mesa de la sala de reuniones-. Por eso esta empresa va tan bien. Tú eres la conciencia y yo el cajero.


Aquello hizo reír a Paula.


Cuando Amanda llegó a la sala, visiblemente alterada, comprendió que debía de tratarse de alguien muy famoso y rico.


Paula se puso en pie para recibir a sus clientes con una sonrisa, pero la sonrisa se tornó sorpresa cuando vio de quién se trataba.


Pedro Alfonso.


Aquel hombre guapo y arrogante entró en la sala como si el edificio fuera suyo, seguido de cerca por un equipo de hombres trajeados que guardaban una distancia respetuosa con su jefe.


Paula se quedó de pie, helada, sin poder hablar. El pasado se había hecho presente y el dolor volvió a apoderarse de ella. Aquel dolor tendría que haber desaparecido con el tiempo, pero no había sido así.


A pesar de que habían pasado cinco largos años, seguía allí.
«No ha cambiado nada», pensó fijándose en sus fríos rasgos.


Pedro Alfonso era increíblemente guapo. Tenía el pelo liso y negro, la piel aceitunada, la nariz recta y aristocrática, la mandíbula cuadrada y un físico tan masculino que hacía que las mujeres se derritieran a su paso.


Cuando sus ojos se encontraron, Paula se estremeció.


«Pedro el cazador», pensó.


Aquel hombre estaba acostumbrado a que todo le saliera bien, a convertir millones en billones. Nunca nadie le había dicho que no.


«Hasta ahora», pensó Paula decidida a no volverle a decir jamás que sí.


No quería darle la satisfacción de que se diera cuenta de lo mucho que la afectaba su presencia, así que levantó el mentón y lo miró a los ojos de manera desafiante.


-Vete al infierno, Pedro.


Sus empleados se quedaron boquiabiertos, pero él ni se inmutó.


-¿Vas a llevar esto al terreno personal?


-Por supuesto -contestó Paula con el corazón acelerado-. ¿De qué otra manera podría ser? Tienes la sensibilidad de una bomba atómica -le espetó obviando por completo que no estaban solos.


Mary palideció y miró a Tomas, que estaba con la boca abierta en un rincón de la sala.


-Buenos días, señorita Chaves -dijo con cautela uno de los hombres de Pedro-. Me llamo Alec Trevelyan y trabajo para Alfonso Industries -se presentó para romper el hielo.


-Me alegro mucho. Espero que tenga su currículum actualizado porque trabajar para Alfonso lndustries puede resultar extremadamente peligroso.


El abogado, que se había quedado sin habla, miró a su jefe para que le aclarara la situación, pero Pedro Alfonso no lo hizo. Se limitó a seguir mirando fijamente a la mujer que tenía ante él.


El abogado se giró hacia Paula. Era obvio que lo estaba pasando mal.


-¿Se está usted dando cuenta de quién? -le preguntó señalando a Pedro-. Quiero decir Pedro es...


-Sé perfectamente quién es -le dijo Paula sin apartar sus enormes ojos azules de él-. Es el canalla que intentó arruinarme la vida -añadió-. Es mi marido.


Todos los presentes ahogaron una exclamación de sorpresa. Paula sintió una punzada de dolor al comprender que Pedro no les había dicho que estaba casado.


Al darse cuenta de que no les había hablado de ella, sintió ganas de hacerse un ovillo en un rincón de la sala y esconderse.


Eso era exactamente lo que llevaba haciendo cinco años.


Esconderse.


Esconderse de su pasado, de su matrimonio, de sus sentimientos.


-¿Te habías olvidado de decírselo? -le espetó sin embargo con orgullo-. Qué descuidado. Desde luego, si te creías que yo no se lo iba a decir, te has equivocado.


Durante un segundo, le pareció ver admiración en los ojos Pedro, pero rápidamente se recordó que Pedro no admiraba a mujeres como ella. A Pedro le gustaban las mujeres sumisas y obedientes que entraran en su juego y ella jamás había sido así.


Alec se metió el dedo entre el cuello y la camisa.


-Obviamente esto... eh... no sabíamos señorita Chaves... quiero decir, señora Alfonso -balbuceó mirando a su jefe en busca de alguna reacción.


Pero Pedro no habló.


Se limitó a mirarla.


Paula apretó los dientes decidida a no bajar la mirada. 


Se conocía todos sus trucos, sabía lo manipulador que era y no estaba dispuesta a ceder.


Si Pedro se había creído que iba a intimidarla, la había subestimado.


-¿Para qué has venido? -le preguntó.


-Obviamente, esto es un error -intervino Tomas-. Sería mejor cancelar la reunión.


Pedro miró al socio de Paula con furia en los ojos y recordó lo que había sucedido cinco años atrás.


-Pedro, no... -le dijo Paula poniéndose delante de Tomas.


-¿Sigues protegiéndolo? -le espetó Pedro-. Todos fuera -añadió girándose hacia sus empleados.


Su equipo lo miró sorprendido ante el despliegue de emociones en un hombre que era famoso por su control.


-Pedro, tal vez... -se atrevió a decir Alec.


-Quiero hablar con mi esposa -gruñó Pedro volviendo a mirar a Paula-. Dile a Farrer que se vaya -le dijo.


-Vete -le pidió Paula a Tomas para que la situación no explotara por los aires-. Tú también, Amanda.



Tomas dudó.


-No pienso dejarte a solas con él.


Paula se dio cuenta de que Pedro se tensaba y vio celos en sus ojos, celos y algo mucho más peligroso.


-Tomas...


Tomas presintió también el peligro y fue hacia la puerta.


-Recuerda lo que te hizo, Paula -le dijo desde allí.


-Eres muy valiente a cierta distancia, Farrer -se burló Pedro.


Tomas palideció de ira ante el reto de su contrincante. 


Paula recordó lo que había sucedido la última vez que los dos hombres se habían visto. Pedro odiaba a Tomas por su culpa, una culpa con la que había vivido desde hacía años.


-¡Basta ya! -les dijo a ambos-. ¡Vete, Tomas! Lo estás haciendo todavía más difícil.


Tomas asintió y se fue dejándolos solos. Pedro no perdió el tiempo.


-¿Has montado una empresa con él? ¿Con Farrer?


-¡Sí! -contestó Paula decidida a ver hasta dónde era capaz de llegar el tigre-. Efectivamente, he montado una empresa con él. Tomas siempre se ha portado bien conmigo -añadió viendo tensarse a Pedro al otro lado de la mesa.


-De eso no me cabe duda -contestó Pedro.


-No pienso volver al pasado. Eso fue hace cinco años. Si querías hablar, haberlo hecho entonces, pero preferiste echarme de tu lado. Ahora, la que se niega a hablar soy yo.


-No había nada de lo que hablar. Cuando un griego se encuentra a su mujer en la cama con otro hombre, se acabaron las conversaciones -contestó maldiciendo en su lengua materna y acercándose a la ventana.


Paula se preguntó cómo había sido aquel hombre capaz de ganarse la reputación de ser frío cuando con ella siempre era volátil y explosivo.


-¿Para qué has venido? Hace cinco años que no nos veíamos.


Cinco años durante los cuales Paula había intentado asumir que su corto matrimonio había sido un desastre que había terminado y debía olvidar.


-¿Por qué has elegido mi empresa?


Pedro se giró hacia ella.


-No la he elegido yo.


-¿La ha elegido uno de tus empleados y no sabías que era mía? -sonrió Paula-. Pobrecito.


-Debería haberme dado cuenta nada más leer el nombre de la empresa. Phoenix PR. ¿Renaciendo de tus cenizas?


-Cenizas que tú creaste, Pedro -le recordó Paula sonrojándose-. Me echaste del trabajo e hiciste todo lo posible para que nadie me contratara.


-Es evidente que te ha ido bien -comentó Pedro mirando a su alrededor.


Era cierto que profesionalmente le había ido bien. Había otros aspectos de su vida en los que no había tenido tanta suerte, pero, por supuesto, no se lo iba a contar.


Se preguntó qué pensaría Pedro si supiera que no había vuelto a salir con un hombre, que trabajaba hasta la extenuación por las noches antes de meterse en la cama, que tenía miedo de bajar el ritmo por si las emociones se apoderaban de ella.


Seguramente, Pedro habría olvidado su matrimonio hacía ya mucho tiempo, así que Paula levantó el mentón.


-La empresa es un éxito gracias a Tomas. Fue él quien puso el dinero. Me contrató cuando ninguna otra empresa quería hacerlo. Si no hubiera sido por él, no habría tenido manera de ganarme la vida.


-No menciones a ese hombre en mi presencia.


Paula sintió que el vello de la nuca se le erizaba.


-Dame una razón para no hacerlo.


-Eres mía -declaró Pedro-. Mía. Farrer se atrevió a hacer lo que ningún otro hombre habría hecho jamás y lo hizo sólo porque es un ignorante y no sabía en lo que se estaba metiendo.


-Tu concepto de las relaciones entre hombres y mujeres es de la Edad Media.


-No solías quejarte tanto cuando estabas desnuda debajo de mí.


Al recordar escenas parecidas, Paula sintió una punzada de deseo.


-Vete ahora mismo -le dijo.


-¿Quieres que me vaya porque no te fías de ti misma cuando estás conmigo?


-Quiero que te vayas porque no me fío de mí misma y podría golpearte -contestó Paula apretando los dientes-. Siempre se nos dio muy bien pelearnos.


-Hacíamos muchas otras cosas muy bien -sonrió Pedro.


En aquel momento, sus ojos se encontraron y Paula recordó lo que sentía estando con él.


Dios mío, no quería sentir.


-Vete, Pedro.


Por supuesto, no se fue. Lo que hizo fue acercarse a ella y mirarla a los ojos.


Paula se obligó a no dar un paso atrás.


-Siempre he pensado que eras como los fuegos artificiales, bonita, pero peligrosa.


-Como te sigas acercando, te vas a enterar de lo peligrosa que puedo llegar a ser -contestó Paula con la respiración entrecortada-. Deja de intentar hacerme creer que entre nosotros había algo más que sexo. Para ti, sólo importaba eso y te interesaste en mí porque no caí rendida a tus pies.


-Eso no es cierto. Me interesé por ti porque eras un reto. Es cierto, sin embargo, que ninguna mujer antes había huido de mí. Fuiste la primera.


-Eres un arrogante --exclamó Paula.


Pedro sonrió encantado.


-Soy sincero. Los dos sabemos que te hiciste la dura, que fuiste mía desde el principio. Desde la primera vez que te vi, con tu minifalda y tu melena rubia, supe que me pertenecías.


-Jamás habría hablado contigo si hubiera sabido quién eras -contestó Paula.


-No pudiste evitarlo, Paula -dijo Pedro acariciándole el pelo-. Yo, tampoco. Fue algo muy fuerte lo que se produjo entre nosotros.


«Lo sigue siendo», pensó Paula.


Paula recordó cómo le decía palabras en griego al oído mientras se revolcaban por la cálida arena de la playa.


Apartó aquel recuerdo de su cabeza y se preguntó por qué su cerebro se empeñaba en recordar cosas buenas cuando aquel hombre le había hecho tanto mal.


-Si hubiera sabido quién eras, me habría dado cuenta del peligro que corría estando contigo. Habría salido corriendo.


¿Cómo era posible que sintiera aquello por él? Después de todo lo que le había hecho, lo seguía deseando.


Era como si su cuerpo estuviera volviendo a la vida tras cinco años hibernando.


El único hombre que había tenido ese poder sobre ella era Pedro.


Sólo Pedro la excitaba tanto que le costaba pensar.


Y ni siquiera la había tocado ...


Aquel hombre era peligroso y creaba adicción.


-Eras una mezcla fascinante de timidez y atrevimiento -le dijo-. Estabas nerviosa conmigo, pero a la vez sentías curiosidad.


-Desde luego, no me equivoqué estando nerviosa. Debería haber salido corriendo.


-En lugar de hacerlo, te casaste conmigo.


Sí, se había casado con él porque estaba ciega y profundamente enamorada de él y, desde el día en que se habían conocido, no le había dicho a nada que no.


-Todo el mundo comete errores, Pedro. Eres despiadado y tienes el corazón de piedra. No creo que haya ni pizca de compasión en ti.


Pedro se quedó mirándola pensativo.


-Hay mucha gente que estaría de acuerdo contigo -contestó-. Por eso, precisamente, he venido.


-Has venido porque tu gente se ha equivocado, pero, ahora que hemos hablado, me gustaría que te fueras por donde has llegado.


-No, no me voy a ir porque resulta que, después de cinco años, ya sé lo que voy a hacer contigo. Quiero que vuelvas a trabajar para mí.