viernes, 20 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 27

 


Cuando llegaron al aeropuerto unos minutos más tarde, él aparcó la furgoneta cerca de uno de los hangares que había a lo largo de la pista. Pau sabía que allí aterrizaban bastantes aviones privados que transportaban a esquiadores a las instalaciones próximas y a otros recién llegados a la ciudad, que había pasado de ser una tranquila atracción del oeste a una creciente oportunidad de inversión.


—Vayamos a comprobar si el piloto está listo para despegar —Pedro abrió el camino hasta la diminuta oficina conectada con el hangar. Encima, con grandes letras azules, un letrero que decía: Hansen Air Service.


Lo siguió en silencio con la esperanza de que el transporte no resultara ser una avioneta pequeña de un solo motor. Después de que Pedro se ocupara del papeleo, entraron por otra puerta al enorme hangar. Casi toda la pared más alejada se hallaba abierta, revelando la pista que había detrás. Aparcado allí había un jet aerodinámico que parecía un aparato que podría ser propiedad de una celebridad.


Pau casi esperó que una azafata apareciera en lo alto de la escalerilla.


—Vaya —musitó sin darse cuenta cuando pudo ver el elegante interior—. ¿Es tuyo?


—En absoluto —Pedro se quitó la cazadora y luego la ayudó con la suya—. No soy John Travolta.


—Si lo fueras, lo pilotarías tú mismo —sonrió ella.


Pedro alzó la vista cuando la puerta de la cabina se abrió y reveló a una rubia atractiva con un uniforme de camisa y pantalón. Llevaba el pelo muy corto, lo que enfatizaba los pómulos altos y el cuello largo.


—¡Pedro! —exclamó—. Bienvenido.


Después de que intercambiaran un breve abrazo, las presentó.


—Erika es una piloto experimentada con quien ya he volado —añadió—. No tienes que preocuparte de nada.


Por la mirada que le dedicó Erika a Pedro, Paula se preguntó si la rubia bonita y él eran algo más que conocidos. Se dijo que tampoco le importaba.


—Si estáis preparados, la torre nos ha dado luz verde para despegar —explicó Erika.


Paula se sentó en el mullido sillón de piel que Pedro le indicó y se abrochó el cinturón de seguridad. Él ocupó el sillón de enfrente e hizo lo mismo.


—¿Estás lista? —le preguntó él.


Ella asintió al tiempo que respiraba hondo. Su experiencia previa había estado limitada a aviones grandes, pero no pensaba reconocer que se sentía nerviosa.


Como si pudiera leerle la mente, él le palmeó la mano.


—Adelante —le dijo a Erika a través del teléfono interno.





QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 26

 

Cuando las luces traseras del vehículo de Pau desaparecieron en una esquina, Pedro respiró hondo y obligó a sus músculos rígidos a que se relajaran.


Al parecer, no era tan bueno como había creído en eso de ocultar sus sentimientos. Había sido sincero al querer cerciorarse de que llegaba a casa a salvo, pero no habría rechazado una invitación a entrar. Aparte de eso, no había dejado que su imaginación volara.


Exceptuando unos pocos momentos en el pasillo desierto en la recepción, cuando Pau había reflejado la misma percepción que él había tenido de ella, dudaba de que lo viera como más que un acompañante. Era algo que pretendía corregir a su debido tiempo.


Incluso las mujeres entregadas a su vida profesional a veces necesitaban un descanso. Si las cosas salían como quería, pasaría esos descansos con él.


Antes de irse a casa, comprobó si tenía algún mensaje en el móvil. No le extrañó que su hermano le hubiera dejado uno de texto.


«¿Dos bodas? ¿Estás loco?»


Con un bufido divertido, se guardó el teléfono en el bolsillo. Que Mauricio se devanara los sesos hasta el día siguiente.


Cuando el lunes por la mañana, Paula cruzó la puerta de la oficina, todo volvió a la normalidad. Dudaba de que Pedro le pidiera salir otra vez. Aunque se había demostrado que era capaz de pasar tiempo con un hombre sin pensar en él como posible marido, ¿por qué abusar de su suerte? Como el chocolate negro, Pedro Alfonso era demasiado tentador.


Con la excepción del tercer grado al que la sometió Karen Costner para que le diera todos los detalles de la boda, el resto de su fin de semana había estado ocupado con las tareas habituales. Había limpiado la cabaña, hecho la compra y la manicura.


Su hermana Emilia la había llamado el domingo, pero ella no le había mencionado la boda. Emilia era como un perro pastor, decidida a cuidar de todos. Si pensaba que estaba viendo a alguien, no descansaría hasta sonsacarle toda la información.


Ante sí misma, justificó la omisión como algo que no valía la pena mencionar… a pesar del hecho de que asistir con Pedro era exactamente la clase de asunto que normalmente le habría contado a su hermana mayor.


Antes de que tuviera la oportunidad de sentarse, Pedro apareció en el umbral de su oficina.


Con su camisa verde de «Alfonso International» y sus vaqueros ajustados, parecía menos un jefe y más uno de sus propios trabajadores. Pero, por desgracia, no menos atractivo que con el traje del viernes por la noche.


—No te da miedo volar, ¿verdad? —le preguntó antes de que ella pudiera saludarlo.


—¿Volar? —repitió Paula cuando él se acercó—. No, ¿por qué?


—Mañana tengo una reunión en Spokane —repuso él, frotándose la mandíbula—. Puedes venir conmigo para conocer al distribuidor, Harían Kingman. Vende más equipamientos agrícolas que nadie en el este de Washington.


—¿Spokane? —empezaba a sentirse como un loro, capaz sólo de repetir las palabras clave—. ¿Cuánto tiempo estaremos fuera?


—Te traeré de vuelta antes de que acabe tu jornada laboral —repuso Pedro—. Harían quiere mostrarnos su nueva sala de exposición y llevarnos a comer. Tampoco estaría mal que miraras su página Web cuando tengas un minuto. Kingmantractores.com.


Pedro ya le había dicho que viajaría de vez en cuando, pero se sintió un poco aliviada de que no fueran a pasar la noche fuera. Antes de que eso sucediera, quería estar convencida de que no sentía nada por él.


Pedro se volvió para marcharse.


—Saldremos a las ocho y media —comentó por encima del hombro—. No te quedes dormida.


No sólo había estudiado la página Web del negocio de Harían Kingman, sino que había repasado la ficha que tenían de él. Sumado a su anterior estudio del equipo que vendía Alfonso International, sintió que podía tratar con cualquier cosa que le surgiera.


Mientras esperaba que él terminara de hablar por teléfono y le indicara que era hora de marcharse, fue a dejar una serie de facturas para Nina. Al pasar por delante del despacho de Pedro a la vuelta, asomó la cabeza por la puerta abierta.


—Buenos días —saludó—. ¿Cómo estás?


Al verla, él sonrió y apartó su sillón. Tenía papeles diseminados por el escritorio como si ya llevara trabajando un rato.


—Se te ve muy bien —comentó, observando el jersey gris marengo y los pantalones a rayas a juego que llevaba Pau.


Ella no supo cómo interpretar el comentario.


—Gracias —murmuró.


Pedro llevaba una camisa de vestir abierta por el cuello y unos vaqueros negros. Se puso una cazadora de lana de estilo deportivo con mangas de piel, con los familiares colores verde y dorado de la empresa.


—He de hablar con Julián en el almacén —dijo, metiendo el ordenador portátil en su funda—. Nos veremos en la entrada en cinco minutos —echó un último vistazo alrededor, siguió a Pau fuera y cerró la puerta.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 25

 

Cuando Pedro se detuvo delante de Alfonso International, Pau se soltó el cinturón de seguridad.


—Gracias de nuevo —dijo animada mientras abría la puerta—. No hace falta que te enfríes.


Antes de que él pudiera reaccionar, ella bajó del coche. En el trayecto desde la recepción, Pau se había dicho que debía dejar de tratar de adivinar si realmente Pedro había querido besarla. Era la clase de pregunta que habría consumido a la antigua Pau en su búsqueda por conseguir un marido.


La nueva Pau no pensaba esperar para ver qué sucedía a continuación. Había tomado las riendas de su nueva vida y establecía sus propias reglas. Además, el propio Pedro había afirmado que el motivo para invitarla había sido no tener que asistir solo.


Paula abrió la puerta y bajó.


En sus prisas por abrir el jeep, ella dejó caer las llaves. Los dos se agacharon al mismo tiempo y a punto estuvieron de que las cabezas chocaran cuando él se adelantó a recogerlas.


—¿Va todo bien? —preguntó él, devolviéndole el llavero con una peculiar mirada.


—Por supuesto —después de abrir la puerta, Paula le dedicó otra amplia sonrisa—. Bueno, se hace tarde y mañana tengo mucho que hacer, así que me marcho.


La brisa agitó el pelo de Pedro mientras metía las manos en los bolsillos del abrigo. La miró como si intentara descifrarla.


—¿Quieres que te siga a casa? —preguntó.


Pau se puso rígida.


—¿Por qué?—soltó.


—Me ofrecía a asegurarme de que llegaras a casa a salvo —respondió con calma—. Es lo único que tenía en mente.


—Oh —a pesar del aire frío, sentía como si tuviera las mejillas en llamas—. Lo siento —farfulló, sintiéndose como una idiota por su reacción—. No es necesario, en serio, gracias.


Pedro asió el borde de su puerta y la mantuvo abierta con expresión inescrutable.


—No es ningún problema. Y para que quede constancia, jamás querría hacer que te sintieras incómoda, así que no tienes nada de qué preocuparte.


Sus palabras hicieron que se sintiera peor. Mientras esperaba que se subiera al jeep, alargó la mano y le tocó la manga.


—Debería haberlo sabido —afirmó—. ¿Te gustaría venir a tomar un café?


La invitación salió de sus labios antes de que se diera cuenta que pretendía ofrecerla. En ese momento la consideraría indecisa aparte de estar a la defensiva.


Él sonrió.


—¿Es una especie de prueba? —preguntó—. ¿La paso si me niego?


Se burlaba de ella. Se mordió el labio para evitar empeorar las cosas.


A su alrededor reinaba el silencio y la calle estaba vacía, pero se sentía a salvo con él. Su instinto le decía que no era la clase de hombre que fuera a aprovecharse. De hecho, seguro que intervendría para protegerla si necesitara ayuda.


—No soy tan complicada —le respondió—. Sólo es un café, para mostrarte que siento haber sacado conclusiones precipitadas.


Él alargó la mano y le pasó un dedo por la mejilla.


—En otra ocasión.


Su negativa la sorprendió y el contacto ligero le provocó un escalofrío. No quería volver a disculparse y no parecía que quedara nada más por decir. Asintió y subió al coche. Él cerró la puerta y retrocedió mientras arrancaba, se despedía una última vez y se marchaba.


Al mirar por el retrovisor, lo vio aún de pie bajo un rayo de luz, una figura solitaria y quieta. Se preguntó si alguna vez se sentía solo. Luchando contra el deseo de dar la vuelta, siguió hacia su casa.