jueves, 20 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 49




Paula y 
Pedro trabajaron la mañana siguiente en el huerto, pero luego ella puso la excusa de que tenía que hacer unos recados. El se ofreció a acompañarla, pero Paula respondió que iba a ser muy aburrido. La verdad era que se había pasado casi toda la noche en vela pensando en Pedro, en cómo éste había comenzado a abrirse a los demás en la residencia y en cómo ella podía ayudar a que él se desarrollase.

Algunas personas tenían dificultades para relacionarse con el resto del mundo, pero el ambiente de Divine favorecería a 
Pedro, ya que allí, los vecinos se metían en las vidas de los demás, a veces por curiosidad, pero, principalmente, porque se preocupaban los unos por los otros.

Paula sabía que 
Pedro se preocupaba por la gente, pero que le costaba demostrarlo y trabajar en algo que hiciera la vida de la gente más fácil, lo ayudaría a abrirse. Pedro podía salvar Divine. Era un agente inmobiliario y sabía hacer negocios y atraer a inversores. Sabía de estudios sobre terrenos y estrategias de marketing y de todo lo necesario. Cuando la ocasión lo requería, Pedro podía ser persuasivo y dar energía a la gente. Era lo que Divine necesitaba, alguien con la trayectoria y la inteligencia para hacer que las cosas sucedieran.

Salvar Divine significaba salvar hogares y a personas queridas. El corazón de Paula latía con fuerza cuando entró en la tienda de fotos de la calle principal.

—¿Hay alguien?

—Paula, hola —Guillermo Jenkins se apresuró a salir de la trastienda. Era un hombre digno, con canas en las sienes y una sonrisa amable. No extrañaba que lo hubieran elegido alcalde cinco veces seguidas—. ¿Estás de compras?

—Sí —Paula se colocó la bolsa de plástico que llevaba en el brazo. Le avergonzaba, pero disfrutaba comprando ropa. Algo era seguro, y es que no pasaba desapercibida, aunque quizá fuera más una cuestión de actitud. 
Pedro había hecho que se sintiera diferente, más viva y que se diera cuenta de que podía sentir.

—Te vi con Joaquin y 
Pedro Alfonso el domingo en la iglesia. No sabía que tenías contacto con esa familia.

—En realidad no es contacto. Les estoy haciendo un inventario de las obras de arte.

—Fuiste a la iglesia y a la conferencia con ellos y tengo entendido que los llevaste al bingo de la residencia. Eso suena a más que un inventario.

«Dios». La fábrica de rumores de Divine era la parte del pueblo que seguía en perfecto estado. No sería extraño que dijeran que estaban agarrados de la mano durante el sermón o que la había besado en el cobertizo.

—El profesor Alfonso me influyó de una forma muy positiva cuando tomaba sus clases y ahora soy yo quien quiere ayudarlo de cualquier manera.

—Ya veo.

—De todas formas, he estado pensando que aunque Divine es un lugar estupendo, muchas de nuestras tiendas han cerrado o se han trasladado y hemos…

—¿Reducido existencias? El Ayuntamiento y yo hemos estado dando vueltas al tema durante años, pero nada de lo que hemos hecho ha cambiado la situación. Lo que necesitamos es dinero. Mucho dinero. Y a alguien que sepa qué hacer con ese dinero.

—Vale. Tú debes saber que 
Pedro Alfonso es un agente inmobiliario, ¿has pensado en pedirle ayuda?

—No lo sé, Paula. He oído que hay cierta tensión con Divine.

Precisamente los sentimientos que 
Pedro tenía hacia Divine eran la razón por la que Paula pensaba que ayudar al pueblo lo ayudaría a él también. La reacción de Divine a su accidente había hecho que no le gustaran los pueblos pequeños. Quizá, si tratara con esos sentimientos, podría resolver cómo se sentía por perder el sueño de su infancia de ser un deportista profesional. Después de todo, ¿cómo iba a poder avanzar si no se enfrentaba a sus fantasmas?

—Es un buen hombre, Guillermo. Ya se que parece distante, pero tiene razones para serlo.

—Lo sé. No puedo culpar a 
Pedro por no querer tener nada que ver con nosotros, especialmente después de los editoriales que se publicaron cuando se lesionó.
Fueron muy desagradables. Él era sólo un niño y los niños se lesionan, no es que hubiese quemado el Ayuntamiento o que pasara droga a otros niños.

Paula no recordaba los editoriales y sintió una punzada de recelo. En realidad no comprendía lo importante que había sido para 
Pedro perder su carrera como futbolista o cómo la furia temporal de Divine había herido su ego, pero sí sabía que si no hacía las paces con su vida, nunca sería feliz.

—Por lo menos considera hablar con 
Pedro. No sé qué te dirá, pero a lo mejor te sorprende.

—Vale. Hoy mismo si es posible, hablaré con el Ayuntamiento sobre una aproximación. Pero no esperes nada. Teo Davis está en el Ayuntamiento y todavía se siente fatal por haber escrito aquellas cosas en el periódico.



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 48




La noche estaba fresca. A Paula le hubiera gustado proponer ir a bañarse al arroyo, pero no estaba preparada para lo que pudiera ocurrir después. El sexo era un paso importante y posiblemente significaría más para ella que para él.

Después de un rato aminoraron la velocidad de sus pasos. Iban por un camino y la luna cubría de plata los campos.

—¿Pasa algo? —murmuró ella.

—Sobre lo de los premios… Deberías saber que lo he hecho por ti y por nadie más. Ni siquiera me había dado cuenta de que había una razón para premiar, así que no tienes que pensar que lo he hecho por motivos altruistas.

Pedro Alfonso, eres un impostor —Paula besó su barbilla y apoyó la cabeza en su hombro—. No quieres que nadie vea lo que hay en tu interior para que no se sepa que tienes corazón y sueños por cumplir, pero no está funcionando.

La garganta de 
Pedro se cerró. Le hubiera gustado ser el hombre que ella parecía estar viendo y en el quizá se estuviera convirtiendo, poco a poco.

—¿Sí? —preguntó él.

—Sí.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 47



Desde su posición, Paula vio cómo 
Pedro ayudaba a la señora Batavia a colocar las fichas en su cartón. Lo había disimulado bien, pero Paula había percibido que él se sentía incómodo rodeado de tantos ancianos. Estos no recibían muchas visitas, así que su bienvenida podía abrumar. Pedro había estado encantador y en aquel momento estaba haciendo sentir a una amable dama que era el centro del universo.

Paula nunca había imaginado cómo era 
Pedro ni cómo había podido atrapar de esa manera su cuerpo y su alma. 

Estaba perdida. Menudo par, a ella le asustaba entregarle su corazón y él no quería entregar su corazón a nadie. Pero era un hombre bueno y decente. Bajo su avasalladora confianza había alguien a quien le afectaban tanto las cosas que se había intentado aislar del resto del mundo para protegerse del dolor y de los sentimientos que pensaba que no podía controlar. Pero aquello no era vivir.

Si se involucrara en algo que no estuviera relacionado con el dinero, encontraría él mismo la verdad. Ellos ya habían hablado sobre Divine y la ayuda que el pueblo necesitaba para despegar de nuevo. Quizá ésa era la respuesta.

Paula continuó pensando en ello mientras leía los números y como varios de los residentes ganaron, ella seleccionó artículos del premio que sabía que cada uno de ellos disfrutaría o necesitaría.

—Última partida —anunció. La administradora prefería que terminaran la fiesta para las nueve, así ninguno de ellos se cansaría demasiado.

Cuando hubo un último ganador, sonaron las habituales protestas.

—Otra, otra —suplicaba un coro de voces. Pero Paula sonrió y dijo que no con la cabeza firmemente.

—No. Estoy cansada. Me habéis agotado —declaró.

Todos rieron y comenzaron a dirigirse hacia sus habitaciones. Ella se unió a 
Pedro y al profesor Alfonso en la mesa de los refrigerios, donde conversaban con Elena Gordon, la administradora. 

Pedro, inmediatamente, rodeó la cintura de Paula con el brazo y una emoción que no quería reconocer le recorrió el cuerpo. Una cosa era besarse en la privacidad del jardín de su abuela y otra distinta era mostrar afecto en público.

—El señor Alfonso nos estaba diciendo que a partir de ahora quiere pagar los refrigerios y los premios —dijo Elena y miró a 
Pedro de una forma que Paula conocía muy bien… puro agradecimiento femenino que no tenía nada que ver con su oferta de financiar los juegos de bingo dos veces al mes—. Agradecemos su generosidad.

—No es nada —dijo claramente incómodo.

—Sí que es algo. Algunos de los residentes no tienen dinero para comprarse pequeñas cosas. Paula sugirió que se le dieran premios para hacerlos disfrutar y que no pareciera caridad.

«Eso parece idea de Paula». pensó 
Pedro. «Ella es la generosa». Él se había ofrecido a pagar los premios, más que nada para hacerla sonreír. Y había funcionado. Lo miró como si le hubiera puesto en las manos un millón de diamantes y un calor que nada tenía que ver con el deseo se apoderó del pecho de Pedro.

—Será mejor que volvamos a casa —dijo Paula unos minutos más tarde—. Estoy realmente cansada. El trabajo en el jardín hace que esté durmiendo estupendamente estos días. Algún día tendré que comprarme una casa con jardín para mí.

No parecía cansada, pero cuando 
Pedro siguió la dirección de su mirada, se dio cuenta de que era la cara de su abuelo la que estaba fatigada.

—Yo también —dijo—. ¿Estás listo, abuelo?

—Cuando queráis. Gracias por su hospitalidad, señorita Gordon. Lo he pasado bien —dijo Joaquin.

—Vuelva cuando quiera, señor Alfonso y si no es mucho pedir, quizá pueda darnos alguna clase.

—Quizá —aunque su respuesta no lo había comprometido, elevó los hombros con orgullo y sonrió.

Pedro quería gritar de emoción. Era como si el reloj hubiera vuelto a cuando vivía su abuela. Por supuesto que nunca sería como entonces, pero no se podía negar que su abuelo seguía mejorando.

Cuando volvieron a casa, 
Pedro convenció a Paula para que se quedara un rato. Quería confesarle que no había hecho nada amable al ofrecerse a pagar los premios del bingo. 

Paula se estaba convirtiendo en algo más importante para él de lo que podía haber imaginado y no la quería engañar. 

Todavía no era muy distinto del adolescente egoísta que un día la había besado y al siguiente había hecho como si no existiera.

—Aquel hombre había perdido también a su mujer —dijo el abuelo, que se había sentado en el sofá—. El hombre con el que hablaba durante la partida… se llama Jose. Es viudo desde hace diez años. ¡Diez años!

—Era Jose Conroy. No habla de Luisa con cualquiera —dijo Paula.

—Sí. Me recordó que éramos afortunados por haber amado tanto a una persona y por haber compartido la vida con ella. Sé que suena a tópico, pero es verdad.

—La abuela era muy especial. ¿De qué más hablasteis?

—De que admiramos a las mujeres. Tienen tanto aguante… Tu abuela era el eje de esta casa, 
Pedro. Y ella siempre confió en mí y en el Todopoderoso. Eso se me olvidó durante un tiempo. Me voy a la cama —expuso el abuelo levantándose. Sus miradas se cruzaron y Pedro vio reminiscencias del hombre que había conocido de niño, la fuerza y la sabiduría que habían estado escondidas algún tiempo.

Pedro dio gracias a Dios en silencio y cuando se volvió, encontró a Paula colgando un cuadro en la pared. Era muy pesado y la ayudó a colocarlo.

—No podías pedir ayuda, ¿verdad?

—Te quejas mucho.

Pedro se echó hacia atrás para contemplar el paisaje de un estanque del bosque que había estado en la pared más tiempo del que podía recordar. 

Estaba bien devolver los cuadros a su sitio, aunque no sabía cómo se sentiría su abuelo al verlos de nuevo.

—Vale. Él me pidió que lo colgara otra vez —dijo Paula antes de que 
Pedro expresara su temor.

—¿Quieres dar un paseo? —preguntó él. 

Ella asintió y salieron a caminar por la oscura calle.