domingo, 29 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 20




Pedro recorría metódicamente las diferentes áreas del barco. 


Bueno… específicamente el área comercial del barco. 


Tiendas de ropa, calzado, joyerías, peluquería…


Tan acostumbrado como estaba a su celular, olvidó que dentro del barco solo podía comunicarse a través de Internet inalámbrico. Las llamadas y mensajes de texto quedaban fuera del menú.


Tenía bastante rato caminando y ya estaba cansado. Decidió volver al camarote y probar suerte más tarde. Emprendió el regreso cuando ella, repentinamente, apareció en su campo de visión. Llevaba el mismo vestido playero que le había visto en la mañana. Su rostro estaba sonrojado por efecto del sol, y su cabello danzaba alegremente al viento. Pedro no pudo evitar sonreír.


—Justo te estaba buscando —dijo él cuando estuvo frente a ella.


—Pues qué casualidad —respondió Paula con un tono divertido—. Yo también te buscaba. Dime ¿para qué querías verme? —ella sonrió con timidez.


—Quería recordarte nuestra cita de mañana —él le devolvió la sonrisa.


—No he aceptado —le recordó ella.


—Tienes razón —él fingió tristeza—. No lo has hecho.


—Pero lo haré —dijo Paula—. Saldré contigo.


En el fondo Pedro había esperado que ella lo rechazara, así que cuando Paula dijo las palabras, él se abalanzó sobre ella y se apoderó de su boca. Tras unos segundos, en los que el mundo parecía haberse detenido, se separó de ella jadeante.


—Lo… lo siento —se disculpó—. Prometo comportarme como un caballero mañana. Solo tienes que decirme dónde debo recogerte.


Paula le dio las señas de cómo llegar a su camarote y se despidieron, no sin cierta renuencia. Pedro hizo el camino a su habitación con una sonrisa en los labios. Cuando la escritora se quedó sola empezó a chillar y canturrear como una adolescente.


¿Con que eso es lo que se siente al vivir el hoy? Creo que debo hacerlo más seguido, se dijo mientras sonreía.



*****


Carolina había sentido llegar a su amiga. También había escuchado como canturreaba y se encerraba en su habitación.


—Supongo que se encontraron—se dijo.


Después de ducharse había intentado tomar una siesta pero, en honor a la verdad, aquello no estaba funcionando.


Ella se levantó de la cama, tomó unos vaqueros rasgados de entre su ropa y se cambió la camiseta por una negra de tirantes. Se puso unas sandalias planas, recogió su cabello de cualquier manera y salió de allí. Si a Paula le habían funcionado sus consejos, no veía por qué no podía usarlos en sí misma. Con ese pensamiento se dispuso a buscar a Mauricio. Ya él había hablado, primero para decirle que la amaba y luego para decir que lo sentía. Pues bien, ahora le tocaba a ella.


Caminó con decisión, reafirmándose el propósito de ese encuentro. Le confesaría sus sentimientos.


—¿Y si realmente cambió de opinión?


Que Dios la ayudara si era así.


Después de tantos años conociéndose, Carolina podía apostar un riñón a que Mauricio no estaba encerrado en su habitación como ella había estado hasta hace unos minutos. 


Se encaminó hacia el área de entretenimiento, donde tenían una pared de escalar entre otras atracciones. Estaba segura de que allí lo encontraría.


No pasó mucho tiempo antes de que lo divisara. Estaba plantado frente a la pared con rocas falsas, observando a un par de chicos ascenderla. Carolina se paró junto a él y respiró profundo antes de hablar.


—¿Quieres intentarlo? —le preguntó.


Mauricio se sobresaltó al notarla junto a él, pero su expresión sorprendida fue reemplazada rápidamente por una sonrisa luminosa...


—Solo si tú lo intentas.


El desafío le recordó su adolescencia. Vivían retándose mutuamente a hacer actos o bien muy heroicos o muy estúpidos según se vean.


—Bien —aceptó ella—. Si llego a la cima primero que tú… 
—empezó a decir, pero luego se acercó a su oído y susurró para que solo él pudiera escucharla—. Te tendré en mi cama esta noche.


Mauricio tragó saliva, visiblemente sorprendido por la proposición.


—¿Y si yo gano? —preguntó.


—Me tendrás en la tuya —ella se encogió de hombros—. Lo cual me parece un trato bastante justo, si me preguntas.


—¿Qué clase de juego es este, Carolina? —Mauricio frunció el ceño—. Primero huyes de mí y ahora…


—Tengo derecho a cambiar de opinión… ¿no lo crees? ¿O es que acaso ya no me encuentras deseable?


—Somos amigos, Carolina.


—Eso no responde mi pregunta —dijo ella con un mohín. Siempre le había gustado hacerlo molestar.


—La respuesta que quieres, ¿hará una diferencia? —preguntó.


Carolina gruñó indignada. Intenta otra cosa, pensó. Echó un vistazo para tratar de alcanzar a quien asignaba los turnos en la pared, cuando lo hizo tiró de Mauricio por el cuello de su camiseta y lo arrastró hasta el lugar donde debían registrarse.


—Carolina, no me estás escuchando —gruñó Mauricio. La verdad es que ella no le prestó atención a ninguna de las cosas que dijo mientras ideaba su plan B sobre la marcha.


—Escucha una cosa, Alfonso —dijo ella con la advertencia tiñendo su voz—. Admito que me comporté como una cobarde al salir corriendo cuando lo que quería era decir que yo también te amaba…—siempre le había costado admitir sus errores, así que esta confesión era lo más difícil que había hecho—. Pero no tengo ganas de seguir corriendo, ¿me entiendes? Tú eliges si subir a esa pared o ir directamente al sitio donde ambos queremos estar.


Carolina tiró de su cabeza hacia abajo, hacia su rostro, y aplastó sus labios contra los de él. Al instante, él abrió la boca y sus lenguas se encontraron en una profunda y húmeda acometida. Ella sintió una oleada de calor cuando el sabor a menta la invadió.


Se pegó a él. Lo necesitaba. Mientras el fuego la devoraba, se frotó contra su cuerpo, incapaz de contenerse. Él la agarró por el pelo y tomó el control absoluto de su boca. Ella se había visto atrapada en un remolino de pasión y sed que sólo Mauricio podía calmar. Había entrado por las puertas del cielo sin dar un solo paso.


El murmullo de gritos y vítores se alzó a su alrededor, entonces Mauricio interrumpió el beso.


—Bien —suspiró—. Tú ganas. Tú siempre ganas.


Carolina le regaló una sonrisa radiante, entonces se alejaron de la multitud para disfrutar el uno del otro.







INEVITABLE: CAPITULO 19





Pedro no estaba tan seguro de que Paula aceptaría su invitación, sin embargo había hecho reservaciones en uno de los restaurantes y había sacado boletos para el espectáculo de Jazz que su hermano le comentó durante el desayuno.


Estuvo recorriendo diferentes tiendas en el barco, incapaz de decidir si le regalaba algo a Paula en su primera cita o no. 


Al regresar a la habitación guardó los pases en su chaqueta y la colgó en el closet, entonces fue a la sala de estar y encendió el televisor de plasma, cambiando los canales en intervalos irregulares.


—¿Puedes dejar de hacer eso? Es molesto —se quejó Mauricio.


El doctor se volvió para responderle a su hermano sin fijarse en qué canal dejó el televisor. Un profundo gemino lo hizo girarse hacia el televisor.


—Debo suponer que no invitaste a la chica, y por eso buscas consuelo allí —se burló el hermano mientras señalaba al televisor.


Paula estaba avergonzado. Por primera vez en su vida lo pescaban mirando pornografía, y ni siquiera había sido algo premeditado.


—Quita esa cara, hombre… tampoco es como si mamá te hubiese atrapado.


Ambos sonrieron con nostalgia. Había paso bastante tiempo desde la última vez que visitaron a sus padres en San Diego. 


Paula había planificado pasar a verlos después del viaje, antes de volver al hospital. Tendría un par de semanas para asegurarse de que estuvieran bien y ponerse al corriente con sus cosas.


—Mamá es una santa —respondió—. La pobre nunca se dio cuenta de que ocultabas tus revistas entre los libros de la escuela. Ella pensaba que estabas pasando por tu fase de buen estudiante. Nunca se explicó cómo es que tenías notas tan bajas si eras tan dedicado —se carcajeó.


—Claro que se dio cuenta —dijo Mauricio sonriendo—. El año que te fuiste para asistir a la universidad, la tía Grace nos visitó y se quedó un par de días. Yo estaba en mi puesto habitual, pretendiendo hacer tareas y ella preguntó que qué hacía… entonces mamá le dijo haciendo como que estudia mientras mira esas cochinadas que le regala George—las últimas palabras las soltó con un falsete con el que pretendía imitar una voz femenina.


Los hermanos intercambiaron una mirada divertida antes de soltar una sonora carcajada. Paula siempre supo que su padre era el proveedor oficial de su hermano menor, pero no tenía idea de qué tanto sabía su madre. Por lo visto, sabía mucho.


—La cuestión es que desde ese día dejé de ocultar las revistas —admitió Mauricio —. Y ya no tenía gracia hacer algo prohibido si mamá lo sabía y hacía de la vista gorda, así que…


—Te cambiaste a las películas y a la acción en vivo.


—Exacto.


—Dime una cosa, Mauricio —Paula quería llamar la atención de su hermano a un tema serio—. No quiero entrometerme en tu vida, pero ¿vas a hacer algo respecto a Carolina?


Los hombros del menor de los Alfonso se hundieron.


—Juro que cuando fui a verla después de… bueno, ya sabes… yo tenía un plan —reconoció—. Me disculparía, pretendería que todo estaba igual que siempre y poco a poco iría demostrándole que con ella las cosas eran diferentes.


—¿Qué cambió?


—No estoy tan seguro de que eso vaya a funcionar —suspiró derrotado—. ¿Sabes? Siempre había escuchado decir que los hombres y las mujeres no podían ser amigos, que era falso y todo eso. Pero Carolina ha sido mi amiga por años. Me ha apoyado, escuchado y regañado cuando lo he necesitado. Se ganó mi respeto cuando se le plantó a sus padres porque quería ser escritora, aunque ellos quisieran que se convirtiera en abogada, o cualquier otra cosa. Ella en cambio solo ha visto lo peor de mí, porque no he sido otra cosa que un vago que va follándose todo lo que se mueve.


—Eres muy duro contigo mismo.


—La verdad a veces es dura —se encogió de hombros—. El caso es que, ¿alguien como ella realmente querría estar con alguien como yo?


—Haz que valga la pena para ella… es todo lo que puedo decirte —su hermano tenía esa expresión paternal que últimamente era tan frecuente—. Aplica tus propios consejos, Mauricio. Yo decidí hacerte caso y…


—¿Vas a salir con ella?


—No lo sé. La invité, pero aún no sé si aceptará.


—¿Y cómo se supone que va a avisarte, genio? —se burló Mauricio—. Si no te has dado cuenta, tu celular se quedó sin servicio desde ayer por la noche. ¿O la invitaste a un lugar específico?


—¡Mierda! ¡No! Solo la invité y me fui… las reservaciones las hice después —se golpeó la frente con la palma de la mano—. ¿Cómo pude ser tan descuidado?


—Tranquilo superhombre, eso tiene remedio.


—¿En serio? ¿Cuál?


—Pues, tu chica es amiga de la mayor compradora compulsiva que he conocido en mi vida —declaró—. Así que —miró su reloj—. En estos momentos, si decidió aceptar, debe estar siendo arrastrada de tienda en tienda por Carolina James.


—¿Y si no?


—Pues, mi estimado Romeo, te tocará visitar camarote por camarote hasta encontrarla.



*****


Paula y su amiga habían estado tomando cocteles bajo el sol en el área de la piscina durante buena parte del día. La hora del almuerzo las encontró tumbadas disfrutando de la brisa del mar y de la música tropical que había empezado a tocar un grupo en los alrededores.


El estómago de Paula se protestó. Ella se levantó decidida a buscar algo para calmar a la bestia que ahora rugía incontrolable, pero solo tenía barras con bebidas cerca. Para conseguir comida tenía que ir a otra área del barco, y preferiblemente vestida.


—¿En qué piensas? —preguntó Carolina.


—En comida —dijo ella encogiéndose de hombros.


—Pues parece que nuestras mentes están conectadas, querida.


Las amigas se carcajearon mientras empezaban a levantar sus cosas. Se pusieron sus vestidos playeros y se encaminaron hacia el área comercial.


Antes de llegar al nivel con tiendas de ropa femenina había un bar que tenía toda la forma de un pub inglés. En el anuncio ponía que ofrecían diferentes tipos de cerveza, además de diferentes tipos de comida. Las chicas no lo pensaron dos veces y entraron.


Se acomodaron en una mesa, al fondo del bar. Rápidamente un chico pelirrojo, que estaría en sus tempranos veintes, las abordó para entregarles la carta y recitar las especialidades del día.


Ambas se decantaron por filetes de ternera acompañado con puré de papas y vegetales salteados. Junto a su orden tendrían un par de cervezas de barril.


Varios minutos más tarde, un humeante plato estaba frente a cada una. Carolina y Paula comieron hasta quedar satisfechas, intercambiando de vez en cuando murmullos de apreciación. Antes de salir se encargaron de felicitar personalmente al encargado. Fue cuando se enteraron de que aquel era un negocio familiar, regentado por una auténtica familia británica que se complacía en pasear por el Caribe un pedacito de su país.


Caminaron por las tiendas pese que no era la actividad favorita de Paula. Ella se dejó guiar por los consejos de su amiga en cuanto a la elección del atuendo y de los accesorios, aunque tenían diferencias en cuanto a la ropa interior. Pasaron bastante rato discutiendo sobre si debía o no llevar lencería sexy en la primera cita ante la mirada divertida de las encargadas de atenderlas.


Volvieron exhaustas a la habitación. Carolina se disculpó y se retiró a su habitación para darse una ducha y descansar un rato. Paula, por su parte, aunque estaba cansada sabía que no podría dormir. Su cerebro estaba trabajando al doble de velocidad. La idea de aventurarse en una cita con Pedro la ponía nerviosa, pero también la excitaba.


Por una vez piensa solo en el hoy


Recordó una vez más las palabras de su amiga. Las repetía en su mente como un mantra para infundirse valor. Carolina tenía razón.


La escritora sintió la necesidad de buscar a Pedro y decirle su decisión. Decirle que sí aceptaba salir con él. Y que fuera lo que Dios quisiera.





INEVITABLE: CAPITULO 18





Con la pobre excusa de no sentirse bien, Carolina volvió a su habitación. Se sintió tentada a tocar la puerta de su amiga pero eso, se dijo, le daría a entender que estaba involucrada con la presencia de Pedro. Cosa que no era cierta.


De cualquier forma, ella también necesitaba estar a solas.


El viaje, que repentinamente se había perfilado como una oportunidad para alejarse de todo y descubrirse a sí mismas, ya no se veía tan atractivo. Pero, maldita fuera su suerte, ya no había vuelta de hoja.


Se despojó de los zapatos y los lanzó de cualquier manera en el piso. Deshizo la diadema trenzada que le había hecho Paula y se peinó con los dedos, luego utilizó una de las gomas para hacerse una coleta floja. Se quitó el vestido y lo lanzó sobre la cama, entonces empezó a pasearse por la habitación vistiendo solo su tanga de encaje negro.


Estaba nerviosa, y no debería. Admitir que la situación con Mauricio la afectaba la ponía en una situación complicada. 


En primer lugar, porque había sido ella la que salió corriendo cuando él le declaró su amor. Y en segundo, porque luego Mauricio se había retractado.


Carolina decidió tomar un baño para despejarse. La idea de salir de fiesta era para relajarse, no para preocuparse más. 


Entonces recordó la imagen de Pedro y Paula, besándose, con todas esas luces de colores envolviéndolos, y suspiró.


—Al menos alguien tiene algo bueno para soñar esta noche —se dijo mientras tomaba la toalla y entraba al baño.



*****


—Invítala a salir—sugirió Mauricio mientras tomaba una taza de café y pretendía estar leyendo una revista—. Aquí tienen un par de espectáculos con buenas recomendaciones… y esta noche se presenta una banda de Jazz en uno de los bares.


Puso la revista a un lado y levantó sus lentes de sol para revelar una sombra oscura bajo sus ojos. Entrecerró los ojos para aliviar el efecto del sol mientras enfrentaba a su hermano.


—No puedes simplemente besar a la chica y esconderte en tu caparazón —le dijo a su hermano—. Crece. ¿No es eso lo que me dices siempre? Es hora de que empieces a usar tus propios consejos.


—Carolina también está aquí —respondió Pedro.


—Lo sé. Anoche nos tomamos una copa en la fiesta de la cubierta.


—¿La invitarás a salir? —quiso saber.


—Es mi amiga, puedo invitarla a salir siempre que quiera —se encogió de hombros fingiendo despreocupación.


—¿Siquiera vas a intentar arreglar las cosas? —Pedro no entendía la actitud de su hermano. Sus palabras no tenían nada que ver con lo que había demostrado poco antes de salir.


—Ocúpate de tu vida, que yo me encargaré de la mía —respondió levantándose de la mesa y volviendo a cubrir sus ojos con los lentes—. Hay una razón para que hayamos coincidido aquí. No la conoces, tampoco yo. Ya veremos qué sucede. Entretanto, mantén tu nariz fuera de mis cosas. Si sugerí que la invitaras a salir es porque...


—Ya —lo cortó el doctor—. Entendí el punto. Gracias.


—Bien —dijo Mauricio antes de retirarse de la mesa.



*****


—¿Vamos a tomar el desayuno en la cubierta, Pau? —quiso saber Carolina. La verdad es que no le apetecía salir y encontrarse con Mauricio tan temprano.


—¿No te importa si lo tomamos aquí? —respondió ella. 


Ignoraba si Carolina sabía que el crucero que tomaron Mauricio y su hermano era el mismo que ellas abordaban, así que decidió probar suerte y evitarse un mal rato a ambas.


—Está bien —se encogió de hombros—. Le marco al servicio para que lo traigan hasta aquí.


Carolina se fijó en que su amiga llevaba su pequeña libreta negra y un bolígrafo, y que además había sacado su computadora portátil y la había dejado sobre la mesa de centro del área común.


—¿Haz empezado a trabajar?—tanteó.


Paula le regaló una sonrisa resplandeciente antes de responder.


—Parece que he recuperado mi mojo —dijo con voz alegre—. No he escrito muchas palabras, pero tengo un punto de partida consistente… además de algunas escenas sueltas que he ido archivando.


—¡Wow! Eso es genial —la animó—. Y solo hemos estado aquí un día. En tres semanas seguramente tendrás la trama más espectacular jamás escrita… y yo me retorceré de la envidia.


Las amigas se carcajearon por esa declaración. Carolina tomó el teléfono del camarote, usó la marcación rápida para comunicarse con la cocina y hacer su pedido. Luego se dio cuenta de que Paula había adoptado una actitud solemne.


—Hay algo que debo decirte —dijo la escritora—. Tus vecinos, el doctor sexy y seguramente también el semental exhibicionista, están en este barco.


—¿Sí? —se hizo la tonta para animarla a hablar—. ¿Cómo lo sabes?


—Pedro estaba anoche en la fiesta —confesó—. Apareció después de que te fueras a bailar —hizo una pausa y bajó la mirada—. Y me besó.


—Una pregunta… empezaste a construir esa fantástica y consistente trama tuya, ¿antes o después del beso?


—Antes —admitió.


—Bien


—¿Es todo lo que vas a decir?


—Por los momentos, sí.


El desayuno llegó poco después. Las amigas se sentaron a compartir el café del día, croissants, frutas frescas y un poco de cereal. Cuando estuvieron satisfechas, Carolina se fue a explorar el área de la piscina y Paula se concentró en su manuscrito. Tecleó frenéticamente por un par de horas y luego decidió que merecía un descanso.


Fue a su habitación para guardar la computadora y su libreta, se quitó la ropa que llevaba y tomó uno de los bañadores que le empacó su amiga, un conjunto de dos piezas en negro y plata, también sacó de su maleta un vestido playero a juego y se lo puso. Se arregló un poco la coleta, buscó sus lentes de sol y abandonó el camarote.


Llegó al área de la piscina con la intención de unirse a Carolina, pero por más que la buscaba no la encontraba. En su lugar, volvió a encontrarse con Paula.


Él sonrió al verla y caminó en su dirección. Su forma de andar le recordaba a un felino. Lento, salvaje y sensual. Paula barrió su cuerpo con la mirada y ella apartó sus ojos sintiendo como el rostro se le encendía. Él sonrió por la reacción de ella.


—Buenos días, señorita Chaves.


Paula sabía que Pedro no dejaría pasar su momento de debilidad. Cuando sintió sus labios cubriendo los suyos, una necesidad primitiva de responder anuló sus sentidos. Se había dejado llevar y luego había corrido a esconderse. Pero era absurdo pensar en esconderse durante las próximas 3 semanas ¿no?


Ella asintió en respuesta


—Te ves preciosa —dijo él.


—Gracias —masculló—. Si me permites, debo irme.


—¿Se te hará costumbre huir cuando yo aparezco?


Pedro, yo…


—Estuve ahí, ¿sabes? Sentí como tus labios respondían mi beso, y cómo tu cuerpo se estremecía con el toque de mis manos —declaró—. Sé que te gusto, señorita Chaves. Y tú me gustas, te lo dije. No me importa lo que ese imbécil haya dicho. Me importa lo que tú digas, y en este momento solo espero que digas que aceptas salir conmigo.


Paula estaba impresionada por su discurso. Parte de ella quería saltar de emoción, mientras que la otra parte la miraba arqueando una ceja retándola a volver a equivocarse con los hombres.


—No puedo aceptar —dijo ella—. No me has invitado a salir…


—Tú y yo, mañana —respondió Paula—. Iremos a cenar y luego veremos a una banda de Jazz que se presentará en uno de los bares.


—¿Qué pasa si digo que no? —preguntó tratando de que su rostro no reflejara sus contradictorias emociones.


—Herirás mis sentimientos.


Paula no pudo evitar reírse de eso.


—Lo digo en serio, señorita Chaves. Pero no tengo que preocuparme porque eso no pasará, así que nos vemos mañana.


—Todavía no he dicho si aceptaré.


—Lo harás —sonrió Paula—. Te estaré esperando, Paula—susurró en su oído. Le guiñó un ojo y siguió andando, dejándola a ella en mitad del camino y totalmente desorientada.


¿A dónde es que iba?, se preguntó.


Después de caminar por varios minutos por el área de la piscina, Paula finalmente encontró a Carolina. Se encontraba en una tumbona, tomando el sol, totalmente ajena a lo que pasaba a su alrededor. Parecía estar dentro en su propia burbuja, abstraída, y ella supo lo que estaba sucediendo. La mente de su amiga había viajado muy lejos de allí a quien sabe qué mundo fantástico.


La escritora dejó su bolso sobre la tumbona vacía que estaba a su lado, se quitó el vestido y se sentó para buscar su protector solar. Un camarero se acercó a ella para ofrecerle la carta de bebidas. Tomó el folleto y ordenó un té helado para refrescarse mientras se decidía. Cuando volvió a ocupar su atención en bote de crema que tenía en sus manos, su amiga se aclaró la garganta.


—¿Decidiste salir de la cueva? —se burló Carolina.


Paula asintió en respuesta mientras hacía caer un poco del líquido en su mano y lo empezaba a frotar por sus brazos y escote.


—Y te comieron la lengua los ratones —dijo, dándole un matiz interrogante a las últimas palabras.


—Pedro me invitó a salir.


—Parece que mi vecino hace todo al revés... tenían que salir primero y besarse después —se burló Carolina—. ¿Y cuál es el plan? ¿Cena, cine y sexo?


—No hay ningún plan... no he aceptado.


—Pero aceptarás —afirmó—. Porque dijiste "no he aceptado" en lugar de "no acepté", y tú nunca fallas con las conjugaciones.


Paula tuvo que reírse de eso porque era verdad, aunque lo había dicho inconscientemente.


—¿Me ayudas con esto? —preguntó alzando el frasco de protector solar y dándose la vuelta. Su amiga soltó un bufido poco femenino y se levantó para frotar el protector solar en los hombros y espalda de Paula.


—Evitar el tema no cambia las cosas —le aseguró ella mientras le devolvía el bote de crema a la escritora—. Mereces divertirte.


—Pero y si...


—Nada, Chaves. Por una vez piensa solo en el hoy. Vívelo. Respíralo —le aconsejó Carolina mientras volvía a su tumbona—. Carpe diem, amiguita.


—No lo sé... no estoy segura —suspiró angustiada.


—Prometimos aprovechar este viaje, Pau. Por una razón, el destino los puso en el mismo barco que nosotras.


—Deja de decir eso —protestó Paula.


—Tú deja de negar lo evidente —respondió su amiga señalándola con el dedo—. Te lo dije antes, y lo repito ahora. Evitarlo solo retrasará algo que es inevitable.


—¿Eso sería, doctora corazón? —quiso saber la escritora.


—Tener sexo caliente con el doc —se burló—. Y contarme todos los detalles sucios cuando eso ocurra, por supuesto.


Paula se sonrojó y desvió la mirada de su amiga hacia el camarero que volvía a estar parado junto a su tumbona. No había notado cuando el muchacho llegó, y se sintió intimidada pensando en qué parte de la conversación pudo haber escuchado. Tomó el vaso de té con manos temblorosas y le agradeció con un ligero asentimiento. 


Luego el muchacho se desapareció tan sigilosamente como había llegado.


—¿Habrá escuchado la conversación?


—No lo sé,Chaves… pero si lo hizo, tendrá algo en qué pensar esta noche —se carcajeó su amiga.


—Esto es serio —se quejó Paula.


—Lo es —admitió Carolina—. Porque necesitarás un atuendo que le deje las cosas claras a Pedro, y yo tendré mi primera experiencia de compras en un crucero, ¿no es fantástico?


—Estás loca, Carolina.


—Eso ya lo sabía —se encogió de hombros—. Ahora dame eso —dijo señalando la carta con los tragos que ofrecían.


Paula se quedó pensando en las palabras de su amiga mientras se tumbaba a disfrutar del sol. Tenía que admitir que había muchas casualidades rodeándolos.


Por una razón, el destino los puso en el mismo barco que nosotras…


Las palabras de Carolina se repetían en su mente sin cesar. 


¿Sería posible? No perdía nada con intentarlo. Después de todo, en tres semanas volverían a sus vidas y si no funcionaba nada entre ellos…


Ella no quería pensar en eso.


Carpe diem, amiguita.


Carolina tenía razón. Había que vivir el hoy.