domingo, 16 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 8

 


Paula observó el jardín a través de los visillos del ventanal. Patricio Bradly estaba cerca, hablando de algo con Eleonora. No podía ver a dónde había ido Pedro después de que saliera como una furia del estudio con Eduardo siguiéndolo. Los invitados ya estaban listos para conocer a la novia.


Cerró un momento los ojos para tratar de recobrarse. No podía seguir con eso, especialmente después de la escena del estudio con Pedro.


Sintió cómo Patricio le tocaba un brazo. Ya era el momento. No había forma de escaparse. Dentro de pocos minutos sería la esposa del señor Pedro Alfonso durante un año. Para bien o para mal, estaba explorando de nuevo un territorio desconocido, empezando una nueva vida como había hecho hacía ocho años, cuando conoció a Mateo y a J.C. Sólo que esta vez no era una joven huérfana, sino una mujer madura que iba a encontrarse con el extraño que iba a ser su marido.


Aceptó el brazo de Patricio y se dirigieron al jardín siguiendo los acordes de la famosa marcha nupcial. Las sillas estaban meticulosamente ordenadas en filas y cada una estaba decorada por un ramillete de orquídeas blancas. La impecable alfombra que cubría el suelo hacía que la hierba de primavera crujiera bajo los pies al caminar.


Mantuvo baja la mirada, levantándola sólo ocasionalmente mientras Patricio la guiaba. Cada vez que la levantaba, se encontraba con un montón de ojos interrogantes observándola.


«Deben de estar preguntándose la razón por la que él me ha pedido en matrimonio. ¡Si supieran!», pensó.


Si Paula se preguntaba lo que estarían pensando de ella los invitados, Pedro no lo hacía. Lo sabía. Tenía la mirada fija en ella mientras se aproximaba como si fuera en cámara lenta. Aunque quisiera no podía apartar la mirada. Era preciosa. Y parecía tan vulnerable. La vio mirar levemente a los invitados y luego volver a bajar los ojos. Dentro de pocos minutos esa mujer sería su esposa. Una especie de amargura le recorrió el cuerpo cuando lo pensó; el corazón empezó a latirle fuertemente. Hubiera querido alcanzarla a medio camino y tomarla en sus brazos. También quería castigarla de alguna manera por lo que le estaba haciendo.


Ella llegó a su lado y Patricio les hizo juntar las manos. Pedro se quedó mirándola y ella hizo lo mismo. Por un momento, Pedro se quedó como encantado por esos grandes ojos azules olvidándose incluso de quién era ella, él y lo que iban a hacer.


Paula sonrió, como si le ofreciera la paz, pero al mismo tiempo, de una forma tremendamente sensual y seductora, Pedro se quedó helado, interpretando mal la sonrisa, no la tomó como un truco, sino como una señal de triunfo. Su corazón latió con más fuerza. Volvió rápidamente la cabeza y le hizo un gesto al sacerdote para que empezara con la ceremonia.


Paula respiró profundamente. Por un momento, todos los problemas desaparecieron. El rostro de Pedro estaba tranquilo y su mirada receptiva. El hombre encantador del estudio había vuelto por un segundo. Luego volvió a transformarse en algo pétreo. Él separó su mano de la de ella y a Paula no le quedó más remedio que prestar atención a lo que estaba diciendo el sacerdote, pero las palabras carecían de significado. Hablaba de amor, de respeto mutuo, de una unión completa, de una vida en común… y nada de eso tenía nada que ver con ese matrimonio. Lo que tenían en común, si se le podía llamar así, estaba en las acciones y el dinero y, probablemente, no duraría más que un año. Le parecía estar desperdiciando las palabras y ese bonito y despejado día.


Ella respondió de la forma esperada, sin que le temblara la voz, a pesar de que su mente estaba en otra época, en otro día, cuando se casó con J.C. En contraste, ese día le había producido un sentimiento de alegría. Ahora no era así, solamente había vacío y miedo, en especial por el futuro y por lo que podría significar vivir con ese hombre.


Cuando Pedro puso su mano sobre la de ella, se dio cuenta de que era el momento de los anillos. Oyó cómo decía algo y se dio cuenta de a lo que se refería. Se le había olvidado quitarse su propio anillo de boda, el que le había puesto J.C. Rápidamente, Pedro se lo quitó antes de ponerle el suyo. Le quedaba un poco grande, pero era muy bello. Debía de haber pertenecido a su madre. Mientras lo admiraba, se dio cuenta de que, antes de que pasara un año iba a tener que devolvérselo. Como el apellido Alfonso, eso era sólo un préstamo.


Cuando el sacerdote les dijo que eran marido y mujer, sintió cómo se le agolpaban las lágrimas en los ojos. El sacerdote sonrió y tocó a Pedro en el brazo.


—Puede besar a la novia.


Pedro hizo que se diera la vuelta hasta que estuvo frente a él, tratando de darle un beso en la mejilla. Pero cuando Paula levantó el rostro y esos enormes ojos color zafiro aparecieron con sus brillantes lágrimas, algo parecido a una explosión se produjo en su interior. Una especie de urgencia protectora surgió de alguna parte que él no conocía y se encontró abarcándola en sus brazos. Sus labios se encontraron, suavemente, sin estar seguro de su respuesta. La notó relajarse contra él y la sujetó más firmemente mientras ella le pasaba las manos por el cuello.


Se encontraron muy levemente al principio y ella suspiró muy cerca de su boca. Pedro le apretó los labios con los suyos, de una forma que ya no era amable, sino exigente, tomando todo aquello que ella quería darle. Se quedaron así, abrazados el uno al otro mientras sus sentidos se relajaban.


Nadie le había sabido nunca así, pensó Pedro, nadie le había hecho sentir lo mismo. Se estaba ahogando y no le importaba.


En alguna parte se oyó una tos persistente que hizo volver rápidamente a la realidad a Paula, pero Pedro no reaccionó hasta que una mano le dio unos golpecitos en el hombro. Abrió los ojos y se dio cuenta de dónde estaba.


Doscientos invitados lo miraban sonriendo. Dio un salto atrás y se soltó de Paula tan rápidamente que ella perdió el equilibrio y él tuvo que agarrarla por un brazo para que no se cayera. Eduardo se les acercó y les pasó un pañuelo, con el que Pedro se limpió de los labios los restos de carmín mientras trataba de mirarla a ella a los ojos.


Necesitaba ver su expresión, saber si ese magnífico beso la había afectado tanto como a él. ¿Qué demonios había sucedido?


Pero ya era demasiado tarde. Las manos de Paula estaban como el hielo y Eleonora estaba al lado de Paula, arreglándole el maquillaje mientras la arrastraba hacia donde estaban los invitados.




EL TRATO: CAPITULO 7

 


Cuando Eduardo abrió la puerta y vio a su hermano agarrando de la mano a su futura esposa, se le vio claramente encantado.


—¡Bien! Ya veo que os habéis conocido. ¡Eso me ahorra las siempre molestas presentaciones! Vamos a empezar pronto. Patricio acaba de llegar, Paula. Eleonora vendrá de un momento a otro y le explicará todo.


Eduardo se dirigió a donde estaban las bebidas.


—¿Un trago? No, ya veo que estáis servidos ¿Qué bebéis? ¿No os sentará mal hacerlo ahora?


Pedro había apretado cada vez más la mano de Paula mientras Eduardo hablaba y el corazón de ella latía irregularmente. ¡Ese hombre no podía ser Pedro Alfonso!


Pedro tenía muy apretada la mandíbula y los ojos le echaban chispas. ¡Estaba loco! ¡Acababa de pedirle una cita a su futura esposa! Dejó caer la mano repentinamente y se dirigió al ventanal. Se suponía que ella tenía que ser mayor, no esa… esa. Se pasó una mano por el cabello con un gesto nervioso y se quedó mirando al jardín.


—Dios mío —dijo dándose la vuelta—. ¿Por qué no me ha dicho nada?


—¿Y por qué no lo ha hecho usted?


—¿Qué demonios…? —empezó Eduardo, pero en ese momento entró Eleonora, interrumpiéndolo.


—¡Aquí estás! Pedro, te he estado buscando por toda la casa. Y tú debes de ser Paula. ¡Eres encantadora!


Pedro gruñó algo incoherente y Eleonora besó levemente a Paula en la mejilla.


—No le prestes atención, querida. ¡Sufre del peor caso de nervios prenupciales que he visto en mi vida! —dijo Eleonora mirando a todo el mundo—. Ya que nadie parece querer presentarme, lo haré yo misma. Soy Eleonora, la esposa de Eduardo y la responsable de todo lo que está pasando hoy. Ya sé Pedro y tú queríais una ceremonia pequeña, pero no me parece bien una boda sin su fiesta ¿no?


Eleonora se dio cuenta lentamente del incómodo silencio que se había hecho en la habitación.


—¿Algo va mal?


Eduardo se apresuró a contestar.


—No. Nada, querida. Sólo los nervios. Creo que, cuanto antes se celebre la ceremonia, será mejor. Aquí está Patricio, ahora podremos empezar.


Patricio Bradly entró en el estudio y, después de saludar a todos, se colocó al lado de Paula. Se inclinó, besándola en la mejilla le preguntó:

—¿Cómo lo llevas?


—Horriblemente —le contestó ella en voz baja.


—Bueno, todo esto terminará pronto.


Ella le sonrió y se sentó.


—Ahora que ya estamos todos ¿por qué no le decimos al sacerdote que empiece con la ceremonia, Eleanora?—dijo Eduardo—. ¿Te ocupas de eso?


Eleonora asintió y salió del cuarto.


Entonces, Patricio se dirigió a Eduardo.


—Antes de eso, Eduardo, me gustaría que tanto Pedro como tú me firmarais esto.


—¿Qué es?


—Unos papeles garantizando que ese quince por ciento de acciones seguirán a nombre de Paula hasta que se las podáis comprar.


Eduardo parecía confuso.


—Por supuesto. Eso es parte del trato. Esas acciones serán de la familia Alfonso, de la cual Paula será parte a partir de hoy mismo.


Patricio agitó la cabeza.


—Me temo que no es suficiente. Las acciones han de quedar a su nombre, Paula Chaves Alfonso.


—¡Pero eso le dará derecho a voto en nuestro consejo de administración!


—Cierto —dijo Patricio—. Así ha de ser.


—¡Y un cuerno!


Todo el mundo se volvió hacia Pedro, que había sido el que había gritado.


—Lo siento si esto no te gusta, Pedro, pero tengo que saber que Paula queda protegida.


—¡Protegida! ¡Protegida! —volvió a gritar Pedro—. Va a llevar mi mismo nombre, a vivir en mi casa y va a tenerlo todo pagado a mis expensas. ¿Qué más quieren? ¿Sangre?


—Por favor, Pedro, cálmate. Gritarle a Patricio no va a resolver nada —dijo Eduardo y luego, dirigiéndose a Patricio añadió—: No comprendo por qué crees que esto es necesario.


—Teóricamente, la podéis echar a la calle mañana mismo. Cuando tengáis esas acciones ¿qué garantías tenemos de que respetaréis el acuerdo?


—Porque, señor Bradly —interrumpió Pedro—, somos gente honrada. Con la que parece que no tiene mucha experiencia de trato.


Pedro miró furioso a Paula, y ella le respondió de la misma manera. ¿Cómo se atrevía a acusarla de falta de honestidad?


—Oh, sí, señor Alfonso —intervino Paula tratando de controlar la voz—. ¡La empresa suya y de su hermano es impresionante! Si estamos hablando ahora de honestidad ¿cómo podemos llamar a este ridículo matrimonio? Si se trata de mantenernos a Mateo y a mí hasta que nos puedan comprar las acciones, estaré encantada de devolverles el dinero cuando me paguen mi parte. Incluso estoy dispuesta a ponerlo por escrito.


Pedro y Eduardo se miraron y el mismo pensamiento les pasó por la mente a la vez. Dario Carmichael podría intervenir.


Paula se dio cuenta de la mirada que intercambiaron.


—Bueno ¿estamos hablando de honestidad en general? ¿O es solamente la mía la que está en entredicho?


Eduardo habló primero.


—Dame esos malditos papeles.


Paula y Patricio intercambiaron una mirada de sorpresa, pero Patricio se los dio.


Cuando le llegó el turno de firmar a Pedro, miró largamente a Paula, y sus ojos decían lo que no podía expresar con palabras. Algo así como: «Esto lo pagarás». Podía incluso sentir físicamente el poder de su animosidad contra ella. Por una extraña razón, pensó que el que él estuviera enfadado con ella era intolerable. Tenía que encontrar la forma de arreglarlo un poco antes de la boda, encontrar algún tipo de terreno común antes de que fuera demasiado tarde.


Se le acercó y le tocó el brazo. Él retrocedió de un salto y la miró con la mandíbula apretada, de la forma que ella ya se había dado cuenta que utilizaba para mantener el control.


—Señor Alfonso… Pedro… por favor, deje que le explique…


—No hay nada que explicar. El mensaje era alto y claro —dijo él señalándole con un gesto los papeles que acababa de firmar.


—No comprende…


—¡Y no tengo que hacerlo! —gritó él volviéndose a Patricio y a Eduardo—. Vamos a seguir con la farsa. Tengo que tomar un avión por la mañana.




EL TRATO: CAPITULO 6

 


Esa sensación fue una sorpresa para Paula. Cuando estuvo casada, se había olvidado de esa parte de su vida, había permanecido como una esposa virgen. Cuando era más joven había pensado algunas veces en romances apasionados, pero nunca se los había permitido demasiado tiempo. Esos pensamientos eran una locura, teniendo en cuenta todo lo que J.C. había hecho por ella. Aunque a veces, en medio de la noche, se despertara con el cuerpo agitado. Era un precio muy pequeño por todo lo que tenía.


«Tenía». La palabra tuvo la virtud de hacer volver a Paula a donde estaba. Observó al hombre volver a llenar el vaso.


De repente, Pedro se dio cuenta de su presencia. Se volvió hacia ella y se quedó mirando la sorprendente y etérea forma que había al otro lado de la habitación. «Encantadora», pensó.


—Hola.


Su voz era tan suave como parecía, y tan invitadora. Él notó un ramalazo de calor que le recorría las entrañas y que no tenía nada que ver con el whisky. Respiró profundamente para disiparlo y recuperar el control. Tardó algunos segundos en darse cuenta de que la seguía mirando y de que todavía no le había contestado.


—Hola. Siento que me vea así, pero necesitaba un trago —le dijo señalando el vaso que acababa de rellenar—. ¿Es usted una invitada?


Paula dudó un momento.


—Algo parecido. ¿Y usted?


Él sonrió.


—Algo parecido.


Se quedaron durante un momento estudiándose el uno al otro. Paula sintió cómo se ruborizaba cuando se dio cuenta de la forma en que él la recorría con la mirada. A pesar de toda su educación y supuesta sofisticación, todavía tenía muy poca experiencia en hablar con los hombres, con los hombres jóvenes.


Pedro no se lo podía creer. Se estaba ruborizando de verdad. Pero las mujeres ya no se ruborizaban ¿no? Ciertamente, ninguna de las que él conocía. Y teniendo en cuenta esos pechos, lo que tenía delante era definitivamente una mujer. No, pensó, no sólo una mujer, sino toda una señora. Una señora que intentaba, aunque no lo consiguiera por completo, parecer serena. Los puños cerrados y el color de sus mejillas la traicionaban. De repente se dio cuenta de que quería conocer más a esa persona. ¿Por qué demonios tenía que ir a conocer a alguien así precisamente ese día?


—¿Quiere beber algo? —le preguntó.


—Sí, gracias.


—¿Qué prefiere?


—Escocés, si hay.


—Hay; pero me temo que no hay hielo.


—Sólo está bien.


Ella se le acercó y aceptó el vaso. Sus dedos se rozaron. Ella trató de tomar el vaso, pero él siguió sosteniéndolo. Sus miradas se encontraron y ella se sintió como si él la atrajera hacia sí cada vez más cerca. Realmente no se había movido ni un centímetro.


—Por favor, no se tome esto a mal, pero es usted una mujer realmente hermosa.


El rostro de Paula ardió con esas palabras y apartó la mirada de esos oscuros y penetrantes ojos.


—¿Está nerviosa? —le preguntó él.


—Sí. Mucho.


—¿La estoy poniendo nerviosa?


—¡Sí! ¡Mucho!


Paula se rió de su propia expresión y él la acompañó.


Paula se dio cuenta entonces de que ese hombre le gustaba.


No haciendo caso al buen juicio, Pedro se olvidó de la cautela. Lo que iba a hacer era una locura; pero se trataba de sus emociones y no tenía mucha práctica en contenerlas.


—¿Me haría usted el honor de cenar conmigo algún día?


La sonrisa de Paula se heló en sus labios cuando se percató de lo mucho que le gustaría hacerla. Pero algo así era imposible. Dentro de poco menos de una hora iba a ser la señora de Pedro Alfonso y a pesar de que no lo conocía, se iba a ver obligada a hacer el papel de su devota esposa. Ya era el momento de decirle a ese hombre quién era antes de que se creara una situación embarazosa.


Entonces él la tomó de la mano y le resultó más difícil hablar.