viernes, 13 de enero de 2017

PELIGRO: CAPITULO 26






Cuando Paula bajó la escalera una hora más tarde, oyó unas voces que llegaban de una de las habitaciones que daban al vestíbulo. Al reconocer que una de las voces era la de Pedro, se dirigió hacia allí. Antes de que ninguno de los presentes la viera, Paula distinguió a una mujer que debía de ser Alma, sentada junto a Facundo en uno de los sofás. 


Facundo levantó la mirada y al verla, enseguida se puso de pie.


—Pasa, Paula y conoce a Alma, mi esposa.


Alma se puso de pie y esbozó una cálida sonrisa.


—Me alegro de que Pedro te haya traído con él —dijo estrechando la mano de Paula—. Sé que debes de estar pasando mucho miedo. No sé qué haría yo si estuviera en tu lugar.


Paula se encogió de hombros y sonrió.


—Resulta que estaba en el lugar equivocado a la hora equivocada. Eso es lo que me pasa por quedarme a trabajar hasta tarde.


Alma se encogió de hombros.


—Bueno, al menos te encontraste a Pedro. Me alegro de que Julio sugiriera que los dos vinierais aquí —dijo Alma y se acercó hasta una silla cercana a Pedro, que estaba cómodamente sentado en una butaca—. Siéntate. La cena estará lista enseguida. Las mujeres del rancho nos han traído algunos platos. Si tuviera que cocinar yo, nos moriríamos de hambre.


Facundo arqueó una ceja.


—Dile por qué.


Alma se encogió de hombros.


—Soy una de las veterinarias e incluso cuando se supone que estoy de descanso, no dejo de atender llamadas de emergencias.


Paula la miró sorprendida.


—No te pareces a ningún veterinario que conozca —dijo Paula y se sentó. Luego, miró a Pedro—. ¿Cómo te sientes?


—Mejor —dijo Pedro y la mirada que le dirigió, le dejó sin aliento—. Nunca te había visto con un vestido.


—Hemos pasado mucho frío hasta ahora.


—Estás muy guapa —murmuró como si estuvieran solos en la habitación.


—Gracias —dijo ella apartando la mirada.


Pedro nos ha estado contando el día que habéis pasado —dijo Alma en un intento de cambiar de tema—. Os casasteis esta mañana, habéis conducido todo el día y ahora, vais a pasar la noche de bodas en familia. Es muy romántico.


Paula miró a Pedro.


—No sabía que ibas a contárselo.


El frunció el ceño.


—¿Por qué no iba a hacerlo? ¿Querías mantenerlo en secreto?


—Podíais haber esperado un poco y haberos casado aquí, con toda la familia —concluyó Alma.






PELIGRO: CAPITULO 25




-Ya era hora de que vinieras. Estaba a punto de organizar una patrulla de búsqueda para salir a buscarte.


Paula y Pedro acababan de salir del coche cuando oyeron aquella voz masculina. Ella se giró y vio a un hombre fuerte, de anchos hombros y largas piernas, acercándose a ellos desde el patio.


—¿Estás bien? —preguntó el hombre a Pedro al llegar junto a él.


Pedro asintió.


—Sólo algo cansado.


Paula rodeó el coche hasta donde estaban los dos hombres.


—No me ha dejado conducir y necesita reposo —dijo ella y extendiendo la mano, añadió—: Hola, soy Paula Chaves y apuesto a que tú eres Facundo.


Facundo se quedó sorprendido y ella se preguntó por qué.


—Encantado de conocerte. Parece que Pedro se
olvidó de comentar un par de cosas cuando habló con Julio.


—¡Oh! Pensé que sabíais que venía con él —contestó sintiéndose incómoda.


—Sí, Julio me comentó eso. Sólo que se le olvidó decirme que eras tan atractiva —dijo y girándose hacia Pedro, añadió—: Me ocuparé de vuestro equipaje. Entrad en casa.


Pedro se dirigió lentamente hacia la entrada. Una vez llegaron, Paula vio el interior de la casa a través de un gran ventanal que había junto a la puerta. Facundo llegó a la vez que ellos a la puerta y dejó el equipaje en el suelo.


—Pasad —dijo abriendo la puerta.


Paula entró primero y miró a su alrededor. Estaba dentro de una amplia cocina, con una mesa y sillas en un extremo y los más modernos electrodomésticos que pudieran necesitar.


—¿Queréis tomar algo? —preguntó Facundo mirando con preocupación a su hermano.


—Tiene que tomar sus medicinas. Es demasiado cabezota para hacerlo sin amenazas.


—Retira ese comentario —dijo Pedro con seriedad.


—¿Dónde están?


—En mi neceser, dentro de mi bolsa —contestó Pedro.


Facundo encontró el envase y se lo dio a Pedro. Después, fue por un vaso de agua y sin mediar palabra, Pedro se tomó la pastilla.


—Me pondré bien —dijo y mirando a Facundo, preguntó—. ¿Dónde están Alma y los niños?


—Alma se ha llevado a Helena y a Jose a casa de papá y mamá para que pasen allí la noche. Pensamos que necesitarías algo de tranquilidad.


Paula observó a los hermanos intercambiar una mirada.


—Me sorprende que papá y mamá estén en el rancho y no de viaje —dijo Pedro después de unos segundos.


—Desde que son abuelos, viajan menos —dijo Facundo sonriendo.


—Estoy deseando conocer a mi nuevo sobrino.


—Crece muy deprisa. Hace apenas un año, estaba andando a gatas. Ahora, tenemos que estar siempre pendientes de él porque no para quieto —dijo Facundo y girándose hacia Paula, añadió—: Lo siento, no os he ofrecido nada de beber.


Ella sonrió.


—Lo cierto es que estaba a punto de pedirte que me enseñaras mi habitación. Quisiera refrescarme y sé que vosotros dos tenéis mucho de qué hablar.


Facundo asintió.


—Claro —dijo tomando el equipaje—. Te enseñaré tu habitación.


Paula lo siguió escaleras arriba hasta un pasillo. Facundo se detuvo y abrió una de las puertas.


—Espero que te guste la habitación.


Paula no podía dejar de mirarla. Aquella habitación era tan grande como su apartamento.


—Es preciosa —dijo por fin.


—Bueno, tómate tu tiempo. Cenaremos en una hora más o menos. Descansa un rato si quieres.


—Gracias.


Cuando Pedro le había hablado de su casa, se había imaginado una vieja granja en mitad de la nada. En absoluto se había imaginado una casa del tamaño de un hotel.


Sintió un escalofrío. Su vida se estaba volviendo más extraña por momentos. Se había casado con un hombre que parecía tener recursos para todo. Aquel sitio era enorme.


Abrió la maleta y sacó uno de sus vestidos. Se preguntó si Pedro le diría a Facundo que se habían casado. No habían vuelto a mencionar el tema, lo que era un alivio. No quería decir nada más que pudiera herir a Pedro porque, aunque no lo admitiera, era evidente que le había dolido que rechazara su proposición al principio.


Él era una extraña mezcla de dureza y ternura, de mal humor y simpatía y nunca estaba segura de cómo iba a reaccionar a sus comentarios.


Lo cierto era que ya estaban casados y no había nada más que discutir. Esperaba que Pedro no comentara nada de la boda.



****



—¿Qué quieres decir con que te has casado? —dijo Facundo modulando el tono de voz.


Pedro miró a su hermano mayor, deseando haber mantenido la boca cerrada.


—¿Podemos hablar de esto en otra habitación en la que pueda estar más cómodo?


—No cambies de tema —dijo Facundo poniéndose de pie y dirigiéndose al vestíbulo.


Pedro también se levantó y sintió que las medicinas habían empezado a hacer su efecto. Se sentía algo mareado, pero por la sensación de alivio merecía la pena. Se sentó en uno de los sofás y suspiró.


—Lo que acabo de decirte. Paula y yo nos casamos esta mañana en Dallas, motivo por el cual hemos llegado más tarde de lo que pensaba. Pensé que no os importaría la hora a la que llegáramos, por eso no te llamé.


Facundo ignoró la explicación y volvió al asunto que le había llamado la atención.


—¿Te has casado con ella cuando sólo hace una semana que la conoces?


—Facundo, no todo el mundo conoce a la mujer con la que se casa desde que era una niña, como te pasó a ti con Alma.


—Nunca he dicho eso. Pero es muy raro en ti asumir un compromiso tan serio como el matrimonio de una manera tan impulsiva, al igual que esconderte en los bosques del norte sin decirle a nadie que estabas herido. Así que... ¿qué es lo que te pasa?


Pedro se acomodó en el sofá y apoyó la cabeza en los brazos.


—Me gusta estar en casa. Me da sensación de tranquilidad y calma.


—Está bien, tu punto de vista está claro —dijo Facundo y se quedó en silencio unos instantes—. He puesto a Paula en una de las habitaciones de invitados. Deberías habérmelo dicho antes para ponerla en tu habitación.


—Has hecho bien. De todas formas, no creo que durmiera con ella.


Facundo miró a Pedro durante unos segundos, antes de agitar las manos en el aire.


—Me niego a hacer más preguntas sobre tu vida amorosa. Y ahora, cuéntame qué te pasó —dijo señalando la pierna de su hermano.






PELIGRO: CAPITULO 24





Unas horas más tarde, estaban esperando su turno en los juzgados de Dallas para casarse. Paula miró a las otras parejas, a las que se les veía excitadas y felices. Al pensar en los cambios que se habían producido en su vida últimamente, nunca se hubiera imaginado que tendría que añadir un matrimonio a la lista.


Pedro había mantenido su palabra durante el desayuno, pero no había comido demasiado. Entonces, ella se había dado cuenta de que no tenía sentido seguir discutiendo con él. Le había dado buenas razones y ella tenía que olvidarse de sus sueños infantiles.


Cuando les llegó el turno, la funcionaria les tomó los datos.


—Podemos casarnos ahora? —preguntó Pedro.


La funcionaria los miró por encima de las gafas.


—¿Tiene prisa, eh? Lo siento, hay una lista de espera de setenta y dos horas, a menos que esté en activo en el servicio militar.


Pedro sacó su identificación y se la mostró a la funcionaria. 


Ella anotó los datos necesarios, adjuntó la nota al certificado de matrimonio y se lo entregó a Pedro. A continuación les indicó dónde debían dirigirse y se marcharon.


—Te apuesto a que piensa que estoy embarazada —dijo ella sin poder ocultar su descontento.


—¿Te importa lo que piense esa funcionaria?


—Ya no sé ni lo que yo pienso.


Él la atrajo hacia sí.


—Todo va a salir bien, Paula.


La ceremonia fue fría. El juez firmó el certificado matrimonial y lo llevaron al Registro. Pedro dio la dirección del rancho para que les mandaran su copia en unos días.


Tomó a Paula de la mano y fueron al aparcamiento donde habían dejado el coche. Ella se ofreció para conducir, pero él negó con la cabeza. Necesitaba hacer algo y concentrarse en conducir lo ayudaría.


Sin preguntar, entró en el aparcamiento de un restaurante y se detuvo.


—Bueno, ahora estás a salvo. Ya eres ,oficialmente una Alfonso de Texas y nadie va a molestarte nunca más —dijo él saliendo del coche—. El habernos casado me ha abierto el apetito. Necesito comer algo.



*****


Mientras conducían por Hill Country, Paula contempló con atención el paisaje sin querer reparar en el hecho de que Pedro no había dicho nada en las tres últimas horas. Habían dejado la interestatal hacía una hora y ahora continuaban por una carretera de dos carriles.


Para cuando llegaron a la entrada del rancho, apenas había luz. La verja de entrada estaba abierta y la atravesaron.


—¿Estás bien? Hace un rato que no dices nada —dijo ella mirándolo. Estaba pálido—. ¿Te duele, verdad?


—Es evidente, ¿no?


—Una vez lleguemos, vas a tomarte una de tus pastillas —dijo ella con rotundidad.


—Apenas hace unas horas que me he casado contigo y ya me estás dando órdenes.


Fue a decir algo, pero vio un gesto divertido en sus ojos. 


Estaba bromeando. Iba a tener que acostumbrarse a su sentido del humor.


—Si te tomas tus medicinas, te daré un masaje.


—Eso está hecho.


El camino del rancho subía y bajaba colinas. Paula distinguió los rebaños de vacas y ovejas.


—¡Mira! ¡Un ciervo! —exclamó.


—Querida, tenemos casi más ciervos que ganado. Son una plaga.


—Pero son muy bonitos y elegantes.


—Y hambrientos. Las mujeres del rancho tienen que poner vallas a los jardines. Si no, los ciervos acabarían con todo.


Paula perdió el hilo de la conversación cuando llegaron a lo alto de una colina desde la que se divisaba una vasta extensión del valle. La casa parecía sacada de una película. Era grande, con el tejado rojo y las paredes blancas.


—¡Qué bonita!


—Estamos en casa —dijo Pedro, deteniendo el coche—. Bienvenida a la ancestral casa de los Alfonso.