miércoles, 11 de mayo de 2016

CENICIENTA: CAPITULO 26




Paula se había preparado para lo peor. Qué pérdida de tiempo.


En cuanto Pedro estuvo bajo las luces del plató, puso en marcha su irresistible encanto y el mundo entero cayó bajo su hechizo, o al menos todos los que estaban en el plató. 


Paula sabía muy bien lo que era verse engullido por
Pedro. La audiencia no tenía ninguna posibilidad.


El presentador, Billy Danville, no dudó en usar la carta de la broma y empezó la entrevista colocándose en la cabeza una tiara con la palabra «princesa» escrita en brillantes cuentas de colores.


–Bueno, Pedro, tengo entendido que ha habido un escándalo.


Tres semanas atrás, Pedro no habría soportado la broma. Habría puesto los ojos en blanco y le habría dicho a Billy
que se ocupara de sus propios asuntos.


Pero ahora no. Pedro no se inmutó. Se recostó en la silla con una sonrisa irónica.


–¿Ah, sí? He estado tan metido en la liga de baloncesto universitario que no me he enterado.


El público se rio. El presentador también. Y Paula.


–No, en serio –Billy se quitó afortunadamente la tiara–. Parece que has dejado el escándalo atrás. Hemos tenido la oportunidad de conocerte por las entrevistas que has dado estas últimas semanas, y eso es estupendo.
Ahora ya sabemos que no solo eres un mago de la informática guapo, sino que también te gusta mirarle el trasero a tu novia.


–El mayor pasatiempo americano – respondió Pedro.


El público volvió a reírse.


–Bueno, háblanos de tu relación con Julia Keys –continuó Billy–. Los periódicos lo pintan muy serio. ¿Escucharemos campanas de boda en un futuro?


¿Campanas de boda? Paula contuvo el aliento. No sabía qué iba a responder Pedro, ni qué quería ella que respondiera.


Pedro cambió de postura.


–No. Nada de campanas de boda a pesar de lo que diga la prensa.


–Pero, ¿va todo bien?


–Oh, sin duda. Todo va perfectamente. ¿Qué puedo decir? Julia es una mujer preciosa, inteligente y con talento.
Cualquier hombre sería afortunado de pasar tiempo con ella.


Billy asintió vigorosamente.


–Por supuesto. Puedes darle mi número por si se cansa de ti.


Pedro siguió esquivando los golpes, aceptando las bromas a su costa, manejando todos los temas sensibles, y hubo muchos, incluidas las cosas que su exprometida había dicho sobre su incapacidad para el compromiso, y finalmente, la pregunta sobre la salud de su padre.


Billy ordenó las fichas de guion que tenía entre las manos.


–Odio tener que sacar este tema, pero corre el rumor de que la enfermedad de tu padre es mucho peor de lo que se nos
ha dicho.


Pedro apretó los labios.


–Mi padre está recibiendo un tratamiento médico excelente. Está en muy buenas manos. Es obstinado como una mula y sigue yendo todos los días a la oficina.


Todo era cierto. Y ocultaba la realidad que los Alfonso no querían hacer pública. Pedro había aprendido a manejar las preguntas duras de forma impecable.


–¿Y en qué momento te harás con la dirección de AlTel? –preguntó Billy, que no parecía haberse dado cuenta de que Pedro no había respondido en realidad a la pregunta.


–Todavía falta mucho para eso, si es que llega a ocurrir. Intento no pensar demasiado en ello.


Cuando Pedro salió del plató, Paula sintió como si le hubieran quitado un enorme peso de encima. Su aparición en Midnight Hour había sido un éxito. No podía estar más orgullosa.


–¿Y bien? No lo he hecho mal, ¿verdad? –preguntó. La sonrisa de su cara indicaba que sabía que lo había hecho mucho mejor que bien.


–Espectacular. Esa es la palabra.


–Esto hay que celebrarlo con champán –dijo Pedro entrando con ella en el vestidor–. Podríamos tomarlo en mi apartamento. Solo una copita. Será divertido.


–Es tarde. Mañana trabajas, y yo también.


–Y que yo sepa, hemos estado trabajando toda la noche. Necesitamos un descanso y una celebración. Te prometo que seré un perfecto caballero.







CENICIENTA: CAPITULO 25





Dos horas después de que Pedro recibiera la frenética llamada telefónica de Paula ya estaba preparado para ponerse delante de las cámaras de Midnight Hour. Casi preparado.


–No sé qué me pasa. No dejo de sudar.


Paula agitó una revista frente a su cara.


–Vas a tener que encontrar la manera de parar. Con fuerza de voluntad o algo así.


A juzgar por su expresión, estaba tan horrorizada como él por su estado físico.


–Tal vez si me hubieras avisado con más tiempo… –lamentó sonar tan molesto, pero seguía enfadado por las cosas que Paula le había dicho unas cuantas noches atrás en Flaherty’s.


Sí, había cometido errores cuando se prometió. Ahora era más sabio, aunque nadie parecía creerlo. Y la sugerencia de Paula de que podría llegar a aburrirse resultaba absurda. 


En parte se sentía tan atraído hacia ella porque nunca le aburría.


–Relájate –dijo Paula intentando calmarle–. Todo va a salir bien.


–No lo entiendes. Yo nunca me pongo nervioso –Pedro se pasó una mano por el pelo.


–Deja de revolverte el pelo.


Pedro gimió entre dientes


–¿Te das cuenta de que voy a salir en un programa que ven millones de personas? Personas que esperan que los invitados sean divertidos, inteligentes y encantadores. Y yo no sé actuar si me dan órdenes.


Paula sonrió.


–No me gusta verte pasarlo mal, pero sí me gusta ver una abolladura en la armadura de vez en cuando –le puso firmemente las manos sobre los hombros–. En primer lugar, tienes que hacer diez respiraciones profundas. En segundo lugar, necesitas otra camisa. No voy a dejarte salir en televisión con esa que llevas –se acercó al perchero del minúsculo vestidor y escogió la de repuesto–. Quítate la camisa.


Pedro se la desabrochó y se distrajo con la visión de Paula. Cada centímetro de su cuerpo acariciaba la idea de hacer aquello mismo con ella, desnudarse de verdad. En su fantasía era ella quien le desabrochaba la camisa.


Pero Paula no le tomaba en serio sentimentalmente hablando. Su trabajo y su empresa eran su prioridad.


Paula agarró un desodorante de la cómoda y se lo lanzó.


–Esto me recuerda que debemos decidir qué vas a llevar en la gala. Necesitamos algo que quede perfecto en las fotos y en televisión. Podemos verlo mientras repasamos tu discurso.


–Eh… sí, claro.


–¿Señor Alfonso? –la regidora entró en el vestidor portapapeles en mano–. Cinco minutos para entrar –entonces pareció darse cuenta del problema–. Tiene treinta segundos para ponerse esa camisa. Maquillaje viene en camino para los últimos retoques.


Paula le tendió la camisa.


–Yo te abrocho la pechera y tú los puños.


La maquilladora entró a toda prisa. Le puso dos pañuelos de papel en el cuello y le pasó una esponja cosmética por la
cara.


–Está usted sudando –afirmó apretando los labios–. Tiene que dejar de hacerlo.


–Todo va a salir bien –intervino Paula ladeando la cabeza–. Es tan guapo que la cámara le adorará aunque sude a chorros.


Pedro sabía que solo estaba tratando de distraerle, pero sintió el corazón más ligero al escucharle decir aquello. No
pudo evitarlo.


La maquilladora le quitó los pañuelos de papel del cuello.


–Esto es lo máximo que puedo hacer.


Paula le estiró la camisa.


–Dices que estás nervioso, pero en realidad no lo estás. Tengo clientes que se ponen mucho peor que tú. Lo vas a hacer de maravilla, te conozco. Te los vas a meter en el bolsillo a todos.


¿Cuándo fue la última vez que alguien le dijo algo así?


–Eres increíble. Creo que nadie tiene conmigo tanta paciencia como tú.


–Confío plenamente en ti. Nunca he dudado de tu habilidad para hacer lo que te propongas.


Pedro se inclinó hacia delante, la agarró suavemente de los codos y la besó en la sien.


–Gracias.


La regidora asomó la cabeza en el vestidor.


–Señor Alfonso, ya es la hora –los guio por un pequeño pasillo hasta la entrada del plató.


Pedro aspiró con fuerza el aire. Si no dejaba de pensar en Paula tendría que explicar algo más que un escándalo sexual en televisión. Trató de conjurar pensamientos desagradables para cortar la marea de sangre que le llegaba a la entrepierna.

CENICIENTA: CAPITULO 24




Roberto Alfonso le estaba pagando a Paula una importante suma de dinero, pero el trabajo no incluía planear fiestas. 


Aceptó el trabajo extra porque la gala anual de AlTel incluía recaudar dinero para obras benéficas. La otra parte de la ecuación era que todo su trabajo con Pedro desembocaba en aquella noche. Tenía que ser perfecta.


Haría todo lo posible para que así fuera.


Paula llegó unos minutos tarde y con un tremendo dolor de cabeza al salón de baile en el que se iba a celebrar la gala. Ana, la hermana de Pedro, ya estaba allí.


Ana sonrió y le estrechó la mano a Paula.


–Gracias por reunirte conmigo y ayudarme. Me siento fuera de lugar con este tipo de cosas. 


Llevaba la larga melena castaña, del mismo color que Pedro, recogida en una coleta. 


Su actitud exudaba elegancia y profesionalidad.


–No es ningún problema. Tengo mucha experiencia organizando fiestas para clientes.


Pensar en la gala ponía triste a Paula. Aquella noche significaba el fin del trabajo con Pedro. Él volvería a su vida y ella a la suya.


Las dos mujeres avanzaron por el opulento espacio repasando las notas que les había dado el asistente de Roberto Alfonso. Los manteles de lino, la decoración y el menú se habían decidido meses atrás. Paula y Ana solo tenían que hablar de los tiempos de la fiesta, ya que Roberto haría entonces su gran anuncio y Pedro se encargaría de los comentarios finales.


–Creo que una hora será suficiente para el cóctel –dijo Paula–. Me aseguraré de que los medios estén situados en un buen lugar para verlo todo. Luego tu padre pronunciará su discurso, que espero sea corto.


Sonó el móvil de Paula, pero ella dejó que saltara el buzón de voz.


Ana dejó escapar un suspiro que daba a entender que no lo encontraba gracioso.


–Yo no apostaría por ello. A mí padre le encanta el sonido de su propia voz.


–Todavía tengo que trabajar en el discurso de Pedro, así que ayudaré también a tu padre. Si se extiende demasiado las televisiones cortarán la emisión. Después de eso, Pedro se subirá al escenario, dirigirá unas palabras, brindaremos y se servirá la cena.


–El rey habrá subido al trono. Es como una especie de coronación – murmuró Ana–. Mi padre lleva esperando este momento desde que Pedro nació. Pero todos creíamos que esto sucedería cuando mi padre se jubilara, nunca imaginamos que tendría lugar porque se estuviera muriendo.


Paula sintió lástima por Ana y también por Pedro. Ver apagarse a su padre debía ser algo muy difícil.


–No puedo ni imaginar lo duro que debe ser para vosotros –volvió a sonarle el teléfono, pero dejó de nuevo que saltara el contestador.


–Gracias –dijo Ana–. No estoy muy segura de por qué mi padre me ha puesto al mando de los detalles finales de la fiesta, aunque supongo que quiso arrojarme un hueso.


–¿Arrojarte un hueso?


Ana miró al techo.


–Me sorprende que Pedro no te lo haya contado. He estado esperando para ocupar el lugar de Pedro desde antes de que mi padre enfermara. Me gustaría ser yo quien cumpliera su sueño para AlTel. Desgraciadamente, la lógica de mi padre está anclada en los años cincuenta. Cree que las mujeres deben dedicarse a ir de compras, no a los negocios.


Pula no pudo evitar simpatizar con Ana.


–Mi padre me trata igual. Está esperando a que caiga para poder decirme que ya me lo advirtió. Por supuesto, eso me lleva a trabajar más duro para demostrarle que está equivocado.


Ana sonrió.


–Exacto. ¿Sabes lo duro que trabajé en Harvard para sacar mejores notas que Pedro y demostrarle a mi padre que soy
igual de capaz que él?


–Me lo imagino. Tu hermano es un tipo muy inteligente.


El teléfono de Paula sonó por tercera vez.


–Hay alguien que quiere ponerse en contacto conmigo a toda costa. Lo siento mucho.


–No pasa nada.


–Hola, soy Paula –contestó.


–Señorita Chaves, soy Beth, una de las productoras de Midnight Hour. Hemos tenido una cancelación de última hora para el programa de esta noche. Uno de nuestros invitados se ha puesto enfermo. ¿Sigue disponible Pedro Alfonso? Nos encantaría contar con él.


Paula consultó su reloj.


–¿A qué hora?


–¿Podría estar aquí dentro de una hora para maquillaje y peluquería?


–Sí, por supuesto. Allí estaremos.