martes, 29 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 32

 


—¡He ganado! —gritó, sujetándose a la escalerilla con una mano y apartándose el pelo de la cara con la otra.


Giovanni llegó a su lado entonces y la tomó por la cintura.


—Entonces estamos igualados.


Sin aliento y riéndose, los dos subieron a cubierta.


Pedro se quedó transfigurado. Paula, con un bikini negro diminuto, parecía radiante, feliz. Como no la había visto desde que discutieron. Los celos se lo comían por dentro y tuvo que luchar contra la tentación de tirar a Giovanni al agua.


—Era al mejor de tres —estaba diciendo el joven—. Mañana volveremos a echar otra carrera.


—Muy bien, de acuerdo.


Pedro alargó la mano para agarrar a Paula, pero Carlo sujetó su brazo.


—Ahora sabes lo que se siente, amigo mío —le dijo en voz baja.


—¿Qué quieres decir?


—Tú sabes que Paula y mi hijo son sólo amigos, como yo sé que Eloisa y tú lo sois también. Pero cuando uno ama a una mujer no es fácil aceptar sus amistades masculinas. ¿Quieres un consejo? No hagas una montaña de un grano de arena.


Las palabras de Carlo le hicieron pensar. El no amaba a Paula, pero sabía que su amigo se creía enamorado de Eloisa. Y nunca se le había ocurrido pensar que su amistad pudiese hacerle daño.


Pero Carlo era Carlo y Paula no iba a pasarlo bien con nadie que no fuera él.


—No habrá carrera mañana. Y tú, Giovanni, no quiero que animes a mi mujer para que arriesgue su vida.


—Por favor, no seas aguafiestas —replicó ella—. Tú tienes tus coches de carreras, yo prefiero algo más natural.


—¿Has olvidado que mañana iremos todos al circuito de Fórmula 1? Y Giovanni se marcha el lunes, así que no habrá carrera.


—Oh, sí, claro —Paula se volvió—. Perdonad, pero tengo que darme una ducha y arreglarme para la fiesta.


Pedro tuvo que dejarla ir.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 31

 


Pedro bajó de un salto del helicóptero para llegar a cubierta. Se sentía genial, animado… había disfrutado de su pasión por las carreras de coches durante todo el día observando entrenar a los pilotos y el equipo al que patrocinaba saldría en los primeros puestos de la parrilla. Pedro flexionó los hombros... y pronto su otra pasión también sería saciada con Paula.


Bajó al camarote pensando que la encontraría allí, pero no estaba.


Unos minutos después, en pantalón corto y camiseta, volvió a subir a cubierta. Carlo estaba apoyado en la barandilla, con Noah Harding y Máximo a su lado, pero no veía a Paula por ninguna parte.


—¿Habéis visto a mi mujer?


Máximo señaló un yate a unos trescientos metros del suyo.


—Está allí, con Giovanni. Por lo visto es de unos amigos del chico y han decidido llegar hasta el barco echando una carrera.


La sensación de bienestar desapareció de inmediato. Pedro sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Su primer impulso fue lanzarse de cabeza al agua para ir a buscarla, pero se dio cuenta de que era absurdo.


—¿Has dejado que mi mujer fuese nadando en mar abierto? —le espetó a Máximo, furioso—. ¿Estás loco? Se supone que eres un guardaespaldas.


—Lo siento, jefe, no he podido evitarlo. Estaban tirándose de cabeza cuando subí a cubierta. Pero no te preocupes, Paula es muy buena nadadora. De hecho, ninguno de nosotros ha podido decidir quién de los dos ha ganado.


—Por eso estábamos esperando que volvieran —intervino Carlo—. Hemos hecho una apuesta.


Pedro no podía creer lo que estaba oyendo.


—Olvidaos de la maldita apuesta. Nadie va a volver nadando. Voy a ir en la lancha a buscarlos…


Carlo levantó unos prismáticos.


—Demasiado tarde.


Pedro giró la cabeza a tiempo para ver dos figuras lanzándose al agua.


Podía sufrir un calambre, un tirón… podía marearse. Sin saber qué hacer, por primera vez en su vida, tuvo que contentarse con observar la carrera desde cubierta. Y tuvo que admitir que Paula nadaba como una experta. Se deslizaba sobre el agua como un pez, sus largos brazos hundiéndose a gran velocidad. La observó hasta que llegaron a la escalerilla y comprobó que ella era la primera en tocarla.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 30

 


El número de mujeres hermosas que había cerca de los boxes fue una sorpresa para Paula. No sabía que hubiera tantas chicas aficionadas a la Fórmula 1.


—No son las carreras lo que les interesa, sino los pilotos —le explicó Máximo, con una sonrisa en los labios—. Todos son millonarios, ésa es la atracción. Aquí se mueve mucho dinero.


—Ah, ya.


Personalmente, le desagradó el circuito. El estruendo de los coches era insoportable, olía a aceite, a gasolina…


—¿Qué te parece? —le preguntó Pedro, acercándose.


—Es un sitio lleno de grasa, de hombres, de ruido, apesta a gasolina y está cargado de testosterona, así que creo que voy a volver al yate.


Él hizo una mueca.


— Tienes razón, seguramente no es sitio para una señora. Maximo te llevará.


De vuelta en el yate, Paula dejó escapar un suspiro de alivio al comprobar que los invitados se habían quedado en tierra.


—Voy a ponerme el bañador y a nadar un rato —le dijo a Máximo.


El día anterior había hecho el papel de perfecta anfitriona tanto en el yate como después, en el club de Saint Tropez, lleno de gente famosa.


Paula había reconocido a una estrella de cine estadounidense y a un cantante inglés famosísimo mientras bebía champán y sonreía hasta que le dolía la cara… odiando cada segundo.


Se había jurado a sí misma no responder a las caricias de Pedro esa noche pero cuando se metió en la cama, desnudo, y había empezado a acariciarla apasionadamente, un gemido había escapado de su garganta.


—Ríndete, Paula —había dicho él—. Tú sabes que lo deseas.


Tenía razón. Le daba vergüenza reconocerlo, pero tenía razón.


Ahora, con Pedro en tierra, se sentía no exactamente relajada, pero sí tranquila por primera vez en dos días. Después de ponerse un diminuto bikini negro, cortesía de Marina, se dirigió a la piscina. Estaba poniéndose crema solar en las piernas y preguntándose cómo iba a ponérsela en la espalda cuando apareció Giovanni.