domingo, 17 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 17




Pedro sabía que, en realidad, el resultado de lo que podría haber sido un desastre había sido bueno. Jack Perkins había dejado al descubierto problemas con su hija a los que por fin se podría enfrentar. La mediación de Paula había sido fantástica. ¿Cómo podía su hija no saber que él se había esforzado al máximo? Le explicaría todo lo ocurrido. 


Evidentemente, Raquel se había sentido perdida y había resultado demasiado vulnerable en un internado que, evidentemente, permitía demasiada libertad.


–Gracias –dijo él mientras aparcaban junto a la casa. Apagó el motor y miró a Paula–. No solo has averiguado quién estaba detrás de todo esto sino que has ido mucho más allá. Los dos sabemos que no tenías que hacerlo…


En aquellos momentos, lo único que quería hacer era meterla en la casa, llevarla en brazos hasta su dormitorio y hacerle el amor. Hacerle el amor durante toda la noche. 


Jamás se había sentido tan cerca de una mujer.


Paula pensó, con cierta amargura que, efectivamente, no tenía que ir más allá. Sin embargo, lo había hecho sin pedir nada a cambio.


–Deberíamos hacerlo –replicó ella tras un instante.


Pedro se quedó inmóvil.


–Pensaba que acabábamos de hacerlo.


Paula salió del coche y cerró la puerta. En el interior, el ambiente había sido demasiado íntimo. Unos segundos más allí dentro, sentada a su lado, respirando su aroma y escuchando su sensual manera de hablar habría echado por tierra todas sus buenas intenciones.


–¿Quieres decirme a qué viene todo esto? –le preguntó él en cuanto entraron en la casa.


Arrojó las llaves del coche sobre la mesita que había junto a la puerta y se dirigió a la cocina, donde se sirvió un vaso de agua de una botella que guardaba en el frigorífico. Entonces, se sentó y observó cómo Paula tomaba asiento tan lejos de él como le era posible.


–¿Cuánto tiempo piensas quedarte aquí? –le preguntó ella por fin.


–¿Y adónde quieres ir a parar con eso? –replicó él. Por primera vez, se sentía pisando arenas movedizas y la sensación no le gustaba. No le gustaba que ella estuviera sentada tan lejos de él ni el humor que ella había tenido desde hacía unas horas ni tampoco el hecho de que no lo mirara a los ojos–. Dios santo –añadió al ver que ella no decía nada–. Al menos hasta finales de semana. Raquel y yo tenemos que solucionar algunas cosas, por no hablar de una franca discusión sobre dónde irá al colegio. Tengo que arreglar muchas cosas con ella y no voy a poder hacerlo de la noche a la mañana. Tardaré unos días antes de que podamos hacerlo. ¿Por qué me preguntas eso?


–No voy a quedarme aquí contigo –contestó Paula tras aclararse la garganta–. Sé que te prometí que me quedaría toda la semana, pero creo que mi trabajo ya está hecho y que ha llegado el momento de que regrese a Londres.


–¿Que tu trabajo ya está hecho? –repitió Pedro. No se podía creer lo que estaba escuchando.


–Sí. Y quiero decir que tu hija y tú tenéis todas las posibilidades de encontrar una solución a todas las dificultades que habéis tenido en vuestra relación.


–¿Que tu trabajo aquí está hecho? ¿Y por eso regresas a Inglaterra?


–No veo motivo alguno para seguir aquí.


–Y yo no me puedo creer que esté escuchando esto. ¿Qué quieres decir con eso?


Se negó a decir más. No se atrevía a preguntar qué iba a pasar con ellos. Jamás lo haría. Recordó lo que ella había dicho sobre volver a los bares a los que los solteros iban a ligar después de haberlo utilizado a él para reintroducirla en el mundo del sexo. Después de haber superado sus inseguridades gracias a él.


El orgullo se apoderó de él. La miró con frialdad.


–Lo que hay entre nosotros no nos lleva a ninguna parte. Los dos estuvimos de acuerdo en eso, ¿no? –dijo–. No me interesa tener una aventura hasta que a los dos se nos acabe la pasión. En realidad, eso seguramente ocurriría cuando volviéramos a Londres. No estoy en el mercado para tener un amor de vacaciones.


–¿Y para qué estás en el mercado?


Paula levantó la barbilla y le devolvió la fría mirada. ¿Sería capaz de decirle que estaba en el mercado para una relación a largo plazo, comprometida, que llevara a un final feliz? 


¿Sería capaz de decirle para que él terminara por asumir que ella estaba hablando de él? ¿Que quería una relación con él? Pedro le había dicho que las mujeres siempre parecían querer más de lo que él estaba dispuesto a dar. Pedro daría por sentado que ella, simplemente, se había puesto a la cola. No permitiría que le pisotearan su dignidad.


–En estos momentos –dijo, con voz tranquila y controlada–, lo único que quiero es seguir progresando en mi carrera. La empresa sigue creciendo. Hay muchas oportunidades para crecer con ella, incluso para que me envíen a otra parte del país. Quiero poder aprovecharlas…


–¿Y esas oportunidades de las que hablas van a desaparecer si no vuelves a Londres tan rápidamente como puedas?


–Sé que probablemente no nos concederás ese enorme contrato del que estabas hablando…


En realidad, acababa de llegar a esa conclusión. Si su jefe se enteraba de que ella había sido la culpable de la pérdida de un contrato que reportaría cientos de miles de libras a la empresa, no estaría demasiado satisfecho con ella.


–Veo que no me conoces bien –replicó él fríamente–. Se lo ofrecí a tu jefe y no soy hombre que no cumpla con su palabra. Tu empresa seguirá teniendo ese contrato y todo lo que conlleva.


Paula bajó los ojos. Era un hombre de palabra. Se lo había imaginado. Desgraciadamente, no era también un hombre enamorado.


–También pienso lo mismo cuando decido embarcarme en una relación.


–Quieres decir cuando te hayas lanzado de nuevo al mercado de solteros.


Paula se encogió de hombros.


–Simplemente creo que, si decido empezar una relación con alguien, debería ser una persona que sea adecuada para mí. Por lo tanto, creo que deberíamos también terminar lo nuestro.


–Buena suerte con tu búsqueda –le espetó Pedro mientras apretaba los dientes–. Ahora que has dicho lo que tenías que decir, voy a trabajar un poco. Puedes utilizar el dormitorio donde pusieron tu maleta. Yo dormiré en uno de los otros dormitorios. Podrás reservar tu vuelo a primera hora de la mañana. Por supuesto, yo me ocuparé de los gastos.


Con eso, se dirigió a la puerta.


–Por cierto, tengo intención de ir a casa de Claudia mañana a las nueve. Si no te veo antes de que me vaya, que tengas buen viaje. El dinero que te debo estará en tu cuenta bancaria cuando aterrices.


Con eso, se despidió de ella con una inclinación de cabeza y se marchó cerrando la puerta.


«Es lo mejor», pensó Paula mirando la puerta por la que él se había marchado. Trató de hacerse a la idea de que, seguramente, jamás lo volvería a ver. Había llegado el momento de seguir con su vida…



RENDICIÓN: CAPITULO 16






Paula los dejó a sola tras explicar brevemente la información que tenía. Era la triste historia de una adolescente solitaria, que odia su internado y que se había empezado a relacionar con los amigos equivocados o, más bien, con el amigo equivocado. Uniendo trozos de papel y correos sueltos, Paula averiguó que se había fumado un par de porros y que, sabiendo que la expulsarían también de aquel colegio, se convirtió en cautiva de un muchacho de dieciséis años con una seria adicción a las drogas.


Debería ser Pedro quien entrara en detalles. Mientras lo hacía, y sin saber qué hacer con su tiempo, salió al exterior y trató de ordenar sus pensamientos.


¿Qué iba a hacer a partir de ese momento? Siempre había tenido el control de su vida. Siempre se había sentido orgullosa del hecho de que sabía adónde se dirigía su vida. 


Jamás se había parado a pensar que algo tan alocado como enamorarse pudiera trastocar sus planes porque siempre había dado por sentado que se enamoraría de alguien que encajara en su vida sin causar demasiado jaleo. Cuando le dijo a Pedro que la clase de hombre que se imaginaba para ella sería alguien muy parecido a sí misma, no había estado mintiendo.


¿Cómo iba ella a imaginar que la persona equivocada se cruzaría en su camino y transformaría todo en un caos?
¿Qué iba a hacer?


Seguía pensando cuando sintió, antes que vio, a Pedro a sus espaldas. Se dio la vuelta. Incluso en la oscuridad, tenía el porte de un hombre que llevaba el peso del mundo sobre los hombros. Instintivamente se acercó a él y le rodeó la cintura con los brazos.


Pedro se sintió como si pudiera estar abrazado a ella para siempre. Abrumado por la intensidad de aquel sentimiento, la estrechó con más fuerza entre sus brazos y le cubrió la boca con la suya. Cuando él le deslizó la mano por debajo de la camiseta, Paula dio un paso atrás.


–¿Lo único en lo que piensas siempre es en el sexo? –le espetó.


Ella misma respondió la pregunta y sabía que la contestación sería la sentencia de muerte para cualquier clase de relación que ellos pudieran tener. Pedro quería sexo, pero ella quería algo más. Era tan sencillo como eso. 


Nunca antes había sido tan profundo el abismo que los separaba. Era básicamente la distancia entre una persona que buscaba el amor y otra que solo quería sexo.


–¿Cómo está Raquel? –le preguntó asegurándose de mantener la distancia entre ellos.


–Muy nerviosa.


–¿Es eso lo único que tienes que decir? ¿Que está muy nerviosa?


–¿Estás tratando deliberadamente de provocarme para que tengamos una discusión? Porque, francamente, no estoy de humor para aliviar la tensión, sea cual sea, que haya provocado sin intención alguna –bramó.


–Y a mí me sorprende que hayas podido hablar con tu hija, tener esta incómoda conversación y, aun así, tener tan poco que decir sobre el tema.


–No me había dado cuenta de que mi deber era informarte a ti.


–Te has equivocado en tu elección de palabras.


Se sintió profundamente rechazada. Las cosas entre ellos irían bien mientras pudiera separar el sexo del amor, algo que le resultaba imposible hacer en aquellos momentos. Se mesó el cabello con los dedos y apartó la mirada de él, hacia el oscuro mar que se adivinaba al otro lado del precipicio.


Vio claramente cómo iban a ser las cosas a partir de aquel momento. Hacer el amor se convertiría en una experiencia agridulce. Se convertiría en la amante temporal y se preguntaría constantemente cuándo llegaría el final. 


Sospechó que sería poco después de que regresaran a Inglaterra. La refrescante novedad que ella había supuesto en su vida se apagaría y él empezaría a desear de nuevo la compañía de mujeres objeto que habían sido sus amantes hasta entonces.


–¿Te parecería bien que yo fuera a hablar con ella? –le preguntó Paula. Pedro la miró sorprendido.


–¿Y qué esperas conseguir?


–Hablar con otra persona que no seas tú podría ayudarla.


–¿Aunque te considera la que ha cometido el delito de registrar su habitación? Debería haberle dicho que yo te lo pedí.


–¿Por qué? Supongo que ya tenías bastante de lo que ocuparte y, además, yo me marcharé y jamás os volveré a ver. Si me echa la culpa a mí, no me importa.


Pedro endureció el rostro, pero no hizo comentario alguno.


–Sigue en el comedor –dijo–. Al menos, allí fue donde la dejé. Claudia debe de haberse marchado a la cama y, francamente, no la culpo. Por la mañana, le diré que mi hija está de acuerdo en que lo mejor es regresar a Inglaterra conmigo.


–¿Y el internado?


–Eso aún hay que hablarlo, pero creo que puedo decir con toda seguridad que no va a volver.


–Me alegro. No tardaré mucho –prometió ella. Entonces, se dio la vuelta.


A pesar de que la presencia de Pedro la atraía como si fuera un imán, se dirigió hacia el comedor, sin imaginarse lo que se encontraría allí.


Casi había esperado que Raquel se hubiera marchado a otra parte de la casa, pero la muchacha seguía sentada en el mismo sillón, mirando por la ventana con gesto ausente.


–Pensé que estaría bien que charláramos un rato –le dijo ella. Se acercó a ella con cautela y arrimó una silla para sentarse a su lado.


–¿Para qué? ¿Has decidido que quieres disculparte por registrar mis cosas cuando no tenías derecho alguno para hacerlo?


–No.


Raquel la miró con gesto hosco. Entonces, apagó su teléfono móvil y lo dejó encima de la mesa.


–Tu padre ha estado muy preocupado.


–Me sorprende que haya podido tomarse tiempo libre para preocuparse –musitó Raquel mientras se cruzaba de brazos y miraba a Paula con evidente antagonismo–. Todo esto es culpa tuya.


–En realidad, no tiene nada que ver conmigo. Yo solo estoy aquí por tu culpa y tú te encuentras en esta situación por lo que hiciste.


–No tengo por qué estar aquí sentada escuchando cómo una empleada de mi padre me sermonea –le espetó. Sin embargo, no se levantó de la silla.


–Y yo tampoco tengo por qué estar sentada aquí, pero quiero hacerlo porque crecí sin madre y sé que no te ha resultado fácil.


–Venga ya… –repuso Raquel con desdén.


–En especial –perseveró Paula–, porque Pedro, tu padre, no es la persona más fácil de llevar del mundo en lo que se refiere a conversaciones sensibles.


–¿Pedro? ¿Desde cuándo llamas a mi padre por su nombre de pila?


–No hay nada que él desee más que tener una relación normal contigo, ¿sabes? –prosiguió Paula.


–¿Y por eso jamás se molestó en ponerse en contacto conmigo cuando yo era una niña?


Paula sintió que se le hacía un nudo en el corazón.


–¿De verdad crees eso?


–Eso fue lo que me dijo mi madre.


–Creo que descubrirás que tu padre hizo todo lo que pudo para mantener el contacto, para visitarte… Bueno, sobre eso tendrás que hablar con él.


–No pienso volver a hablar con él.


–¿Por qué no te sinceraste con tu padre o incluso con uno de los profesores, cuando ese muchacho comenzó a amenazarte?


Paula había encontrado un par de notas gracias a las que comprendió rápidamente la talla moral de un muchacho que no tuvo reparos a la hora de extorsionar todo el dinero que pudo a Raquel, amenazándola con el hecho de que tenía pruebas del único porro que ella se había fumado con él. 


Cuando a Raquel se le empezó a acabar el dinero, decidió acudir directamente a la gallina que ponía los huevos de oro. 


Si no pagaba, acudiría a la prensa y le diría que uno de los principales magnates del mundo empresarial tenía una hija drogadicta.


–Debiste de tener mucho miedo –añadió Paula.


–Eso no es asunto tuyo.


–Bueno, sea como sea, tu padre lo va a solucionar todo y hará que el problema desaparezca. Deberías darle una oportunidad.


–¿Y a ti qué te importa?


Paula se sonrojó.


–Ah, vaya… –comentó la muchacha con una ligera carcajada–. Bueno, no voy a darle una oportunidad a nadie. No me importa si él soluciona ese asunto o no. Me dejó tirada y yo tuve que ir de acá para allá con mi madre y todos sus novios.


–¿Sabías que tu madre… bueno…? Eso no es asunto mío –dijo Paula poniéndose de pie–. Deberías darle una oportunidad a tu padre y, al menos, escuchar lo que te tiene que decir. Trató por todos los medios de mantener el contacto contigo, pero bueno, deberías dejarle que te explicara lo que pasó. Y también te deberías ir a dormir.


Con eso, salió del comedor y cerró la puerta silenciosamente a sus espaldas. Se dio cuenta de que le haría falta más de una conversación con Raquel para romper todas sus barreras, pero se había enterado de un par de cosas. Aparte de que todo el tema de los correos hubiera salido a la luz, lo que evidentemente debía de ser un gran alivio para Raquel, resultaba evidente que la muchacha no sabía lo mucho que su padre se había esforzado para tratar de mantener el contacto con ella.


Pedro, por su parte, no sabía que su hija era consciente del temperamento alocado y promiscuo de Bianca.


Si se unían esos dos datos y se juntaba todo con el hecho de que Raquel hubiera hecho un libro con recortes y fotografías de su padre, parecía más evidente que una conversación sincera entre padre e hija serviría de mucho para abrir la puerta a una relación más fraternal.


Además, si Raquel dejaba de asistir al internado y comenzaba a acudir a un colegio normal de Londres, los dos tendrían la oportunidad de empezar a construir el futuro y poder dejar el pasado atrás.


Salió al jardín y encontró a Pedro en el mismo sitio. 


Rápidamente, le contó todo lo que había averiguado sobre su hija.


–Ella cree que la abandonaste y le dolió mucho. Eso podría explicar por qué se ha portado de un modo tan rebelde, pero es joven. Tienes que tomar las riendas y bajar tus defensas para poder conectar con ella.


Pedro asintió lentamente y le dijo lo que tenía intención de hacer para solucionar el asunto de Jack Perkins. Ya se había puesto en contacto con alguien en el que podía confiar para que le proporcionara información sobre el muchacho. Tenía todo lo suficiente para hacerles una visita a sus padres y asegurarse de que todo se resolvía rápida y eficazmente y que él nunca volviera a acercarse a su hija.


–Cuando haya terminado –le prometió Pedro con voz de acero–. Ese chico se lo pensará dos veces antes de volver a acercarse a un café para conectarse a Internet y mucho menos amenazar a alguien.


Paula lo creyó y no dudó que la vida delictiva de Jack Perkins estuviera a punto de terminar. Su familia tenía una buena posición en sociedad. No solo se quedarían horrorizados de lo que había hecho su hijo y de los problemas que tenía con las drogas, sino que su padre conocería el poder de Pedro en toda su extensión. Si seguía molestando a su hija, sin duda las repercusiones serían aún mayores.


–Cuando se me ataca –dijo él con voz suave–, prefiero utilizar mis propios puños que confiar en los de mis guardaespaldas.


Todo parecía estar bien atado. Paula no dudaba que padre e hija terminarían encontrando el camino para volver a convertirse en la familia que se merecían ser.


Eso le dejaba solo a ella… la espectadora que ya había cumplido su objetivo. Parecía que el momento de que se separara de Pedro estaba a punto de llegar.


Realizaron en absoluto silencio el trayecto de vuelta a la casa de Pedro. Él pensaba regresar a la casa de su suegra a la mañana siguiente para volver a hablar con su hija. No le anticipó a Paula de qué iba a hablar con Raquel, pero ella se imaginó que intentaría empezar a construir una relación entre ellos.







RENDICIÓN: CAPITULO 15





El trayecto a la mansión de Claudia les llevó aproximadamente media hora.Pedro le contó que llevaba un año y medio sin regresar a Portofino, pero parecía conducir sin esfuerzo por las estrechas carreteras.


Llegaron a una casa que era dos veces más grande que la de Pedro.


–A Bianca siempre le gustó la ostentación –comentó secamente mientras apagaba el motor del coche. Los dos miraron durante unos instantes la imponente casa–. Cuando nos casamos y ella descubrió que el dinero no era problema, decidió que su misión en la vida era gastar. Como te dije antes, terminó pasando muy poco tiempo aquí. Estaba demasiado aislada. Una tranquila vida al lado del mar no era su idea de diversión.


–¿Sabe tu suegra que yo vengo?


–No –admitió Pedro–. Por lo que se refiere a Claudia, he venido aquí para domar a mi descarriada hija y llevármela de vuelta a Londres. Pensé que era mejor no darle más detalles. No creí que a Raquel le hubiera gustado que su abuela supiera todos los entresijos de lo que ha estado ocurriendo. Está bien. Terminemos con esto.


Llamaron al timbre, cuyo sonido resonó por toda la casa. Justo cuando Paula había empezado a pensar que no había nadie en la casa a pesar de que las luces estaban encendidas, se escucharon unos pasos. Entonces, la puerta se abrió. Delante de ellos, apareció una diminuta y tímida mujer de poco más de sesenta años. Cabello oscuro, ojos ansiosos y negros y un rostro que parecía preparado para una sorpresa desagradable hasta que vio quién estaba en la puerta. En ese momento, la expresión de temor se transformó en una radiante sonrisa.


Paula esperó mientras los dos hablaban rápidamente en italiano. Claudia tan solo se percató de su presencia cuando se produjo una pausa en la conversación.


Habían llegado sin avisar y, por supuesto, nadie los esperaba para cenar. Claudia le dijo que Pedro no le había dado detalles. Entonces, agarró a Paula del brazo y la llevó al interior de la casa.


–Ni siquiera estaba segura de que fuera a venir –le confió la mujer–, y mucho menos de que fuera a hacerlo acompañado de una amiga…


Paula se limitó a sonreír débilmente. Pedro dijo algo en italiano y, entonces, cuando entraron en el salón vieron que, efectivamente, la cena había sido interrumpida.


Un paso por detrás de Pedro y Claudia, Paula contempló nerviosamente la estancia. Se sentía como una intrusa. Observó que había un enorme retrato de una hermosa mujer de belleza morena y racial, imponente melena y expresión altiva. Ella dio por sentado que se trataba de Bianca y comprendió perfectamente por qué un muchacho de dieciocho años se habría sentido inmediatamente atraído hacia ella.


La tensión en el comedor era palpable. Claudia parecía tensa y tenía una forzada sonrisa en el rostro. Pedro observaba con la mirada entornada a una muchacha que lo miraba a su vez con declarada insolencia.


Raquel parecía tener bastante más de dieciséis años, aunque en realidad tan solo le faltaban unas pocas semanas para cumplir los diecisiete.


La escena pareció inamovible durante varios minutos. De repente, Claudia comenzó a hablar en italiano mientras que Raquel la ignoraba descaradamente. Se limitaba a observar
Pedro y a Paula con la concentración de una exploradora que ve por primera vez una nueva especie.


–¿Quién eres tú? –le preguntó por fin, sacudiéndose una larga melena oscura muy parecida a la de la mujer del retrato, aunque las similitudes terminaban ahí. Raquel tenía el aspecto aristocrático de su padre.


–Claudia –dijo Pedro antes de que Paula pudiera responder–. Si nos excusas, tengo que hablar tranquilamente con mi hija.


Claudia pareció muy aliviada y se marchó corriendo, cerrando la puerta antes de salir.


Inmediatamente, Raquel se puso a hablar en italiano, pero Pedro levantó una mano con gesto autoritario.


–¡En inglés!


Raquel lo miró con desprecio. Se mostraba desafiante, pero resultaba evidente que no se atrevía a enfrentarse a su padre.


–Me llamo Paula –susurró ella rompiendo el silencio. No se molestó en ofrecerle la mano ni en hacer ademán de darle un beso porque sabía que su oferta sería rechazada. Se limitó a sentarse. Allí vio que Raquel había estado jugando con su teléfono móvil–. Yo ayudé a crear ese juego –comentó–. Fue hace tres años. Se me pidió que diseñara un sitio web para una empresa nueva y al final terminé colaborando con ellos en sus juegos. Me gustó mucho hacerlo. Ojalá hubiera sabido lo importante que se iba a hacer ese juego. Habría insistido en que se reflejara mi nombre y ahora estaría recibiendo derechos de autor.


Automáticamente, Raquel apagó el teléfono y le dio la vuelta.


Pedro se acercó a su hija y se sentó junto a Paula, de manera que ella quedó atrapada entre padre e hija.


–Sé por qué has venido –dijo Raquel dirigiéndose a su padre en un inglés perfecto–. Y no pienso regresar a Inglaterra. No voy a volver a ese estúpido internado. Lo odio y odio también vivir contigo. Voy a quedarme aquí. La abuela Claudia dice que está encantada de que me quede.


–Estoy seguro de ello –replicó Pedro midiendo sus palabras–. Estoy seguro de que nada te gustaría más que quedarte aquí con tu abuela, sin control alguno y haciendo lo que te apetece, pero eso no va a ocurrir.


–¡No me puedes obligar!


Pedro suspiró y se mesó el cabello con los dedos.


–Eres menor de edad. Creo que no tardarías mucho en descubrir que sí puedo.


Paula alternaba su atención entre padre e hija. Se preguntó si alguno de los dos se habría dado cuenta de lo mucho que se parecían, no solo físicamente, sino en su obstinación e incluso en ciertos gestos. Eran dos mitades de la misma moneda esperando a unirse.


–No tengo intención de discutir contigo por esto, Raquel. Es inevitable que regreses a Inglaterra. Los dos estamos aquí porque hay algo más de lo que hablar.


Al oír aquellas palabras, Paula suspiró y se inclinó sobre su mochila para extraer la carpeta, que dejó sobre la brillante mesa.


–¿Qué es eso? –preguntó Raquel, con gesto dubitativo a pesar del tono desafiante de su voz.


–Hace unas semanas –dijo Pedro impasible–, empecé a recibir correos electrónicos. Paula me ha ayudado a resolver lo que significaban.


Raquel estaba mirando fijamente la carpeta. Había palidecido y agarraba con fuerza los brazos del sillón. Impulsivamente, Paula extendió la mano y cubrió la morena mano de la muchacha con la suya. Sorprendentemente, Raquel se lo permitió.


–Gracias a mí se descubrió todo esto –dijo Paula con voz suave–. Me temo que revisé tu dormitorio. Por supuesto, tu padre habría preferido que yo no tuviera que hacerlo, pero era el único modo de entenderlo todo.


–¿Registraste mis cosas? –le preguntó Raquel indignada y confundida.


Paula se había convertido en el objetivo de su ira en aquellos momentos. Ella respiró aliviada porque, cuanto menos hostilidad dirigiera ella hacia Pedro, más oportunidad tendría él de terminar reparando su relación con su hija. Merecía la pena.


Merecía la pena porque ella lo amaba.


Aquel pensamiento surgió de ninguna parte. Debería haberla dejado completamente anonadada, pero, en realidad, hacía tiempo que, en lo más profundo de su ser, ya había llegado a aquella conclusión. ¿Acaso no había sabido que, bajo las discusiones, el deseo y el descubrimiento de su sexualidad, radicaba la sencilla verdad de una atracción que jamás hubiera esperado?


–No tenías ningún derecho –bufó Raquel.


Paula guardó silencio. Por fin, la muchacha fue calmándose y se hizo un profundo silencio.


–Ahora, dime –dijo Pedro con un tono de voz que no admitía discusión alguna–, ¿quién es Jack Perkins?