viernes, 24 de marzo de 2017

PROBLEMAS: EPILOGO





Embarazada de seis meses, una radiante Paula Chaves sostenía la Biblia en la que su marido apoyaba la mano mientras hacía el juramento como nuevo gobernador de Tennessee. Era un momento maravilloso que perduraría para siempre en el corazón de Paula. juntos, ella y Pedro habían trabajado duro para conseguir su sueño.


Cuando la ceremonia terminó, Pedro estrechó a Paula entre sus brazos, besándola sin ningún reparo ante Octavio y su familia, sus amigos y conocidos y, a través de la televisión, ante todo el estado de Tennessee.


-Bienvenida a Nashville, señora Alfonso -dijo Pedro junto al oído de Paula-. ¿Pensabas que lo lograríamos?


-Nunca he dudado ni por un momento que llegarías a gobernador. Era tu destino.


-Todo esto habría carecido de sentido sin tenerte a mi lado -Pedro bajó las escaleras de la tribuna junto a Paula entre una nube de fotógrafos y periodistas.


-No sabes cuánto me alegro de que tuvieras el suficiente sentido común como para casarte con Paula -dijo Octavio junto al oído de Pedro mientras él y su familia acompañaban al nuevo gobernador y a su esposa hasta la limusina-. Ahora ya no tendré que preocuparme porque te vuelvas un político desalmado.


-Mientras ella esté a mi lado yo tampoco volveré a preocuparme por eso -dijo Pedro-. Y no creerías todo lo que espera que logre durante mi primer año de gobernador.


-Estoy seguro de que lograrás hacer todo lo que espera de ti.


-Desde luego pienso intentarlo con todas mis fuerzas.


Juntos, Pedro y Paula se volvieron hacia los periodistas, sonriendo y despidiéndose con la mano.


Los periódicos de la tarde mostrarían dos fotos en la primera plana. Una, de Paula Alfonso mirando arrobada a su marido mientras juraba su cargo de gobernador. La otra, del nuevo gobernador rodeando con un brazo los hombros de su mujer y el otro cruzando por delante su cintura, apoyando posesivamente la mano en su redondo vientre.






PROBLEMAS: CAPITULO 26





Con Eric esposado en la parte trasera del coche del agente Whitson, Lorenzo Redman ordenó que llevaran al prisionero a la cárcel.


Pedro abrazó a Paula mientras veían cómo se alejaba el coche por el camino.


Sintiendo los temblores que aún recorrían su cuerpo, Pedro la estrechó con fuerza, depositando breves y reconfortantes besos en su frente.


-Nunca sospeché que Eric Miller fuera el hombre que te disparó -dijo Lorenzo, echándose atrás el sombrero-. Cliff Nolan ha vuelto a desaparecer. Supongo que está buscando a Loretta. Y Lobo va a ser juzgado muy pronto. Le tocará pasar una temporada en prisión. Así que creo que podemos dejar de preocuparnos una temporada por la seguridad de Paula.


-Nunca dejaré de preocuparme de la seguridad de Paula -Pedro acarició su mejilla con la punta de los dedos-. Pero cuando sea la primera dama de Tennessee estará protegida todo el tiempo.


Paula miró a Pedro, boquiabierta.


-De manera que así van a ser las cosas, ¿no? -dijo Lorenzo, volviendo a colocarse el sombrero-. No me sorprende nada, y no creo que sorprenda a nadie de por aquí. Hace años que todo el mundo sabe que estabais hechos el uno para el otro.


-Pues para mí ha sido toda una sorpresa -dijo Paula-. Pedro ni siquiera me ha hecho una propuesta de matrimonio.


Sin esperar a ver cómo se iba Lorenzo, Pedro cogió a Paula en brazos y entró en la casa con ella.


Una vez dentro, la llevó al sofá, la sentó y, doblando una rodilla ante ella le cogió la mano izquierda.


-Paula Chaves, quiero que seas mi esposa -buscando en el bolsillo de su chaqueta, Pedro sacó una pequeña cajita y la abrió. Un deslumbrante diamante de cuatro quilates brillaba en su interior.


-¿No podías haber encontrado uno más grande? -dijo Paula, riendo a la vez que tocaba el anillo.


-¿Es demasiado grande? -Pedro sacó el anillo de la caja y lo sostuvo frente a Paula.


-Es maravilloso, Pepe-Paula extendió la mano para que se lo pusiera-. Quiero casarme contigo. Quiero ser tu esposa, pero necesito saber...


-Te amo, Paula -Pedro deslizó el anillo en el dedo anular de Paula y luego le besó la mano-. Nunca he amado a nadie como te amo a ti.


-Oh, Pepe. Tenía planeada una tarde tan perfecta... Chuletas, un buen vino y yo.


-Estabas muy segura de mí, ¿no? -Pedro sonrió, sintiendo que una sublime alegría se apoderaba de él. No podía comprender por qué le había llevado tanto tiempo admitir sus sentimientos, aceptar el hecho de que ninguna otra mujer en la tierra habría encajado tan bien con él como Paula.


-No estaba segura de ti, Pepe


Pedro sentó a Paula en su regazo.


-He comprendido algo que debes saber, Paula. Eres más importante para mí que cualquier cosa de este mundo, incluyendo mi carrera política. Aunque significara perder mi oportunidad de ser gobernador, aún querría casarme contigo y pasar el resto de mi vida junto a ti.


-¿Tanto me amas? -las lagrimas se deslizaron por la mejillas de Paula.


-Tanto te amo -Pedro besó sus mejillas, bebiendo sus lágrimas-. Lo que no sé es por qué me ha llevado tanto tiempo darme cuenta.


-Porque siempre has estado asustado de mí -Paula empezó a desabrocharle la camisa-. Me has querido prácticamente desde que yo empecé a quererte, pero tenías miedo de admitirlo.


Pedro se quitó la chaqueta y se tumbó sobre los cojines, apoyando la cabeza en el brazo del sofá mientras Paula se acomodaba entre sus piernas y seguía desvistiéndole.


-Solía fantasear sobre ti en medio del día mientras trataba de trabajar -dijo Pedro, alzando los hombros para que Paula pudiera quitarle la camisa-. Me ponía tan caliente que me volvía loco y amargaba a todos los que me rodeaban el resto del día.


-¿Qué hacía yo en tus fantasías? -Paula le soltó el cinturón.


Pedro sonrió.


-Me obligabas a tener relaciones sexuales contigo. Yo protestaba, exponía todas las razones por las que no deberíamos hacer el amor, pero tú no te detenías. Me desvestías y hacías lo que querías conmigo.


-Mmmm... -Paula miró el diamante que brillaba en su dedo-. Ya que tú has hecho realidad mi fantasía más querida diciéndome que me amas y pidiéndome que sea tu esposa, creo que yo debo satisfacer la tuya.


-Me parece justo -dijo Pedro.


-Usted no tiene nada que decir en esto, señor Alfonso. Voy a desnudarte -Paula le bajó la cremallera de los pantalones-. Luego voy a besar, chupar y saborear cada centímetro de tu cuerpo. Voy a volverte loco y cuando creas que no puedes aguantar más voy a... -tumbándose sobre él, presionando sus senos contra su pecho, susurró en su oído exactamente lo que pensaba hacerle.


-Paula Chaves, una dama no debe utilizar ese lenguaje -Pedro deslizó las manos bajo el vestido de Paula, acariciando la parte trasera de sus muslos hasta llegar a sus nalgas.


-No soy una dama, Pepe. Deberías saberlo. Soy una mujer que creció con tres hermanos malhablados que normalmente olvidaban cuidarse de lo que decían cuando yo andaba por ahí -Paula chupó la garganta de Pedro. A la vez que jugueteaba con la lengua sobre uno de sus pezones, deslizó la mano en el interior de sus pantalones abiertos.


-Has aprendido muy rápido para ser virgen hace una semana -dijo Pedroempujándola contra su erección.


-Tú haces que quiera aprender todo lo que hay que saber sobre cómo hacer el amor -Paula cogió los pantalones de Pedro, tirando de ellos hasta quitárselos.


-¿Qué otras palabras y frases les oíste decir a tus hermanos?


Paula se ruborizó.


-¿Te gusta que te diga lo que voy a hacerte?


-Me gusta que me mires, que me acaricies, que me beses y que me hagas el amor -Pedro la atrajo hacia sí, tomando apasionadamente la boca de Paula entre sus labios.


Cuando el beso terminó, Paula se tumbó sobre él, jadeante.


-Te quiero tanto, Pepe. Te quiero tanto que a veces duele.


-Sé lo que quieres decir. Nunca imaginé que pudiera querer a alguien, desearle y necesitarle tanto como a ti -levantando la falda de Paula, Pedro enganchó los dedos en el interior del elástico de sus braguitas y se las bajó-. Te necesito, Paula - susurró-. Te necesito como el aire que respiro.


El vestido de Paula voló sobre su cabeza, cayendo en el suelo seguido de su sujetador. Los calzoncillos de Pedro se unieron al montón.


Paula mantuvo su promesa, besando cada músculo del cuerpo de Pedro, deteniéndose a saborear las partes más deliciosas, llevándole al borde de la locura mientras su intuitiva boca aprendía una de las técnicas más antiguas de las mujeres para dar placer a un hombre.



PROBLEMAS: CAPITULO 25




Lo primero que hizo Paula por la mañana cuando se despertó fue salir corriendo a por el periódico, esperando ver en primera plana la foto de Pedro golpeando a Noreen Ellibee. Pero no había ninguna foto y la única mención de
Pedro Alfonso y Paula Chaves estaba relacionada con su asistencia a la fiesta de los Alfonso y el breve comentario de que ahora eran «pareja».


Pedro no se puso en contacto con Paula hasta las once de la mañana, cuando esta recibió una tarjeta junto con un enorme ramo de lilas y rosas. La tarjeta decía: Quiero verte esta noche.


Paula lo llamó de inmediato, pero Pedro tenía puesto el contestador automático. Le dejó un mensaje diciendo que estaría esperándole.


El resto del día fue muy activo para Paula. Limpió la casa de arriba a abajo y luego, acompañada de Solomon, fue a comprar unos filetes y una botella de vino especial. También se compró un vestido rosa de algodón con un escote bastante descarado.


Al volver de hacer las compras dejó a Solomon fuera, en el porche. Cuando entró en casa vio que la luz del contestador parpadeaba alegremente. Pedro había llamado para decirle que iría a las siete y media.


Paula miró el reloj del cuarto de estar. Eran las siete en punto y ya estaba lista.


Se había dado un baño, se había lavado y secado el pelo y se había puesto el carísimo perfume que Claudio le había mandado por navidad. Los filetes estaban listos en la plancha, las patatas se estaban haciendo en el horno y la ensalada estaba preparada.


Tras poner su disco favorito de Ricky Van Shelton, Paula colocó dos velas en las mesa del cuarto de estar y luego se encaminó hacia la puerta para contemplar el atardecer y el camino que llevaba a su casa.


-Estás preciosa, muñeca.


Paula se quedó helada al oír aquella voz a sus espaldas. Se volvió rápidamente y se encontró frente a Eric Miller, que sostenía un brillante revolver del calibre treinta y ocho en la mano.


-¿Sorprendida de verme? -estaba muy cerca de ella, con el rostro enrojecido, los ojos inyectados en sangre y una barba de dos días-. Parece que te has preparado muy bien para el niño bonito.


-¿Cómo has entrado aquí? -Paula caminó de espaldas hacia la puerta, estirando el brazo a sus espaldas para tratar de coger el pomo.


Solomon, que había oído la voz de Eric, empezó a gruñir y arañar la puerta.


-He entrado por la puerta trasera mientras tú y tu monstruoso perro habéis ido al pueblo -dijo Eric, avanzando hacia ella.


Paula cogió la manija de la puerta, esperando poder abrirla para salir y tener la protección de Solomon. Pero cuando la puerta empezaba a abrirse Eric apoyó la mano contra ella, cerrándola de un golpe.


-¡Tranquiliza a ese maldito animal o tendré que dispararle! -pasando la mano en torno a la cintura de Paula, Eric la empujó contra su pecho y apoyó el cañón de la pistola en su estómago.


-Tranquilo, Solomon -ordenó Paula-. Quieto. Quieto.


Solomon se sentó de inmediato sobre las patas traseras. 


Continuó gruñendo unos minutos, pero cuando Paula reiteró la orden se calló, aunque no se apartó de la puerta.


-Ahora tú y yo vamos a esperar a tu cita -Eric arrojó a Paula al sofá y luego se sentó junto a ella.


-¿Cómo sabes que tengo una cita?


-¿Olvidas que he entrado mientras estabas de compras? Me he ocultado en ese armario -Eric señaló el armario que había en el vestíbulo-. Oí el mensaje de Alfonso cuando llamó.


-¿Por qué has entrado en mi casa, Eric? ¿Qué quieres?


Eric cogió el rostro de Paula en su mano grande y sudorosa, apretándole las mejillas.


-¿Qué quiero? Te quiero a ti, Paula. Pedro Alfonso no es el hombre que te conviene. Yo sí. Traté de apartarlo de tu vida antes y pensé que lo había conseguido, pero no; tenías que volver a liarte con él, ¿verdad?


-¿Qué quieres decir con que trataste de apartarlo de mi vida? -el estómago de Paula se encogió. Sus manos se humedecieron.


-Planeé cómo lo haría. Parecería que habían sido Lobo o Cliff Nolan -Eric deslizó la mano por el cuello de Paula, rodeando su garganta-. Robé una camioneta y tuve tanta suerte que encontré una pistola nueva en la guantera.


-¿Tú... tú disparaste contra Pedro? ¿No fue Lobo Smothers, ni Cliff Nolan?


-No disparo muy bien, pero pensé que podría malherirle o incluso matarle si tenía un poco de suerte -Eric bajó la mano hasta dejarla apoyada sobre los senos de Paula, que sobresalían por el escote de su vestido-. No sabía lo difícil que sería conducir la camioneta y disparar a la vez.


-Estabas borracho, Eric. No sabías lo que hacías. La gente lo entenderá.


-Nadie va a saberlo -Eric deslizó su pulgar en el interior del vestido de Paula, deslizándolo arriba y abajo entre sus senos.


Ella trató de apartarse, pero Eric la sujetó con su manaza por la nuca.


-Cuando me libre de Alfonso esta noche, tú y yo vamos a hacer un viajecito. Una especie de luna de miel.


Paula no tenía idea de cómo escapar de Eric, pero estaba segura de una cosa: no iba a permitirle matar a Pedro Alfonso.


-No... no tenemos por qué esperar a Pepe.


-Por supuesto que sí. No quiero que nadie se interponga entre nosotros -Eric deslizó la mano por la mejilla de Paula.


-Podemos irnos ahora tú y yo solos. Irnos lejos. Sólo nosotros. No tenemos por qué esperar.


El sonido del motor del jaguar alertó a Eric y a Paula de la llegada de Pedro.


Solomon dejó escapar un gemido sin abandonar su posición en el porche.


Eric obligó a Paula a levantarse, retorciéndole el brazo tras la espalda.


-Vamos a recibir a tu muchachito -dijo, apuntándole con la pistola.


Empujándola, Eric colocó a Paula a un lado de la puerta, donde Pedro no pudiera verla desde el porche.


-Cuando llame dile que entre -ordenó Eric.


Paula miró la pistola. Eric la apartó de ella y apuntó hacia la puerta.


-¡Corre Pepe! -gritó de inmediato-. ¡Sal de aquí! ¡Va a dispararte!


Arrojando a Paula a un lado, Eric abrió la puerta y salió lanzado al porche.


Paula se levantó del suelo y salió directamente tras él.


Cuando oyó los gritos de Paula, Pedro tuvo tiempo de apartarse a un lado antes de que Eric saliera por la puerta. 


Al verlo, alzó el pie derecho la justo para que Miller tropezara en él y cayera. La fuerza de la caída hizo que Eric aflojara la mano en la que sostenía el revolver. Pedro le dio una patada en la mano para que lo soltara. El arma se deslizó por el suelo del porche y cayó al patio.


Atontado pero no inconsciente, Eric se levantó con los puños en alto, dispuesto a pelear.


-Voy a matarte con mis manos, niño bonito. Habría sido más rápido con la pistola, pero así voy a disfrutar mucho más.


Pedro vio de reojo a Paula junto a Solomon. Eric se lanzó contra él pero Pedro se apartó y le lanzó un directo a la mandíbula. Eric se tambaleó pero enseguida lanzó otro golpe. Al cabo de unos minutos los dos hombres habían intercambiado varios golpes. Aunque no era tan pesado como Eric, Pedro logró finalmente darle un puñetazo que lo lanzó a tierra.


En ese momento, Paula ordenó a Solomon que atacara y ella fue a recoger la pistola donde había caído. Solomon cayó sobre Eric, lanzándose directamente hacia su garganta.


Sosteniendo la pistola en una mano, Paula ordenó a Solomon que se detuviera cuando este ya había desgarrado la piel del cuello de Eric. El gran danés detuvo su ataque pero permaneció en guardia sobre su presa.


-Eric fue el que te disparó -las lágrimas enturbiaban la visión de Paula. No fueron Cliff Nolan ni Lobo. Eric quería quitarte de en medio para quedarse conmigo.


-Será mejor que me des eso, cariño -Pedro cogió la pistola de manos de Paula-. Ahora vete a llamar a Lorenzo.





PROBLEMAS: CAPITULO 24





Pedro le alcanzó a Paula una taza de café. Ella la aceptó sin mirarlo. No había dicho más de una docena de palabras en el trayecto al apartamento de Pedro, y éste sabía muy bien que estaba más que simplemente disgustada. Y él estaba preocupado y asustado... asustado de perder a Paula.


-Mi bata te queda un poco grande -se sentó junto a ella, dejando su propia taza de café en la mesa de cristal que había frente al sofá que ocupaban.


Paula tiró del cinturón de la bata, que colgaba a ambos lados por debajo de sus rodillas.


-Quiero que me lleves a casa en cuanto mi vestido esté lo suficientemente seco.


-Se suponía que esta era nuestra noche -le recordó Pedro-. Durante toda la semana sólo he pensado en tenerte entre mis brazos, en hacerte el amor toda la noche.


Los ojos de Paula se anegaron en llanto.


-Deja de obsesionarte, querida... Lo que ha pasado, pasado está -Pedro pasó un brazo por sus hombros, atrayéndola hacia sí-. Dentro de un mes te estarás riendo de todo el asunto.


-Lo dudo -Paula trató de alejarse de Pedro, pero éste la retuvo con fuerza.


-Lo que ha sucedido esta noche no ha sido culpa tuya. Ha sido culpa de Noreen.Todo el mundo que asistía a la fiesta sabe lo bruja que es.


-Pero ya sabes lo que parecerá en el periódico de la mañana, ¿verdad? Parecerá que pegaste a Noreen en la boca cuando me insultó.


-Si el periódico se atreve a insinuar que eso fue lo que sucedió, haré una declaración pública explicándolo todo y luego denunciaré al periódico por libelo.


-Sí, y esa será una manera estupenda de lanzar por la borda tu campaña para presentarte a gobernador, ¿no?


Pedro la besó en la frente.


-Te preocupas demasiado, cariño.


-Desde luego que has cambiado de canción -Paula se movió, tratando de librarse del abrazo de Pedro. Cuando este se negó a soltarla, se volvió entre sus brazos y lo miró a los ojos-. Para ser un hombre que siempre ha estado preocupado por su carrera, por su imagen pública y por la publicidad negativa, no parece preocuparte demasiado que el nombre de Pedro Alfonso sea ensuciado cuando los periódicos de la mañana lleguen a los quioscos.


-Ya te he dicho que estás exagerando, Paula -Pedro la sentó sobre su regazo y sonrió al ver que no se resistía-. Además, mis prioridades están cambiando. Estoy viendo mi carrera y mi futuro bajo una perspectiva totalmente distinta.


Paula le pasó un brazo por el cuello.


-¿Has decidido no presentarte a gobernador?


-No. Después de esta noche he decidido presentarme definitivamente.


Removiéndose en su regazo, Paula notó el evidente estado de excitación de Pedro.


-¿Te excita pensar en todo ese poder?


-Lo que me excita es pensar en todo lo que me gustaría hacerte -Pedro la besó en la garganta, trazando luego los músculos de su cuello con la lengua.


-¿Fuisteis amantes Noreen y tú?


-¿Qué?


-Que si fuisteis...


-Ya te he oído.


Paula cogió entre sus manos la barbilla de Pedro.


-¿Y?


-¿Qué más da? Ella no tiene nada que ver contigo, conmigo o con nuestro futuro -Pedro miró a Paula a los ojos, esperando que comprendiera que ninguna mujer le había importado como ella, y mucho menos Noreen.


-Fuisteis amantes, ¿verdad? Y Noreen aún te desea.


Pedro sentó a Paula en el sofá, se levantó y caminó por la habitación hasta situarse frente a la chimenea.


-De acuerdo, si te empeñas en saberlo te lo contaré. Noreen y yo fuimos amantes un par de meses hace casi diez años. Yo no la amaba. Ella no me amaba a mí. Harold y Betty pensaron que éramos una pareja perfecta y empezaron a hablar de matrimonio.


-¿Y entonces fue cuando terminasteis vuestra relación?


-Paula, ya sabes que ha habido otras mujeres en mi vida. No muchas, pero varias. Ninguna de esas relaciones ha sido seria.


-Llegaste a plantearte pedirle a Donna Fields que se casara contigo -le recordó Paula.


-Brevemente. Sabía que Donna sería la esposa perfecta para un político y me gusta y la admiro como persona. Con toda sinceridad, Paula, hay algo en Donna que me recuerda a ti.


-¿En qué te recuerda a mí?


-Es una persona cariñosa y encantadora, pero nunca me habría casado con ella. Eso habría arruinado nuestras vidas. Una cosa que he aprendido sobre mí en estos últimos meses es que no voy a ser una fotocopia de mi padre. No voy a estropear la vida de otros debido a mi egoísmo.


-Si te casaras conmigo yo me aseguraría de que fuera así. Tu vida no sería como la de tu padre si yo fuera tu esposa -de pronto, Paula se dio cuenta de que acababa de hacerle a Pedro una propuesta de matrimonio.


-¿Matrimonio? -no había duda de que casarse con Paula impediría que su vida llegara a ser aburrida, pensó Pedro. Y, sin ninguna duda, ella controlaría sus malas tendencias heredadas de Mariano Alfonso. Y dormiría con él todas las noches.


-Puede que la foto en la que pareces estar golpeando a Noreen no produzca tan mal efecto si la gente piensa que estabas defendiendo la reputación de tu futura esposa.


-Creo que podría dejarme persuadir para casarme contigo -Pedro abrió los brazos-. ¿Por qué no vienes aquí y me convences?


Paula no se movió del sofá.


-Creo que estás un poco confundido, abogado. Eres tú el que tiene que convencerme. De momento soy yo la que ha hecho todas las concesiones. Soy yo la que te ha perseguido durante años. La que te ha dicho que te ama. Incluso te he
propuesto matrimonio.


Pedro dejó caer los brazos a los lados.


-¿A dónde quieres llegar, Paula?


-Si te casas conmigo, fíjate en lo que obtienes. Soy atractiva, inteligente y buena en la cama, ¿cierto?


-Cierto.


-Soy leal y puedo ser un gran apoyo para ti. Harold Glover piensa que mi entusiasmo por ciertas causas podría hacer que tu popularidad creciera y Donna Fields me comentó que yo podría salvarte de lo que más temes: convertirte en un
hombre como tu padre. ¿Tengo razón?


-Sí, tienes razón.


-Además te di mi virginidad y te amo. Nunca he amado a otro.


-Reconozco que posees excelentes cualidades, que eres una joya preciosa y única y que probablemente no te merezco -Pedro fue hacia Paula y se arrodilló frente al sofá-. ¿Es eso lo que querías oír, Paula?


-Puede valer para empezar -no podía ponerle las cosas fáciles.


Pedro cogió las manos de Paula entre las suyas y se las llevó a los labios.


-Estoy de rodillas ante ti. ¿Es eso lo que quieres, cariño? ¿Que te proponga matrimonio de rodillas?


Paula sonrió. Pedro le devolvió la sonrisa.


-No estaría mal.


-De acuerdo -aún de rodillas, sujetando las manos de Paula, Pedro dijo-:¿Paula Chaves, me harás el honor de convertirte en mi esposa?


-¿Qué puedes ofrecerme, Pepe?


Sorprendido por la pregunta, Pedro la miró con gesto incrédulo.


-¿Qué puedo ofrecerte?


-Sí -Paula retiró sus manos de las de Pedro, se levantó y lo miró-. Yo ya te he dicho lo que puedo ofrecerte. ¿Qué puedes ofrecerme tú? No puedes ofrecerme tu virginidad, pero estoy dispuesta a pasar por alto ese detalle si...


Poniéndose en pie, Pedro la cogió por los hombros.


-¿Estás dispuesta a pasar por alto ese detalle si qué?


-Si me dices que me amas, que nunca has amado a nadie como me amas a mí - Paula parpadeó para alejar las lágrimas que querían subir a sus ojos.


-Quieres que te diga que... -Pedro nunca le había dicho a nadie que le amaba.


Amor no era una palabra que estuviera en el vocabulario de su padre o de su abuela.


Deber. Posición social. Éxito. Dinero. Esas eran las palabras de los Alfonso. Palabras con las que planear el futuro, por las que luchar. ¿Pero amor? ¿Cómo podía decirle a Paula que la amaba si ni siquiera estaba seguro de lo que era el amor?


-¿Tan difícil es? -preguntó Paula, sabiendo que Pedro tendría que luchar con los demonios que había en su interior y ganar la batalla antes de poder profesar su amor.


-Paula, ya sabes lo que siento por ti. Sólo estar cerca de ti me vuelve loco. Sólo puedo pensar en ti, estar contigo, besarte, hacerte el amor. Te he pedido que te cases conmigo. ¿No es suficiente?


-No, Pedro, no es suficiente -apartándose de él, Paula fue hasta el dormitorio y abrió la puerta-. Voy a ponerme mi vestido. Luego quiero que me lleves a casa.


-No quiero que te vayas. Quiero que te quedes conmigo. Quiero que estemos juntos.


-Llévame a casa, Pepe. Luego puedes pensar sobre mí y sobre ti, sobre tu pasado y nuestro futuro. Yo no voy a ninguna parte. Estaré esperándote en Crooked Oak cuando llegues a la conclusión de que me amas o no me amas.


A continuación, Paula entró en la habitación, se quitó la bata y se puso el vestido, que aún estaba un poco húmedo.