domingo, 7 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 63

 

Y entonces fue cuando lo supo. Paula podía estar muriéndose por dentro, pero había tomado una decisión y era la persona más fuerte que había conocido nunca. Había elegido su camino y lo estaba siguiendo, así que, ¿por qué tratar de interponerse en su camino? Si era aquello lo que quería, ¿por qué ponerle las cosas más difíciles?


–Te he comprado algo en Sídney –dijo, tratando de aligerar el tono mientras sacaba el nuevo teléfono del bolsillo y se lo alcanzaba–. No tienes que preocuparte por los gastos. Ya está todo cubierto.


Paula abrió los ojos de par en par.


–No puedo aceptar esto de ti, Pedro


–Claro que puedes –Pedro forzó una sonrisa–. Tiene una buena cámara… te vendrá bien para tus viajes…


Pedro


–Vivimos en la era de los móviles, Paula, y necesitas uno. Puedes utilizarlo de despertador, de linterna, tiene GPS… –Pedro se interrumpió al notar que Paula parecía cada vez más distante–. Puedes mandarme algún mensaje cuando quieras, o una foto…


Paula sonrió al escuchar aquello último y tomó el teléfono de las manos de Pedro.


–Lo que quieres es una foto sexy, ¿no?


–Solo quiero que puedas ponerte en contacto si lo necesitas…


–Me encantaría ponerme en contacto ahora –susurró Paula a la vez que se acercaba a él–. Aún hay algunas posturas de mi lista que no hemos probado –añadió a la vez que sacaba la lista de un bolsillo.


Pedro no llegó a ver la lista porque la furia hizo que lo viera todo rojo.


–¿Has arriesgado el cuello volviendo a entrar en la casa a por esa lista? –preguntó, contemplando con ira el maquillaje de Paula, su bonito vestido, sus zapatos… ¿se habría preparado para disfrutar de una última noche con él? ¿Tan solo era eso para ella? ¿Un objeto que utilizar?


–También habría ido a por tus cosas –dijo Paula en tono de disculpa–, pero no quería ponerme a husmear en tus asuntos personales –apoyó una mano contra el pecho de Pedro y bajó la vista–. Sube al estudio conmigo. Podemos compartir mi última botella de champán.


¿Acaso quería utilizarlo para olvidar el dolor que sin duda le había producido perder la casa?


Pero no pensaba permitir que se saliera con la suya. Si todo había terminado, que terminara ya. No pensaba seguir siendo su juguete hasta que decidiera descartarlo del todo.


Y además estaba muy enfadado.


–Creo que ya no tengo nada que enseñarte –dijo a la vez que hacía un supremo esfuerzo para apartarse de ella.


Herida en su orgullo, Paula observó cómo entraba en la casa. Había querido superar aquella última y horrenda noche divirtiéndose con el único hombre del mundo con que podía hacerlo. De hecho pensaba que aquella sería la única manera de superar aquella noche. Y necesitaba desesperadamente sentir a Pedro dentro de ella por última vez. Porque aquello no iba a repetirse nunca más.


Pero Pedro acababa de dejarla plantada. Y se sentía desolada.


Subió corriendo a su estudio para no desmoronarse allí mismo.


Se sentó en el borde de la cama y miró el teléfono que sostenía en la mano. Incapaz de resistirse, presionó el botón para encenderlo. La foto de la pantalla era de las Blade. El sonido de llamada elegido por Pedro era el de una de las canciones que habían bailado. Solo había un contacto en la lista: el de Pedro Alfonso, con foto y todo.


Paula miró a su alrededor y su mirada se posó en la nevera. Se acercó, abrió la puerta y metió el teléfono en el congelador. Luego se apartó como si lo que hubiera metido fuera una bomba.






SIN ATADURAS: CAPÍTULO 62

 

Pedro no podía creer que estuviera sucediendo aquello. No podía creer que Paula se sintiera tan tranquila.


–No tienes por qué vender –dijo con firmeza.


–No puedo permitirme arreglarla.


–¿Y el seguro?


Paula le dedicó una sonrisa carente de humor.


–No hay seguro, Pedro. No podíamos permitírnoslo. Ni para el coche, ni para la casa y su contenido, y no tengo ahorros de ninguna clase. Tuvimos suerte de que no se hundiera con el terremoto. He pasado el último año tratando de reparar los daños superficiales, pero no puedo permitirme las reparaciones que son imprescindibles ahora.


–Paula…


–Siento lo de tu alquiler –interrumpió ella–. No ha sido la mejor bienvenida después de tu viaje. Ni siquiera vas a poder quedarte aquí esta noche.


–Si yo no puedo quedarme, tú tampoco.


–No voy a quedarme. Mi vuelo sale a las tres de la madrugada.


–¿Qué?


–He adelantado mi viaje.


Aquello supuso una conmoción para Pedro.


–Así que vas a huir.


–No estoy huyendo –finalmente hubo un destello en la mirada de Paula… un destello de irritación–. Voy a seguir adelante con mi vida. Aquí ya no me queda nada.


–¿Yo no soy nada? –preguntó Pedro sin poder contenerse.


Algo volvió a destellar en la mirada de Paula antes de que aquella maldita sonrisa volviera a curvar sus labios.


–Claro que no eres nada. Has sido mi educador.


Pedro se sintió aturdido al escuchar aquello. ¿Paula seguía viéndolo tan solo como a un tío con el que pasar un buen rato?


–Creo que hay algo más Paula. Puede que no tengas la suficiente experiencia como para saberlo.


Paula se encogió de hombros con expresión despreocupada.


–Tengo la suficiente experiencia como para saber que no es más que una aventura. Ninguno de nosotros quería otra cosa.


Pedro sintió que su mundo se iba hundiendo con cada nueva palabra de Paula.


–Yo podría comprar la casa –dijo.


–No quiero que te sientas obligado a ayudarme.


–No es eso. Quiero la casa. Siempre he querido esta casa. Solo necesita una nueva cimentación. No la compraría por compasión.


–No puedes evitarlo, Pedro –dijo Paula, nuevamente sonriente–. Eres médico. Llevas en la sangre el afán de ayudar a los demás. Eres un buen tipo, pero no voy a permitir que te pongas caballeroso conmigo porque hayas tomado mi virginidad.


–No trates de decirme lo que debo o no debo hacer. Si quiero la casa, la compraré.


–Este es mi problema, Pedro, no tuyo –dijo Paula con exasperante calma–. Y no te preocupes, porque recuperarás tu fianza.


–Me da igual el maldito dinero.


–Solo tú puedes permitirte pasar del dinero.


–¿Qué quieres decir con eso? –preguntó Pedro, cada vez más irritado.


–Estás tan acostumbrado a hacer lo que quieres, a lograr tus objetivos. ¿Has tenido que luchar alguna vez de verdad por algo, Pedro? –preguntó Paula en tono más cortante.


–He tenido mis batallas.


–¿Decepcionar las expectativas de tu familia? –preguntó Paula burlonamente.


Pedro pensó que en aquellos momentos estaba muy lejos de obtener lo que quería. Aquello era una novedad para él. Y no le gustaba.


–Este lugar ya no merece mis esfuerzos. Ha llegado el momento de dejarlo.


–Paula… –empezó Pedro, pero se interrumpió al ver que ella se tensaba.


SIN ATADURAS: CAPÍTULO 61

 


Pedro frunció el ceño cuando el taxi se detuvo ante la casa de Paula; algo había cambiado en la casa. Tras pagar por el trayecto y salir notó cuál era la diferencia. El seto había sido recortado de manera que había un ancho paso hacia al interior.


Cuando entró vio a Paula en el jardín.


–¿Qué está pasando? –preguntó, conmocionado.


–Has vuelto antes de lo que esperaba –dijo ella con una sonrisa mientras bajaba las escaleras de su estudio calzada con unos zapatos de tacón.


Al ver el lugar en que antes estaba el huerto, Pedro se quedó boquiabierto.


–¿Qué diablos ha pasado aquí?


Paula apartó un mechón de pelo de su frente y Pedro notó que tenía un largo corto en el dorso de la mano.


–El huerto era demasiado grande. Seguro que no le habría gustado a ningún posible comprador.


–¿Un posible comprador? –repitió Pedro, perplejo.


–Voy a vender. Es lo mejor que puedo hacer –Paula volvió a sonreír–. Debería haberme decidido antes.


Pedro miró a su alrededor sin ocultar su desolación.


–¿Pero qué has hecho, Paula?


–He limpiado un poco el jardín –Paula rio como si la reacción de Pedro estuviera siendo exagerada–. A fin de cuentas, el lugar será comprado por alguna empresa constructora que lo rehará todo.


–¿Qué? –el corazón de Pedro latía con tal fuerza que no estaba seguro de haber escuchado bien.


–Tranquilo –dijo Paula, sonando muy segura de sí misma–. Echa un vistazo a la casa.


Al ver que no decía nada más, se volvió y vio una nota oficial clavada en la puerta. Había visto montones de notas parecidas en los meses posteriores al terremoto.


–¿Por qué han puesto esa nota en tu casa?


–Los cimientos han desaparecido. Ya se ha hundido un poco y por lo visto podría desmoronarse en cualquier momento.


–Los cimientos pueden arreglarse.


–No en esta ocasión.