lunes, 28 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 20





Pedro.


Por una décima de segundo, además de la sorpresa, Pedro notó una tremenda alegría al oír aquella voz junto a él. Cierto era que algo en su mente le decía que Paula no debía estar allí, pero al mismo tiempo era un placer tenerla a su lado.


Se volvió sonriendo, pero cuando vio la expresión de su rostro, una expresión llena de enfado y dolor que le encogió el corazón, se le vino encima todo el peso de las mentiras que le había contado.


-Puedo explicártelo…


Ella levantó la mano para detenerlo.


-No te molestes. Creo que puedo imaginármelo yo solita.


Paula parpadeó varias veces y Pedro no supo si era para retirarse el polvo de los ojos, o por algo mucho peor que había provocado su estúpida broma.


-¿Te lo has pasado bien a mi costa? -le preguntó acercándose a él, los niños sin embargo permanecieron pegados a la cortina, haciéndolo sentir aún más culpable si eso era posible-. ¿Te ha parecido divertido engañarme de esta manera?


Él negó con la cabeza, incapaz de articular palabra.


-Pedro… Miller. Bueno, el apellido hay que cambiarlo, ¿no es así, Pedro Alfonso? ¿O también me has mentido con el nombre?


-No, no. Sí que me llamo Pedro -respondió odiándose a sí mismo como nunca lo había hecho en su vida.


Paula echó los hombros hacia atrás y lo miró fijamente; él reaccionó de manera inconsciente, dando un paso atrás.


-Muy bien, Pedro Alfonso, al menos tengo un nombre que ponerle al muñeco de vudú al que voy a torturar en cuanto llegue a casa. ¿Por qué no te portas bien y me das algún objeto personal que pueda utilizar? ¿Un mechón de cabello o algo así como regalo de despedida?


Se estremeció al ver el brillo sanguinario de sus ojos; tenía la impresión de que ese «algo así» que había dicho no se refería a algo tan inocente como un mechón de pelo. Aunque prefería verla enfadada que dolida.


-Paula…


-No. No digas nada -lo miró de arriba abajo y lo hizo sentir aún más pequeño que sus hijos-. No me llames, no trates de disculparte y, si me ves por la calle, ni se te ocurra intentar hablar conmigo. ¿Entendido?


El nudo que tenía en la garganta se hizo aún más grande. ¿No podría volver a reírse con ella? ¿Ni tocarla? ¿Ni verla jamás?


-No puedo prometértelo.


Ella soltó una gélida carcajada.


-Tampoco te creería aunque lo hicieras. Parece que no tienes una buena relación con la verdad -añadió dándose media vuelta-. Abril, Marcos, vámonos de aquí -los niños corrieron y se le agarraron uno a cada mano sin dejar de mirarlos con preocupación-. Te lo digo en serio, Pedro. Déjanos en paz.


Salieron de allí dejándolo rodeado de silencio y lleno de rabia.


-¡Maldita sea! -exclamó dando un puñetazo al aire.


Necesitaba romper algo, gritar; tenía que deshacerse de la tremenda impotencia que había provocado su estupidez. Pero no quería hacer nada que ella pudiera oír desde el otro lado, no quería manchar aún más la imagen que tenía de él. Ya lo consideraba mentiroso, irresponsable y egoísta, no le iba a hacer ningún bien que a eso añadiera también la violencia.


No podía dejar de pensar en el modo en que Paula había pronunciado su nombre sin dejar de mirarlo a los ojos. Acababa de conseguir lo que quería: distancia. Aquello lo hizo recordar una vieja maldición alemana que solía decir su abuelo: «que consigas todo lo que pidas».


No podía ni creer que él mismo hubiera cometido tal estupidez precisamente con una mujer como Paula. Pero no podía dejarse vencer por su propia torpeza, ahora solo necesitaba un plan, porque no pensaba renunciar a ella. Eso sí, tendría que idear el mejor plan de la historia.



UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 19





Después de comer estaba cosiendo por quinta vez el dobladillo del vestido de la señora Hammacher cuando se dio cuenta de que empezaba a perder la paciencia con aquella clienta.


Justo entonces, el tipo de al lado empezó con sus sonidos tribales.


-¿Qué es eso? -preguntó la señora Hammacher, alarmada.


-Es… música, o algo parecido -respondió Paula desabrochándole el vestido.


-A mí me gusta.


-Bueno, pues ya hemos acabado por hoy -continuó Paula sin querer entrar en el tema de las dotes musicales. Les pidió a los niños que salieran de la trastienda para que la señora pudiera cambiarse.


Diez minutos después su clienta se había marchado, los gemelos habían vuelto a sus juegos y ella le estaba dando los últimos retoques al vestido de su cita de las tres. Como si hubiera notado que necesitaba tranquilidad, el vecino había adaptado la música y había comenzado a tocar una suave melodía que consiguió que Paula la tarareara con total relajación. Por algún motivo, aquella música le traía a la mente imágenes de días primaverales en la granja en la que había crecido.


Aquello la hizo recordar que debería haber hecho su llamada semanal a su madre para asegurarle que la gran ciudad la trataba bien y que todavía no había sucumbido a sus peligrosos atractivos… Bueno, no a todos al menos, tuvo que matizar pensando en Pedro. Se puso en pie para pedir a Abril y a Marcos que la acompañaran a llamar a su abuela.


Al acercarse a la trastienda, oyó una voz que hizo que se le pusieran los pelos de punta.


-Calla o nos va a oír -era Abril.


-No, está muy ocupada cosiendo -respondió Marcos con total tranquilidad.


Se asomó justo a tiempo de verlos desaparecer por las escaleras que conducían al sótano.


¡Por fin una oportunidad de pillarlos in fraganti! 


Paula fue corriendo a cerrar la puerta de la tienda y les siguió los pasos hacia el sótano. Allí estaba todo lleno de cajas, trastos y mucho polvo acumulado a lo largo de los años, pero ni rastro de los niños. Llegó a un lugar con el techo muy bajo donde era evidente que alguien acababa de mover algunos ladrillos. Se asomó por el hueco y pudo oír dos vocecillas que conocía muy bien.


-Solo un poco más. Y no seas tan gallina, te prometo que aquí no hay arañas.


-¡Eso dijiste la última vez!


Paula hizo caso a su instinto maternal y, retirando un par de ladrillos más, se metió por el hueco. Deseó que Marcos tuviera razón sobre las arañas. Una vez dentro, se dio cuenta de que las paredes eran de metal; aquello debía de haber sido un conducto de calefacción o algo parecido. Afortunadamente, parecía lo bastante fuerte para aguantar su peso.


El hueco estaba bien para un niño de cinco años, pero para una mujer hecha y derecha era bastante claustrofóbico. No obstante, continuó reptando hasta llegar a lo que identificó como el sótano del vecino. Ahora se encontraba en territorio prohibido. Le resultó más fácil salir del conducto que entrar en él. Se puso en pie y se sacudió el pelo sin pensar en lo que podía haberse quedado enredado entre sus rizos.


-Hola, niños -les dijo en voz baja cuando los hubo alcanzado nada más salir del estrecho túnel-. Bonita manera de visitar al vecino.


-¡Ssshhh! -respondieron los dos antes incluso de identificar su voz. Después se quedaron mirándola sorprendidos.


-Habéis tenido mucha suerte -empezó a decirles en tono reprobatorio-. ¿Sabéis lo que podría haberos pasado ahí dentro?


-¡Calla, mami! Nos va a oír -la avisó Marcos como si fuera ella la que estaba haciendo algo mal.


-Yo no me preocuparía tanto por él. Vuestro verdadero problema soy yo -Paula empezó a oír la música del señor Alfonso, que ahora estaba muy cerca.


-¿Por qué no volvemos ya? -sugirió Abril.


-No tan deprisa -los niños se quedaron paralizados-. Vamos a subir a explicarle al vecino lo que habéis estado haciendo.


-Es una broma, ¿verdad, mami?


-Nunca he hablado tan en serio -aseguró señalando las escaleras-. Vamos, subid.


Según subían, Paula iba ensayando qué le iba a decir a aquel tipo, cómo iba a explicarle el comportamiento de sus hijos. Al menos podría enterarse de qué demonios estaba haciendo con tantos ruidos. Una vez arriba, los tres se detuvieron frente a la cortina que conducía al local de al lado de la tienda.


-Empieza el espectáculo -murmuró ella descorriendo la cortina.


Entonces se dio cuenta de que tampoco esa vez iba a conseguir su final feliz.




UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 18





Se trataba de un sitio cálido y acogedor, la camarera hablaba sin parar con los clientes fijos que abarrotaban el local. Paula la observaba fascinada viendo cómo se movía a toda velocidad sin interrumpir la conversación. Ya habían pedido el desayuno cuando se oyó el primer tren. Abril y Marcos corrieron a la ventana desde la que pudieron verlo pasar. Unos segundos después, se abrió el paso para los peatones y a Paula no la sorprendió que decidieran lanzarse a su juego preferido: encontrar un papá… y no cualquiera servía.


-¿Qué te parece ese? -dijo Abril.


-No, demasiado viejo -respondió Marcos-. A lo mejor ese, tiene pinta de ser divertido.


-Sí, pero a mamá no le gustaría cómo lleva el pelo. Demasiado rosa y demasiado de punta.


Paula hizo un esfuerzo por reprimir la carcajada al ver al tipo del que hablaban.


-¿Crees que me gustaría saber qué es lo que hacen? -le preguntó Pedro con cierto miedo.


-Seguramente no.


Abril le dijo algo al oído a su hermano y, acto seguido, ambos se volvieron a mirar a Pedro


Después siguieron mirando por la ventana con gesto satisfecho.


-Confío en ti -admitió el observado sin querer preguntar nada más.


No hacía falta mucha sabiduría maternal para saber que no estaban tramando nada bueno. 


Tendría que volver a hablar con ellos sobre lo poco adecuado que era intentar atrapar un padre entre desconocidos.


Entonces notó la mano de Pedro en el brazo.


-¿Podemos hablar un momento mientras están entretenidos?


-Claro -accedió ella, aunque el tono de su voz no le dio buenas vibraciones.


-Intenté decírtelo ayer… Hay algo de lo que tenemos que hablar. Yo…


La mente de Paula se puso a elucubrar a la velocidad del rayo. ¿Estaría casado? ¿Se había escapado de una prisión de alta seguridad?


Pedro se frotó los ojos mientras murmuraba algo entre dientes.


-Todo está yendo muy deprisa entre nosotros. Mucho más rápido de lo que yo había pensado y no quiero estropearlo. Me importas mucho.


Los ruidos del local desaparecieron a medida que ella fue metiéndose en la conversación. ¡De verdad le importaba! No era solo ella la que estaba sintiendo algo muy especial. Menos mal que no eran solo las hormonas. Lo único peor que no tener ningún romance, es tener uno no correspondido.


Pedro le tomó las manos.


-Deberíamos empezar bien y para eso necesito hablar contigo en algún sitio tranquilo.


Gracias a los niños y a su escandaloso vecino, en su vida no había en aquel momento nada parecido a un lugar tranquilo. Pero le ofreció lo más parecido que se le ocurrió.


-¿Por qué no vienes a casa esta noche a eso de las nueve? A esa hora Abril y Marcos ya estarán durmiendo -dudó unos segundos si debía decir aquello, pero lo dijo-: Pedro, tú a mí también me importas mucho.


Su mirada se hizo aún más profunda al oírla decir eso.


-Eres muy especial. Lo sabes, ¿verdad?


El corazón empezó a pegar botes dentro de su pecho. Hacía tanto tiempo que ningún hombre la consideraba especial. Ni siquiera estaba segura de que eso hubiera ocurrido alguna vez.


-Mami, ¿te va a besar o algo así? -le dijo de pronto la niña tirándole de la camisa.


-¿Qué? Claro que no, Abril.


Pero la pequeña no parecía muy convencida.


-Entonces, ¿por qué…?


-¡Mira! Aquí está vuestro desayuno -exclamó Paula, profundamente agradecida.


En cuanto probó lo que había pedido no le importó lo más mínimo la cantidad de calorías que se iban a alojar en los lugares menos apropiados de su cuerpo. De hecho, se le escapó un suspiro de placer.


Pedro la miró riéndose.


-Parece que los huevos revueltos te hacen sentir verdadero placer -le dijo con una sonrisa inequívocamente sexual. Pero al ver que se ruborizaba, decidió tener piedad de ella y no dijo nada más.


Después del desayuno volvieron paseando hasta la tienda y se despidieron allí.


-Entonces nos vemos luego -le dijo ella cuando los niños hubieron entrado, no sin antes darle las gracias a Pedro por el desayuno.


-Espera, no huyas -la detuvo poniéndole una mano en la cintura.


Un beso, solo un beso. Paula se inclinó hacia él, pero cuando sus bocas estaban a solo unos centímetros, vio por el rabillo del ojo dos caritas que los observaban desde dentro. Se movió lo justo para besarlo en la mejilla.


-Has fallado -le dijo él riéndose.


-Tenemos espectadores.


Pedro soltó una carcajada, le agarró la mano y se la llevó a los labios.


-¿Esto es más adecuado para nuestro público?


-Es adecuado hasta para una princesa -respondió ella con una sonrisa de complicidad-. Hasta esta noche.


-Sí -al verlo marchar, se dio cuenta de que lo hacía cabizbajo. Afortunadamente, esa misma noche se enteraría de qué era lo que lo tenía tan preocupado.


-Espero que no sea nada grave -murmuró con cierta aprensión. Por una vez en la vida se merecía un final feliz y quería que fuera con Pedro.