lunes, 13 de abril de 2015

SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 14




Luego de su almuerzo en un pequeño restaurante a un par de cuadras del consultorio Paula regresó para cumplir con su horario vespertino. Llegó diez minutos antes de las dos de la tarde y la sala de espera estaba aún vacía. Observó que la nota que le había dejado a Pedro había desaparecido, desvió su mirada hacia su despacho y en ese preciso momento él abrió la puerta.


Fue verlo y experimentar un intenso cosquilleo recorriendo cada espacio de su cuerpo. Él se acercó y la observó. 


Paula notó cierta tirantez en su mirada.


—Me hubiera gustado que almorzáramos juntos —dijo él por fin suavizando su expresión.


Ella dejó su bolso y se sentó.


—Lo siento pero tu reunión no acababa y además no me habías mencionado que querías almorzar conmigo —respondió ella sin mirarlo directamente a los ojos.


—Podrías compensarme aceptando cenar conmigo esta noche —dijo él acercándose a su escritorio.


Paula le clavó la mirada y en sus ojos verdes vio que él estaba hablando en serio.


—¿Compensarte?


—Así es, por haberme dejado con las ganas…


Paula se ruborizó.


—Con las ganas de comer contigo —añadió él sonriendo atrevidamente.


Faltaban tres minutos para las dos y su primer paciente de la tarde llegó.


—¿Qué me respondes? —preguntó Pedro bajando la voz.


Paula saludó a la mujer que acababa de entrar con un niño regordete en brazos y le sonrió, retrasando el momento de darle una respuesta a su jefe.


Sabía lo que le diría, solo quería jugar con la incertidumbre de Pedro unos segundos más.


Ella lo miró a los ojos y le sonrió.


—¿Es eso un sí? —quiso saber ansioso.


—¿Tú que crees? —retrucó ella tratando de que la recién llegada no advirtiera lo que estaba sucediendo entre el pediatra de su niño y su nueva secretaria.


Pedro se fue hacia su despacho con una sonrisa de oreja a oreja instalada en su rostro. Desde la puerta, dijo:
—Paula, espera cinco minutos y dile a la señora Spence que entre.


Ella asintió, miró a la mujer que no dejaba de observarla y agradeció cuando sonó el teléfono.


La tarde transcurrió tranquila, había fallado uno de los pacientes de Pedro y la consulta terminó unos minutos antes de lo previsto. Paula ordenaba las citas para el día siguiente mientras Pedro rellenaba unos formularios para el pedido de nuevos medicamentos.


La puerta del despacho de Pedro estaba abierta y desde su lugar podía ver las piernas largas y bronceadas de Paula asomándose por debajo de su escritorio.


Había logrado que ella aceptara cenar con él y ese había sido un paso importante; solo tenía que procurar no arruinarlo todo. No quería correr con Paula aunque se muriera por llevársela a la cama. Tenía la impresión que la amiga de su hermana no era el tipo de mujer que él estaba acostumbrado a tratar y a convertir en su amante.


Sin embargo no podía negar que la deseaba como nunca antes había deseado a otra mujer. Debía controlar sus impulsos de ir hacia ella y hacerla suya encima de su escritorio.


Ya tendría el tiempo y la situación perfecta esa noche durante la cena; procuraría que fuera especial, una cita que ninguno de los dos pudieran olvidar. Dejó escapar un suspiro y trató de concentrarse en los formularios que tenía que llenar.


Paula de vez en cuando levantaba la vista y veía a Pedro concentrado en su tarea, o al menos eso era lo que parecía. Le gustaba verlo en su rol profesional y en las pocas horas que llevaba trabajando para él había comprobado que se llevaba de maravillas con los niños; esa conexión especial no solo se había dado con su sobrina sino con cada uno de sus pacientes.


Será un excelente padre algún día pensó Paula suspirando. 


No era difícil imaginárselo cargando a una pequeña en los hombros o jugando con un niño al balón.


Sacudió la cabeza. ¿De dónde habían surgido semejantes pensamientos?


Otra pregunta había surgido en su mente… ¿Por qué había aceptado cenar con él esa noche?


Al principio pensó que sería la excusa perfecta, una más, para escapar de la casa de su hermana y de la molesta presencia de su cuñado por algunas horas pero luego comprendió que quería cenar con Pedro porque le gustaba, la atracción que sentía hacia él era tan poderosa que incluso no la dejaba razonar bien, porque si lo hubiera meditado mejor no hubiese dado un sí como respuesta a su invitación.


La cena conllevaba cierto peligro y ella lo sabía, después del momento de intimidad que habían compartido esa mañana en su despacho cualquier cosa podía suceder entre ellos esa noche y eso, en vez de asustarla, la excitaba.


Cuando terminó con su tarea se puso de pie y recogió su bolso. Ni bien se puso de pie, Pedro salió de su despacho y se acercó.


—Supongo que lo de la cena sigue pendiente —dijo él apoyando las caderas en el extremo de su escritorio.


—Por supuesto —respondió ella yendo hacia la puerta—. ¿Dónde piensas llevarme?


Él la miró y ella percibió cierto aire de misterio en sus ojos verdes.


—Es una sorpresa pero puedo asegurarte que cenarás deliciosamente esta noche —le aseguró él.


Paula sonrió; estaba comenzando su juego de seducción una vez más y eso solo lograba encenderla. Tenía que marcharse antes de cometer una locura.


—¿Pasas por mí a mi casa?


—Estaré allí a las ocho. ¿Te parece bien?


—Si —se alejó del escritorio y no pudo evitar que él la sujetara de la mano antes de que se marchara.


—Prométeme que te pondrás guapísima, quiero ser la envidia de todo el mundo esta noche —le dijo él clavándole la mirada.


Ella se mordió el labio inferior antes de responder.


—Te lo prometo.


Pedro quiso atraerla hacia él pero ella le puso una mano en el pecho.


—Nos vemos esta noche, Pedro


Él dejó escapar un suspiro de resignación y asintió.


—Hasta esta noche —le cogió la mano y se la besó.


—Hasta esta noche —contestó Paula soltándose para luego caminar sinuosamente hacia la salida.


Pedro la observó hasta que ella se perdió del alcance de su vista. Agachó la mirada y descubrió que sería una tortura esperar hasta la noche, el bulto en sus pantalones se lo estaba diciendo a gritos.






SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 13




Paula se despertó ese lunes con un nudo en el estómago; no sabía si estaba nerviosa porque era su primer día de trabajo o porque vería a Pedro nuevamente. Le costó decidirse que atuendo sería el más adecuado para la secretaria de un doctor de niños por lo que creyó que una falda y una blusa a tono sería lo más indicado.


Terminó de vestirse y se quedó un rato más en su habitación, esperando que Gabriel se marchara a su despacho. El día anterior había logrado evitarlo, él se había
quedado en el club a almorzar con sus socios y había llegado a la casa muy tarde; no había querido encontrárselo a la hora de la cena por lo que se excusó con su hermana
diciéndole que no tenía hambre.


Sabía que no podía ser siempre así y que se toparía con su cuñado en cualquier momento pero prefería retardar esa nefasta situación lo más posible.


Cuando escuchó que el auto de Gabriel salía de la casa entonces bajó a desayunar. Respondió a Sara con una sonrisa cuando ella le dijo que Gabriel le deseaba suerte en
su primer día de trabajo. Si su hermana sospechaba algo de su actitud hacia su marido al menos no le mencionaba nada; y esperaba que nunca descubriera lo que Gabriel había pretendido hacer con ella dos noches atrás.


Se despidió de Sara y de la pequeña Ana quien le prestó su medalla de la suerte para que la llevara en su bolso.


—Gracias, cariño —le dijo antes de marcharse guardando con cuidado la medalla con un ángel de la guarda tallado en uno de sus lados.


El recorrido hasta el consultorio de Pedro no le llevó más de veinte minutos y cuando arribó eran casi las nueve. Le había prometido ser puntual y lo estaba cumpliendo; sería horroroso quedar mal con él en su primer día de trabajo.


Aparcó su viejo coche en el estacionamiento y se bajó. 


Acomodó su falda, se atusó el cabello que aquella mañana había peinado en una discreta cola de caballo y se dirigió hacia el edificio.


—¡Paula!


Paula se detuvo en su lugar; la voz de Pedro gritando su nombre la dejó completamente sorprendida. Se dio media vuelta y lo observó avanzar hacia ella con una enorme y seductora sonrisa instalada en su rostro.


—¡Pedro, no te había visto! —dijo ella sonriéndole también.


—Hemos llegado al mismo tiempo —dijo él observando su atuendo de ejecutiva.


Paula notó el fuego en su mirada mientras él la recorría sin ningún pudor. Estaban en medio del estacionamiento y sin embargo parecía que a él eso no le incomodaba.


—Te… te dije que la puntualidad es una de mis mayores virtudes —le recordó ella haciendo un enorme esfuerzo por mantener la calma y olvidarse la manera en la que él la estaba contemplando.


—Sospecho que no es la única —manifestó Pedro acercándose demasiado a ella al punto de rozarle los pechos con el brazo.


Paula dio un respingo y se cruzó de brazos para esconder el efecto primitivo que aquel simple contacto había provocado en ella. Él la había solo rozado y sus pezones habían respondido de inmediato. ¿Cómo haría entonces para convivir cuatro días a la semana, ocho horas diarias con él?


—Vamos —Pedro le hizo señas de que entraran al edificio y ella se movió antes de que él la sujetara de la cintura para guiarla hacia dentro.


El recinto del ascensor estaba vacío cuando ellos subieron y apenas se cerró la puerta, Paula tuvo la sensación de que Pedro quería repetir el beso que le había dado en su cuarto. Él se acercó y apoyó una mano en la pared del ascensor, justo detrás de su cabeza y cuando estuvo a tan solo un par de centímetros de ella, Paula cerró los ojos.


—No he podido borrar el sabor de tu beso —le susurró él al oído.


Paula no respondió pero esbozó una sonrisa de satisfacción. 


Ella tampoco había podido borrar su beso y las sensaciones que le habían provocado pero no podía olvidarse que él era su jefe y ella su secretaria.


Cuando abrió los ojos, él estaba a punto de besarla. Paula logró escaparse de él, escabulléndose por debajo de su brazo que continuaba apoyado contra la pared del ascensor.


Por fortuna para ella y para desgracia de Pedro en ese preciso momento la puerta se abrió y un par de mujeres entró al ascensor.


Paula percibió el fastidio de Pedro pero también notó las miraditas que le echaban ambas mujeres a su nuevo jefe. 


Una de ellas, la más joven y más descarada había posado sus ojos en la entrepierna de Pedro sin ningún pudor. Él la había descubierto mirándolo y le sonrió.


¡Cielos! ¡Qué desfachatez! Se dijo Paula tratando de apartar la mirada y de pensar en algo más. La muchachita estaba coqueteando abiertamente con él y él le seguía el juego. En un momento la descarada se atrevió incluso a guiñarle un ojo. Aquella situación era inaudita y Paula sintió rabia.


Finalmente el ascensor llegó a destino y ella fue la primera en salir, seguida por Pedro quien no dejaba de sonreírle a su nueva admiradora.


Entraron en su despacho y Paula caminó de prisa hacia su escritorio, dejó su bolso y se puso a mirar unos papeles.


—Allí, en ese cuaderno están las citas de esta semana —le indicó él percibiendo cierto enfado en ella; creía saber el motivo y eso solo lograba excitarlo.


Paula abrió el cuaderno forrado con un papel rojo chillón y se puso a leer.


—Tienes cuatro pacientes esta mañana —dijo sin levantar la mirada.


Pedro miró su reloj.


—Iré a mi despacho a cambiarme, no tarda en llegar mi primer paciente.


Paula lo observó irse a su despacho y cerrar la puerta. Una vez que estuvo sola se dejó caer en su asiento y lanzó un bufido.


¿Por qué demonios estaba tan molesta? No tenía motivos para estarlo y sin embargo no podía evitarlo. Le había molestado la actitud de esa muchacha hacia Pedro pero lo que más le había molestado era la atención que él le había prestado.


No había dudas de que Pedro Alfonso era un mujeriego de ligas mayores y Paula tenía muy claro que era precisamente de esa clase de hombres de los que tenía que mantenerse alejada.


Una cosa era saberlo pero otra muy distinta hacerlo.


Pedro le gustaba y mucho y a pesar de que sabía que una relación con él no llegaría lejos no podía evitar lo que sentía por él, tampoco podía evitar las ganas de que él la volviera a besar.


La puerta de su despacho se abrió de repente y el ruido sacó a Paula de sus cavilaciones.


Pedro llevaba ahora su impecable delantal blanco y un estetoscopio colgaba de su cuello.


Él iba a decirle algo pero una mujer con un niño entró en ese preciso momento. Paula la invitó a sentarse y chequeó los datos de la mujer con los datos del cuaderno.


—¿Señora Riley, verdad?


La mujer asintió mientras intentaba hacer que su hija se quedara quieta.


—Pase señora Riley —dijo él desde la puerta de su despacho.


Los demás pacientes de esa mañana llegaron y en unos cuantos minutos la sala de espera se llenó de mujeres preocupadas y niños inquietos.


A las once y diez minutos el último de sus pacientes se marchó y quedaron nuevamente solos.


—Paula, podrías venir a mi despacho por favor —le pidió él quitándose el delantal y el estetoscopio.


—Enseguida —respondió ella poniéndose de pie.


Cuando entró al despacho de Pedro, él estaba de pie junto a la ventana.


—¿Qué necesitabas?


Él se dio media vuelta y la observó de arriba abajo; lo que él necesitaba en ese momento dudaba que ella estuviera dispuesta a entregárselo.


Paula tragó saliva, esperando su respuesta que parecía no llegar nunca.


—Quería decirte que estoy satisfecho con tu trabajo; lo has hecho muy bien.


Paula sonrió.


—Estaba un poco nerviosa al principio —reconoció mirándolo a los ojos.


—Es normal, pero esos nervios se irán desvaneciendo con el correr de los días.


—Espero que sí —respondió ella plenamente consciente de que él estaba alejándose de la ventana y se acercaba a ella—. Será mejor que ordene las fichas de los pacientes que atendiste esta mañana —dijo ella de repente dándose media vuelta y dispuesta a salir.


Pedro fue más rápido y antes de que ella diera un paso más, la sujetó de la cintura y la detuvo.


—Paula, espera…


Paula se quedó petrificada mientras él la envolvía por la cintura con sus brazos.


Pedro… no —su pedido sonó demasiado débil.


Él hizo caso omiso a sus palabras y se apretó contra ella. 


Agachó la cabeza y hundió el rostro en la nuca de Paula.


—¿No qué? —quiso saber él; sus manos ahora subían por los costados de Paula hasta detenerse debajo de sus pechos.


Ella sintió como los dedos de Pedro apretaban suavemente la carne sensible de sus pechos; como respuesta inmediata sus pezones se endurecieron, irguiéndose hacia él, buscando sentir sus manos.


Pedro respondió de inmediato y mientras su boca besaba el cuello de Paula, él había metido sus manos debajo de la camisa y dibujaban pequeños círculos alrededor de sus pezones que aún debajo de la tela de su sujetador se percibían duros como guijarros.


Un torbellino recorrió el cuerpo de Paula, acabando con toda posible resistencia si es que alguna vez la había poseído.


Tiró la cabeza hacia atrás, apoyándola en el hombro de Pedro y entonces cuando ella ladeó la cabeza solo un poco él atrapó su boca con la suya. Mordió su labio inferior e introdujo su lengua con violencia; ella lo recibió gustosa dejando que él tomara posesión de su boca. Dejó escapar un mudo gemido cuando él apretó y tironeó uno de sus pezones. Se apretó más contra el cuerpo de Pedro y la tensión en su vientre se acrecentó cuando sintió la fuerza de su erección golpear contra sus caderas.


Aquello no estaba bien, lo sabía pero no podía evitar lo que sentía por él. En ese momento no eran jefe y secretaria sino un hombre y una mujer dejándose llevar por la pasión.


Pero unos golpes en la puerta acabaron con la magia del momento y los obligó a separarse.


Paula se acomodó la camisa dentro de la falda mientras Pedro hacía lo imposible por ocultar la enorme erección que abultaba sus pantalones.


—¿Quién es? —preguntó él sin dejar de mirar a Paula.


—Doctor Alfonso, soy Peter Colbert, el representante de Medicus, habíamos acordado que vendría hoy después de su última consulta —dijo una voz masculina desde el otro lado de la puerta.


—¡Demonios, lo había olvidado! —masculló Pedro yendo hacia la puerta.


Paula terminó de recomponerse antes de que el tal señor Colbert ingresara al despacho.


Un hombre cincuentón y completamente calvo entró y estrechó la mano de Pedro.


—Espero que no se haya olvidado que teníamos una cita —dijo observando por un instante a Paula quien continuaba de pie en un rincón.


—No, por supuesto que no —respondió Pedro evidentemente nervioso—. Señor Colbert, le presento a mi nueva secretaria Paula Chaves.


El hombre extendió su brazo y apretó la mano de Paula.


—Un placer Paula.


—El placer es mío —le sonrió y se fue hacia la salida—. Los dejo solos.


Peter Colbert se quedó observando la partida de Paula atentamente, más específicamente sus pequeños ojos negros se habían posado descaradamente en el trasero de la nueva secretaria del doctor Pedro Alfonso.


—Muy bonita su secretaria, doctor Pedro —comentó con una sonrisa pícara.


Pedro no le respondió porque lo que tenía ganas de decirle hubiera roto definitivamente con la relación laboral que llevaba con Medicus desde hacía tres años.


Paula fue hasta su escritorio, acomodó el cuaderno de citas y guardó las fichas de los pacientes, de vez en cuando miraba hacia la puerta cerrada del despacho de Pedro pero parecía que la reunión sería larga.


Había terminado su trabajo y ellos no salían, dejando escapar un suspiro, cogió su bolso y se encaminó hacia la puerta. Saldría a almorzar a algún lugar cercano y regresaría para su horario vespertino. Se volvió y buscó un papel y un bolígrafo. No podía marcharse así sin más.


Escribió un par de renglones y dejó la nota junto al ordenador.


La leyó antes de marcharse.


Pedro, salí a almorzar.
Vuelvo en un par de horas,
Paula





SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 12




Cuando Paula regresó a la casa eran pasadas las tres de la mañana; subió corriendo las escaleras y se encerró en su habitación. Buscó su maleta y la llenó con todas sus pertenencias. No podía quedarse en aquella casa un día más. Sería un infierno convivir con Gabriel después de lo sucedido y además ya no podría mirar a Sara a los ojos, la pobre jamás se podría imaginar que su propio esposo había intentado follarse a su hermana menor.


No tenía idea adónde se iría, tenía algo de dinero ahorrado no era mucho pero al menos le alcanzaría para dormir en algún hotelucho barato hasta que cobrara su primer sueldo.


Cualquier cosa era preferible a soportar aquella situación tan desagradable. Le vinieron nauseas al recordar la manera en la que Gabriel la había tocado, al recordar las cosas que le había confesado sin ningún escrúpulo.


Cuando terminó de meter todo en la maleta se recostó e intentó dormirse pero le costó hacerlo, podía sentir las asquerosas manos de su cuñado tocándola.


Deseaba que ya amaneciera para poder hablar con Sara y despedirse de ella y de la pequeña Ana; no podía marcharse sin decirles adiós, solo esperaba no toparse con Gabriel una vez más.


Cuando había logrado conciliar un sueño liviano, el ruido de pasos en el pasillo la despertó. Se puso en estado de alerta pero suspiró aliviada cuando escuchó la voz de su hermana.


—Pau, el desayuno está listo. Ana te ha preparado tus galletas preferidas y quiere que las pruebes.


Paula sonrió amargamente. ¿Cómo le diría a Sara que se marchaba? ¿Qué excusa valedera podía inventar para no preocuparla?


—Ya bajo, Sara —le gritó levantándose de un salto de la cama.


Cuando llegó a la cocina, observó con alivio que Gavriel no estaba, echó un vistazo al reloj y supuso que a aquellas horas de domingo estaría jugando su habitual partida de golf con sus socios abogados.


En la mesa, Ana acomodaba las galletitas de avena que había horneado para ella el día anterior mientras Sara servía el café.


Paula se acercó y se sentó en un extremo. Ana le ofreció una galleta y ella la aceptó.


—¡Está deliciosa, cariño! —exclamó antes de acercarse a su sobrina y darle un sonoro beso en la mejilla.


—Le salen cada vez mejor, ¿no crees? —comentó Sara sentándose al lado de su hermana menor.


Paula asintió. Debía decirle a Sara que se marchaba de su casa ese mismo domingo.


—Sara... hay algo que debo decirte —dejó la galleta de avena a medio comer sobre una servilleta—. Me marcho.


Los ojos de Sara se abrieron como platos.


—¿Qué dices?


—Eso mismo, me voy hoy de tu casa, ya tengo lista mi maleta —alegó evitando por un instante el mirarla directamente a los ojos.


—No puedes hacerme esto, Pau. Falta un mes y medio para que nazca tu sobrino... te necesito.


Pau odiaba estar haciendo aquello y hubiese preferido cualquier cosa antes que tener que atravesar por tal situación pero no encontraba una solución a su problema y jamás le contaría a Sara el verdadero motivo de su súbita partida.


—Sara, no he estado contigo durante el embarazo de Ana y nada malo te ha sucedido, todo saldrá bien. Entiende que tengo que irme, no me siento bien aquí viviendo de arrimada —argumentó.


—¡No digas algo así! Además acabas de conseguir empleo y pronto podrás aportar para los gastos de la casa, aunque sabes que ni a Gabriel ni a mí nunca nos importó ese asunto, eres mi hermana y creo que has sido bien recibida en esta casa —de repente Sara sonaba realmente ofendida.


—Sara, sé que es así pero entiende que prefiero irme.


—¿Y adónde piensas mudarte?


Paula sonrió mientras buscaba una respuesta a la pregunta de su hermana.


—Con Estefania... me ha ofrecido pasar unos días en su departamento hasta que encuentre algo acorde a mis posibilidades —fue lo primero que se le ocurrió y no sonaba del todo incoherente.


—¿Y crees que en casa de tu amiga vas a estar mejor que aquí, con tu familia?


—Por supuesto que no, Sara—hizo una pausa y tocó el brazo de su hermana—. No me lo hagas más difícil, además no me voy al fin del mundo, Estefania vive cerca de aquí y...


—¿Es por causa de su hermano, no es así?


Paula se sorprendió por el cuestionamiento de su hermana.


—¡Claro que no! ¡El hermano de Estefy no tiene nada que ver con esto! —¿Cómo se le había ocurrido a Sara semejante idea?


—Lo digo porque he notado cierta tensión entre ustedes —respondió Sara cuidando que su hija no oyera lo que no tenía que oír.


—Para nada, Pedro es mi nuevo jefe y hermano de una amiga de la infancia, no entiendo a que clase de tensión te estás refiriendo —replicó algo confusa.


—Estoy hablando de la clase de tensión que surge entre un hombre y una mujer cuando ambos se gustan.


Paula soltó una carcajada para que Sara no notara que había dado en el clavo.


—Estás viendo cosas que no son, Sara.


Sara no dijo nada pero no podía estar molesta por la repentina decisión de su hermana.


—¿Por qué no te quedas hasta que nazca el niño?


—¡Tía Pau, no te vayas! —la vocecita de Ana se sumó a la de su madre.


Paula sabía que llevaba las de perder, eran dos contra una y se la estaban poniendo muy difícil.


—No puedes irte, Pau, tu sobrina predilecta te está pidiendo que te quedes —adujo Sara guiñándole un ojo a su hija.


¿Qué podía hacer? No quería irse por su hermana y por la pequeña Ana a quien adoraba pero convivir con Gabriel sería un infierno. Quizá la única solución era quedarse y tratar de evitar a su cuñado a toda costa. Quizá después de lo sucedido, él mismo se daba cuenta del error que había cometido y no volvía a acercarse a ella para tratar de seducirla.


—¿Qué dices? —preguntó Sara expectante.


Paula contó hasta cinco y soltó un suspiro.


—¡Está bien, ustedes ganan!


Sara y Ana se abalanzaron encima de ella y la abrazaron. Había tomado una decisión y esperaba no arrepentirse después.


—Tenemos que seguir hablando de ese otro asunto —dijo Sara una vez que la niña se retiró a su habitación a jugar con sus muñecas.


—¿A qué asunto te refieres? —preguntó Paula haciéndose la desentendida.


—Un asunto que mide fácilmente un metro noventa, tiene unos ojos verdes increíbles y un cuerpo de los mil demonios —dijo sonriendo divertida.


Paula no pudo evitar contagiarse de la risa de su hermana.


—¡Eres insoportable a veces! ¿Lo sabías?


—Insoportable, no. Soy perspicaz y muy buena observadora —la corrigió mientras llevaba las tazas sucias al fregadero con dificultad debido a su prominente barriga.


Paula no le dijo nada, solo se limitó a levantarse de su silla para ayudar a su hermana; jamás admitiría delante de ella que moría por Pedro Alfonso.