lunes, 9 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: EPILOGO

 


La boda de Franco y de Julieta se celebró en casa de Paula y Pedro. Y Paula lloró a lo largo de toda la ceremonia, sin que ni a ella ni a Pedroque le sujetaba la mano, les importara lo más mínimo. Eran felices. Como también lo eran los novios.


Con la excusa de ir a por un pañuelo de papel, Paula subió al dormitorio y se lavó la cara antes de volver a la terraza, donde un trío de música amenizaba la celebración.


Hacía una tarde despejada y las primeras estrellas empezaban a asomar. Habían decorado el jardín iluminando los árboles y colocando velas alrededor de la piscina.


—¿Estás bien? —preguntó Pedro, acercándose a ella.


—Perfectamente —dijo ella con un último respingo—. Siempre lloro en las bodas.


—Recuerdo que lloraste en la de Sonia y Miguel, pero no en la nuestra —Pedro le puso un dedo en la barbilla y le hizo alzar la mirada—. ¿Por qué?


—Porque temí empezar y ya no poder parar.


Pedro abrió los brazos v ella se refugió en ellos.


—Aquí me tienes. Soy todo tuyo.


—No me hagas llorar —suplicó ella.


Pedro movió los pies y ella le siguió como si bailaran.


—No contengas las lágrimas de felicidad, es mejor liberarlas.


—Te ahogaría —dijo Paula, sonriendo.


—Demuéstramelo. No me asusto con facilidad.


Pedro tenía la habilidad de desarmarla. Sin decir nada, Paula se acurrucó en sus brazos y dejó que la música los trasladara a un lugar en el que sólo estaban ellos dos, abrazados.


Cuando la canción acabó, fueron hacia la piscina. Dante los vio y dio unos grititos de entusiasmo.


La música comenzó a sonar de nuevo y Paula sonrió. Aquélla era su familia, su hogar. Tenía una vida plena. Tenía todo lo que siempre había soñado.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 53

 


Llegaron tarde a casa. Pedro acompañó a Ana a la puerta y Paula empezó a subir las escaleras hacia su dormitorio.


—Paula…


Ella se quedó inmóvil a medio camino. Él subió hasta el peldaño inferior.


—No te he dado tu regalo —dijo, acariciando con su aliento los hombros de Paula.


Ella se volvió y tomó el fino paquete que le tendía.


—Muchas gracias —dijo, sonriendo—. No debías haberte molestado — añadió. Y corrió escaleras arriba hasta la salita unida a su dormitorio.


—¿No vas a abrirlo? —preguntó él, siguiéndola.


Paula rogó que Pedro no pudiera oír el martilleo de su corazón.


—Sí, claro —balbuceó.


Con dedos temblorosos, soltó el lazo. El papel de regalo dejó a la vista un marco de fotos. Al volverlo descubrió cuatro rostros sonrientes bajo la arcada de una iglesia.


—¿La recuerdas? —Pedro estaba a unos centímetros de ella—. Me mandaste sonreír.


—Lo recuerdo —un dulce dolor atravesó a Paul al mirar las caras de Sonia y Miguel—. Parecemos tan felices…


—Así es como Sonia y Miguel querían que los recordáramos.


—Muchas gracias —Paula lo miró fijamente—. No podías hacerme un regalo mejor —le rodeó el cuello con los brazos y le besó.


—¡Pau! —susurró él.


Ella separó la cabeza para mirarlo. No era como su padre. No había en él un ápice de irresponsabilidad, haría lo que fuera por proporcionar un futuro seguro a Dante. Y nunca les fallaría a ella ni a su hijo.


—Siento haber pensado que eras un estúpido.


—Y yo que eras una sosa —dijo Pedro con una sonrisa maliciosa.


—¿Eso opinabas de mí?


—No sé en qué estaría pensando —dijo Pedro, riendo. Y luego le dio un apasionado beso que los dejó con la respiración entrecortada—. Hagamos el amor —musitó él—. Pero esta vez te quedarás a mi lado. No permitiré que salgas huyendo.


—Te lo prometo —dijo ella, arqueándose contra él, poniendo todo su cuerpo en contacto con el suyo—. Pienso quedarme aquí.


—¿Para siempre?


—Si eso es lo que quieres.


—Claro que sí.


Pedro le bajó la cremallera del vestido; Paula levantó los pies para dejarlo en el suelo. Él se quitó la camisa y los pantalones. Llevaba unos bóxers holgados y ver su sexo endurecido excitó a Paula. Esta se bajó de sus tacones y, temblorosa, se refugió en los brazos de Pedro, quien le soltó con destreza el sujetador de encaje y luego, deslizando las manos por sus caderas, le quitó las braguitas, dejándola desnuda y expuesta a la inspección de su voraz mirada. Unos segundos mas tarde, también él estaba desnudo. Tomó a Paula en brazos y la echó delicadamente sobre la cama.


—Esto va a ser muy rápido —le susurró al oído—. Te deseo tanto… — añadió, lamiéndole la oreja, y ella se estremeció, anhelante.


Pero a pesar de aquella advertencia, Pedro hizo que el placer se prolongara largamente, llevando a Paula con sus manos y su lengua a cotas de excitación que nunca había experimentado.


Cuando finalmente le entreabrió las piernas, Paula ardía de deseo.


Pedro se colocó sobre ella y la penetró profundamente. Paula cerró los ojos, clavó los dedos en los hombros de Pedro y se dejó llevar hasta que sus movimientos quedaron sincronizados y sus cuerpos se fundieron en uno. El placer estalló como una explosión de luz blanca en su mente, y en ese momento, oyó a Pedro susurrar:

—Te amo, Pau, te amo.


Con aquellas palabras, la elevó a un éxtasis celeste, y Paula se oyó decir:

—Yo también te amo, Pedro.


Después, permanecieron echados, en silencio, saciados momentáneamente.


—¿Es verdad lo que has dicho antes? —preguntó Paula, girando la cabeza para mirarlo a los ojos.


—¿Qué te amo?


Paula asintió.


—Claro que era verdad.


—Yo también te amo —Paula sonrió con dulzura—. He conseguido el mejor trato posible: a Dante y a ti.


—No. Soy yo el que ha tenido suerte —Pedro sacudió la cabeza—. Te tengo a ti en lugar de a Dana, Debo de tener un ángel de la guarda.


—¿Crees en los ángeles?


—Desde que estoy enamorado —dijo, solemne.


—Me gusta pensar en Sonia como un ángel —Paula lanzó una mirada a la fotografía.


—Y Miguel estará a su lado. Estoy seguro de que estarían felices por nosotros.


—Yo también lo creo —dijo Paula.


—Hace dos años me enfadé con ellos por intentar hacer de celestinos.


—¡No me extraña! Acababas de pasar por una experiencia espantosa con Dana.


—Y te caía mal —dijo él, convencido—. Pensabas que era un estúpido y que ninguna mujer en su sano juicio viviría conmigo.


—¡Es que no te conocía! —dijo ella, riendo.


Pedro se inclinó y le besó la punta de la nariz.


—¿Y crees que ahora sí me conoces?


—Al conocerte es imposible no amarte —dijo Paula.


—¡Pau! —Pedro la abrazó—. Nunca me cansaré de oírte de decir que me quieres, de besarte, de hacerte el amor.


—¿Eso significa que Dante tendrá un hermanito o hermanita? —dijo ella con ojos centelleantes.


—Me parece una idea magnífica —dijo él. Y añadió con picardía—: Pero para eso, tendremos que practicar mucho.


—¿Y a qué estamos esperando? —preguntó su esposa.